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'Vox, el retorno de los ultras que nunca se fueron'

Portada de 'Vox, el retorno de los ultras que nunca se fueron', de Xavier Rius Sant.

Xavier Rius Sant

Vox, el retorno de los ultras que nunca se fueron es un recorrido por la historia reciente de la ultraderecha en España, que comienza con el pasado falangista de Javier Ortega Smith a finales de los años ochenta, para llegar a un partido como Vox que ya está presente en nuestras instituciones y donde todo lo decide un reducido grupo con Santiago Abascal al frente. En esta obra de Xavier Rius Sant se habla de grupos como Fuerza Nueva, Juntas Españolas o Plataforma per Catalunya, donde estaban algunos de los ahora diputados de Vox. Porque la ultraderecha nunca desapareció: una parte se encontraba dormida en el seno del PP y, con la irrupción de Vox, decidió salir del armario. Ahora se encuentra inmersa en llegar a un equilibrio entre la nostalgia del franquismo, una España uniforme sin autonomías, la xenofobia y el fundamentalismo católico. Editado por Akal, la obra puede encontrarse en las librerías a partir de este 13 de febrero. infoLibre publica un extracto del libro. 

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En ese acto se estrenaba Jorge Buxadé, conocido por muchos de los que militaban o procedían de la ultraderecha barcelonesa, pero desconocido para bastantes de los militantes y simpatizantes de Vox de Barcelona y al que nunca habían oído en un acto la mayoría de miembros del CEP, ya que, tras haber ido de número 3 como independiente en la candidatura de Barcelona de las pasadas municipales de Vox y Familia y Vida, casi no se había dejado ver por los actos y reuniones del partido. Buxadé, quizá pecando de inexperiencia, hizo una intervención muy parecida a la que había hecho en el Casal Tramuntana en febrero de 2012 en el que cargó contra el sistema de partidos políticos y dejó clara su añoranza del régimen franquista. Más adelante en futuros actos no utilizará exactamente los mismos argumentos, si bien sí que los repetirá de forma más cuidada en el libro Soberanía que publicará en 2021.

El franquismo era un régimen que se definía como una democracia orgánica o corporativa que tenía sus representantes o procuradores en Cortes, algunos de los cuales pertenecían al «tercio familiar» y eran elegidos en unas elecciones donde sólo votaba el cabeza de familia, es decir, el padre o marido. También formaban parte de las Cortes los representantes de los municipios, es decir, algunos alcaldes que como todos habían sido nombrados a dedo. Y había procuradores que representaban a organismos profesionales corporativos y del sindicato vertical o franquista. La familia, los municipios, el sindicato vertical y las organizaciones gremiales y empresariales eran los pilares de la democracia orgánica. El sistema tenía un partido único, el Movimiento Nacional surgido de la unificación en 1937 de la Falange con la Comunión Tradicionalista, y una organización juvenil, la Organización Juvenil Española (OJE), que una vez llegada la democracia continuó como organización privada de ocio en la que se formó Buxadé.

Buxadé afirmó en dicho acto: «La Constitución dice que España es un Estado social, democrático y de derecho, pero nosotros vivimos en un Estado autonomista y de partidos. De social y democrático, nada. El Estado de las autonomías ha privado al hombre español de su historia. Y el Estado de los partidos ha privado al hombre de aquellas instituciones en las que vivía arraigado: su familia, su municipio, su empresa, el sindicato o la corporación profesional. Ha creado un hombre desarraigado». Sin dejarse ninguna, mencionó los pilares de la democracia orgánica franquista, cada uno de los cuales tenía sus supuestos representantes en las Cortes. 

'Octubre de 1936'

En aquel discurso de Buxadé yo vi reflejado al pie de la letra el punto sexto de los principios fundamentales del Movimiento Nacional instaurados por Francisco Franco en 1958, que afirmaba que «las entidades naturales de la vida social, familia, municipio y sindicato, son estructuras básicas de la comunidad nacional». Redactado tomado también del punto sexto del programa de la Falange de 1934 que dice: «Todos los españoles participarán a través de su función familiar, municipal y sindical. Nadie participará a través de los partidos políticos. Se abolirá implacablemente el sistema de los partidos políticos, con todas sus consecuencias».

Y como persona formada en la OJE, Buxadé reproducía lo que cuando yo era pequeño decían por convencimiento u obligación los profesores de la asignatura denominada Formación del Espíritu Nacional: que los partidos, como dice la palabra, parten, dividen, enfrentan a hermanos y grupos sociales. Y añadió que Vox quería suprimir el Estado de las autonomías y «hacer que las familias, empresas y municipios sean de nuevo los verdaderos protagonistas de nuestra vida». Acabó mucho en la línea de la instrucción de la OJE, afirmando que, «si se tenía fe ciega en la victoria, España sería irrevocable». Y levantando la mano, como si estuviera a punto de hacer el saludo fascista de «¡Arriba España!», dijo «¡Adelante España!». Me consta que este discurso no gustó a algunos dirigentes de Vox y, en actos sucesivos, Buxadé dejó de reivindicar a la familia, el sindicato, el municipio y la empresa como pilares del sistema político en contraposición del régimen democrático multipartidista.

Y si Buxadé se mostró tal como era, quien también se destapó fue Ignacio Garriga, hispanoguineano de orígenes flamencos y miembro del Opus Dei a quien tampoco conocía la mayoría de militantes catalanes de Vox. La mente humana es un laberinto y la identidad es una faceta que cada uno se construye. De la misma forma que me sorprendía que una mujer que posiblemente sea de origen latinoamericano luche en Madrid para que las ayudas sociales sean para los españoles, no para los inmigrantes ni para los extranjeros nacionalizados, en Vox había un dirigente hispanoguineano que defendía con más vehemencia que nadie la identidad española. Una identidad y un legado espiritual y cultural que, a su juicio, los progres y los separatistas querían destruir. Garriga, considerándose depositario, por la herencia de sus antepasados, de una España «que era grande y debe volver a ser grande», proclamó una y otra vez que «no renunciaremos a la herencia de nuestros padres y nuestros antepasados, y por eso decimos “España es una y no 51”». Y añadió: «Si no defendemos la libertad arrebatada y el legado de nuestros antepasados, nuestros hijos ¡no nos lo perdonarán!». Finalmente, terminó con lo que ya será habitual en sucesivos actos: «Que Dios les bendiga y que Dios bendiga a España».

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