'La gran oportunidad'

La transición ecológica está en marcha y avanza por todo el planeta. Desesperadamente lenta, contradictoria, mucho menos ambiciosa de lo necesario, pero ahí está. Su desarrollo genera a la par críticas por su lentitud y reacciones contrarias por los contundentes cambios que trae consigo. Como toda transición, su discurrir transita entre curvas, avances y retrocesos; y como toda transición también, deja a su paso víctimas.

Uno de los elementos más sorprendentes de esta Gran Transición es que su naturaleza política suele quedar opacada por los factores económicos y tecnológicos. Estamos ante el principal debate político del momento: Si la transición se hace con criterios de justicia social, puede ayudar a fortalecer las ya heridas democracias. En caso contrario, puede tensionar las sociedades democráticas y agravar aún más su crisis.

Así las cosas, lo que pretende Cristina Monge, profesora experta en medioambiente y en el estudio de la democracia, en las páginas de La gran oportunidad (Tirant Lo Blanch, 2025) es contribuir a entender la transición ecológica como lo que es, la Gran Oportunidad para construir un modelo en que la vida siga siendo posible en el planeta y al mismo tiempo fortalecer la democracia. Para ello, se presentan diez propuestas y tres palancas para activarlas.

El objetivo ha de situarse a la altura del desafío: Hacer de la Gran Transición la Gran Oportunidad para repensar un modelo económico que olvidó hace décadas que la economía es una variable dependiente del planeta, y convertirla en el vehículo con el que fortalecer las democracias en peligro.

infoLibre comparte a continuación el prólogo que escribe Cristina Narbona Ruiz para este ensayo, ya disponible en la web de la editorial.

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“Nos va la vida en ello”.

Esta contundente afirmación aparece al inicio y al final del libro de Cristina Monge. Resulta sin duda muy acertada en este verano agónico, con miles de hectáreas arrasadas por los incendios; y sin que hayan desaparecido aún de nuestra memoria las estremecedoras imágenes de la DANA. Dos episodios trágicos cuya mayor intensidad y frecuencia se deben al progresivo calentamiento de nuestra atmósfera y de nuestros océanos.

Sí, nos va literalmente la vida… en lograr, lo antes posible, una transición ecológica con justicia social. Una “Gran Transición”, que además contribuya a reforzar la democracia: ese es el formidable desafío abordado en este libro. Y escribo estas líneas tras disfrutar con su lectura, porque coincido, y mucho, con el enfoque y las propuestas de la autora. Por muchas razones. La más importante: Monge se enfrenta a la emergencia climática y ambiental, con graves efectos sociales, sin ningún ánimo derrotista, a pesar de reconocer, sin ambages, la envergadura del reto. Frente al pesimismo que paraliza y al optimismo que engaña, ante la evidencia de la gravedad de los efectos del cambio climático y del resto de los impactos de la actividad humana sobre los ecosistemas, urge el activismo responsable. Ni pesimismo ni optimismo: activismo.

Se habla de transición ecológica justa porque tanto en las causas de la emergencia climática y ambiental, como en sus consecuencias, resulta evidente la desigualdad social y económica, dentro de las fronteras de cada país; y también a escala global. Los ciudadanos más ricos del planeta son responsables del grueso de las emisiones de CO2, así como de la contaminación en todas sus formas y de la destrucción de la biodiversidad; pero quienes más sufren los efectos devastadores de la emergencia climática y ambiental son los ciudadanos más pobres, en particular los que viven en los países más desfavorecidos, que apenas han contribuido a dicha emergencia. Y serán aquellos que aún no han nacido quienes recibirán un legado en cuya gestación no han participado. Se impone, por tanto, un enfoque de justicia social, a nivel internacional e íntergeneracional.

Como buena politóloga, Cristina Monge profundiza en el papel indispensable de las instituciones públicas y en la importancia de una ciudadanía informada y exigente, insistiendo en la naturaleza política (y no tecnológica) de la transición ecológica. Y como activa defensora de una democracia de mayor calidad, Monge reclama ir más allá de la participación puntual de la sociedad civil, promoviendo los mecanismos de deliberación y rendición de cuentas que garanticen su máxima implicación en los procesos de decisión de las administraciones públicas.

Coincido plenamente con dicha reivindicación, indispensable a mi juicio para combatir la tentación individualista que corroe nuestra democracia, tan necesitada de una apuesta colectiva por el interés general, por el bien común. En particular, Cristina Monge aporta su experiencia en iniciativas de mediación social; eso le permite afirmar que cualquier decisión, si ha sido debatida y suficientemente consensuada, podrá implementarse con mayor rapidez que cuando no se ha tenido suficientemente en cuenta posibles efectos ambientales o sociales. Tales efectos son susceptibles, por ejemplo, de provocar la judicialización de la actuación, y por lo tanto paralizar o retrasar mucho su puesta en marcha. Esto significa, según Monge, que es necesario avanzar hacia una “democracia de apropiación”, una “democracia permanente”: desde la tramitación de las vigentes “licencias administrativas” a las denominadas “licencias sociales”, que van más allá del cumplimento de las normas existentes.

En España tenemos ya algunas experiencias muy interesantes, como la “Asamblea ciudadana por el clima”, que trasladó más un centenar de propuestas al Gobierno, durante la elaboración del proyecto de ley sobre cambio climático y transición energética. También los llamados “contratos de río”, que implican a todos los afectados por actuaciones con efectos a veces contradictorios en el respectivo territorio.

Todo lo anterior conduce a una de las propuestas más importantes de este libro: el avance hacia un nuevo contrato social con la biosfera como perímetro, en el que además del capital, el trabajo y el Estado, se tengan en cuenta los “límites planetarios” (conforme a los trabajos dirigidos por el profesor J. Rockstrom del Instituto de Resiliencia de Estocolmo). Esta formulación es análoga a la propuesta por la economista K. Raworth sobre la “economía donut”, un modelo económico que garantice los derechos sociales y no traspase los límites biofísicos de la Tierra.

Este libro recoge, entre otras, una muy completa síntesis de los seis informes del IPCC (el panel intergubernamental de cambio climático, creado por Naciones Unidas en 1988), en la que se aprecia la lenta evolución del consenso científico y político en relación con las causas, los efectos y las medidas de adaptación y de mitigación del cambio climático: una lentitud que contrasta dramáticamente con la creciente frecuencia e intensidad de sus consecuencias… Monge señala, como elementos muy positivos, el enfoque científico cada vez más interdisciplinar y holístico (que lleva a considerar los “conocimientos”, en plural), así como la progresiva integración de variables ambientales en todas las políticas sectoriales. Y, por supuesto, el avance en algunas tecnologías, en particular en el uso cada vez más barato y eficiente de las energías renovables: una innovación necesaria para la descarbonización, aunque no suficiente, ya que su implantación debe contar con la complicidad de los territorios donde se ubican.

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La autora describe asimismo los diferentes enfoques ideológicos en relación con el cambio climático, que van desde el negacionismo más radical (convertido en uno de los principales arietes de la extrema derecha en todo el mundo), a las posiciones más tibias y confiadas en el avance tecnológico, defendidas desde planteamientos liberales; desde las teorías sobre el decrecimiento, que cuestionan, con fundamento, el uso del PIB como indicador de progreso, a la posición defendida por Monge como “transición ecológica justa”, que incorpora la necesaria equidad como vector de éxito de dicha transición. Ese es el enfoque asumido por el PSOE desde 2017, cuando definimos la sostenibilidad ambiental como nuevo valor de la socialdemocracia, considerándola un requisito indispensable para avanzar en un progreso más justo, seguro y duradero. Y ha sido también el enfoque del Pacto Verde Europeo, adoptado en 2019… aunque lamentablemente recortado hoy día en su ambición, a causa de la creciente penetración de la extrema derecha en la mayoría de los gobiernos de los países miembros y el contagio de sus postulados en los partidos conservadores.

El libro aborda también la controvertida relación entre sostenibilidad y la digitalización, la inteligencia artificial…, explicando sus pros y contras, y exigiendo una mayor transparencia para poder evaluar y mitigar impactos sociales y ambientales de su ciclo de vida, en particular en cuanto al consumo de agua y de energía, así como a la extracción, procesamiento y residuos de las materias primas correspondientes. En España el Gobierno está ya profundizando en el conocimiento de tales impactos, para gestionar adecuadamente su desarrollo; y, en todo caso, Monge contempla con relativo optimismo la evolución de estas tecnologías, gracias a una innovación guiada por la búsqueda de mayor eficiencia.

En síntesis, este libro formula numerosas propuestas concretas para hacer de la “Gran Transición” la gran oportunidad para reducir desigualdades y fortalecer nuestra democracia. Ojalá lo lean quienes más responsabilidad tienen en dicha transición, desde el ámbito de la política; pero también muchos ciudadanos que, individual o colectivamente, tengan curiosidad y voluntad de asumir sus propios compromisos, ante la emergencia climática y ambiental. Y muchas gracias a Cristina Monge por su valiosa contribución a una transición justa y construida en democracia. 

La transición ecológica está en marcha y avanza por todo el planeta. Desesperadamente lenta, contradictoria, mucho menos ambiciosa de lo necesario, pero ahí está. Su desarrollo genera a la par críticas por su lentitud y reacciones contrarias por los contundentes cambios que trae consigo. Como toda transición, su discurrir transita entre curvas, avances y retrocesos; y como toda transición también, deja a su paso víctimas.