ENTREVISTA

Cristina Monge: “La crisis climática está detrás de cada una de esas cosas que nos aterran en el día a día”

Cristina Monge, licenciada en Ciencias Políticas y Sociología y doctora por la Universidad de Zaragoza.

Cristina Monge (50 años, Zaragoza), lleva más de dos décadas investigando la relación entre la política, la transición energética y la protección de la naturaleza. Aprovechando que las tensiones entre los diferentes intereses están en su máximo apogeo, publica La gran oportunidad (Tirant Humanoides), donde defiende que la manera en la que gestionemos la emergencia climática definirá la fortaleza de la democracia en el futuro cercano. infoLibre charla con Monge, columnista de este periódico desde hace años, sobre el interés de la ciudadanía en las cuestiones medioambientales o cómo Europa ha perdido su liderazgo en este ámbito.

El libro recoge numerosas encuestas que demuestran que la gran mayoría de la población está preocupada o muy preocupada por el cambio climático, pero a pie de calle la sensación no parece ser la misma. Incluso la política no lo prioriza la emergencia climática sobre otros problemas.

Eso pasa en todas las encuestas. Cuando preguntas a la gente por sus principales problemas en el día a día, el cambio climático no está entre ellos. Pero si preguntas explícitamente si el cambio climático importa o preocupa, en general, el apoyo es del 80 o el 90%. Y la preocupación es más transversal de lo que se piensa. Yo diría que todavía no hemos interiorizado totalmente cómo nos afecta personalmente el incremento de las temperaturas y los fenómenos extremos como las danas o las sequías. Aunque sí es verdad que cada vez va a más. Por ejemplo, las olas de calor o los incendios fueron una conversación constante este verano, pero no está todavía en el en el imaginario colectivo

¿Y cómo aborda la política esta preocupación relativa?

De unos años a esta parte los problemas ambientales han ido ganando terreno en la acción pública y en la acción política. No hay más que ver, por ejemplo, el espacio que ocupan en los medios de comunicación. Hace unos cuantos años, en la Fundación Ecodes hicimos un seminario con Gemma Teso, profesora de la Complutense de Madrid, que estudió cuánto tiempo dedicaba la televisión a asuntos climáticos: era como un 0,9% del total. Ahora, sin embargo, el tema sí está en la agenda mediática y política.

Tanto es así que es una de las disputas de la ultraderecha. Cuando la ultraderecha quiere chocar con el establishment, elige los debates más asentados y que suponen una transición, un cambio. Va allí donde hay problemas, como en todas las transiciones: la migración, la mujer y el medioambiente.

Europa, como bloque, ¿pasa por esa misma crisis?

Si estos días vemos lo que está pasando en la COP [la cumbre climática de la ONU], está pasando una cosa muy curiosa. Europa está perdiendo el liderazgo, se ha batido en retirada y está dividida. No ha tenido la firmeza que ha tenido en otras ocasiones. Y la administración de Estados Unidos está en retirada también. Pero lo que está pasando no es que las cuestiones ambientales estén decayendo, sino que otros están cogiendo el relevo. Principalmente el sudeste asiático, liderado por China.

"Europa está perdiendo el liderazgo en la COP30, se ha batido en retirada y está dividida

En el libro llama a la gente a la acción a través del voto, pero parece que el medioambiente no moviliza apenas al electorado. Quizá por eso de que el medioambiente nos preocupa como algo global, pero no como algo terrenal...

Sí, yo creo que es la consecuencia de los fallos que hemos cometido en las últimas décadas. Los que hemos trabajado en cuestiones ambientales, aunque de forma inconsciente, hemos acabado articulando un discurso que se ha percibido como culpar al ciudadano. Si tú coges el coche todos los días para ir a trabajar, eres culpable. Si comes más carne de la que dicen los estándares, eres culpable… Jamás quisimos hacerlo así, pero se ha terminado haciendo como tal. ¿Qué podemos hacer entonces los ciudadanos? ¿Qué podemos aportar? Lo más importante es exigir a quienes toman decisiones, gobiernos y empresas, que hagan cambios estructurales. En segundo lugar, tenemos que comprender lo que suponen los cambios, y que habrá cosas que nos incomoden. Y en tercero, el voto. Entre los criterios para elegir la papeleta generalmente no está el medioambiente, y hay que trabajar en eso.

Quizás porque los candidatos no dan al cambio climático el espacio que debería...

Claro. ¿Cuándo han empezado los políticos a hablar de vivienda?

Cuando ya era una crisis imposible de ignorar...

Y el cambio climático también es imposible de ignorar. Tenemos temperaturas salvajes, una dana con más de 220 muertos, incendios como nunca y sin embargo, no tenemos conciencia de que es una crisis que ha llegado a un extremo tremendo. Y ese es el gran reto, ser conscientes de que la crisis climática está detrás de cada una de esas cosas que nos aterran en el día a día. La vivienda empezó a aparecer en lo más alto de los estudios y los medios de comunicación destacaron esa tragedia. Es un trabajo de todos.

También hay un elemento fundamental: las políticas públicas. La crisis climática se nos antoja a todos como imposible por lo grande que es, y no creemos que los poderes públicos vayan a ser capaces de abordarla. Cuando vemos que una amenaza es tan grande e imposible, la ponemos a un lado, porque corregir el problema supondría repensarlo todo. No somos conscientes de que la crisis climática está evolucionando en el peor escenario de todos, pero no tendría por qué ser así. 

No somos conscientes de que la crisis climática está evolucionando en el peor escenario de todos, pero no tendría por qué ser así

En el libro demuestra también con datos que el autoritarismo no gestiona mejor el medioambiente que las democracias...

Los autoritarismos gestionan peor las crisis, en general. Siempre y cuando las democracias no estén secuestradas por la corrupción sistémica. Pasó en la pandemia. Algunos pensaban que China saldría antes de la crisis porque es un sistema autoritario de orden y mando donde el Gobierno dice y la gente cumple. Pero China fue el último país en decretar el fin del covid. La razón es que estos fenómenos complejos no solo requieren de obediencia. La realidad es más compleja, tanto en la pandemia como en la crisis climática. La toma de decisiones tiene que ser colectiva y consensuada, no es solo una cosa de cuatro sabios que ordenan, aunque hay gente que cree que con políticas ecofascistas se resolvería el problema. Lo que hace falta es poner en marcha mecanismos de diálogo y de negociación profunda.

La tesis del libro es, de hecho, que la crisis climática no es ni de izquierdas ni de derechas. Tenemos familias políticas de diferentes ideologías que tienen distintos modelos de transición. Desde el decrecimiento, hasta el neoliberalismo, pasando por la transición justa, por lo que la crisis ecológica es también política. Y si se aborda mediante mecanismos de deliberación, esas dinámicas mejorarán la democracia y la calidad democrática, pero como no se hagan a partir de la negociación, nos abocarán a una peor democracia, porque serán menos eficaces y acabarán generando conflictos, como ha pasado en muchas de las instalaciones renovables de España. Nos la estamos jugando no solo con las condiciones biofísicas del planeta, sino como modelo de sociedad.

Dentro de las familias políticas conservadoras, hay muchos ejemplos en Europa de partidos de derechas preocupados por el calentamiento global. ¿Por qué no ocurre en España?

Sí, de hecho en el libro cuento el caso de Margaret Thatcher y su discurso ante las Naciones Unidas en los años 80, en el que alertó que sus científicos habían descubierto que algo raro está ocurriendo en el planeta, el cambio climático. Y dijo: 'Yo financio dos años de estudios científicos a nivel de global, si la ONU lo mantiene después'. Ese grupo es el IPCC [en inglés, Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático]. El IPCC es consecuencia de Thatcher, aunque la gente no se lo crea.

De hecho, hay mucho pensamiento conservador de carácter conservacionista, basado en la idea de conservar el patrimonio para dejar una herencia, y eso incluye al patrimonio natural. Es mentira que la derecha en Europa haya sido reacia al medioambiente, salvo en España. Este tipo tan peculiar de derecha que tenemos ha sido de las pocas en Europa que ha permanecido ajena a las cuestiones ambientales. Hasta el punto de que cuando el PP se relaciona con la ultraderecha, uno de los asuntos que primero asume son sus postulados ambientales. Solo hay que ver el caso de Comunidad Valenciana. Es llamativo que un drama de 229 muertos, en cuya génesis está el cambio climático, acabe beneficiando a un partido negacionista y haciendo que la derecha le compre sus ideas.

Además, tendría incluso sentido que la extrema derecha fuese ambientalista.

Es que la extrema derecha no es negacionista. Hay que matizarlo. En Europa hay una parte muy pequeña de la extrema derecha negacionista. Lo que hay es más bien una posición ambigua, o incluso hay quien se declara ecologista siempre y cuando el ecologismo se envuelva en la bandera nacionalista. El ejemplo por excelencia es Marine Le Pen, que en su último debate con Emmanuel Macron acabó declarándose animalista y ecologista. Si los pollos que consumen son franceses y no de Marruecos, se evitarían las emisiones de CO2 del transporte.

La ultraderecha en Europa no cuestiona en general el cambio climático, sino sus políticas. Y muchas veces pinchan donde duele porque se han tomado medidas sobre asuntos sin consenso, como en el sector agrícola. La ultraderecha se cuela por los fallos del sistema. En el caso de Vox, hay políticos que sí son negacionistas, pero incluso ahí, si analizas los programas electorales, es difícil encontrar afirmaciones taxativas sobre que el cambio climático no existe, sino más bien contra el fundamentalismo climático.

En España también hemos tenido muchos levantamientos contra el Gobierno de ganaderos, ecologistas, pescadores… ¿Cómo abordamos estos lugares tensionados?

Diálogo y negociación, no hay más. La mesa del Agua de Andalucía se pone en marcha con agricultores, alcaldes, ecologistas, investigadores… para corregir el problema en Doñana. Y se han llegado a acuerdos. La crisis climática se tiene que abordar de una manera tan amplia que hace falta diálogo. Si necesitas cerrar cuencas enteras de carbón, hay que poner en marcha alternativas.

Vayamos con el problema de las competencias en España. Los incendios y las inundaciones han demostrado lo fácil que es culpar al ayuntamiento de turno, a la Comunidad Autónoma o al Ministerio de Transición Ecológica y echar balones fuera. ¿Hace falta reestructurar las competencias ante emergencias?

En países complejos como el nuestro, hay que compartir competencias. No hay más. Porque el conocimiento de los bosques ante un incendio en León, lo tiene León, y hace falta que la administración local sea la protagonista. Ahora bien, la dimensión del desastre implica que los medios locales no sean suficientes, y hace falta coordinarse con equipos estatales. Este es precisamente uno de los temas en los que mejor se ve el gran valor de las estructuras federales. 

¿Habría entonces que reformar la Constitución?

Junts no ayudó al Gobierno absteniéndose en la enmienda nuclear

Yo soy federalista, y propongo que se apliquen principios federales en el reparto de competencias. Contra los incendios, eso se traduce en recursos locales que conocen el terreno con apoyos nacionales.

Se parece mucho a lo que hay ahora, por ejemplo, en extinción de incendios...

Sería algo como lo que hay ahora, pero con medios estatales reforzados. De hecho, vemos que las catástrofes van a ir a más y toda la cadena de decisiones tiene que estar más engrasada. 

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