Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
Escucho la risa luminosa de Claudia al otro lado de WhatsApp. Está con Alessandra y Alejandro, compartiendo una tarde creativa: tres estudiantes crecidos en la universidad pública, que ya pisan con fuerza el camino del periodismo. Gente joven, crítica, comprometida, con la rabia y ternura justas. Artistas, además, que van a poner cuerpo y voz al acto dedicado a Emilio y José Luis, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
Yo, al teléfono, emocionada e impaciente, contagiada por sus edades, escucho la preciosa voz y melodía que proyecta, cual máquina del tiempo, el poema de José Luis Montañés Gil, escrito el 7 de julio de 1979, aquel verano, su último verano: En este magnífico juguete volaremos y nos iremos pensando en un mundo de maravilla ideal.
Mauricio Gallego, que en el 79 corría entre la multitud estudiantil y que hoy sigue en las resistencias de leyes y sentencias, me advierte legalmente: “no podemos decir asesinados”. Seguimos sin poder nombrarlo por exigencia de quienes aún buscan arruinarnos la vida y silenciar la memoria. Yo, profesora de nombrar a las violencias por su nombre, me descubro defraudándome, buscando los eufemismos que en clase corrijo sin contemplaciones. Y al final, en colectivo, acordamos la fórmula más sensata aunque menos rigurosa: “En homenaje a José Luis Montañés Gil (22 años) y Emilio Martínez Menéndez (20 años), estudiantes muertos por disparos de la policía durante las movilizaciones contra la Ley de Autonomía Universitaria (LAU), el 13 de diciembre de 1979. Cuarenta y seis años después, el 13 de diciembre de 2025, reivindicamos con este mural memoria, justicia y reparación”. Seguimos discutiendo por el chat “muertos por disparos de la policía” y nos duele no poder nombrar, pero nos tragamos, como quien se traga un ansiolítico, la palabra prohibida.
En aquellos días, 300.000 estudiantes, docentes y trabajadores –repito: trescientos mil– salieron a las calles de Madrid para plantar cara a la Ley de Autonomía Universitaria (LAU), al Estatuto de Centros Docentes no Universitarios, al proyecto de Ley de Financiación de Enseñanza Obligatoria, al proyecto de Ley de acceso al funcionariado docente, y contra el Estatuto del Trabajador. Durante la investigación de archivo creí que esas cifras eran un error. Volví sobre mi duda para contrastar la información y me percaté de que eran certeras, que eran las cifras de una dignidad social que a mi generación, nacida bajo aquellas movilizaciones, le parece extraña, desconocida, un objeto no identificado.
La LAU era una ley hecha desde los despachos posfranquistas de la UCD, al margen de la comunidad universitaria; una ley que negaba la autonomía de la universidad y que perpetuaba las estructuras antidemocráticas de gestión y que, sobre todo, abría la puerta a la privatización de la universidad pública y la creación de universidades privadas. Ese mal que hoy recorre, más que nunca, la educación superior y la pone en riesgo.
Queremos una universidad pública despierta, combativa, consciente de su pasado y de su responsabilidad social
Emilio y José Luis no perdieron la vida porque sí. No murieron por salir a manifestarse, por ser provocadores, agitadores a sueldo, malos estudiantes, o pertenecer a grupos organizados o terroristas, como publicó sin pudor la prensa reaccionaria y servil. Fueron eliminados por ráfagas de disparos lanzados indiscriminadamente contra la ciudadanía por un sistema que mantenía vivos los métodos del franquismo, mientras proclamaba la “democracia”.
No existen cifras oficiales. Las estadísticas de víctimas de la transición a manos de la violencia policial, parapolicial y grupos de extrema derecha, aún es incierta y la lista no puede darse por cerrada, aunque en investigaciones como la de David Ballester se documentan al menos 134 muertes. A esta labor de recuperación de la memoria se suma el COT (Colectivo de Olvidados por la Transición), que acompaña a familias para sacar a la luz lo que la arquitectura política de la Transición prefirió ocultar.
En el curso académico de Emilio y José Luis –estudiantes de ingeniería técnica industrial y sociología–, más de cinco mil jóvenes se agolpaban en las aulas de la Facultad de Ciencias de la Información. Allí, en una facultad con más turnos que las horas de un reloj, la solidaridad estudiantil escribió en la pared de uno de los pasillos de la quinta planta: “Emilio José Luis, no os olvidamos”. Dos estudiantes de periodismo rodaron una cinta documental titulada 13 de diciembre, que proyectaron por todas las facultades hasta que la policía la incautó. Hoy cinta y autores siguen en paradero desconocido. La Coordinadora de Estudiantes de las Universidades de Madrid emitió entonces un comunicado dirigido al pueblo y organizó un homenaje multitudinario en el pabellón de agricultura de la Casa de Campo. Tenían 20 años y ya eran de una generación que no estaba dispuesta a seguir callando.
Cuando, en 1976, Emilio, poeta social también, dejó escrito a máquina su testamento poético revolucionario: Si me he de morir venga, que sea pronto, y que sirva mi hiel para abonar tu huerto, pudo intuir ya los costes de transformar un mundo roto.
El silencio social sobre las víctimas de la “modélica transición” ha durado casi medio siglo. El mismo tiempo que las élites posfranquistas llevan diseñando, paso a paso y para su beneficio, la progresiva privatización de las universidades públicas.
Queremos una universidad pública despierta, combativa, consciente de su pasado y de su responsabilidad social; que defienda la memoria histórica no como un expediente, sino como un tejido vivo de nuestras aulas. Y lo queremos de manera urgente, ahora que los discursos fascistas vuelven a caminar por los pasillos. Que el homenaje a Emilio y José Luis sirva de reparación a sus familias, a sus amistades y al movimiento estudiantil del 79. Y que nos recuerde, de paso, qué tipo de universidad y qué tipo de país queremos para hoy y para el futuro.
Emilio, José Luis, no os olvidamos.
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Cristina Mateos Casado es profesora en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid y codirectora de la revista "Historia y Comunicación Social".
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