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Terror entre los niños, pánico en las librerías: vampiros, zombies, fantasmas y dentistas

Con la llegada de Halloween afloran las historias de miedo

Disfrutamos desde chiquititos pasándolo mal, explorando los límites de lo que podemos llegar a soportar. Siempre, se entiende, dentro de un orden y un entorno de seguridad razonable. Por eso nos gustan (a unos más que a otros, a algunos en absoluto) las atracciones de feria agitadoras, las montañas rusas empinadas o las historias de terror a oscuras. Incluso hay quien se regocija en las cosquillas, pero esa es otra historia, porque en esta ocasión hablamos de libros para pasarlo de miedo (una expresión que, efectivamente, resume perfectamente esa irrefrenable inclinación a caminar por el lado salvaje y oscuro de la vida).

Que el pavor provoca euforia y risa floja no es algo que vayamos a descubrir ahora pero, ¿cómo se trasladan esas emociones a la literatura infantil y juvenil? ¿Qué tipo de intrigas les cuentan los autores a los niños y adolescentes? Nuestra propensión a las tramas truculentas parece venir de serie en el ADN, por eso reclamamos alimento para calmar el hambre, líquido elemento para saciar la sed. Unas demandas que se multiplican exponencialmente en los más pequeños porque, como ya sabemos, lo quieren todo y lo quieren ya.

"Hay varias temáticas que a los niños les encantan, que son piratas, aventuras, misterio y terror", resume a infoLibre Jacobo Feijóo, autor junto al ilustrador Martín Rodríguez de libros como Colmillos o la saga Agencia Kronos (Algar Editorial). "Hay una edad en la que el terror, aunque les da miedo, les atrae mucho. Les puede más la curiosidad y lo extraño, lo diferente, que el miedo que pasan leyéndolo", destaca, mientras su compañero apostilla: "Por mucho que te pueda repeler, el miedo es muy atractivo. Son esas sensaciones fuertes que un niño demanda porque es lo que está experimentando".

Satisfacer esa necesidad humana es la razón de ser de la llamada literatura de miedo porque, tal y como afirma Xohana Bastida, editora en Ediciones SM, "el terror es una de las palancas que más nos mueven y siempre ha estado ahí esa adicción al escalofrío delicioso". Y añade: "Los cuentos tradicionales no eran ajenos a eso. Caperucita es un cuento terrorífico, y Pulgarcito engaña al ogro para que se cargue a sus propias hijas. Había un propósito moralizante, pero es que también gusta eso de pasar miedo mientras uno se siente seguro metido en la cama al lado del fuego. Ese es un resorte muy potente".

Arturo Padilla de Juan es autor de El chatarrero, una novela para lectores de entre 14 y 17 años protagonizada por un grupo de amigos que se extravían en una excursión al campo y acaban en una casa abandonada de la que no pueden escapar. Nada de zombies o brujería en su caso, temas populares que considera "encasillados", pero igualmente un planteamiento clásico a partir del cual juega con "imágenes mentales" para crear un ambiente en el que "el lector se imagine lo que está pasando" mientras él va dando importancia a los detalles que le interesan para provocar ese miedo. "El terror es sugestión, no es tanto lo que muestras sino cómo lo muestras y hasta dónde", argumenta.

Coincide con este planteamiento Manuel L. Alonso, premiado autor de más de medio centenar de títulos de literatura infantil y juvenil, quien defiende que "el buen escritor lo que hace es convocar imágenes en la mente del lector". "No busca producir un efecto con palabras, sino que el lector se represente en su mente la imagen del protagonista o del monstruo", explica, para luego profundizar: "El lector se crea esa imagen a su gusto como la prefiere y esa libertad de imaginarte hasta qué punto es guapa la chica o terrorífico el monstruo es preferible en varios aspectos a que te lo den todo terminado. En el cine de terror, siempre es mucho más interesante la primera parte de una película cuando no se llega a ver al monstruo. Cuando ya le podemos ver de arriba a abajo nos impresiona menos".

A partir de esa premisa, busca Manuel L. Alonso el terror en "situaciones cotidianas de normalidad" que el lector, adulto o niño, pueda reconocer. De hecho, comenta que el último relato que ha publicado es de un chico que está en un dentista que enloquece y se dispone a torturarle. "Es una situación cotidiana que puede asustar más que aquello de los zombies y los fantasmas, aunque yo también he escrito de zombies y fantasmas, así como de monstruos", señala, al tiempo que, dando una vuelta de tuerca aún más fuerte, cuenta que ahora está viviendo en la provincia de Cádiz, en cuyos "cielos luminosos" ha hecho transcurrir sus últimos libros. 

"Había llegado el momento de cambiar la ambientación", remata, jugando a la contra, pues Bastida acaba de regresar de la Feria del Libro de Fráncfort, donde ha visto que está "un poco de moda cierto tinte oscuro que se refleja en todas las edades". Desde los más pequeños, para quienes "cada vez hay más series de monstruitos y personajes en principio macabros que luego tienen una dimensión simpática, hasta la novela juvenil, donde también la fantasía está tomando un tinte más oscuro y parece que vuelven los vampiros como fantasía de moda".

A los niños les encanta el humor y en las historias de miedo siempre ayuda a tener una salida. Al más miedoso una risa siempre le ayuda a que el libro le entre mejor

Martín Rodríguez — Ilustrador

Precisamente una vampira influencer es Carmilla LeFanu, la protagonista de Colmillos (para lectores de 8 a 12 años), que podría haber sido "mucho más terrorífica", según admite Martín Rodríguez, pero terminó adquiriendo su forma definitiva a tenor del contenido de su historia: "Al presentar la propuesta a la editorial hice unos bocetos que no te voy a decir que fueran más terroríficos, pero sí bastante diferentes. La propuesta final es mucho más caricaturesca porque, teniendo en cuenta el nivel de humor, la representación de los personajes cambia mucho. Al principio era estilo infantil, pero más seriote. Y al final entre lo que pedían en la editorial y el sentido de la trama, la convertí en algo más de cómic, más amable".

"A los niños les encanta el humor y en las historias de miedo siempre ayuda a tener una salida. Al más miedoso una risa siempre le ayuda a que el libro le entre mejor", remata el ilustrador, mientras su compañero, Jacobo Feijóo, reflexiona: "El terror es algo que gusta mucho a los niños, siempre y cuando no se lo pongas como a los adultos. No puedes poner gore, destripes, el terror que hace Putin en la guerra... tiene que ser algo más clásico, más paranormal. Y si a eso le añades que el monstruo no es un extraño, sino que puede ser cotidiano, el terror se convierte en un trasfondo que le invita a perder el miedo. Si la vampira es influencer y es tu amiga, ya no le tienes tanto miedo a los vampiros y pueden interesarse para investigar sobre ellos".

En este punto relacionado con el contenido, admite Alonso que tiene fama de ir "un poco más allá" en sus libros porque los niños "realmente quieren sufrir sustos y conocer esa sensación tan curiosa de pasarlo mal y, al mismo tiempo, en otro plano, disfrutarlo". "Además, me parece que no tiene mucho sentido fingir que yo voy a dar miedo con mis historias y que ellos finjan que se asustan", indica, para acto seguido reconocer que a él personalmente no le gusta el gore por ser "una cosa demasiado barata".

Se muestra contrario, asimismo, a la división de los contenidos por edades por ser algo que nació por un "interés comercial de las editoriales", y pone como ejemplo el éxito de Harry Potter, que supuestamente son libros infantiles pero tienen también muchísimo éxito entre los adultos. Concede, eso sí, que los diez años son una edad "crucial" a partir de la cual se puede dar a los lectores algo "verdaderamente más terrorífico". "Hasta los nueve años manejan menos vocabulario, necesitan una sintaxis más sencilla y quieren jugar a asustarse, pero como se les podría de verdad meter el miedo en el cuerpo, uno debe contenerse porque tampoco se trata de eso", lanza divertido.

Hay gente joven muy intrépida que puede leer y disfrutar una buena historia de miedo, y te puedes encontrar también un adulto hecho y derecho, curtido por la vida, que no puede leerse el libro de noche

Arturo Padilla de Juan — Escritor

En los diferentes grados de esa tendencia al masoquismo festivo opina Padilla de Juan que lo que más influye es la personalidad de cada cual y no tanto la edad, pues según su experiencia hay gente joven muy "intrépida y echada para delante" que puede leer y disfrutar una buena historia de miedo, y te puedes encontrar también un "adulto hecho y derecho, curtido por la vida, que no puede leerse el libro de noche". "A mí muchos lectores me han confesado que no podían leerse mi novela de noche, que la tenían que dejar porque les creaba muy mal rollo y se la tenían que leer por el día", revela, aclarando que eso se lo toma como un "piropo" porque significa que consigue lo que pretende: "Hacérselo pasar bien pasándolo mal".

Nunca es pronto (ni tarde) para sembrar la semilla de la lectura

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Llegados a este punto y más allá de algún caso particular, a grandes rasgos resume Bastida que las historias de terror que más gustan siguen siendo en gran medida "los cuentos o leyendas urbanas de hoguera de campamento que todos escuchamos de pequeños, pero ahora se reflejan de otra forma" gracias principalmente a internet. "Las formas de literatura oral que más vivas siguen son los chistes y los cuentos de miedo, porque han seguido transmitiéndose mucho de boca a boca y ahora en internet de teclado a teclado. Lo que ocurre es que ahora hay una mayor fluidez entre formas de ficción. Las historias orales pasan a internet, de ahí muchas veces al cine... hay un intercambio mucho mayor entre la cultura elaborada y la popular de la tradición oral. Los mecanismos son muy parecidos, lo que ha cambiado es la forma de transmitirlo, pero las historias que nos conmueven siguen siendo más o menos las mismas, pasadas por el filtro de lo que es cotidiano en cada momento", reflexiona.

Lo que sí ve necesario Feijóo para contar estas historias a través de la literatura es tener "cuidado" con ciertas ideas que no pueden ser "demasiado abstractas porque los niños se pierden". Así, recomienda cuidar la profundidad psicológica y el lenguaje para adecuarlo a sus códigos, teniendo en cuenta, a su vez, que los más pequeños tienden a la impaciencia, por lo que tienen que ser tramas "más trepidantes", con una extensión de dos a cuatro páginas por capítulo en el caso concreto de los de menor edad. Por todo ello, admite que, después de haber empezado escribiendo ensayos y novelas, ha llegado a la conclusión de que la literatura infantil es lo "más difícil" que ha escrito.

A esa complejidad hay que añadirle todas las peculiaridades ya comentadas, que son inherentes al terror y que Rodríguez concreta en una anécdota personal: "El primer número de Agencia Kronos tiene en la portada un doctor de la peste con una máscara que parece un pico de cigüeña. Pues bien, había niños que querían comprar el libro, o alguno de la colección, y el primero que cogían era ese porque llama mucho la atención. Lo dejaban y volvían a coger otro, pero seguían echándole ojos al número uno, y se lo terminaban llevando aunque les diera miedo. Es esa atracción a la que te quieres resistir y no puedes".

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