Alejarse para estar

Es evidente que alejarse del mundo, e incluso de uno mismo, ayuda a ver más claro. Para poner el verso en la llaga conviene mucho este alejamiento. Pero hay tantas maneras de crear distancia como poetas con voz propia. Ana Pérez Cañamares, por ejemplo, prefiere mezclarse en el grupo, perder la individualidad, para imprimir más fuerza al sesgo social de sus poemas. Alfonso Brezmes se envuelve en una sucesión de preguntas poéticas. Daniel Fernández Rodríguez se evade dando vueltas y vueltas, girando hasta caer mareado, como cuando éramos niños. Andrés García Cerdán se refugia en la noche, en los decibelios, en una pose de rockero que no deja de ser la fachada salvadora de un tipo sensible.

Fricción

Ana Pérez Cañamares

Bartleby (2022)

Escribo palabras como barandillas. / Me asomo desde ellas y no me caigo

Ana Pérez Cañamares nació en Santa Cruz de Tenerife (1968) pero ha vivido siempre en Madrid. Viene de publicar en Bartleby una selección de sus poemas, decantándolos desde nueve libros diferentes. La antología tiene la virtud de que no es extensa y sin embargo representa bien lo que ha sido hasta la fecha su escritura poética.

Alberto García-Teresa, en un prólogo atento y pormenorizado, enumera los temas más recurrentes en esta autora encabezándolos con un poema que vale por una divisa: "Escribo sobre mí / porque yo / soy cualquiera". Dice García-Teresa que la autora maneja el tono confesional que caracteriza a mujeres poetas estadounidenses como Sharon Olds o Anne Sexton entre otras. Las relaciones familiares juegan un papel importante en una trayectoria donde abundan incursiones en la poesía social, sobre todo contra el capitalismo, que invade hasta lo más íntimo: "Para decir adiós / he tenido que arrancarme / las cláusulas a tiras. / Así ha sido / una y otra vez. / Con cada persona / cada casa / cada ciudad".

Pérez Cañamares enciende la metáfora para alcanzar lo innombrable. Así, cada vez que piensa en su padre "es domingo por la mañana"; cuando su madre tendía las sábanas sobre las matas de romero "las mariposas se elevaban / como pavesas azules"; siente que ella misma, en su papel de madre, fue intérprete de sueños, hada madrina y hasta Sherezade ahuyentadora de miedos. A su pareja le dice: "me tocas como lee / un ciego el Quijote". Desafía siempre ese punto de contradicción, de incomunicación insalvable, recurriendo al ser que compartimos: "yo no soy solo yo. Os he engañado".

Cada vez más comprensiva con el mundo, afirma que Dios pertenece a las ruinas estériles, y que entre lo desconocido y nosotros hay un haz de luz "como lo hubo entre Dios y los santos medievales". Descubre en el amor la parte animal que nos iguala: "todas las perras que en el mundo han sido / venimos esta noche a tu ventana". Y prefiere tender puentes que juntar quejas: "por no añadir más culpa a la matanza / no juzgo ni sentencio a nuestra especie. / Me arranco la voz, acaricio perros".

Es tiempo

Alfonso Brezmes

La Garúa (2022)

Sabemos que nos falta algo / porque todo lo completo muere, / porque todo lo incompleto canta

El sexto poemario exento de Alfonso Brezmes (Madrid, 1966) nos cuenta que la vida es indescifrable ("ahora ya sé que esta vida / no se puede ver mientras se vive") y que por tanto hay que afrontarla desde las emociones, valiéndose de la herramienta de las palabras: "dadme un solo instante / con su infinita abundancia / y os cerraré los ojos / para que podáis ver". Buena parte de los poemas del libro son reflexivos y a menudo insisten en la poesía como tema (metapoesía) lo que nos lleva un poco lejos de lo cotidiano, porque la poesía es vida solo para los poetas, y solo en algunos momentos.

Sin embargo, la misma incertidumbre a la que aluden nos abre la puerta de la sugerencia: "leo para encontrar la respuesta a una pregunta incontestable. / Escribo para añadirle a esa pregunta, si es posible, algo más de oscuridad". La incertidumbre, la oscuridad, la falta de control actúan paradójicamente como guías y permiten encontrar lecciones prácticas mientras Brezmes va reuniendo las piezas del puzzle de su identidad. Por ejemplo, en Libro de familia reflexiona con su padre, ya ausente: "es urgente la vida ―le digo―, / pero más urgente es la calma / para percibir esa urgencia".

Desobediencia es otra pieza significativa que nos habla de la tentación casi zen, tan propia de la infancia, de hacer lo que uno quiere, no lo que le mandan. Y en la misma dimensión está el titulado Deseo: "Lugar que se desplaza con nosotros, / como la vieja nube que sigue al pesimista". En Heterónimos invoca a Pessoa, a la acuarela de Chuang-Tzu y (en elipsis) al escarabajo de Kafka para decirnos que vivimos también perdidos en el mar de la cultura.

Son los tres citados poemas muy notables, pero no son los únicos que tienen peso en este libro. Hay otros como Mi voz ajena, que parece inspirado en aquel de Claudio Rodríguez ("Como si nunca hubiera sido mía…"). En fin, un poemario rico y variado, en el que menudean los hallazgos: "el poema es un bosque testigo de un acecho" o "Desde que me he ido / son mejores mis poemas".

Las nubes se levantan

Daniel Fernández Rodríguez

Pre-Textos (2022)

Qué cosa: escribir versos / para vivir mejor, para entender / un poco más tal vez la lluvia de hace un rato, / para estar tristes cuando así conviene

Aunque Las nubes se levantan es solo su segundo poemario y Daniel Fernández Rodríguez (Barcelona, 1988) tiene aún edad para ganar certámenes destinados a jóvenes (en este caso el Emilio Prados), su poesía está perfectamente cuajada. Maneja las enumeraciones caóticas de Borges, la ironía de D´ors y su inclinación a nombrar lugares concretos, la destreza con que De Cuenca disfraza la realidad de cómic o de Hopper, que viene a ser lo mismo, el desdoblamiento de Rosillo para crear una nube de tiempo donde parece que nada está pasando.

Con todo, la voz de Fernández Rodríguez es una voz propia, que suena con la prosodia morosa de los que lentifican el discurso y logran que lo contenga todo en unos pocos versos. Su tema es el tiempo: las formas con que regresa una vivencia convertida en experiencia: "A ti solo / te queda comerciar con la memoria, / el oro de la infancia, / o resignarte a la virtud / ―ingrata y noble, como todas― / del olvido". Fernández Rodríguez personifica las estaciones para mostrar la sucesión inmisericorde de los ciclos, del fluir de la vida, ajeno a nuestro afán de retenerla: ahí están los aires adolescentes del verano, la mano del otoño pintando el invierno para que la primavera haga el trabajo sucio. Y no obstante, en otro poema, le basta que no cambie el canto, pero sí el pardal que canta, para que comprendamos que el tiempo pasa sin sentir (en Rosillo, el pájaro es Un jilguero).

La parte III del libro se compone de poemas de amor que a la vez se alimentan de la tradición y se alejan de los convencionalismos, poemas que juegan a romper, como la lluvia, las defensas del lector sin privarse de algún guiño a Lope. Al fin y al cabo, Daniel Fernández imparte clases de Literatura del Siglo de Oro. En el más personal Propósito de año nuevo, el poeta se propone "perder de vista el mundo / como cuando de niños / nos daba por ponernos a dar vueltas / y vueltas y más vueltas / hasta caer rendidos en el suelo / de tan felices".

Grunge

Andrés García Cerdán

Reino de Cordelia (2022)

Ajeno a la inmortalidad, / vistes de negro y fumas. / Este es tu retrato ecuestre: / cabalgando a lomos del humo, / en las volutas yéndote / al cielo

Andrés García Cerdán (Fuenteálamo, 1972) es un rockero activo con su banda, The Rimbaud Company, al mismo tiempo que poeta y profesor de Literatura. Un multifacético que no reniega de las mezclas, como indica a las claras el nombre que arropa su experiencia musical. En la antología poética que acaba de sacar en Reino de Cordelia recorre el camino contrario, del verso hacia la música: la ha titulado Grunge y ha espigado en ella los poemas más guitarreros de su cosecha, que ya es cuantiosa.

Observar y que el silencio hable

Cabalgando en esta música, Cerdán es un poeta épico que describe, narra, se deja ir y siempre está buscando arder en cada verso: "nosotros aprendimos a no pedir perdón, / a no tenerle miedo al ruido, / a revolcarnos en el suelo eléctrico. / Y aprendimos a enloquecer con calma / y a amar a aquella chica rubia / que ―como todo― aún estaba por llegar / y ya se había ido". En su afán, el poeta unas veces se dirige a las multitudes como un émulo de Allen Ginsberg, otras veces se para a consolar al tipo que sale del bar al amanecer con los oídos zumbando por la vibración de los altavoces. Sin duda lo identifica consigo mismo, siempre caminando entre dos luces, bajo una lluvia incómoda, siempre tratando de disolverse en el nirvana del ruido, de rallarse para no pensar, para solo sentir mientras arde: "la música que para mí escriben los buitres / estalla en la otra orilla. // Una luz cegadora hay más allá ―lo sé―, / y yo, que soy un espejismo, / me entrego a un espejismo".

Para encauzar los versos, Cerdán necesita un interlocutor, ya sea un alter ego, cualquiera de sus ídolos, algún colega o un amor de paso. En algunos momentos se acerca peligrosamente al límite como en Bañeras, que es casi una apología del suicidio. Sin embargo, el personaje extremado que parece moverse continuamente al borde del abismo en realidad se está aferrando a su pose de rockero, a la estética de su maldición, que es la que lo sostiene: "ser un evangelista, pescador / de hombres por las sendas nunca holladas / de cualquier fe".

Arturo Tendero es periodista y poeta. Autor de 'El principio del vuelo' (Páramo, 2022). Estas reseñas y otras más pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.

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