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Observar y que el silencio hable

Observar en silencio y que el silencio sea el que exprese la emoción, aunque le ayuden las palabras. Es uno de los caminos de la poesía. Lo practica Ada Salas, que prefiere no entender, descubrir ante las ruinas de humanos que nos precedieron que el tiempo también sucedió en ellos como ahora en nosotros. Lorenzo Oliván dice que las palabras en sí no valen nada, lo que importa es que se muevan, aunque también importa saber qué las mueve. José Luis Vidal Carreras se asombra contemplando lo pequeño, lo elemental, celebrando la conciencia del mundo. Olivia Martínez Gimenez de León se observa a sí misma y se habla sin filtros, dejando que asistamos a su desentrañarse.

Arqueologías

Ada Salas

Pre-Textos, 2022

La arqueología habla de los siglos como si fueran / tiempo. Como si hubiera en ellos / sucesión. Pero esos huesos eran un instante / ―eran ese instante―

Ada Salas (Cáceres, 1965) ya utilizó el arte como soporte para sus indagaciones en su poemario anterior, Descendimiento (2018). Entonces la poeta sentía, viendo una tabla del pintor flamenco Rogier Van der Weyden, que los protagonistas de la escena, el que la pintó y quien la esté observando en el Museo del Prado, por mucho que los separen los siglos, comparten sus vidas en el tiempo que dura esa contemplación. Unas ruinas arqueológicas transmiten algo parecido. Los huesos de quienes vivieron antes que nosotros nos hablan desde su presente: "No hay tumba más profunda que el propio / corazón. / Oye / lo que te canto / coge / lo que te ofrezco / vuelve a emprender / tu marcha".

Salas, cuya poesía procede del silencio de Valente y que intentó sacudirse aquel encasillamiento en su libro Esto no es el silencio (2008), constata ahora sin prejuicios que la lección definitiva la recibimos de lo inerte: "El cuerpo / de una roca / junto al ruido del agua / dice / sólo es puro el silencio". Fiel a su convicción de que escribe para indagar y de que la poesía que más le gusta escribir es la que no entiende, Salas deja fluir sus versos zigzagueantes y encabalgados para que sean ellos los que se manifiesten: "Hay una claridad que viene de dentro". Se recrea en la flauta inexplicable de la naturaleza, canta al molinillo que ha ido pasando de generación en generación por todas las mujeres de la familia, enarbola un trébol como signo de reconciliación y luego deja que sean los pájaros, el pinzón y el picapinos, los que llenen el aire.

Aquí la canción funciona más por la música que por el entendimiento y sin embargo hay sobresalto, miedo, descubrimiento, ternura, que desembocan en el poema Bañista, donde se sumerge en el mar de los pintores. Hay canto y balbuceo, hay un lanzar al vacío las palabras para que vayan por delante exploradoras buscando descubrir y descubrirnos: "El / silencio como un gran / oído / nos escucha".

 

Los daños

Lorenzo Oliván

Tusquets (2022)

En algunos paisajes siempre estamos. // No se pueden mirar de forma neutra

Hace solo dos años que Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, 1968) presentó una antología de sus seis poemarios publicados hasta entonces. La llamó Las percepciones islas. Adelantaba en ella seis poemas de esta nueva entrega que ahora llega, Los daños. Él mismo ha definido su estilo como El ojo que piensa, para advertirnos de que escribe los poemas mirando en derredor y buscándose a sí mismo en las cosas que mira, intentando comprender y constatando con sereno estupor que la razón no le alcanza: "Debajo de la piel del mundo o de nosotros casi todo es abstracto. […] La realidad, de forma paradójica, resulta realista sólo al primer vistazo y en su primera piel".

No se conforma Oliván con este contratiempo, no renuncia a prospectarse, a contemplar analizando, aunque poco a poco ha ido acercando su campo de visión pues le ha quedado claro que la lejanía solo es una sustancia más que uno absorbe para profundizar en sí mismo: "Al perderse tu vista allá en el horizonte, / notas que de repente te da un vuelco / tanta contemplación. // Caes de ti. // Como un párpado". Escuchar a Bach es otra manera de acercarse: "sientes cómo la música persigue / siempre a la propia música". Y algo parecido ocurre con la pintura: "Pintar es penetrar el fondo del secreto, una forma indirecta de cavar, de desvelar una tensión oculta. En ella solo cuenta la energía de la mirada interna".

Según Oliván, venimos a la tierra como astronautas de nosotros mismos y bebemos de los rostros como las plantas beben de la luz. Pero los significados nos huyen. Las palabras, por ejemplo, "en sí no valen nada. / Lo que importa, en el fondo, es qué las mueve; / lo que importa, en el fondo, es que se muevan". Y, como a Oliván le gustan los contrastes y las paradojas, añade que "hay un desierto de las no presencias / junto a lo presenciado / un laberinto alzado con los caminos que jamás tomaste". El objetivo final, lo que Oliván está buscando en cada verso es "¿Qué diablos será el yo? ¿Un impacto constante?".

Luz que regresa

José Luis Vidal Carreras

Renacimiento (2022)

La luz no sabe volver a casa

Como si fuera una continuación de su libro anterior, Flores de la inocencia (2021), José Luis Vidal Carreras (Vitoria, 1954) propone una nueva entrega de poemas breves, centrados en la observación de la naturaleza desde lo elemental más ingrávido y más puro. La mayor parte de las piezas reducen su tamaño hasta concentrarse en los tres versos que identificamos cono haikus, aunque en algún momento Vidal Carreras nos advierte que no son tales: "Este estribillo / sería un haiku / si yo estuviera de más".  No está de más el poeta, no se borra de lo que está viviendo, sino que participa, si bien de forma sutil y no en todos los poemas: "Qué poco pesa / estar despierto" o "Soy un añico / de algo más grande / que se ha caído".

Otra manera de incluirse, en este caso más frecuente, es señalar, más allá de las cosas visibles, las que el propio autor ha atisbado de forma azarosa; me refiero a ese primer golpe de vista que nos rebela un trampantojo antes de que la propia mirada nos corrija: "Con un pie solo / rechaza un perro / a la pared" o "La brisa / eriza el vello / de los sembrados". A veces intervienen otros sentidos en esa intuición pasajera, que tendemos a olvidar de inmediato y que sin embargo el poeta ha rescatado para su libro: "De madrugada / oigo a la luna / que bebe sola" o "A través de mi oído / pasan las aves / sin dejar rastro".

En ciertos pasajes, la audacia de estas intuiciones recuerda un poco las greguerías de Ramón Gómez de la Serna o el egolirismo de Juan Ramón Jiménez ("Algo de tu belleza / te faltará / cuando yo calle"). Este parecido en ningún momento alcanza la arrogancia de aquel ni el afán protagonista de este. Se trata casi siempre de fragmentos livianos del caleidoscopio del mundo que a veces logran la incandescencia: "Silla de enea, / vieja nodriza / que me tutea". O elevan una queja ("Nada más triste / que la playa vacía: / botes, vidrios, papeles… / que no se han ido"). En definitiva son formas de agradecer el asombro que nos proporciona la consciencia: "Me despierto… / y el mundo no me falla".

 

Los años del hambre

Olivia Martínez Giménez de León

Candaya, 2022

No es más vulnerable el que se muestra / capaz de ser herido

Como dijo Machado: hablo con el hombre que siempre va conmigo; y de esta conversación con uno mismo suelen salir los poemas. Aunque los poetas solemos retocar lo que nos decimos antes de transcribirlo porque no todo vale, lógicamente. Se trata de transmitir emociones, y surgen dudas y autobloqueos. Muchos autores, de hecho, prefieren incluso no saber qué están diciendo. Así que los poetas corregimos nuestra conversación, la matizamos, la hacemos digerible para soportarla nosotros mismos y para adaptarla a una fórmula, a una manera de decir que pueda insertarse en la tradición, que no deja de ser un corsé.

El corazón de los veranos que se fueron

El corazón de los veranos que se fueron

Por eso nos impacta tanto cuando alguien parece haber suprimido el filtro. Pasó en su día, por ejemplo, con el primer libro de Pablo García Casado (Las afueras, 1997). Ahora pasa con este libro de Olivia Martínez Giménez de León (Alicante, 1980). En parte nos cala lo que dice porque le llama al pan pan y al vino vino: "he follado como dando de comer a una fiera". Tampoco nos engañemos: hablar a lo llano es tan antiguo que, por ejemplo, Catulo ya lo hacía. Pero hay que saber decirlo para que nos llegue como nuevo. Los años del hambre es un libro en el que una mujer se va contando a sí misma sus problemas con la identidad y con la anorexia, una relación de amor furtiva...

Tampoco los temas son novedosos, y sin embargo consigue que suenen verdaderos. Se habla a sí misma sin saña y sin componendas, con la crudeza de quien no tiene nada que perder. Cada verso es una emoción y un martillazo. Y los leemos con el convencimiento íntimo de que son auténticos, que desde el primero hasta el último retratan una vida, su vida. A estas alturas, en estos tiempos de bulos y de hipocresías, cualquier ciudadano, pero en especial el lector de poesía, lo que busca es autenticidad. Y aquí la encuentra. Lo que no significa que no haya literatura, mucha y bien disuelta: "Hoy también has soñado. Llevas anillada la lengua al silencio: es tiempo de callar, te dices […] Si dices monstruo, el monstruo aparece y el monstruo eres tú. Así que te sumerges en la profundidad de la ballena. Para no decir nada".

Arturo Tendero es periodista y poeta. Autor de 'El principio del vuelo' (Páramo, 2022). Estas reseñas y otras más pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.

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