El corazón de los veranos que se fueron

Vista general de la playa de la Malvarrosa durante este mes de junio.

Los veranos siempre han tenido una sombra alargada, propicia para la nostalgia, para que el corazón siga latiendo en vivencias que ocurrieron y ya no volverán. Así, Ángeles Mora recuerda aquellas bicicletas que anhelaba y nunca tuvo, y Alejandro Duque Amusco constata que no somos de ningún lugar y solo la memoria nos crea la ficción de pertenecer. Aurora Luque cuenta su vida por veranos y Juan Manuel Villalba sigue buscando su identidad en la poesía con la empañada alegría de seguir estando vivo. Por su parte, Frutos Soriano, en una de esas encrucijadas que de pronto nos rompen, se vierte a la vez en dos libros con el afán de orientar de nuevo al corazón.

Soñar con bicicletas

Ángeles Mora

Tusquets (2022)

Estremece el ayer, / muerde la madrugada, / alumbra el día

En el poema que da título al libro, Ángeles Mora recuerda: "Yo, que no tuve bicicleta, / soñé con bicicletas / y lloré al despertar". Algo tienen de resumen cifrado estos versos de la poeta de Rute (Córdoba) cuyos poemas van haciendo un repaso de la vida, de su vida, desde la infancia hasta este presente que, solo con nombrarlo, está empezando a ser parte del ayer.

En las dedicatorias finales, Mora nos aclara que algunos de los poemas están inspirados en vivencias ajenas, compartidas durante una conversación, pero el transcurrir del libro nos transmite la certeza de que asistimos a un diario personal. Será cosa del tono en el que están escritos, con descripciones a veces detalladas, con citas iniciales que remiten a un libro, a una canción. Es probable que ese tono empezara a conformarse en la niñez, cuando, por su condición de mujer, Mora aprendió a refugiarse en la discreción para ser ella misma: "así rodó mi vida / secreta, / como ruedan los libros, / los sueños, los cuadernos / manchados de palabras / robadas".

La poeta insiste en reivindicar esta lucha que la hermana con todas las mujeres: "camina como si no fuera ella, / la que lleva su nombre, / la que cuenta sus años. / porque tal vez sea otra, / porque tal vez es necesario, / en el fondo, ser todas". Pero la mayor parte de los poemas juegan a evocar la niñez o vivencias más cercanas, o ausencias que se mantienen clavadas como la espinita machadiana: "el corazón no duele, / me dijo el médico. / Y desde entonces / no sé lo que me duele / cuando tanto me duele".

La vida no para, y "recordar puede doler más que vivir", sobre todo desde una soledad que ha solidificado, que se ha convertido en desdoblamiento. De eso habla el poema Compañías, uno de los mejores del libro junto con Lugar común. Es tiempo de rumiar la última carta, que no debería haber llegado nunca, de pensar en la solemne visita, que solo viene una vez. "Sé que estás sola en esta noche / porque suena una música / que únicamente enciende / el tiempo que pasó. / Lo que no vuelve".

Un único corazón

Alejandro Duque Amusco

Pre-Textos (2022)

El camino a la fuente se recorre / sólo por no olvidar / la eterna canción del agua

Alejandro Duque Amusco (1949), sevillano afincado en Barcelona, cree que los poetas, "si para algo estamos, es para dar a hombres y mujeres la conciencia de un destino común. Porque la poesía es una hermosa fraternidad que nos concierne a todos". De ahí ese único corazón que toma de Aleixandre y que sirve de título al poemario.

Aunque el libro está dividido en cuatro partes, la elegía lo surca de principio a fin: por un lado, "todo está en otro sitio, / allá en el pozo donde duerme el agua. / (...) La vida huyó de mí y no la alcanzo". Por otro, "todo pasó, espectral y confuso. El tiempo es una lluvia de luz y de cenizas". En versos lánguidos y pausados, el poeta nos va situando en su aquí y su ahora que, a pesar de ese peso del destino, están descritos y vividos con sensualidad, apurando los detalles, con lo que por momentos logran que nos olvidemos de la pesadumbre a la que se refieren.

En la segunda parte es el amor quien aparece irónico y bromista y aquí el tono se vuelve epigramático, más directo y con finales contrapuntísticos que alcanzan su cumbre en la versión de aquel poema en el que John Donne se aferraba a la carne como a la única salvación posible: "dame tu cuerpo, pues un cuerpo quiere tan solo ser un cuerpo y nada más, / unido por el nervio de la dicha / a la vida, al deseo, a la inocencia".

Aunque invoca ese único corazón que compartimos, Duque Amusco no ha creído nunca que "los que aquí quedamos / fuéramos el consuelo de los que ya se han ido". Como para confirmar con hechos ese destino común que estamos compartiendo, en el último capítulo del libro rinde homenaje a algunos personajes a los que nos acerca casi hasta conseguir que los oigamos respirar, como Vicente Aleixandre o Cesare Pavese o una alumna aventajada llamada Jana, o un soldado alemán casi anónimo, pero también músicos como Claudio Abbado o Silvia Pérez Cruz. "Nadie es de ningún sitio. / Nada nos ata salvo la memoria", dice en algún momento, en uno de esos finales que quedan resonando en el aire.

Un número finito de veranos

Aurora Luque

Editorial Milenio (2021)

Canta el cuerpo por dentro y sintoniza / con el lenguaje alto de las ramas / como un secreto que el amor, severo, / no quisiera contarme todavía. / Pero supe que amaba. Me lo decía el mundo

En Un número finito de veranos, Aurora Luque (Almería, 1962) se mantiene fiel a sus querencias. Cruza el mar hacia otras geografías, hacia tiempos míticos, buscando esos límites que no alcanza su saber de traductora: "A otras cosas quizá las atrapa el lenguaje / y caben, cómodas y ajustadas, en sus nombres. // El mar no es una de ellas".

En una breve explicación final, Luque nos aclara que solo cuatro de los poemas incluidos son realmente inéditos, y que el resto han ido apareciendo en revistas, antologías, libros compartidos, homenajes e incluso en la inscripción de una fuente pública en Cádiar. Jaime Siles apunta en el prólogo que la poeta ha sabido convertir esta heterogeneidad en virtud, agrupando los poemas en capítulos temáticos que abarcan casi todas las variedades de la formulación poética.

En cualquier caso, la voz de Luque está muy definida. Es tan ágil su inteligencia viajera y tanta su prisa por contar que a menudo salta de unas cosas a otras dejando en medio elipsis, centrada en su obsesión por atrapar el día, en apurar la intensidad del ahora, que es su filosofía de vida: "rezamos al presente los paganos / (...) No esperemos placer, palabras, carne, fruta, / más allá de la muerte. A qué apostar más lejos". La carnalidad y la sensualidad hay que atenderlas, hay que disfrutar con el bálsamo de la escucha, de la luz junto al mar de los veranos, en esta vida donde no hay paraíso pero hay horas de abrazo y de jardín.

Y es por cierto entre los árboles, en un capítulo compuesto por prosas poéticas en las que invoca a mujeres conocidas como si fueran espíritus familiares, donde encontramos el poema que da título al libro y otro titulado Que huela a árbol, una evocación con la autenticidad de lo imprescindible: "Crecer con árboles te enseña música: los ritmos del tiempo, de los frutos, de los cuerpos. Te enseña métrica. A los huertos no está invitada la velocidad"

Poesía reunida 1984-2017

Juan Manuel Villalba

C.C. Generación del 27 (2021)

Todas las cosas que perdimos / nos conducen al fin a lo que somos; / porque somos la resta de una suma imposible

La poesía reunida de Juan Manuel Villalba (malagueño nacido en Madrid en 1964) permite apreciar su obra en perspectiva. Desde Fondos (1992), ha ido preguntándose por su propia identidad. Empezó sintiéndose un observador que no se involucraba: "Entonces ¿qué hacer, salvo / escribirlo, si no puedo ser parte, / si no tengo un papel en esta historia?".

Más tarde, en Todo lo contrario (1992), compuso verdaderos relatos en verso para crearles escenarios a sus observaciones. Era otro modo de nombrar la distancia: fijarla en una enumeración caótica de lugares, en objetos como esos billetes pintarrajeados por manos anónimas que veía desfilar ante sus ojos de niño. Construía atmósferas, describía mundos heridos con lluvia y desánimo donde seguir buscándose, ser "muchos que se persiguen sin descanso" pero que no terminan de dejarse atrapar porque la consciencia establece una distancia insalvable: "si pudiera vencer la gran soberbia, / la empañada alegría / que supone seguir estando vivo…".

El mismo tono se prolonga en Imaginación (2002), pero hay detrás la suficiente vida como para sacar conclusiones: "todo hombre que se precie necesita un infierno, / que contenga, a su vez, una salida, / una escapada, un paraíso". Por fin, en Linterna (2017), su último poemario exento hasta la fecha, se exhorta a dejarse atrapar: "Y ahora, con las manos vacías y con frío, / atrévete a sentarte y cuenta la verdad". Eso sí, renunciando a desvelar la propia vida, que "carece de interés literario": "tu oficio es dejar huella quitándote de en medio / decir solo lo nuevo, o lo aún no pronunciado".

No abandona tampoco el desdoblamiento que ha mantenido a lo largo de toda su producción, la segunda persona, la conversación con el hombre que siempre va consigo. Y no obstante, quizá sean piezas intuitivas como Cada cual, No importa lo que seas… o He registrado todos los lugares… las que mejor proyectan esa identidad tan huidiza, la sombría emoción de un poeta necesario.

Un hombre alegre – Niño de mamá

Frutos Soriano

Uno Editorial (2022)

Mirar / la fealdad del mundo. / Comprender que también / nace de ti

Decía Joan Margarit que el poema debe moverse en el borde del abismo, a punto de caerse, corriendo riesgo de caerse, cayéndose de hecho a veces sin remedio. Decía que, de lo contrario, le falta tensión y no emociona. El abismo al que alude Margarit es la emoción descontrolada, el patetismo.

Frutos Soriano (Albacete, 1960) sitúa siempre su poesía en ese filo porque es un poeta con instinto torero. Por eso afronta retos solo comparables a aquel legendario libro, Joana, que el propio Margarit escribió en caliente tras la muerte de su hija. Ahora Soriano ha escrito un libro que son dos, acoplados en posición invertida, de tal manera que por donde lo abras empieza uno de ellos: por una cara Un hombre alegre, por la otra Niño de mamá.

El hombre alegre es el padre del poeta al que rinde un homenaje que funciona también como duelo por su muerte. Se mueve, ya lo he dicho, entre el detalle circunstancial, rayano en lo privado, y el giro universal de un poeta dotado, sensible y minucioso. Se mueve entre hacernos sentir alipori y calarnos hasta el tuétano en poemas como Tras la operación, ya en casa o Protección. Nos explica en este último que hizo todo tipo de rogativas y ceremonias, algunas absurdas, pidiendo protección para su padre; al final, concluye: "te protegieron. // De otra manera no se explican / esas expediciones por tu cuenta / al lavabo, de madrugada, / cuando ya no podías apenas caminar / y que siempre volvieses sano y salvo".

Trastiendas iluminadas

Trastiendas iluminadas

Ese giro humorístico no solo salva, sino que eleva ciertas piezas: "por el pasillo / de urgencias con mi padre / nos adelantan todos". Si en este libro Soriano hace exorcismo de las culpas que siempre quedan adheridas ("en el bar fue donde mejor / nos entendimos"), Niño de mamá es una prospección de la identidad desde las raíces, desde la paliza que le propinó un niño hace cincuenta años en un lance que "ha sobrevivido hasta hoy / para ser exorcizado / en este poema". En De repente, Soriano consigue columbrar la vida ausente, lo que el hombre creyó ver. 

__________________________

Arturo Tendero es periodista y poeta. Autor de 'El principio del vuelo' (Páramo, 2022). Estas reseñas y otras más pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.

Más sobre este tema
stats