Sobre una antología de artículos de Almudena Grandes: un libro en construcción

Libros en alto en el entierro de Almudena Grandes

Fernando Valls

La obra de nuestra escritora Almudena Grandes, tanto en su faceta de narradora y, en especial, de novelista como en la de articulista de prensa, es muy conocida. Quizá dentro de esta última vertiente de su escritura no se recuerden tanto sus artículos de tema cultural, sobre todo aquellos que se ocupan de lo literario, porque nunca han sido reunidos en un volumen.

En este sentido, la conciencia de la autora no solo ha sido estrictamente política, aunque en este aspecto se haya mostrado muy crítica con los conservadores, con las fuerzas que han detentado el poder en España, y en el actual mundo globalizado, ya sea financiero, empresarial o eclesiástico, ya político. No en vano, a lo largo de estos textos se deja ver la evolución de su pensamiento, sin distanciarse nunca de la ideología de izquierdas, democrática, laica y republicana. En cambio, sus artículos de temática más cultural, literaria, menos apegados a la estricta actualidad, han resultado, por el contrario, más amables, aunque no menos sinceros e incisivos, pues en ellos se ha ocupado de amigos o artistas por los que ha sentido admiración y aprecio personal. Así, releídos ahora, en conjunto, parecen más intemporales, más proclives a soportar el paso del tiempo.

Tanto los artículos —digamos— costumbristas, aunque el concepto no le haga justicia y se quede corto, como los políticos, han sido ya recopilados en dos volúmenes por Tusquets: Mercado de Barceló (2003), que recoge una selección de los publicados en El País Semanal entre 1999 y el 2003, con hermosas ilustraciones de Ana Juan; y La herida perpetua. El problema de España y la regeneración del presente (2019), al cuidado, este último, de Juan Díaz Delgado, incluyendo artículos aparecidos en El País entre el 2008 y el 2018, “sobre todo acerca de España como problema”, según comenta la autora en el prólogo. Y, sin embargo, todavía queda mucho por hacer en este terreno.

En el 2019, si la memoria no me falla, Javier García Rodríguez me encargó un libro sobre Almudena Grandes, destinado a aparecer en la colección Renglón seguido, que editaba la Universidad de Valladolid, con cierta libertad para su realización. Así, de acuerdo con la autora, tras varias conversaciones, decidimos recoger una muestra representativa de sus artículos —digamos— más culturales, de corte literario. Tras ponernos pronto de acuerdo en la selección que había hecho, ella me sugirió y buscó otros nuevos, menos obvios y no siempre fáciles de encontrar, y decidimos al cabo cuáles podrían formar parte del volumen, si las exigencias editoriales los aceptaban. A todo esto, la editorial Tusquets se interesó por el proyecto, y creyó que podría hacerse una segunda edición semejante, proporcionándole una proyección mayor. Pero cuando la antología estaba casi lista, solo a falta del prólogo, llegó la pandemia y la enfermedad de Almudena, a lo que hubo que sumar unos achaques míos menores.

Para Almudena, con unas violetas

Ahora, tras su muerte, y a la espera de que el trabajo se concluya y pueda ver la luz, me ha parecido útil llamar la atención, aunque sea de forma sucinta, sobre el contenido de este libro en construcción, cuya estructura, en esencia, le pareció bien a la autora, a la espera del resultado final.

Así, pensamos organizarlo en los siguientes apartados, aunque varios de estos trabajos podrían formar parte de más de uno de ellos:

  1. La prosa narrativa, la novela como género y la responsabilidad social del escritor, además de recoger los artículos dedicados a los narradores que le son afines, empezando por los clásicos españoles (La celestina y el Quijote), con Galdós a la cabeza (ya se trate de Fortunata y Jacinta, de Tristana, ya de los Episodios nacionales), y siguiendo por otros narradores españoles: Max Aub (Campo del Moro), Miguel Espinosa, Manuel Vázquez Montalbán (a quien consideraba su maestro en el terreno del artículo de opinión), Ana María Matute (su novela preferida era Los hijos muertos, según ella: “la mejor novela sobre la posguerra”), Juan Eduardo Zúñiga o Juan Marsé (Un día volveré); algunos autores hispanoamericanos, como García Márquez (Cien años de soledad), Vargas Llosa (La ciudad y los perros) o Bryce Echenique; y, por último, destacando a los siguientes narradores extranjeros, clásicos y contemporáneos: Homero (La Odisea, “el libro más importante de mi vida”, que le había regalado siendo niña su abuelo Manuel Grandes Pérez), Emily Brontë (Cumbres borrascosas), Dostoyevski (El idiota), Dickens (Grandes esperanzas), Thomas Mann (La montaña mágica), Henry Roth (A merced de una corriente salvaje), J.P. Sartre (El fin de la esperanza), William Styron (La decisión de Sophie y Las confesiones de Nat Turner) y Margaret Atwood (El cuento de la criada). Este podría ser su canon, o al menos algunos de los libros que en un momento u otro de su vida la habían entusiasmado.
  2. En cuanto a los poetas: Antonio Machado (“el poeta nacional español”, cuya tumba en Colliure era para ella un lugar sagrado), Pablo Neruda, Pedro Salinas (La voz a ti debida), Carlos Barral o su entrañable amigo Ángel González.
  3. Las reflexiones sobre su propia obra (Te llamaré Viernes, El lector de Julio Verne), a lo que habría que sumarse los propios prólogos a sus obras, siempre esclarecedores, o sobre las películas y las piezas de teatro (Atlas de geografía humana) basadas en sus novelas.
  4. Los artículos dedicados a sus amigos más queridos (Ángel González, Antonio López Lamadrid, su editor en Tusquets, Joaquín Sabina, Eduardo Mendicutti, Mariano Maresca, profesor de Derecho en Granada y persona de múltiples inquietudes cercana a Luis García Montero).
  5. Las ciudades que amó, con Madrid a la cabeza (a pesar de que los políticos de la derecha que gobiernan la capital acaben de negarle su reconocimiento), pero también Nápoles.
  6. Las necrológicas que dedicó a algunos amigos queridos: Ángel González, Enrique Morente, Toni López, como quería que le llamaran. Con lo que escribe Almudena sobre ellos podría haberse compuesto el mejor obituario de nuestra escritora. 
  7. Este último apartado sería un cajón de sastre, donde se recogerían los trabajos sobre sus varias inquietudes culturales: el exilio republicano español, la memoria (“La memoria no tiene que ver con el pasado. La memoria es un asunto del presente que se proyecta hacia el futuro”), la defensa de la escuela pública, las relaciones entre la escritura y el habla, el cine y la literatura, y la Historia y la ficción, el teatro (el Mahagonny, de Brecht, porque pone de manifiesto la corrupción), la música (Enrique Morente), la ópera (con El caballero de la rosa, de Richard Strauss a la cabeza), la zarzuela (le fascinó la versión de Lluís Pascual de Doña Francisquita), el arte (Solana, Lucien Freud y Eduardo Arroyo), la Navidad (“a mí me gusta la Navidad”, escribía en 1998), los derechos de autor, los clubs de lectura, la felicidad, y figuras como Boris Vian (su novela Escupiré sobre vuestras tumbas) o Bigas Luna, quien había dirigido la versión cinematográfica de Las edades de Lulú.

Repitió Almudena en diversas ocasiones que “la literatura se teje con el hilo de la vida”, pensando en el personaje de Penélope y en cómo cada noche destejía el sudario. En el 2019, el periodista Álex Rodríguez le preguntaba cuál le gustaría que fuera su epitafio, y ella, tras comentar que nunca se le había ocurrido pensarlo, contestó lo siguiente: “me gustaría algo parecido al célebre verso de Machado: fue, en el buen sentido de la palabra, buena”.

Más sobre este tema
stats