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OBITUARIO

Para Almudena, con unas violetas

Fernando Valls

Se va Almudena Grandes con 61 años. Era más joven que yo y todavía recuerdo cuando apareció en la literatura con Las edades de Lulú (1989), libro sorprendente de una joven escritora, algo así como la Nada de su generación. Tras el grandísimo éxito que tuvo, publicó una novela muy distinta, Te llamaré Viernes (1991), que no fue bien recibida, pero yo le hice una reseña elogiosa que ella me agradeció, naciendo entonces una entrañable amistad que ha durado hasta hoy. 

Almudena Grandes ha sido una de las indudables herederas de las mejores virtudes del realismo clásico, quizás el último eslabón de una fértil tradición que viene de Galdós (en su despacho tiene entronizado su retrato), Baroja, Arturo Barea, Max Aub, Ana María Matute, Juan Marsé, Juan Eduardo Zúñiga o Rafael Chirbes, siendo autores muy distintos, aunque en todos ellos prevalezca el realismo crítico, la idea de que escribir implicaba posicionarse frente a la realidad, y en las mejores narraciones de todos ellos se deja rastrear la construcción de personajes complejos, contradictorios y, en su caso, también supervivientes, junto a la presencia del deseo como una constante en sus historias. Tuve la inmensa fortuna de formar parte de los jurados que le concedieron tanto el Premio de la Crítica del 2011, por Inés y la alegría, como el Nacional de Narrativa, en el 2018, a Los pacientes del doctor García. Además, la escritora encontró en Tusquets unos editores fieles que la apoyaron incondicionalmente, primero Beatriz de Moura y Toni López Lamadrid y ahora, Juan Cerezo.

Tenía devoción por sus lectores, a quienes quiso darles unas novelas que emocionaran, pero que les sirvieran también para entender mejor la vida, la historia. Ha sido una de las pocas escritoras españolas que ha logrado vivir de sus libros, del apoyo de los lectores, no haciendo superventas precocinados. Era consciente de que ni sus narraciones, ni sus artículos y columnas tenían que ser antorchas para incendiar el mundo, pero sobre todo en los géneros de opinión mostró con claridad sus ideas, cuestionando la historia de nuestro pasado reciente, la dictadura franquista, la actual política conservadora o el papel complaciente de la Iglesia, cuando no cómplice de los poderosos, y apostando por lo que llamó la “recuperación de la memoria nacional”, el rescate de los olvidados, pues siempre se mostró en contra de aquellos que pregonaban la equidistancia, el silencio y el olvido, formando parte de la tradición democrática y antifascista. 

Me quedo ahora con la imagen de la Almudena conversadora, risueña, simpática a más no poder, inteligente y luchadora, situada al lado de las víctimas, cariñosa

En cierta forma, se despidió de sus lectores en El País Semanal, el pasado 10 de octubre, con un artículo optimista titulado Tirar una valla. Fue una gran peleona, le plantó cara a las injusticias sociales, desde sus artículos, a través de su militancia política de izquierdas, pero siempre se mostró atenta a oír las opiniones contrarias fundamentadas, y dispuesta a disculparse cuando se equivocaba. 

Me quedo ahora con la imagen de la Almudena conversadora, risueña, simpática a más no poder, inteligente y luchadora, situada al lado de las víctimas, cariñosa. Pero también con su colección de figuras de mujeres gordas (ha confesado que le gustaba mucho comer y que llevaba a dieta desde los 15 años), sus fervores colchoneros y albicelestes, la bandera republicana a la vista y el gato Negrín pululando por su casa, todo lo cual completa una imagen que quizá sea casi certera. En las veces que coincidí con ella en Madrid (recuerdo un paseo reciente desde Alonso Martínez a la sede del Cervantes, donde la saludaron o pararon en infinidad de ocasiones), en El Puerto de Santa María o Jerez, en mi propia Universidad o en el Grand Séminaire de Neuchâtel, el congreso que Irene Andres-Suárez dedicó al conjunto de su obra, encandiló a todos los concurrentes, fueran amigos, alumnos o profesores. Se la echará de menos, ya sea en Madrid, en el mercado de Barceló, cercano a su casa, en la playa de Punta Candor de Rota, ya en todas las muestras futuras de solidaridad con las víctimas que se convoquen, en las que ella nunca falló. Esa persona poliédrica, comprometida, así como la gran escritora que me dedicó Las tres bodas de Manolita (2014) afirmando que “la felicidad es una manera de resistir”, esa es mi Almudena, a quien recordaré y seguiré leyendo siempre.

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