El barroco alucinatorio de Mircea Cărtărescu

El ala derecha (Cegador, 3)

Mircea Cărtărescu (tradución de Marian Ochoa de Eribe)

Impedimenta (Madrid, 2022)

Hace ya algunos años que la editorial Impedimenta cumple con la labor de publicar, a buen ritmo y en impecables traducciones, la obra del rumano Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), reconocido con premios tan relevantes como el Thomas Mann y el Formentor en 2018 o el FIL en 2022 por la dimensión estética y existencial de su extenso itinerario creador.

Tras unos primeros años de dedicación intensa a la poesía, Cărtărescu se trasladó a la narrativa volcando en ella aquel impulso inicial, con historias que siguen explorando el sueño y las visiones, desde una vocación barroca que deja traslucir un hondo conocimiento de la tradición literaria. El componente autobiográfico cumple un papel relevante ahí, y es además el núcleo generador de su criatura más ambiciosa —junto con Solenoide—: la trilogía Cegador, vertebrada por la figura axial de una mariposa, y cuya última entrega es El ala derecha, una personal versión del final del régimen de Ceaușescu.

Distópica y monumental, Cegador acoge referentes como el infierno de Dante o los laberintos de Borges y Kafka, a menudo asomados a los espejos del Callejón del Gato, donde lo bello y lo siniestro se entreveran con lo grotesco para retratar la Rumanía de la dictadura como un pozo de sordidez, corrupción y miseria moral.

Titulada Orbitor en el original rumano, esto es, deslumbrante, Cegador nos habla de una luz que disuelve la realidad exterior para alumbrar las visiones desencadenadas a partir de ella. Esa luz tiene que ver con la alquimia literaria, único recurso de su protagonista, Mircea, para sobrevivir a la melancolía y la amargura en ese contexto, y la mariposa de los títulos —desmembrada en los tres volúmenes que la componen: las dos alas y el cuerpo—, nos habla también de ella.  

La imagen poderosa de ese insecto mítico se entrevera en todo Cegador como un motor inagotable de sentidos. En El ala derecha, las mariposas pueden verse en el dibujo que hace la respiración sobre un cristal, en las hojas de una ventana o en la forma del hueso iliaco o de las dos zonas del cerebro. Pueden a su vez representar la realidad hosca de ciudadanos reducidos a insectos que se arrastran con las alas quebradas, pero también suponen un canto a la redención, por su poder de alzarse sobre ese sepulcro que es su propia crisálida. Y eso viene a ser la revolución que en 1989 acaba con el régimen de Ceaușescu, cuyo relato vertebra igualmente todo el libro.

En la tradición griega, la mariposa da carnadura al alma victoriosa —Psique— que emerge del cuerpo yerto en su momento final, y la propia grafía de la letra psi —Ψ— representa esa forma de las dos alas que nacen del cuerpo, convertidas en eje de todo el relato de Cărtărescu. Ese símbolo de resurrección se repite en otras tradiciones, como la vietnamita, la irlandesa o la azteca: en esta última, los guerreros muertos en combate pueden bailar con el sol y encarnar en colibríes y en mariposas.

En el caso de Cărtărescu, la crisálida de la mariposa puede ser también la prisión del escritor, encerrado en ella como el escarabajo de Kafka en su caparazón: "Entonces abro los ojos y empiezo a soñar". Y sus alas geminadas nombran además, de manera soterrada, un trauma personal del autor: el hermano gemelo desaparecido a los cinco años en un hospital bucarestino. Aquí y en otras obras del autor rumano se hace referencia sesgada a ese episodio brutal, que queda desvelado en uno de sus conmovedores relatos autobiográficos, El ojo castaño de nuestro amor, publicado por Impedimenta en 2016: "A mis padres les dijeron que su hijo había muerto por la noche. Pero nunca les mostraron el cuerpo (...) Nunca supimos qué le sucedió (...) llevo flores por mi cumpleaños a una pequeña tumba vacía. Por las mañanas, cuando me miro al espejo, no veo a nadie".

El ala derecha acoge la verticalidad de la poesía —el sueño, la visión, la mirada filosófica y existencial, la plegaria religiosa— junto a la horizontalidad de la historia, particularmente ese levantamiento que desde Timișoara lleva a la caída del régimen de Ceaușescu, el Tío Nicu, como un rayo cegador, apocalíptico, justiciero, que se alza contra la infinidad de muertos a manos de la policía. Entonces la turba se enfrenta sin miedo al poder, e incendia los retratos del Jefe y sus libros, porque ya no se puede con la miseria, con la humillación, con el hambre, con la nostalgia de un tiempo más amable y humano ("¿Quién ha visto, desde hace cuatro o cinco años, naranjas? A la gente se le olvidará incluso el nombre").

En esa vorágine de visiones seremos testigos también de la sordidez cotidiana y de su componente siniestro —los espías, los chivatos, la Securitate—, mientras Bucarest es figurada como un laberinto barroco donde dominan el miedo y el frío de unos ciudadanos embrutecidos, que se mueven como alimañas, como coyotes que buscan desesperadamente su alimento para sobrevivir. Los chistes son ahí el único desahogo contra el tirano, aunque se puede ir a la cárcel solo por reírse con una broma sobre el Camarada.

Lo autobiográfico sustenta la novela, y el autor se desdobla en un muchacho, Mircea, al que llaman loco. Los tratamientos psiquiátricos no han logrado curarlo, y escribe sin parar sobre los delirios que lo salvan de la inmediatez. O nos habla de sus visitas a Herman, disidente vigilado y visionario en cuyo cráneo anida el embrión de un niño que crece y crece y que quiere nacer. El padre y la madre de Mircea son también personajes centrales, y dan carnadura a esos ciudadanos sometidos por la dictadura: él, periodista con fe todavía en el ideal noble del socialismo, vive una crisis personal frente a la catástrofe que supone el régimen; ella teme y calla. La galería se completa con otras figuras secundarias, como Estera —securista enviada a Timișoara para salvar las obras del Jefe—, o los niños de los orfanatos educados para ser la guardia personal y fanática del Camarada, o las estatuas, que en el silencio de la noche, en las plazas y parques y museos, deciden echarse a caminar.

Mientras, "Mircea está muerto de cansancio, alucina por culpa del hambre", y en el pabellón psiquiátrico descifra láminas Rorschach con sus mariposas de tinta o persiste en su escritura febril, obsesionado por la idea de un libro que encierre un cosmos. Herman y Mircea se encuentran para conversar entre el piso 7 y el 8, el hueco del ascensor es el pasadizo siniestro que los une, y se hace imposible no recordar ahí los círculos séptimo y octavo del infierno dantesco, dedicados respectivamente a la violencia y la corrupción. Es asimismo recurrente la digresión existencial: "sin la imagen de la mariposa, no habríamos sabido jamás que nuestra tumba es una crisálida"; "somos criaturas en metamorfosis, construidas ya para la salvación".

La Biblia es otro de los grandes modelos que actúan aquí como referentes, y también el Macondo garciamarquiano —se adivina, por ejemplo, en esa línea de sangre que atraviesa el patio y avanza por la calle llevando pistas del hermano para alimentar la esperanza de que sigue vivo—, o el fulgor del cromatismo gongorino —desde las imágenes del cuarzo, el zafiro, el nácar, el diamante o el rubí— mezclado con visiones repugnantes en un contrapunto expresionista. En definitiva, un homenaje a la gran literatura, donde el escritor protagonista hace las veces de un nuevo Melquíades: "Nadamos lentamente en la luz verdosa del crepúsculo, entre las hojas de mi manuscrito, que flotan ahora, ondulantes, con la escritura borrada por el agua, por toda la habitación, y salimos, a través de la ventana abierta en la parte derecha, sobre la ciudad sumergida".

Álvaro Enrigue y el sueño de la historia

Esta tercera y última entrega de Cegador —que admite lectura autónoma— es, como el conjunto al que pertenece, ambiciosa, totalizadora y omnívora, aunque a su innegable temperatura estética no le hace ningún favor la desmesura de su extensión, y tampoco cierto velo de artificio y racionalidad que frena el vuelo de las visiones ahí liberadas. Por lo demás, en su trasfondo, esta nueva figuración de la Comedia de Dante inventa también un mundo completo para sustentar un reencuentro: el poeta florentino construye su magna obra para volver a ver a su amor perdido, Beatriz; Cărtărescu, para reencontrarse con ese hermano también perdido —"sé que por el norte va a aparecer Víctor"—. El conjunto es un nuevo canto a la esperanza, a la literatura y a la victoria del ser humano sobre tantas muertes.

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Selena Millares es escritora. Su último libro es Lámpara de madrugada.

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