Los libros

La emoción de la nieve

El mensajero tardío, de Leons Briedis.

Alejandro López Andrada

El mensajero tardío Leons BriedisEdición bilingüe letón-españolTraducción de Raquel García BarobsTrifaldiMadrid2017El mensajero tardío

 

No siempre aparece la nieve en el invierno y cae en los lugares más montañosos y gélidos, sino que a veces llega en el silencio y crece en los páramos de la melancolía, donde puede que nadie jamás  llegué a observarla. En la poesía magnífica de Briedis la nieve aparece a cada instante, en cada verso, aunque no esté visible ante los ojos del lector y sea un leve susurro que vibra al respirar la luz que subyace en las palabras que él dibuja como si fueran geométricas palomas que el viento diluye antes del oscurecer. “¿Cómo he podido yo,/ la Nieve,/permanecer en reposo tanto tiempo?”, dice el poeta letón  al principio del poemario, en la pieza titulada “El hijo pródigo”, presentando, de entrada, un decorado fantasmal donde se mezclan lo mágico y onírico con lo sagrado y espiritual formando una pasta lírica inquietante.

La poesía de Briedis está llena de oquedades por las que entra la nieve, o mejor dicho: la emoción de la nieve cayendo suavemente en nuestros ojos sesgados por la luz. “Un cúmulo de mariposas blancas florecieron en el cerezo”, nos dice el poeta en un verso magistral donde uno siento al leerlo la inocencia de quien llega a un país extraño, muy lejano, y de repente lo siente como suyo, pues flota en su atmósfera un halo familiar que el lector reconoce como un objeto íntimo. Conocí a Leons Briedis en persona hace dos años y, de entrada, al tenerlo callado frente a mí me sentí subyugado por la tersa humanidad que había en su mirada, en sus ojos guarecidos bajo el fulgor diamantino de sus gafas que eran como dos líquidas escamas de barbo o de trucha protegiendo la inocencia de un hombre celeste, límpido y feliz, con un baño de amable y tibia timidez. No tardé en sentirlo próximo a mi vida, como si, de algún modo, apareciese, después de muchísimo tiempo sin hallarnos (aunque a él hasta entonces nunca lo había visto), como el viejo y amable maestro de la infancia que en mí, antaño, sembró el amor a espacios líricos, el temblor de los chopos en brazos del  crepúsculo o la voz de la nieve hundiéndose en las ruinas de un  poblado minero en el que jugué de niño a la hora apacible de la anochecida.

En esta poesía hay mucho de hondura y de pureza, de virginal inocencia y de armonía, aunque también aparezca un desencanto que llega a rozar la prístina amargura que conlleva el dolor de la pérdida de fe: “todos los días cargo con el cuerpo fallecido de mi ángel/ guardián/ para enterrarlo por la noche” (pág. 37). La voz de León Briedis en sus versos busca a Dios y, a la vez, lo rehúye, lo evita, y lo distancia a través de una angustia celeste, vertical, donde caben lo épico y lo religioso, el olor transcendente y sagrado de la vida con la oscura y profana visión de un mundo roto donde la imagen de Cristo rueda insomne como una canica en el suelo de una plaza en la que un niño rompió todas las farolas inaugurando así una oscuridad, aunque minúscula, firme y transcendente. En la línea de lo dicho hay en el libro un poema políticamente muy incorrecto, aunque bellísimo, titulado “Ajedrez”,  que entra el dedo en la llaga feble y ominosa de la religión entendida como armario donde esconder todas las frustraciones, todos los desencantos y los miedos a una nada absoluta que algunos se reinventan edificando templos insolidarios donde la fe camina de puntillas: “Borges y Jesucristo/ están jugando al ajedrez/ en la mesa de la alianza dentro del templo/… Jesús provoca el vitoreo de la multitud/ moviendo el peón del Espíritu Santo,/ a lo que Borges/ provocando el abucheo de la multitud/ despeja rápidamente con el alfil de Homero” (pág. 31). Hay en muchos poemas de Briedis una pulsión de aire torvo y sombrío, siempre surrealista, que se asemeja a la obra de Vallejo, aunque la del poeta letón sea más hermética y quizá menos agreste que la del peruano.

Tanteando en lo oscuro, en el miedo y el dolor, en la desposesión de la inocencia, en la tierra mordida por un viento mitológico, en el resplandor lejano de unos dioses que no volverán a ser lo que ayer fueron, este libro profundo, genuino y esencial que Trifaldi edita en España por vez primera en su colección Ay del seis, la poesía de Briedis muestra un camino diferente donde no caben ecos o espurias afinidades con otras voces poéticas europeas, algunas de ellas muy cacareadas a nivel nacional e internacional. La poesía de Briedis es hermosamente lúcida, elegante y profunda, herida en su sustancia por una angélica y lírica piedad. Como dije al principio, al hundirme en estos versos, en la voz sublime y genuina de este libro, El mensajero tardío, hallo el temblor de una nieve invisible e intangible que susurra y cae en el silencio añil de mis entrañas abriendo los ángulos de una realidad transfigurada y rota por el frío, donde se agolpan la duda y el misterio.

*Alejandro López Andrada es escritor. Alejandro López Andrada

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