El finalizador

Elena Bethencourt

El finalizador

El finalizador viajaba de pueblo en pueblo con sus finales a cuestas y los dejaba caer al azar. Iba tan cargado que algunos se le escurrían de los dedos y, a su paso, las cosas se terminaban sin más.

Cuando entró al cine, el largometraje acabó en diez minutos sin que el bueno atrapara al malhechor. Los trabajadores que tuvieron contacto con él vieron rescindidos sus contratos de la noche a la mañana. Al pasar por la iglesia, terminó con la fe del cura, que se quedó con la palabra en la boca a mitad del sermón.

El caos se apoderó de las calles. Según avanzábamos, vimos a cientos de personas corriendo despavoridas. Quienes podían moverse abandonaron sus hogares con lo puesto. Los enfermos se disfrazaron de olvido para que no los encontrase. Los ancianos tapiaron puertas y ventanas para que no pudiese entrar.

Mientras todos huían en dirección contraria, miles de fumadores, drogadictos e hipotecados corrían como locos hacia el finalizador. A la cabeza de la cola iba una pareja: tú y yo, dos cobardes infelices que, de otra manera, nunca se hubieran atrevido a poner punto final a su relación.

 

La mujer laurisilva

Cuando a Laura le brotó aquella raíz en la cintura, las ramas cargadas de hojas no tardaron en extenderse por sus pechos, caderas y piernas; el cabello se le cubrió de líquenes, hiedra y brezos; y un musgo suave que empezaba en el ombligo le pintó de verde toda la piel.

Desde entonces, los pájaros anidan en la frondosidad de sus bosques y los hombres —atraídos por su olor a sauce y laurel— se adentran en el mar de nubes de la muchacha. Bajo la lluvia, avanzan, empapados, entre bejucos y lianas, por el húmedo sendero sin retorno.

Por más que les advierte de los peligros de la niebla, no escuchan ni entienden que Laura es ahora laurisilva; se adentran en su espesura obsesionados por llegar al origen de su clima subtropical.

Ella, después de amarlos, solo les puede ofrecer el agua que gotea de los tilos. “Les advertí”, susurra mientras mira cómo se pierden sin remedio en la bruma rastrera de la que ningún hombre salió jamás.

 

El reponedor de memorias  

Contratamos al reponedor de memorias para que supliera con experiencias fantásticas los recuerdos perdidos de mis abuelos.

Mi abuela es feliz ahora. Habla de sus viajes por la selva, su ardua subida al Everest o su travesía a remo por el Atlántico como si hubiera estado allí de verdad.

Cuando le preguntamos cómo conoció al abuelo Miguel, dice que no sabe de quién estamos hablando, que su marido es un tal Michel, de París, un explorador aventurero con un cuerpo de infarto.

Araucaria

Entonces mi abuelo Miguel la toma de la mano y le cuenta —con un seductor acento francés— su expedición al Kilimanjaro.

 

* La canaria Elena Bethencourt es licenciada en Filología, profesora de inglés, e imparte talleres de escritura. Su obra, con la que ha obtenido varios premios, aparece recogida en revistas literarias y antologías. Con su 'Cuando se derrama el mar' ha obtenido el Premio Iscariote al mejor libro de microrrelatos publicado en España en el 2023. Además es autora de 'Minimundos', con el que ha ganado en el 2024 el Premio Nacional de poesía infantil 'Luna de aire', concedido por la editorial SM.

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