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Los diablos azules

El hombre que observó, oyó y contó

El periodista y escritor Manuel Chaves Nogales.

Hasta hace casi treinta años apenas sabíamos nada de la obra del periodista y escritor Manuel Chaves Nogales (1897-1944). Solo resultaba asequible su texto sobre el torero Juan Belmonte, editado en la colección Libro de bolsillo de Alianza en 1969. A mí me metió por los ojos ese volumen Juan Luis Panero, quien le profesaba una gran admiración. Luego vino el encomiable trabajo de María Isabel Cintas, en la Diputación de Sevilla, la edición de su narrativa completa (1993 y 2001, ampliada en el 2013), y la biografía Chaves Nogales. El oficio de contar (2011). El tercer capítulo de esta historia podría ser la aparición de los cuentos de A sangre y fuego (1937) en Espasa Calpe, en el 2001, aunque se echaba de menos un prólogo, que sí llevaría la de Austral, de Ana R. Cañil, en el 2009. También apareció prologada la versión de Libros del Asteroide, en el 2011, al cuidado de la profesora Cintas, que incluía además dos nuevos cuentos. Pero lo verdaderamente admirable era el prólogo del autor, reivindicado por Trapiello en numerosas ocasiones.

Por fortuna, a lo largo del nuevo siglo ha llovido una gran cantidad de ediciones de sus obras, entre las que podemos destacar las de Renacimiento y Libros del Asteroide. Ahora, esta nueva versión de la Obra completa (editada por Libros del Asteroide y Diputación de Sevilla), que aporta 68 inéditos y la revisión o retraducción, al cuidado de Yolanda Morató (véanse sus explicaciones, V, 87-89), de todos los textos de los que solo disponíamos de versiones en otras lenguas, habiéndose perdido los originales, aparece sustentada por algunos de sus máximos valedores, y redondea y culmina todo el trabajo hecho con anterioridad.

El caso es que hoy, Chaves Nogales ocupa un lugar muy destacado en la historia del periodismo español, como reportero, articulista (lean, por ejemplo, “New Spain. El español fuera de España”, de 1927) y gestor (dirigió el diario Ahora, el primero que utilizó en España el huecograbado, situado en la órbita de Azaña), pues tiene en su haber libros tan notables y diferentes como El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934), La agonía de Francia (1941), que en el 2001 había reeditado la Diputación de Sevilla, con un prólogo minúsculo de la muy activa Cintas, Los secretos de la defensa de Madrid (publicado en la prensa en 1938 y en libro en el 2011) y las llamadas Crónicas de la guerra civil (en libro, 2011). Y por motivos estrictamente personales, añadiría sus crónicas sobre Berlín (II, 293-318). Su rescate, junto al de Max Aub, quizá hayan sido los más espectaculares y atinados de las últimas décadas. Por cierto, me ha llamado la atención que Ignacio F. Garmendia (a cargo de la edición) lo llamé solo Chaves, no sé si porque era así como se le conocía en la época o por meras razones prácticas.

Pero tenemos que preguntarnos qué aprendió de sus reconocidos maestros, de Larra, Pío Baroja, Ortega y Gasset y Azaña, de quien fue amigo y partidario político y a quien le hace una entrevista en 1931 (II, 57-69). Chaves Nogales nunca militó, pero se mostró contrario a la política de no intervención de las potencias democráticas, y a los Frentes populares que el Komintern fomentó a partir de 1935. Sobre Largo Caballero cambió de opinión con el tiempo, pues primero se mostró elogioso y luego muy crítico con él y poco complaciente con los brigadistas internacionales. También cuestionó, sin razón, la inhibición de los escritores españoles durante la guerra, incluido su admirado Baroja, pues muchos de ellos mantuvieron una actividad constante. En cambio, defendió el papel del general Miaja durante la defensa de Madrid. Estas tomas de posición nos ayudan a precisar sus inclinaciones políticas, sin que quede duda alguna sobre su republicanismo y su rechazo al golpe militar y todo lo que representaba.

De Larra aprendió la actitud crítica, a trascender lo cotidiano, a utilizar en la prensa la retórica literaria más conveniente, e incluso la habilidad para titular; de Baroja (Garmendia, I, 323, tacha de barojianas las Narraciones maravillosas..., de Chaves Nogales, publicadas en 1924, en cuyo interesante prólogo comenta por qué no ha sido novelista, I, 326,), adopta la sencillez y claridad de la prosa, un cierto escepticismo y la independencia de criterio; y coincide con Ortega en el papel que desempeñaban las masas en la sociedad, pues consideraba “la rebelión de las masas, el gran fenómeno de nuestro tiempo” (V, 407). Pero cuando en un artículo de 1927 quiere señalar a los maestros recientes de la novela española, se decanta con buen criterio por Galdós, Baroja y Valle-Inclán (es excelente el artículo “La Academia Española de Roma. Don Ramón, enchufista”, de 1933, III, 348-351), a los que algunos —entre los que me cuento— quizás añadirían los nombres de Emilia Pardo Bazán, Clarín y Unamuno. La fama de su tío José Nogales, autor del célebre cuento “Las tres cosas del tío Juan”, de 1900, que ahora nos resulta muy convencional, debió de ser un acicate más para dedicarse a escribir (Véase las referencias en: I, 6, 7, 107, 366 y 647).

También nos preguntamos en qué ha consistido su aportación a los distintos géneros que cultivó, y por último deberíamos tratar de averiguar el alcance de su vigencia hoy. Como periodista, señala Antonio Muñoz Molina en su prólogo, era de los que se echaba a la calle para contar lo que escuchaba y veía. Supo advertir, además, la importancia de los avances técnicos, bien sea la aviación (la primera alusión aparece en un artículo de 1921), en el terreno de la imprenta y del diseño gráfico, así como del papel que podía desempeñar la fotografía, para el mejor y más efectivo desarrollo de su oficio. Y recuérdese que no siendo taurino, compuso una obra esencial sobre Juan Belmonte.

Pero cómo era Chaves Nogales, nos preguntamos sus lectores. Si observamos las fotografías que han llegado hasta nosotros, se trata de un escritor que no posa, que tiene otro porte, más natural. Era republicano, lo que solemos llamar un demócrata liberal, escéptico ante lo que de machaconas tienen las ideologías y la propaganda, como nos recuerda Muñoz Molina en su atinado prólogo, que no creyó ni en los delirios igualitarios de la Revolución Rusa, ni en el elitismo desquiciado y violento de Hitler y Mussolini, y menos aún, si cabe, en el de sus compatriotas golpistas. Su mundo fue la Europa de entreguerras, que supo atisbar y entender como pocos, comportándose con más dignidad que la mayoría de políticos, periodistas e intelectuales. Quizá porque no tocaba de oídas, ni se encandilaba con cantos de sirenas, sino que estuvo allí, en los lugares en que sucedían los hechos, en Francia, Alemania, Italia o en Rusia. Y además de viajar por otros muchos lugares, interesándose a menudo por los exiliados, vivió en Sevilla, Madrid, París y Londres, Recuérdese que tuvo que huir de España y de Francia, ante el avance del totalitarismo, y que murió pronto, enfermo, lejos de su familia, en Inglaterra, donde sin embargo pudo trabajar en su oficio y sentirse cómodo.

Franco, de quien en 1938 y 1939 traza un par de semblanzas terroríficas, muy semejantes, era para él un hombre sin imaginación y de esa carencia se desprenden el resto de sus males (V, 74-84 y 179-187). Se han empeñado, con las mejores intenciones, en hacer de Chaves Nogales un adalid de la denominada Tercera España, algo que no parece necesario, como tampoco le favorece formar parte de semejante batiburrillo de gentes. Sea como fuere, en un artículo de mayo de 1938 se definía como “un español, nacionalista de verdad, que no ha sido nunca revolucionario y que odia por igual al comunismo y al fascismo” (V, 69).

La distinción entre periodismo y literatura no es “un pasatiempo universitario”, como afirma Garmendia en uno de los prólogos (I, XLV), sino que nos sirve para insertar sus obras en una tradición y calibrar mejor su alcance y sentido. Así, por ejemplo, podríamos relacionar algunas de sus piezas (I, 336) con textos de FélixFénéon (Novelas en tres líneas, 1906) y Andrés Neuman (el cuento “Vidas instantáneas”, Hacerse el muerto, 2011, compuesto a base de anuncios por palabras). En la ordenación de los materiales que componen esta Obra completa se sigue el orden cronológico y, en parte, el temático, como advierte su editor. Y obsérvese, además, que en el paso del periódico al libro, le cambia el título a algún cuento (I, 332), y el uso que hace del adjetivo ejemplar (I, 327 y 329), comparable con el que le dan Unamuno, Max Aub o Vila-Matas.

La edición en su conjunto es un acierto, pero aparte del interés de los tres prólogos, quiero destacar la utilidad de las notas, en las que se nos proporciona una bibliografía complementaria, a veces reciente, y donde tampoco desaprovecha Garmendia la ocasión para puntualizar con razón a Chaves Nogales (IV, 584, n. 42) o trazar oportunas comparaciones con el presente. Se enriquece la edición, además, con fotos y caricaturas del autor (de Rivero Gil, Bon y otros), con un índice onomástico y con un colofón, que se repite en todos los volúmenes, en el que se pide a los lectores del libro que lo recomienden si les ha gustado.

De lo dicho se desprende su actualidad, tanto en el cultivo del periodismo, como de su mejor obra literaria, pues no en vano cada vez sus libros se reeditan con más frecuencias y tienen más lectores. Este es un conjunto de textos que deberían leer y tener siempre a mano los estudiantes y profesionales del periodismo, pero también aquellos que disfrutan de la buena literatura. Quiero acabar diciendo que, en mi opinión, su mejor libro es A sangre y fuego, que lo ha situado en el canon del cuento del siglo XX.

Ensayo, poesía y narrativa española: la 'dichosa lista' de un lector atento

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P.S. Los números romanos que aparecen entre paréntesis remiten a los correspondientes volúmenes y los arábigos a las páginas.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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