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Humanidad artificial

Máquinas como yo, de Ian McEwan.

Máquinas como yoIan McEwanTraducción de Jesús Zulaika GoicoecheaAnagramaBarcelona2019Máquinas como yo

 

En la década de los años ochenta del siglo pasado, se han vendido 12 humanos artificiales llamados Adán y 13 llamados Eva. 25 máquinas de verdadero aspecto humano y de las más variadas etnias. Alan Turing, "héroe de guerra y genio insigne de la era digital", contaba con uno de estos modelos, así que nuestro Charlie, protagonista de Máquinas como yo, de Ian McEwan,  gasta todos sus ahorros de la herencia familiar en hacerse con un Adán.

Adán no es un robot al uso. No habla a través de una caja o de un altavoz. Forma sus palabras con el aliento, la lengua, los dientes y el paladar. Su piel es muy parecida a nuestra piel y cálida al tacto. E incluso es capaz de actividad sexual. Adán es un humano artificial, un ser animado, una inteligencia artificial. Adán es "el último juguete, el sueño inmemorial, el triunfo del humanismo, o su ángel de la muerte".

En el minúsculo apartamento de encima del de Charlie, en la calle de Clapham North, Londres, vive Miranda. Miranda ayudará en la programación de Adán y también se irá convirtiendo poco a poco la novia y pareja de Charlie. Adán se va configurando según determinadas preferencias y parámetros de personalidad, de epígrafes como amabilidad, extraversión, estabilidad emocional… Todo en una escala del uno al diez. ¿Podemos programar a un humano artificial para que sea un humano perfecto? ¿Qué es perfecto para un humano? ¿Acaso no tenemos cada ser humano una idea distinta de eso que llamamos perfección? ¿En qué parámetros nos interesa la bondad o qué es la bondad?

Charlie tiene 32 años y su anodina vida radica en sobrevivir invirtiendo en bolsa y en mercados de divisas online durante siete horas anclado en el ordenador de su habitación. Ahora convive con un absoluto milagro técnico, una prueba más del progreso del hombre, un humanoide, un compañero artificial tan parecido a nosotros, los de carne y hueso, que incluso puede salir a dar un paseo por la calle y pasar desapercibido.

En el Londres de Charlie, Adán y Miranda, Ian McEwan dibuja a un Alan Turing vivo —fuera de la ficción, el matemático falleció en 1954— junto a su pareja, Tom Reah, un físico teórico galardonado con el Premio Nobel. Sin embargo, el premio más importante es, sin duda, que Alan Turing contribuye con esta decisión a una gran revolución social de la que participamos los que ya habitamos las primeras décadas de este siglo XXI: en Inglaterra y en muchos países europeos podemos vivir una relación de pareja abiertamente, del tipo que sea. Al menos eso es lo que queremos creer.

En este Londres de la década de los ochenta del siglo veinte, la señora Thatcher presenta su dimisión en el umbral del 10 de Downing Street. Varios millares de personas han muerto en el enfrentamiento con Argentina y las islas Falkland se han convertido en las islas Malvinas. Los británicos están conmocionados. Asisten horrorizados al regreso de los cadáveres y de los marineros supervivientes. Pero la unidad nacional debe ser lo más importante. "Que la terrible derrota se transforme en una luctuosa victoria".

En esta ciudad distópica, en este apartamento pequeño y desvencijado, Adán va desarrollando la personalidad que le ha sido programada por Miranda y por Charlie. Mientras el robot ayuda en las tareas domésticas o crea haikus, también descubre un secreto que guarda Miranda. Los secretos forman parte de nuestra conciencia, de nuestra moralidad. Y una máquina diseñada sobre la base de una inteligencia artificial… ¿puede juzgar desde la inteligencia emocional?

La conciencia crítica

La conciencia crítica

Ian McEwan nos vuelve a sorprender con su última novela, Máquinas como yo. En la primera página el título reza de otro modo: Máquinas como yo y gente como vosotros. La duda está servida en 350 páginas. ¿Podrán un día las máquinas ser "como yo", como nosotros? ¿Podrá una inteligencia artificial desarrollar sentimientos complejos como la empatía, el enamoramiento, la mentira piadosa, la nostalgia y la tristeza infinita ¿Podrá una máquina sentir la emoción que provoca el llanto? ¿Será capaz un robot de equivocarse y pedir perdón, de lamentar haber dicho y hecho, de ser imperfecto, de manifestar ternura, de ser humano? Lo esperable es, permítanme, que la respuesta sea no. _____

Sonia Asensio es profesora de Literatura.

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