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Los libros

La intrahistoria

Nuestra historia, de Pedro Ugarte.

María Bueno

Nuestra historiaPedro UgartePáginas de EspumaMadrid2016Nuestra historia

 

En este año, una parte importante de las obras de la literatura del siglo XX pasan a dominio público, entre ellas las de Miguel de Unamuno.

Aunque si ahora recurro al escritor bilbaíno no es por este motivo, sino como creador, así lo recoge el Diccionario de la Academia, del término “intrahistoria”. En su obra En torno al casticismo Unamuno, al término “historia”, definido como “el presente momento histórico, que cristaliza en los libros y registros”, contrapone el de “intrahistoria” que define como “la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana”.

Y es que después de leído el último libro de relatos de Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) y teniendo en cuenta el título definitivo del mismo, Nuestra historia, que no fue la primera opción del autor, nos adentramos en las diez piezas que lo integran en la intrahistoria de este principio de siglo XXI, donde sus personajes tienen que aprender a moverse en medio de la crisis económica y de valores que lo está caracterizando.

Los personajes del escritor bilbaíno son algunos de estos protagonistas de la vida cotidiana y silenciosa de la que hablaba Unamuno. Ya en 1997, al recordarle yo las siguientes reflexiones de Jorge, protagonista de su novela Los cuerpos de las nadadoras, finalista del Premio Herralde de Novela: “Yo necesitaba algo para escribir un cuento. Un cuento por lo menos. Pero para eso tenían que pasarme cosas, muchas cosas, agarrar la realidad por el gaznate y transportarla al papel, como si de una calcomanía se tratara”,  él declaraba: “Uno de los verdaderos descubrimientos del hecho literario supone darse cuenta de que la realidad es literaria en sí misma. […] Al final te das cuenta que la vida es un fenómeno literario en sí mismo” (entrevista publicada en el número 4 –Otoño/Invierno de 1998— de Ficciones. Revista de Letras, pág. 70). Por lo que no le incomoda la etiqueta de escritor realista. Su literatura no sigue la línea de lo fantástico, pero no excluye lo extraordinario.

Partiendo del fragmento de su relato “El mundo de los cabezas vacías” –incluido en su libro anterior de cuentos, de título homónimo y editado también por Páginas de Espuma— donde el narrador albergaba “la esperanza de publicar algún día mis relatos, e incluso el delirio de que no pasaran desapercibidos” (pág. 25), llegamos a la conclusión de que los relatos de Pedro Ugarte, género por el que siempre ha apostado y como ha declarado en más de una ocasión es con el que se siente más cómodo –en el segundo relato del libro, Verónica justifica uno de sus regalos a su marido porque a él le gustan más los cuentos que las novelas—, difícilmente pueden pasar desapercibidos.

Si alguien quiere leer un relato técnicamente perfecto en el sentido más canónico, sin lugar a dudas, debe empezar por la lectura de “Enanos en el jardín”, aunque ahora que escribo esto no tengo la certeza de que mi lectura fuese la misma si rompiera el orden decidido por el autor. Pero después de leer “Verónica y sus dones”, huyo de la perfección y querría destacar otros títulos como “Días de mala suerte”, con el que abre el libro y que nos da el tono de los demás relatos: una familia a punto de romperse y que debe renunciar a la vida que han llevado hasta ese momento para afrontar una gran deuda inmobiliaria. En medio de esta situación descubren una “imprevista” felicidad: “Y eso era una pescadilla que se muerde la cola, o un círculo vicioso, o una ley del eterno retorno, pero con niños y con sonrisas y con una imprevista felicidad, que había permanecido escondida en algún rincón de nuestra casa y que ahora asomaba sin querer” (pág. 17-18).

La felicidad, presente o ausente, es el hilo que va entrelazando cada historia que nos narra Pedro Ugarte, y no es difícil encontrarnos a lo largo de cada relato con una especie de aforismo sobre este tema, entre los que me gustaría destacar el siguiente: “Nada había en ella que tuviera que ver con la felicidad, ni siquiera con la esperanza de que la felicidad fuera posible. Opiniones sobre la felicidad: eso es lo que diferencia a las personas. Algunas personas consideran que no existe. Y otras pensamos que realmente sí existe, solo que en algún otro lugar” (pág. 164). Este fragmento perteneciente a “Opiniones sobre la felicidad” —primera opción para el título— es el relato que cierra el libro y que bien podría incluirse en una antología de terror.

Aunque todos merecen destacarse, a mí me atrapa especialmente “Voy a hacer una llamada”, donde nos encontramos con el personaje de Edgar que “hacía de cada amigo, compañero, colega, condiscípulo o conocido un peón en el complejo ajedrez de la existencia” (pág. 146). Aunque hay que tener cuidado con adentrarse en su atalaya, que está dominada por su agenda de contactos, porque quizás estés vendiendo tu alma al diablo. Muchos de los textos de Pedro Ugarte siempre nos llevan a una segunda lectura y un gran ejemplo es este relato. Reconozco que estos son con los que más disfruto. En esta misma línea está “Verónica y sus dones”, donde Verónica tiene el don de acertar con el regalo perfecto, pero no conoce la pasión que eso conlleva, así “regalaba libros del Siglo de Oro como regalaba exprimidoras” (pág.26), porque para ella “no existían ninguna de esas cosas inútiles y abstractas que circulan por los libros” (pág. 33). Pero esta incapacidad es la que proporciona a Jorge, su marido, su triunfo al final del relato.

Esa feliz posibilidad

Esa feliz posibilidad

Para terminar lo voy a hacer con un fragmento del relato “El hombre del cartapacio” —el más extenso de los textos, donde es difícil no vivir intensamente el empequeñecimiento de Jorge, el trabajador que está a punto de perder su puesto de trabajo, y que nos lleva hasta lo absurdo—: “La noche, en la ciudad, es más piadosa: el alumbrado artificial otorga a la realidad un decorado onírico. La luz eléctrica, de noche, convierte la realidad en algo felizmente irreal” (pág. 124). Ugarte, con la luz de su escritura, convierte su realidad en gran literatura “felizmente irreal”.

*María Bueno es crítica literaria.María Bueno

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