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Los libros

‘Las maravillosas aventuras de Abud Balino’, de Miguel Ángel Moleón

'Las maravillosas aventuras de Abud BalinoLas maravillosas aventuras de Abud Balino y su cochambroso submarino', de Miguel Ángel Moleón Viana'

María Bueno Martínez

Las maravillosas aventuras de Abud Balino y su cochambroso submarinoMiguel Ángel Moleón VianaLibrando MundosMadrid2016

Cada vez que leo un nuevo libro de Miguel Ángel Moleón (Granada, 1965) siempre recuerdo las declaraciones de Bernardo Atxaga al referirse a su literatura infantil: “Solo escribo para niños cuando estoy de buen humor. Y de todos los buenos humores posibles, el que más me gusta es el estrafalario”. No tengo la certeza de que le suceda lo mismo al autor de estas Maravillosas aventuras, pero sí que estoy segura de que su escritura está dentro de esa tradición humorística-estrafalaria, donde las grandes aventuras están llenas de una cotidianidad no ajena a lo maravilloso e insólito y cuyos desenlaces siempre nos sorprenden.

Recordaba Moleón en la presentación de esta obra que uno de los libros de su infancia fueron los dos tomos de la colección de relatos que componen Las mil y una noches, cuyo corpus, como lo conoces actualmente, se fue ampliando en diferentes épocas. Uno de los últimos ciclos que se incorporó al mismo fueron los siete siajes de Simbad el marino. Moleón, en su último libro, nos regala un octavo viaje con un Simbad de 121 años recién cumplidos.

No es la primera vez que el autor arranca sus narraciones de sus lecturas de los textos clásicos, así en El rey Arturo cabalga de nuevo, más o menos (Premio El Barco de Vapor 1997) o ¡Por San Jorge! el ciclo artúrico es el origen de las mismas. Las vivencias del escritor norteamericano mientras escribía, en el palacio nazarí, sus Cuentos de la Alhambra son la base para sus Cuadernos secretos de Washington Irving (2006). El cine de las sábanas blancas (2005) fue su particular homenaje al mundo literario de Ramón Gómez de la Serna.

Si hay un rasgo común a todas sus obras, sin lugar a dudas, es el del humor. En este texto el humor nos lo encontramos desde los mismos nombres de los personajes, donde juega con la fonética árabe y su significado en español: entre ellos destacan a Uy-ya-Muslin, esposa de Simbad, Mohn-le-On el Grande, sultán de Colmogistán, Mirah-Marm-Olín, amigo de aventuras de Simbad o Bayá-Silo-Sêh, el genio de la botella. Así como en los epígrafes de cada capítulo, entre los que se pueden resaltar los siguientes: “Paloma que se duerme en el horno, duerme poco” (cap. 13), “Si en el harén te cuelas… ¡A la cazuela!” (cap. 14) o “Cuando los viajeros dicen hola, Al-Abba-Güena dice adiós” (cap. 22).

Pero también es un humor que nace de lo maravilloso. A lo largo de sus páginas nos encontraremos con ataques de calamares gigantes, con una ballena que engulle a nuestros protagonistas o con el secreto del Palacio de los Siete Postres; sin faltar cíclopes hambrientos, una serpiente gigantesca o la aparición de un genio muy peculiar. Los momentos más humorísticos son aquellos en que rompe las situaciones más dramáticas con gotas de cotidianidad. Por ejemplo, en la escena en la que tío y sobrino están a punto de ser alcanzados, para ser preparados como cena para el Sultán de Colmogistán, rompe lo trágico con un golpe de lo más prosaico:

“— ¡He perdido las babuchas!

— ¡Olvídalas, tío! ¡Que los soldados nos fríen a flechas!

— ¿Dejar esas babuchas, así como así? ¡Ni hablar del caso! ¿Sabes quién me las regaló? ¡Tu tía, Uy-Ya-Muslín, una auténtica Ben Alí Muslón! ¡Si las pierdo, puedo desaparecer del mapa! Prefiero que me cene el Sultán…” (pp. 73-74).

En nuestra búsqueda del sentido de la vida quizás lo único que acertemos a atisbar es estamos aquí para contarnos o que nos cuenten, como lo subraya el Sultán de Colmogistán: “El Sultán se quedó abobado al comprobar con cuánto acierto y viveza contaba aquellos viajes. Y, aunque seguía sin creer que se encontraba en compañía del auténtico aventurero, Mohn-Le-On tuvo que reconocer que se hallaba ante uno de los mejores contadores de cuentos que jamás hubiese conocido” (p.53). Pero no solo se reivindica la tradición oral: “— Venga, abuelete… ¡Cuéntame otro de los Siete Famosos Viajes de mi admirado Simbad! ¡Nunca escuché a nadie que los contara mejor que usted! ¿No estaría interesado en dejarme por escrito los Siete Viajes, antes de volver a las playas de Karabín?” (p. 60). Simbad emprenderá la aventura de la escritura, pero también tendrá que ingeniárselas, junto a su sobrino, para escapar del cruel destino que les prepara el Sultán caníbal.

En este, su último viaje, o quizás no, el viejo viajero se nos transmuta en Sherezade para recordarnos el poder de las palabras contra la muerte: “Aún en mitad de la penuria, Simbad rememoró en voz alta uno de sus Siete Famosos Viajes, más que nada para no perder el juicio mientras llegaba la muerte” (pp. 110-111). Y así podrá disfrutar del banquete que “su frágil esposa” preparará a su vuelta:

“— ¿Qué vas a cocinar, cielito, si no es mucho preguntar, para tan oportuno festejo?— indagó Simbad con la boca echa agua.

— Para nuestros ilustres invitados prepararé las delicias que comen los ángeles del Cielo. Para ti, calzonazos… —dijo, elevando la voz con un tono inquietante— ¡reservo los boquerones en vinagre que me dejaste plantados sobre la mesa, hace veintiún días!” (pp. 152-153).

Textos como Las maravillosas aventuras de Abud Balino y su cochambroso submarino nos invitan a seguir viajando con las palabras, pero sin dejar de sumergirnos en las heredadas. Estamos, en definitiva, ante un auténtico divertimento literario que refleja nuestra necesidad de ser narrados, ilustrado por María Tabar Burgos.

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