Muñoz Molina: ¿qué fue de nuestros amores?

Fernando Valls

No te veré morir

Antonio Muñoz Molina

Seix Barral (Barcelona, 2023)

 

Se cuenta en esta novela la historia de un amor que no cuajó, pero que perduró en la memoria, sobre todo en los sueños de Gabriel Aristu, el protagonista. Cuando vuelve a encontrarse con Adriana Zuber, casi cincuenta años después, en el 2017, ambos tienen ya más de setenta años, él ha superado un cáncer, y ella tiene una enfermedad en estado avanzado, se mueve en silla de ruedas y solo desea morir. La narración se ocupa, además, de la vida de dos españoles en los Estados Unidos. De Gabriel, un financiero triunfador que ha formado una familia norteamericana, y también de un profesor de arte, llamado Julio Máiquez, que ha llegado allí huyendo del resentimiento de su mujer, tras el divorcio, y del dolor que le causa la animadversión que le profesa su hija; la joven ha destacado como Astrofísica, pero no quiere cuentas con su padre. La esporádica relación que se establece entre Gabriel y Julio, dos hombres maduros que se hacen confidencias, no carece de significación en la trama, pues su relato propicia varias de las subtramas de la novela.

Así las cosas, la vida del primero estuvo condicionada por las muchas expectativas que su padre depositó en él, en su sólida formación intelectual, que lo lleva a Oxford y a la London School of Economics, con el objetivo de que tenga una vida mejor que la esperada en la aspereza (adjetivo muy del autor, como también lo es el adverbio golosamente que vuelve a aparecer en estas páginas) de la España franquista. El progenitor, hombre de carácter débil, pero culto, digno y pobre, como se nos dice, vivió el esplendor de la Edad de Plata: era crítico musical, amigo de Falla y Lorca, católico, monárquico y vencedor en la guerra, pero estuvo a punto de ser fusilado en el Madrid republicano. El caso es que se decepcionó pronto de los horrores del nuevo régimen, como le ocurrió a aquel personaje de Alberto Méndez, un militar que ganó la guerra, pero que no quiso compartir la Victoria, no quiso ser de los suyos. Adriana, por su parte, tiene una hija que es profesora de Arte en Princenton. En suma, estas son las cartas que se barajan: una dura posguerra; un amor perdido, pero no olvidado; un triunfo social en otro país, que no satisface del todo; las dificultades de la vida amorosa y la compleja relación con los hijos.  

La novela se compone de cuatro partes, subdivididas en capítulos (13, 14, 13 y 4, respectivamente), la última –como se aprecia– mucho más breve. La primera parte está ocupada por el monólogo interior de Gabriel, pues toda la trama gira en torno a él, compuesto de una sola frase que ni siquiera se rompe con el paso de los capítulos. Se trata de un alto ejecutivo español, residente en Estados Unidos, que se jubila, aunque más bien parece un despido encubierto, por lo que decide retirarse a vivir a su casa de campo, junto al Hudson, pero antes quiere hacer un viaje a España. Dedicado a las finanzas y a la filantropía, dejó de lado una posible carrera como músico, como intérprete de violonchelo (Muñoz Molina lo escribe en italiano, violoncello y cello, quizá porque así lo diría el personaje). Pero también recuerda la trayectoria de su padre, monárquico y anglófilo, a quien la guerra –cuenta su hijo– demolió por dentro, teniendo que padecer también una terrible posguerra, una Victoria controlada hasta los mínimos detalles por los suyos. En suma, se nos muestra el contraste entre los mundos, políticos y culturales, anteriores y posteriores a la Guerra Civil española. Pero sobre la figura del padre volveremos de nuevo.

Estas primeras páginas, algo más de sesenta, dan el tono rítmico y lírico que en ocasiones reaparece en el resto de la novela, aunque se trate de un estilo que, por sus propias peculiaridades, si bien consigue mantenerse en dicha primera parte, difícilmente funcionaría en las 238 páginas del conjunto. Podría decirse que esa manera de narrar se la describe Gabriel a Julio en las páginas finales: "escuchar esa música era como seguir del principio al fin una frase muy larga de Proust, un fluir natural que sin embargo contenía un orden riguroso y flexible, una forma perfecta. Ni la frase de Bach ni la de Proust parecía que estuvieran construidas: sucedían orgánicamente (…), fluían…" (página 228).  

En la segunda parte, Julio cuenta su separación matrimonial, los reproches de su mujer, aunque sin llegar a saber en concreto de qué lo acusaba, y las difíciles relaciones que mantiene con su hija; la amistad con Gabriel Aristu, quien lo protege en los Estados Unidos, donde trabaja como profesor en la Universidad de Virginia (en la que Muñoz Molina dio clase), tras la reelección de Clinton, y luego en otras instituciones del país, las confidencias que intercambian (por ejemplo, Gabriel le habla del carácter de su padre, le comenta su biografía intelectual y cómo era el Madrid republicano de la guerra) y el lamento por su precaria formación universitaria española, de la que también se ha quejado el autor en más de una ocasión. Pero se trata de una amistad –digamos– desigual, pues Aristu se muestra desdeñoso en los comentarios que hace sobre Julio, como se observa en la tercera parte (páginas 159-161). 

El reencuentro de Gabriel y Adriana, por su parte, que tantas afinidades habían compartido, cuando ya ha transcurrido más de la mitad de la novela, ocupa la tercera parte, con el diálogo que mantienen en el piso madrileño de ella, situado en el burgués barrio de Salamanca, y las confesiones que él le hace, así como las preguntas, las dudas y los reproches ("el que se va es el que olvida primero", páginas 153 y 183) que le formula ella. O los breves recuerdos del pasado familiar de Adriana: "Mi padre y mi madre escaparon de Polonia por puro milagro. Mis cuatro abuelos y todos mis tíos y sus hijos ardieron en los hornos" (página 181). Además, el personaje también se nos muestra a través de Fanny, su cuidadora. Pero quizá lo más relevante es lo que Adriana cuenta sobre su estado, el misterio que envuelve al nacimiento de su hija, también profesora de arte en los Estados Unidos, y la insólita petición que le formula a Aristu.

La breve cuarta parte solo se compone de 27 páginas y está contada por Julio, quien completa lo que sabíamos parcialmente sobre el encuentro final de Adriana y Gabriel, a partir de la visita que le hace en su casa de campo americana, situada cerca de donde había vivido Melville, en la que le relata el reencuentro de ambos en Madrid, así como el viaje de vuelta a Nueva York, vía Ginebra. En suma, la segunda huida de Aristu.

El título, que se repite como lema al inicio de la novela, proviene de un poema de Idea Vilariño, Ya no (está incluido en la reedición de 1958 de sus Poemas de amor), dedicado a Juan Carlos Onetti, con quien la escritora uruguaya mantuvo relaciones amorosas. Pero en el contexto de nuestra novela, anticipa la decisión que Gabriel tomará en el desenlace, en respuesta al ruego que ella le hace, por lo que son sus palabras las que leemos en la cubierta.

La novela tiene también un componente culturalista, frecuente en las obras del autor, una renovada reivindicación de la cultura de la España de la Edad de Plata. Así, aparecen referencias a escritores (Lorca, con quien el padre de Gabriel tocó el piano a cuatro manos en la Residencia de Estudiantes), músicos, musicólogos e intérpretes (Bach, Stravinski, Falla, Adolfo Salazar y Pau Casals, a quien visitó con su padre en Prades, y el chelista Yo-Yo Ma, destacado intérprete de las suites de Bach), cineastas (Buñuel), hispanistas (J.B. Trend media para que le concedan al joven Aristu la beca en Oxford) o diplomáticos (el chileno Carlos Morla Lynch, pues el padre de Gabriel estuvo refugiado durante la guerra en la embajada de Chile, donde había escuchado la lectura del manuscrito de La casa de Bernarda Alba). Se cita también a Montaigne, Shakespeare, Proust, al novelista portugués Eça de Queiroz y a unos cuantos más, autores de "los libros de los que no se separaba nunca" (página 216), en la cuarta parte; a pintores como Valdés Leal, a cuyo estudio se dedica tanto Máiquez como la hija de Adriana, o Hopper; e incluso nos encontramos con una cita de Marx ("todo lo sólido se desvanece en el aire"), que Muñoz Molina utilizó en el 2013 para titular un atinado ensayo. No escasean tampoco las críticas –sin que falte el humor– a ciertas costumbres de la vida americana, que conoce de primera mano, sobre todo al final de la segunda parte; algunas de ellas se las habíamos leído en sus artículos, pues vivió muchos años en Nueva York, o cómo los españoles que allí residen acaban aceptando algunas singularidades de la vida americana. Constance, la esposa americana de Aristu, lo obliga a deshacerse de las cartas de Adriana, de las fotos, a romper con sus recuerdos sentimentales, pues para ella "la vida española de su marido era una rémora a la que no prestaba mucha atención" (página 154).

En cierta forma, la novela es también la historia de las dos despedidas de Adriana y Gabriel, la que se produce en 1967 y la del 2017, ambas poco satisfactorias y tristes. Al final, Gabriel le comenta a Adriana que se concentró "en el empeño de hacerme americano, al que he dedicado muchos años sin saber que en el fondo era inútil. Cuanto más tiempo pasa y mejor conoce uno ese país, más extraño se le vuelve" (página 197). La narración concluye sin que lleguemos a saber qué ocurre con Adriana, pero sí se nos dice adónde se dirige Gabriel. La única pega que le pondría a la novela, además de ciertas reiteraciones que resultan innecesarias para un lector atento, es que, en el desenlace, debería haber rebajado el tono sentimental: no era necesario mostrar de forma tan explícita las emociones del protagonista ("Era el amor de su vida") que deducimos de lo que se nos ha contado.

De los cuatro protagonistas, aunque a distinto nivel, tres son hombres (Gabriel, su padre y Julio) y solo una, mujer (Adriana). Pero tanto la hija de Adriana como la de Julio son jóvenes que han triunfado en su profesión, aunque hayan tenido que irse a los Estados Unidos para lograrlo. En cambio, sabemos poco de la familia americanizada de Gabriel, que, por consiguiente, cuenta menos en el desarrollo de la trama.

No quiero acabar sin decir que tan peculiar como la historia que se refiere, y no menos significativa, me resulta la estructura, las distintas voces con que se cuenta (en la tercera parte, utiliza para narrar la primera, la infrecuente segunda y la tercera persona), el estilo de la novela, el papel de los sueños o la conciencia del paso del tiempo y sus efectos: "El tiempo no cura nada. El tiempo mata. El tiempo empeora y destruye", comenta Julio (página 132). En suma, los mecanismos y motivos que utiliza para construir su historia.

La pregunta que he escogido como título de la reseña remeda el de una película, À nous amours (1983), de Maurice Pialat, aunque sus argumentos tengan poco que ver. Cuando se acerca el desenlace, el autor nos invita a pensar, en un ejercicio de historia contrafáctica, lo siguiente: ¿cómo hubiera sido la vida de Gabriel Aristi, si no se hubiera alejado de Adriana y se hubiera convertido en un chelista notable?

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PS. La lectura de esta novela puede enriquecerla el lector con lo que Muñoz Molina cuenta en un artículo reciente: Entre Bach y Casals, TintaLibre, número 118, noviembre del 2023, páginas 40 y 41.

 

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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