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‘La novela de la memoria’

'La novela de la memoria', de José Manuel Caballero Bonald.

La novela de la memoria

José Manuel Caballero BonaldSeix BarralBarcelona2010

 

El escritor reunió y amplió en este tomo de memorias sus dos entregas anteriores: Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001). El título elegido para la publicación unitaria apunta a la propia lógica de la escritura. Si antes se había aludido a la pérdida de la Guerra Civil o a la rutinaria y gris supervivencia en la posguerra, ahora cobra protagonismo la lógica de la memoria como un género de ficción, tanto en las operaciones del recuerdo como en el ejercicio literario de escribir la vida.

Las memorias de Caballero Bonald tienen el doble interés de acercarnos a su tiempo y a su personalidad literaria. El relato evocativo va desde 1926, fecha del nacimiento del autor, hasta 1975, año de la muerte del general Franco. El testimonio personal no intenta nunca convertirse en crónica objetiva, pero ilumina la historia y nos ayuda a conocer una atmósfera colectiva desde una visión individual. La mirada individual es en este código un argumento de autoridad para fijar alianzas entre los sentimientos y las opiniones.

Entre la memoria de la Guerra Civil y los años de agonía del dictador, destaca la descripción del ambiente moral del Madrid de la posguerra, con el esfuerzo imperioso de sobrevivir bajo el frío, el miedo y la humillación de la derrota. No es que el joven Caballero Bonald se sintiese derrotado desde 1939, pero su existencia se fue configurando en un horizonte que poco a poco exigió la disidencia y la rebeldía como apuesta de vida. “Callejear por Madrid —escribe— suponía entonces una enseñanza adicional: la de reconocer a cada paso las muchas adversidades vividas por una ciudad con trazas de inhóspita y como propensa a fomentar ciertas incurables desesperanzas. Aún se veían entonces por todas partes seres oscuros y furtivos, aquella especie de hijos numerosos de la decepción que deambulaban no se sabía en cumplimiento de qué privadas contraofensivas frente a tanta asechanzas ambientales y marcas concurrentes de la guerra”.

Como ocurre con las memorias de los escritores significativos, los recuerdos tienen también la virtud de acercarnos a un momento de la cultura y al proceso de formación de un mundo literario. José Manuel Caballero Bonald ha sido un referente ético para las generaciones siguientes desde su participación en la cultura del antifranquismo. Por eso es interesante su matizada evocación de autores como Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo y el cambio de perspectiva que supuso la obra de Blas de Otero, Gabriel Celaya, Juan García Hortelano, José Ángel Valente o Ángel González.

Por lo que se refiere a su propio mundo literario, encontramos reflexiones sobre sus libros de poemas y sus novelas con jugosos apuntes sobre las distancias y las complicidades que los años abren o mantienen a lo largo de las sucesivas relecturas. Pero lo que queda, además, bien explicado es el proceso es la experiencia cultural que facilitó su admiración por la escritura barroca y el deseo de una recuperación y elaboración personal en la obra propia. En el Jerez de los años cuarenta descubre un mundo, alimentado después por el modernismo y el surrealismo: “Los poetas barrocos hicieron las veces de drenaje por el que se evacuaron, o se desencantaron algunos de mis anteriores presupuestos clasicistas, concretados más que nada en el efectismo utilitario del lenguaje y en las fastuosas normativas de la fonética”.

Conscientes como otros compañeros de generación (Gil de Biedma, Ángel González, Valente, Barral, Rodríguez…) de que el compromiso ético no podía resolverse en una poética de divulgación panfletaria, Caballero Bonald sostuvo el camino del barroco y la disidencia lingüística de su escritura ante las formas de la realidad. Y esa es otra característica de estas memorias, atentas de forma sistemática a las operaciones de estilo. Así se presenta, por ejemplo, la voluntad de dar un paseo: “Mis siempre remunerativas querencias de andariego solitario”. O así se explica el intento de evitar la mala conciencia ante una situación personal dudosa: “Tendía sin ningún comedimiento a solapar las intersecciones punitivas de la experiencia con los inocuos parapetos del desmemoriado”.

Pero la operación de escritura que define La novela de la memoria es la conciencia de que la recuperación del pasado tiene poco que ver con un acta notarial porque se parece mucho a un ejercicio de ficción. La cita de Cervantes que abre el volumen insiste en el mismo rumbo que el título: “Dime tú, el que respondes, ¿fue verdad o fue ensueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos”. Aclaremos que la ficción no tiene que ver con la mentira. Las reflexiones de Caballero Bonald dejan claro este asunto en varias ocasiones: “Pienso de todas maneras que resulta poco plausible que quien recuerda, es decir, quien trata de identificar los propios y ya medio abandonados domicilios de la memoria, pretenda esconderse detrás del personaje que lo está representando”.

Así que no se trata de ocultarse y mucho menos de falsificar conscientemente la verdad biográfica. En las memorias de Caballero Bonald ahí de hecho una tarea de sinceridad que le lleva a opinar sobre amigos, escritores y conocidos sin ninguna restricción. Para no salirnos de las cuestiones literarias, pensemos que el autor critica, con cariño o sin cariño, con reconocimiento a medias o sin reconocimiento ninguno, a autores como Leopoldo Panero, Fernando Quiñones, Carlos Edmundo de Ory, José Hierro, Juan Goytisolo, Josep Pla, Antonio Machado, Proust, Pérez de Ayala, Gil de Biedma, sus epígonos, Valente, Claudio Rodríguez, Dostoievski, Baroja, Unamuno, Borges, Pessoa, los cinéfilos… y paremos aquí de contar. Caballero Bonald está en su derecho, no hace una Historia Universal de la Literatura, sino unas memorias que se ciñen a su mirada, su mundo y sus gustos.

La ficción de la memoria no supone por tanto mentira, sino conciencia de los mecanismos que elaboran el pasado: las confusiones y las interferencias del tiempo, el azar significativo de los recuerdos que permanecen y de las texturas del olvido. En La novela de la memoria aparecen con puntualidad sistemática la prevención, la duda, la advertencia, el tal vez, el quizá, la extrañeza de la certidumbre, el no puedo precisar. Se avisa desde el principio: “A lo mejor no se trata más que de una simple coartada de la imaginación, fijada ahora gratuitamente en el desorden retrospectivo”. Y en este tono precavido y consciente se llega al final: “Detrás de la memoria hay una gran habitación vacía, un enorme cuarto oscuro en el que se alojan cada noche lo aparecidos, las almas en pena, los espíritus de los perdedores, los fantasmas circulares de quienes han navegado, ya muertos, en un barco a la deriva. Allí están todos ésos, juntos y desentendidos unos de otros, conspirando para que la capacitación de la memoria se mantenga siempre en una indeterminación desesperante”.

En la escritura y en la vida, la ficción de la memoria supone la necesidad de articular un sentido que dé coherencia al presente y lo armonice con el pasado. La ética tiene siempre una dimensión narrativa, que es la dimensión del tiempo literario, tan distinto al impulso del usar y tirar. La meditación de la escritura memorialista sobre los mecanismos de la memoria, es decir, la voluntariosa intención de metamemoria, sirve también para iluminar el modo en el que algunos acontecimientos biográficos, ahora sin el control del deseo de sinceridad, pudieron acabar en las ficciones de Dos días de septiembre, Pliegos de cordel, Ágata ojo de gato, Descrédito del héroe, Campo de Agramante o Diario de Argónida.

La novela de la memoria es un libro imprescindible para conocer el mundo literario de José Manuel Caballero Bonald y alguno de los entresijos éticos que han marcado la vida española del siglo XX.

*Luis García Montero es poeta y profesor de Literatura. Su último libro es Luis García Montero Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016). 

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