El nuevo hombre sin atributos de Horacio Castellanos

El hombre amansado

Horacio Castellanos Moya

Random House (Barcelona, 2022)

Una larga trayectoria avala al salvadoreño Horacio Castellanos (Honduras, 1957), cuya vida ha transcurrido en países tan diversos como Canadá, México, Costa Rica, Guatemala, España, Alemania y Estados Unidos —donde trabaja actualmente como profesor universitario—. Ese peregrinaje no impide que su escritura vuelva una y otra vez sobre el istmo del que proviene, con toda su violencia alucinada, y ya Roberto Bolaño valoró en él su valiente indagación en el "basural de la historia".

Castellanos ha hecho de esa violencia y desarraigo algunos de los ejes centrales de sus novelas: así ocurría ya en El asco (1997) —radiografía descarnada de la sociedad salvadoreña—, La diabla en el espejo (2000) —novela negra sobre corrupción y crímenes—, Insensatez (2004) —que trata el genocidio de los indígenas guatemaltecos— o Moronga (2018) —en torno al exilio salvadoreño en Estados Unidos—. El protagonista de esta última, Erasmo Aragón, es el mismo de El hombre amansado: un periodista que, como Castellanos, ejerce de profesor y que ha investigado la historia del legendario poeta y revolucionario, también salvadoreño, Roque Dalton —asesinado por sus compañeros de guerrilla, y al que Silvio Rodríguez dedicara su conocida canción Mi unicornio azul—.

A pesar de las obvias coincidencias biográficas entre Erasmo Aragón y Horacio Castellanos —incluyendo cierta simetría de sus nombres, que suman un escritor clásico y una referencia de lugar—, el autor ha negado repetidamente que su personaje sea su alter ego. Y ha trasladado esa ambigüedad a su última novela, que deja sus temas habituales como telón de fondo —las migraciones, la melancolía, el horror cotidiano— para centrarse en cuestionar algo muy actual: la censura neopuritana que tanto afecta a la tradicional construcción de las masculinidades.

Sin embargo, y por más que se empeñe Castellanos en lo contrario, ese cuestionamiento no resulta atribuible solo al personaje, porque empieza por la ironía del título y por los dos epígrafes del libro: en uno de ellos Schopenhauer critica "la comedia de la cortesía," y en el otro San Juan condena la neutralidad. Ambas citas parecen, desde luego, una clave de lectura de la novela, que nos cuenta la historia de un hombre maltratado por obra de mujeres, algo que puede leerse como protesta contra las corrientes dominantes del feminismo.  

Desde las primeras escenas del libro se dibuja el desarraigo de ese salvadoreño que lo protagoniza, y que sentado en un café observa y escucha a otros emigrantes, mientras dedica a las mujeres que pasan miradas furtivas, y también temerosas, porque "algo se le quebró adentro, o más bien se lo quebraron". Sabremos enseguida que toma antidepresivos y que ha estado en un centro psiquiátrico, acusado injustamente de abuso sexual. También, que vive en Estocolmo con la enfermera que lo atendió en Madison, que detesta la política de la corrección como falso progresismo y que le repugnan las noticias que lee sobre linchamientos y sobre víctimas de acoso "vestidas a la última moda y en demanda de dinero".

Esa vuelta de tuerca sobre un tema tan polémico resultaría de interés si fuera más o menos creíble, pero estamos ante una novela poco lograda en ese sentido, tal vez por apresurada. Así, por ejemplo, a esa infamia de la que se supone víctima el protagonista apenas se le dedica un fragmento de un párrafo. En él se nos resume velozmente una situación rocambolesca donde una chica guatemalteca perturbada lo amenaza de acusarlo de abuso si no da dinero a su hermano —miembro de una mara—, situación de la que él informa a la policía, aunque al final acaba acusado igualmente. No parece lógico birlarle al lector unas escenas tan importantes, sobre todo porque esos acontecimientos son los generadores de todo su conflicto: la depresión, los miedos, el viaje a Estocolmo.

Por otra parte, de esa enfermera madura que acoge a Erasmo Aragón no sabemos casi nada tampoco, y recibimos informaciones poco verosímiles: se lleva a su paciente a Estocolmo a vivir con ella como pareja, y en la intimidad le cuenta historias sorprendentes, como la manera en que durante un campamento de verano se metió en la tienda de seis estudiantes a los que hizo felaciones uno a uno "en cuatro patas". Él por su parte le cuenta que ha sido "objeto de abuso sexual cuando tenía doce años" por parte de una amiga de su madre que se lo llevó a su casa y le ofreció cerveza. Además, Erasmo se queja de que las mujeres de su familia son "dictatoriales, maledicentes y gozosas en la humillación de sus maridos". En conjunto, se echa de menos un esfuerzo de elaboración del material narrativo y del perfil psicológico de los personajes, o cierto trabajo con el humor y el grotesco, para que todo eso lo creamos así, en esa tromba maniquea. También, para que dejemos de recordar la realidad de la que se habla. Y es que la violencia de género —y los asesinatos de mujeres y niñas— alcanza en Centroamérica las cotas más altas de América Latina, de modo que el autor ha entrado en un territorio muy espinoso.

Cualquier argumento puede ser admisible si está bien contado, si es verosímil, pero no es el caso. A la novela, a pesar de ser corta y de faltarle todas esas escenas mencionadas, parecen sobrarle páginas: padece siempre de la misma pereza narrativa, apenas hay dramatización o trabajo con los personajes y, sobre todo, apenas se siente una verdad —ficticia o no— que dé vida al conjunto. Incluso la investigación sobre el poeta Dalton, que es nombrada más de una vez, no lleva a ninguna parte, es solo una carpeta cerrada cuya mención reiterada no se justifica. Y ni siquiera nos atrapa la personalidad de ese protagonista que más que ser un perseguido parece hacerse el perseguido: su miedo a las maras debería explicarse o sentirse de alguna manera como algo vívido, motivado, y no ocurre así.

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En definitiva, Horacio Castellanos recupera en El hombre amansado los hilos de sus novelas anteriores, para tejer con ellos otra sobre un tema distinto. Y sin duda es interesante la idea de cuestionar los excesos de esa corrección política de la que habla, aunque no logra hacerla creíble. Ese emigrante melancólico y anodino que contempla el mundo mientras medita sobre la maldad o perversión de las mujeres que lo rodean, y que se siente incómodo en el cuestionamiento del modelo de virilidad en que se ha formado, no llega a arrastrar el interés del lector. No obstante, el sólido itinerario del autor permite confiar en que sí lo hagan futuras propuestas. 

 

Selena Millares es escritora. Autora de las novelas 'El faro y la noche' y 'La isla del fin del mundo'.

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