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En el páramo

Pilar Adón

En el páramo

Descansaba entre los brazos de Rochester, su amor, su vida, que iba recuperando la vista y se reconocía ya en los rasgos de su primer hijo. Vivían tiempos de paz y calma, aunque ella se sintiera aislada a veces. Cercada por los límites de los mismos horizontes desplegados ante su ventana. Idénticos días e idénticas noches. No había viajado. No había llevado una vida de acción, de ciudad en ciudad, como tanto anhelaba. Pero se sentía a salvo porque Rochester la amaba y porque Rochester desconocía la realidad de su infancia. Su última pelea con su primo John Reed, cuando él la llamó rata descarada y ella se levantó dejando a un lado La historia de los pájaros ingleses, la ilustración del martín pescador, para arrancarle el sable de las manos y, harta de tanta afrenta, utilizarlo por fin. Diez años ella, catorce él.

Adiós, John Reed.

Vinieron entonces el encierro en la habitación roja de Gateshead y el amanecer al lado de una Helen muerta. Los alaridos de Bertha-Antoinette Cosway desde la tercera planta de Thornfield. Las visiones de un John Reed niño que no creía lo que le estaba pasando, desplomado en el suelo sin que nadie entrara en su auxilio. Y, ahora, con la llegada de la nueva institutriz (tan joven, tan vivaz), la duda de si Rochester volvería a hacerlo. Esconder a Jane. Avergonzarse de esta esposa resentida que había usado un sable, y convertirla, también a ella, en otra loca del desván. Capaz de prenderse fuego.

 

Masacre

Terminaron la película del sábado y se levantaron de la alfombra para seguir con los deberes pegados a la chimenea. Aún no era invierno, pero anochecía a las cinco, y el fuego les servía no solo para calentarse, sino también para iluminar los cuadernos. La mayor no dejaba de pensar en el final de Fort Apache, y preguntó que si la estrategia de aquel hombre había sido tan desastrosa, por qué le consideraban un héroe. Se trataba de salvar el honor, le dijeron. «Algo muy español», declaró su abuela.

— Te confundes con la honra— respondió su padre.

John Wayne no podía permitir que la familia de Henry Fonda pasara vergüenza. Y ella, tres años mayor que su hermano, preguntó si eso justificaba una mentira. La explicación fue confusa y llegó acompañada de la palabra «piadosa».

No se lo había dicho a nadie, pero seguía soñando que asfixiaba en la cuna al niño de pelo liso que se sentaba a su lado. Todas las noches. Un psicólogo habría afirmado que se hallaban ante una criatura sensible, perfeccionista, poco tolerante a los cambios, que aún percibía a su hermano como una amenaza. Lo emocional preponderaba en su cerebro frente a lo racional. De modo que su comportamiento era normal. Como normal sería pellizcarle. Abofetearle. Ya no en sueños. Ponerle una mano en la boca y apretar hasta el final. Para luego negarlo. Sabiendo que John Wayne mentiría por ella.

Un dios descosido

Un dios descosido

Y que tendría un retrato suyo. Pronunciaría su nombre como el de una leyenda. No la abandonaría jamás. Porque de eso se trataba: de la piadosa salvación del honor familiar.

 

* Pilar Adón (1971) ha cultivado la poesía, el cuento, la novela y en menor medida el microrrelato. Estos que aquí se publican son inéditos. Ha traducido obras de John Fowles, Penelope Fitzgerald y Edith Warton, y es corresponsable de la editorial Impedimenta. La última narración que ha publicado es Eterno amor (Páginas de Espuma, 2021), una novela corta.

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