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Pasado muy presente

Portadas de 'Non, je ne regrette rien', 'El alma de las flores', 'Los hilos rotos' y 'Ligero'.

El novísimo José María Álvarez no se arrepiente de nada desde el título en francés de su más reciente poemario, en el que insiste en su característica atmósfera sibarita y decadente, taraceada con citas de sus ídolos. La voz de Kaneko Misuzu nos llega traducida después de haberse salvado en un proceso tan fascinante y novelesco como sus poemas. A Antonio Rivero Taravillo no le hacen falta hilos para hilvanar la emoción con el lenguaje en el premio creado para honrar la memoria de Lara Cantizani. Ismael Ramos vuelca su mirada joven en Ligero, que él mismo se ha traducido del gallego y que ha merecido el premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández.

Non, je ne regrette rien

José María Álvarez

Renacimiento (2022)

Se puede discutir con los muertos, saber / muy bien / qué es la Cultura, la Civilización, a qué / sirven, y qué las asesina

Hace ya mucho tiempo que José María Álvarez (Cartagena, 1942) escribe como si solo le importara su mundo, voluntariamente decadente y denso, con citas ajenas que se mezclan con sus propios versos y que subraya con opiniones a veces arbitrarias, fatalistas, emitidas por un personaje sibarita que se confunde con el propio autor y que probablemente lo sea. Por si quedara alguna duda, declara sus intenciones desde el título, el de aquella legendaria canción de Dumont y Vaucaire que paseó Edith Piaf en los años 60: Non, je ne regrette rien (No, no me arrepiento de nada).

Conforme la vida ha ido acumulando capas, cada vez más los recuerdos son superposiciones de la misma persona en distintas edades: leyendo La Eneida, por ejemplo, "coronado por la luz de la memoria" que es casi siempre Épica. Aquellas novelas eróticas con las que ganó premios se destilan en poemas sugerentes como el número XX ("Ah bella indiferente. / Más radiante que el mar. / Ah entrar en ti como en esas aguas"). Cualquier tiempo pasado le parece mejor a Álvarez: las lunas, los crepúsculos y las ciudades pasaron pero aún son capaces de mirar a los ojos del lector con "la lealtad de tu perro cuando lo acaricias": "todo era como esas caracolas / que vienen de dónde / y en las que escuchas mares que fueron".

Álvarez convoca a sus ídolos, los revive y se toma una copa con ellos mirándoles a los ojos, suprimiendo los intermediarios y las copias, rescatando directamente el aura con el ritmo de sus versos y ese tono suyo inconfundible. Si se asoma a un cuadro de Bacon, se da cuenta de "que lo entiendo todo / pero que no puedo ni explicármelo a mí mismo". El más vivo de los Novísimos siente que ya todo le resbala, que las ciudades en las que vivió le repugnan. No obstante sigue, y nos propone que hagamos "como si el Horror no existiera", que perseveremos cumpliendo con la única misión de la poesía que considera digna: "EMOCIONAR. CANTAR. / Da igual qué cante y cómo / sólo si emociona / lo demás no existe".

 

El alma de las flores

Kaneko Misuzu

Satori (2021)

Qué bonito, qué bonito sería / si se derramaran risas / como se derraman lágrimas

Que se hayan salvado los 512 poemas que escribió Kaneko Misuzu (1903-1930) es tan milagroso como la mayor parte de lo que cuenta en ellos. Nacida con el nombre de Teru en un pueblo de pescadores al oeste de Japón, su madre y su abuela consiguieron que estudiara hasta los dieciocho años, algo muy infrecuente en una mujer de su época. Regentaban una librería, que la surtió de fantasía y recursos literarios. Para escribir adoptó el seudónimo de Misuzu, que significa "lugar donde se cosecha el bambú".

Sin embargo, se enamoró de un hombre que trabajaba en la librería y al que siguió cuando decidió marcharse. Lo hizo desoyendo todos los consejos, entre otras cosas porque ya estaba embarazada de su hija. El marido la apartó de la escritura y de las relaciones literarias, llevándola al límite emocional. Por fin, enferma y desmoralizada, logró el divorcio en 1930 y regresó a la casa materna. La perspectiva de perder la custodia de su hija fue la gota que colmó el vaso. Kaneko se suicidó ingiriendo una sobredosis de calmantes. Su hermano fracasó en el intento de publicar sus poemas. La librería y el rastro se perdieron porque paradójicamente el seudónimo que había elegido borró las señas de los apellidos reales.

Afortunadamente, treinta y seis años después (1966) el poeta y estudioso Setsuo Yazaki, ojeando la Colección de poemas infantiles de Japón, se encontró con el poema La gran captura. Fascinado, inició una búsqueda de quince años, hasta localizar al hermano de Misuzu que, anciano ya, conservaba los tres cuadernos de Kaneko con 512 poemas. Se publicó todo. Y no solo eso: en 2011 las cadenas de televisión repitieron una y otra vez su poema Eres un eco para consolar a los damnificados por el terremoto y el tsunami de Tohoku. Ahora Yumi Hoshino y María José Ferrada nos sirven una selección primorosa vertida al castellano. Y merece tanto la pena que es uno de los poemarios más vendidos de los últimos dos años. La poeta que se ponía del lado de la nieve, los postes de telégrafos y los atunes, del gorro perdido y del viento, nos sigue reuniendo a todos dentro del eco, que es la voz del mundo.

Los hilos rotos

Antonio Rivero Taravillo

Reino de Cordelia (2022)

Un mismo idioma: / nuestra etimología, nuestra sangre / que riega las raíces / de lo que somos

El ayuntamiento de Lucena ha creado un premio de poesía en memoria de Manuel Lara Cantizani (1969-2020), que fue concejal del municipio durante más de una década, pero sobre todo publicó once poemarios y fue un activista cultural hiperactivo. El primer ganador ha sido otro clásico de la poesía andaluza, Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963), otro todoterreno imparable que traduce, escribe novelas, ensayos, aforismos, biografías, dirige la revista Estación Poesía, ha publicado once libros de poemas y anuncia que ya tiene otro a punto de salir.

De momento, en Los hilos rotos usa el viejo esquema cernudiano (suya es la mejor biografía del sevillano de la Generación del 27): parte de una anécdota cotidiana y luego la eleva, bien con una reflexión, bien relacionándola con otra vivencia significativa de su vida. Por ejemplo, puede extraer del congelador una bolsa de menestra y que el sonido del hielo le remita al glaciar Perito Moreno. También puede relacionar unos murciélagos con el desánimo a la manera de Vallejo: "No migratorias aves, / no pájaros. / las fijaciones negras de viejas pesadillas".

Taravillo es un trabajador del lenguaje y en el idioma suele encontrar referencias líricas, como los versos que abren esta reseña. Los elementos le hablan con su propio lenguaje cuyo conocimiento es un regalo para cualquiera que sepa escuchar: "Pasando aduanas del aire, los vientos / cambian de nombre en cada geografía. // Pero el sonido / de su roce en las hojas / es muy anterior a Babel. // Un idioma que, al escucharlo, / no aprendes: / recuerdas".

Otra faceta, que seguro que le viene de su naturaleza aforista, y su condición de sevillano de adopción, son las imágenes rápidas, entre copla y greguería: "En la ebriedad del viento, / los árboles brindan / con sus copas". Y en otro momento: "Como si fuera cine, y no teatro, / corre en sesión continua / el calendario". Algunas piezas se alargan hasta ser casi cuentos en verso, como "Un camarero", donde sin embargo la primera estrofa tiene intenso valor por sí sola.

Ligero

Ismael Ramos

La Bella Varsovia (2021)

Y escribir ahora, aquí arriba, sería como imitar la risa de un niño. / Porque nada sabemos salvo la fragilidad

Recientemente, un jurado institucional otorgó a Ismael Ramos (Mazaricos, 1994) el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández por su tercer libro, Lixeiro, que él mismo había traducido al castellano y publicado en La Bella Varsovia. Siempre despierta expectación el libro de un poeta joven porque vivimos en una sociedad en la que la juventud en sí misma se considera un valor, y todo el mundo quiere ser el primero en descubrir al nuevo Rimbaud o al nuevo Claudio Rodríguez, que por ser tan llamativamente precoces han instalado la creencia errónea de que ser poeta precoz es lo normal. La poesía, como cualquier arte, tiene una parte de oficio que hay que aprender y en la que hay que ejercitarse para dominarla y así brindar más pura la emoción al lector, que es de lo que se trata.

Ismael Ramos nos ofrece en Ligero un libro de fragmentos de un diario cotidiano, con más versículos que versos, escrito en oraciones cortas, descriptivas, pero muy precisas. No es pequeño el mérito de esa selección de instantes y la disposición para que vayan creando un clima, sin grandes concesiones a lo indeliberado: "Es verano y los parques parecen inmensos. Mucho más grandes que en otras épocas del año". Incluso cuando surge una chispa, el autor prefiere aclarar que es una cita ajena: "Las casas de verano son infancias vacías. Esto me lo dijo Pepe".

Alejarse para estar

Aun así, lo que suele emocionarnos en poesía es tan sutil que cuesta detectarlo e identificarlo. La atmósfera que van acumulando las piezas nos embarca en una edad y en un modo de pensar que resultan absorbentes. Hay poemas como el titulado Tres notas sobre la pobreza con una esencia perturbadora, que se sobrepone a la ingenuidad. También hay una hipersensibilidad hacia la luz que unas veces el autor capta con los ojos cerrados y en otro poema asocia con una criada. En definitiva, hay una manera personal de estar solo: "Yo sé que la perra la escucha, pero no regresa. / Yo la escucho, pero no acudo. / Estar solo es aprender a estar atento".

 

Arturo Tendero es periodista y poeta. Autor de 'El principio del vuelo' (Páramo, 2022) y de 'Viaje a Nemiña y a la Castilla mística' (La Siesta del Lobo, 2022). Estas reseñas y otras más pueden encontrarse en su blog 'El mundanal ruido'.

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