Revisando el presente

Antonio Jiménez Millán

Nada desaparece para siempre

Jorge Villalobos (XXXVI Premio Unicaja de Poesía Valencia)

Pre-textos (2022)

Jorge Villalobos (Marbella, Málaga, 1995) tuvo un debut literario precoz: a los 18 años recibió el II Premio Cero de Poesía Joven, con el que se recuperaba una iniciativa surgida en 1971. El premio se concedía a un poema y, un año después (en julio de 2014), daba lugar a la publicación de un libro, Mi voz, que te reclama, que se editó con un prólogo de José Infante. La poesía, para Jorge Villalobos, se convertía desde el principio en pasión de vida, en la lectura y en la escritura. Después de este libro inicial, que revelaba una clara afinidad con grandes nombres de la generación del 27, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre sobre todo, pero también con Miguel Hernández y Blas de Otero, Jorge Villalobos publicó La ceniza de tu nombre (Granada, Valparaíso, 2017), que fue reconocido con el Premio Andalucía de la Crítica en la modalidad de ópera prima.

En el prólogo a este libro, una sentida elegía por la madre muerte, sugería yo que el dolor había sido una forma de aprendizaje para el joven poeta malagueño, que acaba de cumplir 23 años, y recordaba algunos fragmentos de Luis Rosales con los que se podía establecer cierta conexión, a pesar de la distancia temporal. Ya en un texto de 1941, El contenido del corazón, escribía Rosales: "Del sentir al vivir media el recuerdo; lo que no se recuerda, lo que no vuelve del corazón a los sentidos no se vive, se siente". Y en el prólogo a La casa encendida (1949) leemos: "Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas, se van... Es justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos como serán, y atar los unos y los otros, en una misma ley de permanencia".

El siguiente libro de Jorge Villalobos, El desgarro, obtuvo el premio de poesía Hiperión en 2018. Encontramos aquí una novedad importante respecto al libro anterior, y es la elección del poema en prosa como estructura formal que se corresponde con un lenguaje más seco, más directo a veces y, por momentos, más irónico. La voz que habla en estos poemas se presenta sin máscaras ni artificios, nos habla del dolor y de las pérdidas, de la ausencia de la figura materna (un hijo sin su madre no es un hijo: el verso ya estaba en La ceniza de tu nombre), de la enfermedad —propia o ajena— y del impulso necesario para huir de los recuerdos al mismo tiempo que se vuelve a ellos una y otra vez. Hay otros dos libros más recientes: No es nada personal (Diputación de Málaga, 2020, publicado también en México por Alcorce Ediciones, 2022) y Para morir los dos basta con que uno muera (Granada, Valparaíso, 2020).

El título Nada desaparece para siempre nos lo anticipa el final de Fotografías, en El desgarro: "Nada desaparece del todo... Nada en esta vida muere por completo, permanece en algún lugar de nosotros". Y lo confirma el último poema del libro, Nada desaparece, donde el sentido de la permanencia se relaciona con la memoria familiar: "…todas sus vidas viven, / lo sé porque las veo vivir en los demás". Y sin embargo, a excepción, tal vez, de la sección tercera, este último libro supone un importante giro expresivo en la poesía de Jorge Villalobos, un cambio que ya se empieza a advertir en los dos libros editados en el año 2020: de un relato marcado por el dolor y las pérdidas en La ceniza de tu nombre y El desgarro se pasa a una profunda revisión del presente en la que cuentan mucho la observación detallada, la distancia y la ironía. Nada desaparece para siempre se divide en tres apartados: Una casa: la aventura, Un trabajo: el asombro y Una familia: lo inefable. El poema-prólogo Y todo para esto condensa en los versos iniciales los tres temas que van a funcionar como núcleos temáticos ("Aunque cueste aceptarlo, hoy ya sabes / que la vida es aquello que dijeron: un trabajo, una casa, una familia"), y al mismo tiempo apunta hacia los contrastes y las paradojas vitales que se vislumbran en el paso de la juventud a la madurez: "esta comodidad y el doble filo / de la contradicción, de querer siempre / lo que jamás persigues, pero sueñas: / lo inefable, el asombro, la aventura".

Como una forma de aventura se vive lo cotidiano en la primera sección del libro, incluso desde la indolencia —el dolce far niente— de una pausa, de un aplazamiento de lo que parece urgente y no lo es tanto. Hay espacio también para la reflexión acerca de la escritura: "Escribir un poema de amor no es lo difícil, / difícil es decir lo inadvertido, / hablar de esto, los pequeños detalles, / de la épica que esconde algo sin importancia". Y sí, se aprende con los años que lo importante de verdad no es el tema sino el enfoque personal, esa nueva perspectiva que va más allá de la costumbre, de la mirada convencional. Las anécdotas pasan por el filtro del humor en poemas como La hora de comer y, sobre todo, Los gimnasios son los nuevos conventos, una evidente crítica a la "nueva religión" del siglo XXI con su obsesivo culto al cuerpo. También es visible el desajuste entre los fugaces momentos de felicidad vividos intensamente ("…y aun así me parece / hoy que existe esta cala porque tú y yo existimos", en el poema Omnia vincit) y el aprendizaje de la decepción que refrenda el final de Con las manos vacías: "Del futuro / que esperabas no queda ni la espera". Pero sigue firme la convicción en la capacidad que tiene la poesía para fundar algo estable, como ya dijo Heidegger a propósito de la obra de Hölderlin; así aparece en Este poema es pura reacción química: "En estos versos nunca nos desintegraremos. / Aquí jamás mis ojos dejarán de mirarte".

Ya en el segundo apartado del libro, 112, poética, dígame enlaza con esa misma idea, insistiendo ahora en el aspecto de la utilidad ("Quiero que mi poesía sea útil…"), aunque la mayoría de los poemas incluidos en la sección central conectan con un sentimiento que puede ser generacional: cierta impotencia ante las dificultades para encontrar trabajo y ante la precariedad que los jóvenes sufren día tras día. Uno de los poemas se titula, justamente, Precariedad. Me parece que es este el sentido fundamental de la irónica Solicitud de trabajo al McDonald’s y, más aún, de Mi cartera está llena de poemas, donde queda muy clara la distancia que mantiene la poesía con los intereses mercantiles dominantes en nuestro tiempo. Tal vez por eso mismo, Pertenencias vuelve a incidir en las contradicciones ("Ya sabes del abismo entre el propósito / que rebosa al deseo y lo que tienes") para subrayar el valor de la vida por sí misma, al margen de los objetos y del afán de poseer: "Todo aquello que nunca muere es tuyo. / Tu riqueza es tu vida al compartirla". Y no parece casual que el poema Liviano recupere el deseo de enfrentarse a la rutina y a la prisa que ya se advertía en Pausa, al inicio del libro: "Date un respiro (…) / ¿Qué papeleo importa más que tú? / Tu vida importa más que una jornada".

Puede llamar la atención que en el epígrafe de la tercera parte del libro, centrada en la familia, se recurra al término inefable. Aquí vuelven a aparecer la enfermedad, la muerte de personas cercanas, las pérdidas que marcaban La ceniza de tu nombre y El desgarro, pero ahora el lenguaje parece insuficiente, faltan palabras para definir una orfandad a la inversa (la de una madre que pierde dos hijas) y se tarda mucho tiempo en escribir un epitafio. Es el argumento de Un día cualquiera, Últimos mensajes o Primer aniversario; y, muy especialmente, de Palabras exactas, que implica una reflexión acerca de la forma de expresar el dolor (en este caso el lenguaje, más que insuficiente, puede resultar excesivo): "Hay palabras que es mejor no conocer, / no decirlas, palabras que son una caída, / por ejemplo, jamás digo cadáver, / prefiero decir cuerpo, / prefiero alguien que ya no está, / así esquivo los huesos, la carne disecada, / el olor a productos funerarios / para que se conserve". El recuerdo de la madre sigue vivo en el aprendizaje infantil de un idioma, el valenciano, que ahora el protagonista se siente incapaz de hablar (A altes hores de la vesprada). A pesar del dramatismo, no está ausente el humor en este tercer apartado del libro: se nota en la evocación de una navidad lejana en la que, tras el regalo de una ruidosa batería, el niño parece "un Dalai Lama rockero infantil", o en No sirve el microondas, con el guiño a un poema de Ben Clark y una ironía sobre las costumbres pandémicas que roza el sarcasmo.

"Si la memoria tuviese forma sería esta casa", escribía Jorge Villalobos en Deshabitado, al final de El desgarro. Nada desaparece para siempre termina con la afirmación de la memoria personal y familiar:

"Nada desaparece para siempre.

(…)

Lo sé en esta comida con mi padre. Lo sé en nuestras anécdotas.

La experiencia del límite

La experiencia del límite

No estamos los dos solos, están todas sus vidas: aún las oigo reír."

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Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954) es catedrático de Literaturas Románicas en la Universidad de Málaga y autor de ensayos como 'Los poemas de Picasso' (1983), 'Madrid fin de siglo. Modernismo, bohemia y paisaje urbano' (1998) o 'Amor y tiempo. La poesía de Joan Margarit' (2005). 

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