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Cultura

La "memoria ingobernable" del exilio republicano

Exiliados republicanos a su llegada a México a bordo del barco Sinaia.

Unas 480.000 personas. Esa es la principal cifra del exilio español: cientos de miles de personas abandonaban las que habían sido sus casas huyendo de la guerra. La mayoría, pensando en volver. Este 2019 se cumplen 80 años del final de la Guerra Civil, y por lo tanto también 80 años del comienzo de la diáspora republicana. Entre el 25 y el 28 de junio, se celebra en Madrid la tercera edición del congreso de la Memory Studies Association, una macrorreunión de más de 1.500 expertos de 45 países, dedicados a investigar la memoria de distintos sucesos históricos y en distintas disciplinas. En medio de un debate que va desde Argentina hasta Bosnia, desde Alemania hasta Ruanda, una sesión especial recuerda a quienes salieron huyendo del fascismo español. La mayoría no volvió. 

Tampoco volvió, o no lo hizo del todo, su memoria. Y, en opinión de varios de los participantes en la mesa que se celebrará el próximo viernes, fue una decisión política. "La Transición española decide 'echar al olvido', como decía [el historiador] Santos Juliá", señala el filósofo y político Antonio García-Santesmases, profesor en la UNED y uno de los intervinientes. "Los dirigentes políticos elaboraron una visión de la historia de España por la que para que nos pusiéramos de acuerdo no se podía dejar que los duelos del pasado marcaran el debate", lanza. Entre los colectivos que encarnaban esos "duelos del pasado", estaban aquellos que habían decidido partir o se habían visto obligados a exiliarse. Quienes soñaban con un regreso, con una España que retomara el proyecto republicano interrumpido, miraban desde la distancia, y con asombro, el desarrollo de los acontecimientos. 

La memoria del exilio, dice Antolín Sánchez Cuervo, investigador del CSIC en Filosofía y otro de los ponentes, es también una memoria "del fracaso, de lo no hecho". Los relatos de aquellos que lo vivieron —menciona a María Zambrano, Adolfo Sánchez Vázquez, Eugenio Imaz, León Felipe, Emilio Prados...— quizás estén sometidos a la modificación que opera el recuerdo, pero, dice, "están más allá de la distinción crítica entre lo objetivo y lo subjetivo". Son una nueva puerta a la historia. La de quienes perdieron la guerra dos veces, dice el antropólogo Pedro Tomé, que también estará en la charla: una en 1939, cuando salieron casi con lo puesto temiendo las represalias franquistas; otra en 1955, con la entrada de España en la ONU. Ahí morían las esperanzas de quienes no podían creer que las democracias europeas permitieran la existencia de una dictadura fascista en sus fronteras. 

Pedro Tomé señala algo aparentemente obvio: "Sabemos del exilio por quienes lo han contado, que son los que escriben". Fueron unos 5.000 los intelectuales que partieron, hacia Latinoamérica, Francia o el norte de África, y son sus relatos biográficos los que nos han llegado. Pero, obviamente, eran minoría. El antropólogo, tambien investigador del CSIC, recuerda que un 20% de los españoles que llegaron a México, territorio donde centra su trabajo, eran agricultores. Otros muchos, que sabían leer y escribir, fundaron innumerables escuelas e institutos por todo el país, con apoyo de los Gobiernos locales. "Allí donde veas un colegio que se llama Cervantes, es probable que lo abriera un español, aunque solo se acuerden de él quienes estudiaron allí, como mucho", dice. 

Y se acuerdan de ellos, claro, sus familiares, mexicanos que se interesaban por España, la tierra del papá o del abuelito. Dentro de esa familia habría que incluir también a los discípulos de los exiliados. Tomé cuenta que su conocimiento de la diáspora republicana no vino por que esta fuera su campo de estudio, sino por la huella que dejó en el país. Cuando comenzó a trabajar en su investigación sobre las culturas mexicanas, se encontró con antropólogos como Claudio Esteva Fabregat, Ángel Palerm, Carmen Viqueira... Todos ellos habían desarrollado el grueso de su carrera académica en México, y fueron algunos de los maestros de las nuevas generaciones de antropólogos. Tomé comenzó a hablar con sus familias, a preguntar. Sobre cómo los exiliados catalanes se reunían a menudo para seguir hablando catalán. Sobre cómo el presidente mexicano Lázaro Cárdenas repartió a los refugiados por el país para evitar que se organizaran políticamente. Sobre cómo la muerte de Franco trajo consigo un cisma familiar: ¿regresar o quedarse? 

La omisión del exilio

La memoria del exilio, dice Antolín Sánchez Cuervo, es una "memoria de vocación apátrida", una memoria que "cuestiona los límites del Estado y las identidades nacionales cerradas". Algo que se ve en el poema de Pedro Garfias que da título a la ponencia de Tomé: "Qué hilo tan fino, qué delgado junco/—de acero fiel —nos une y nos separa/ con España presente en el recuerdo,/ con México presente en la esperanza". Pero la suya es también, apunta el filósofo, una "memoria ingobernable, patrimonio de los que se han quedado por el camino". Dice Tomé que la distancia geográfica y política alejó a los militantes de las formaciones a las que habían pertenecido, de forma que tras la muerte de Franco "no tienen sitio, no son aceptados ni por sus partidos". Los seguidores de figuras como Azaña ni siquiera tenían una corriente política republicana a la que adscribirse. ¿Era el PSOE el mismo partido en el que militaron Araquistáin o Largo Caballero? Los que aún vivieron para ver morir a Franco criticaban con dureza que la Transición se construyera, dice Sánchez Cuervo, "sobre la omisión del exilio y de las víctimas". ¿Quién iba a reclamar a esos incómodos referentes como propios?

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El pasado 18 de junio, en Ciudad de México, el Senado conmemoraba también el aniversario del exilio español: el 13 de junio de 1939, el buque francés Sinaia llegaba al puerto de Veracruz procedente de Sète con 1.600 españoles a bordo. En la Sala de Plenos, Fernando Serrano Migallón, politólogo y jurista, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, dijo: "Hay que reconocer que para España el exilio está muerto". "Sí, creo que en el inicio de la Transición y el consenso democrático podría decirse que la memoria del exilio estaba muerta", valora García-Santesmases. Pero matiza: "No se puede establecer una continuidad entre eso y todo lo que ha pasado hasta ahora. En los últimos 20 años se ha intensificado la recuperación". En parte, defiende, por el debate sobre la jurisdicción universal y la no prescripción de los crímenes de lesa humanidad, conceptos que se aceptaron en España, defiende, con casos como el de Pinochet. Pero también por la lucha de las asociaciones de memoria histórica y el trabajo de la academia. 

¿Ha sido suficiente? ¿Está siendo suficiente este aniversario? Antolín Sánchez Cuervo reflexiona unos segundos. "Hombre, si nos instalamos en el punto de vista de la perfección, todo nos parece poco...", dice finalmente. Habla de unos presupuestos detenidos y de la turbulencia política: "Creo que en la situación en la que estamos, no es poco: se han organizado más de 80 congresos, exposiciones, actos...". Quedan seis meses aún para terminar este año del exilio. Y qué seis meses. 

 

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