Cultura

Veinte años sin Buero Vallejo, el escritor que sobrevivió a múltiples encierros

El dramaturgo Antonio Buero Vallejo.

En abril del año 2000, el narrador Vicente Soto escribía a Victoria Rodríguez, recentísima viuda de Antonio Buero Vallejo, que acababa de fallecer en la madrugada del 28 al 29. "Ayer le vimos aquí en casa", decía desde Londres, a donde se había exiliado en los cincuenta. "No estoy hablando de fantasmagorías. De repente se nos plantó delante, en la pantalla de la tele. Millones de ingleses y otros europeos tuvieron que verle también". Pese a su condena a muerte conmutada en cárcel, pese a sus seis años de prisión, pese a tener prohibido salir del país y pese a haber escrito contra la dictadura, contra la pena de muerte, contra la tortura y, en fin, contra el franquismo, pese a tenerlo todo en contra, Buero Vallejo lo logró. Murió hace hoy dos décadas siendo miembro de la Real Academia y Premio Cervantes, formando parte de los planes de estudio y habiendo encontrado lectores incluso más allá de las fronteras que el régimen le impuso. 

Buero Vallejo (Guadalajara, 1916-Madrid, 2000) conoció bien el encierro. El de verdad. El final de la Guerra Civil le encuentra en València, después de dos años batallando con el ejército republicano. Pasará entonces por la plaza de toros, primer centro de detención en la ciudad, y luego por el campo de concentración de Soneja (Castellón), antes de que le dejen marchar a casa bajo la promesa de presentarse ante las autoridades. El ensueño durará poco, porque es detenido a principios del verano del 39 y condenado a muerte, una pena conmutada —como la de otros tantos— por 30 años de prisión. Empieza entonces su peregrinación por las cárceles del recién creado Estado franquista: Conde de Toreno (en el centro de Madrid, donde conoció a Miguel Hernández), Yeserías (Madrid), El Dueso (Santoña), Santa Rita (Madrid)... Saldrá del penal de Ocaña en 1946, con un castigo: el destierro de la capital, una especie de encierro exterior. Se instaló en Carabanchel Bajo, que no se uniría al municipio hasta dos años después. 

La prisión le acompañaría toda la vida. Quizás la obra en la que esto se ve más claramente sea La fundación, una pieza teatral escrita en 1973 que no pudo estrenarse hasta un año después, tras burlar las distintas barreras de la censura. En ella, cinco estudiosos disfrutan de la apacible vida de la fundación, un centro que les ha becado para que puedan dedicarse a su campo de interés. Pero el público descubrirá que esa imagen idílica está solo en la cabeza de Tomás, el protagonista: en realidad, todos son presos que aguardan la pena de muerte. La crítica a la represión franquista resulta clara, pero no se lo pareció a los censores, que —además de alabar su calidad— vieron en ella el reflejo de una realidad más amplia y abstracta. "En mi opinión", decía el censor Antonio Albizu, "la obra no es de contenido político, sino una concepción muy pesimista de la condición humana, que no sabe dónde está la verdadera libertad, ni si existe siquiera y es mera alucinación". La censura sugería, sin embargo, vigilar durante el montaje los símbolos en los uniformes de los carceleros, no fuera a ser que...

Un Día del Teatro con los teatros vacíos

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Su obra más conocida, Historia de una escalera, es también el retrato de un encierro. El de Fernando y Urbano, protagonistas de la obra que le valdría el Premio Lope de Vega en 1948, siendo aún un autor desconocido: se cuenta que, para cuando el jurado tuvo conocimiento del historial de Buero, ya era demasiado tarde. Historia de una escalera se estrenaría al año siguiente, convirtiéndose desde el inicio en su primer gran éxito: llegó al Teatro Español en octubre, y debía abandonar las tablas para dejar sitio a la clásica representación del Tenorio el 1 de noviembre, pero el entusiasmo del público superó incluso a la tradición, y ese año simplemente no hubo Tenorio. Buero construye en este drama la historia de dos hombres y sus familias: uno, obrero y sindicalista; otro, intelectual y arribista. Ambos quieren dejar atrás la escasez y la tiranía del trabajo, pero aspiran a hacerlo por distintos caminos: el primero, a través de la lucha común y la solidaridad; el segundo, mediante el trabajo individual y la inteligencia. El mensaje del dramaturgo no es muy alentador. Ni uno ni otro consiguen parar la rueda y acaban, al contrario, trabajando para acelerar su movimiento, poseídos por el rencor y la amargura. 

"Y mañana, o dentro de diez años que pueden pasar como un día, como han pasado estos últimos... ¡sería terrible seguir así!", dice el personaje de Fernando, "Subiendo y bajando la escalera, una escalera que no conduce a ningún sitio". De nuevo esa idea insistente en la obra de Buero: la prisión que no lo parece, los días que se suceden iguales a sí mismos, la percepción de la realidad alterada por el encierro y las bajas pasiones —la culpa, la envidia, el rencor...—. Algunas obras serían, eso sí, mucho más explícitas en sus planteamientos. El tragaluz, estrenada en 1967, hace referencia expresa a la Guerra Civil y retrata a dos hermanos separados por ella y que han tenido distinta fortuna: uno ha triunfado socialmente, el otro no. La imposibilidad del encuentro en una sociedad marcada por la violencia es también el centro de La doble historia del doctor Valmy, escrita en 1964 y prohibida por la censura, lo que impidió que se estrenara en España hasta 1976 —tuvo una premier en inglés, en el Gateway Theater de Chester, en 1968—. En ella, enfrenta a un policía y al preso político al que tortura, unidos solo en el dolor y la culpa. 

En el centenario de su nacimiento, en 2016, el mundo del teatro llegó tarde: solo la escena independiente se acordó de él, con una adaptación de La fundación dirigida por Ruth Rubio. Dos años más tarde, el Centro Dramático Nacional estrenaría El concierto de San Ovidio en una versión de Mario Gas, y La Joven Compañía retomaría La fundación, pero desde entonces se han puesto en pie pocas obras del autor, debido entre otras cosas a los desencuentros entre la familia y los potenciales directores. El 20º aniversario de su muerte sucede ahora con los teatros cerrados. Lo decía Fernando: "¡Sería terrible seguir así!". 

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