VIOLENCIA MACHISTA

La denuncia como salvavidas o laberinto sin salida: el 80% de las víctimas de violencia no dan la voz de alarma

Decenas de personas durante una concentración contra la violencia machista en la Puerta del Sol, a 25 de septiembre de 2023.

Fueron meses de malos tratos hasta que Nadia dio el paso de denunciar a su maltratador. Ella apenas era una adolescente y no se reconocía como víctima. Los gritos, las amenazas, el control y los golpes, pensaba ella, eran lo normal. No se trata de una anomalía, al contrario. El 37,3% de las víctimas de violencia de género no acuden a las instituciones porque asumen que la violencia, en realidad, carece de importancia.

Cuando Andrea se presentó ante las autoridades ni siquiera sabía bien qué es lo que iba a denunciar. De nuevo, las dudas y la culpabilidad. "Que él te insulte, te menosprecie o incluso te pegue, te llega a parecer normal", dice hoy, casi una década después. Mari Luz ni siquiera había contemplado enunciar la palabra violencia. Lo que ella sufría eran problemas propios de una relación, pensaba. No fue hasta haber pasado por un proceso de terapia de pareja, cuando la víctima decidió ir al centro de la mujer de su pueblo. "Conforme iba a las visitas me fui dando cuenta de que yo no tenía la culpa de lo que estaba pasando", sostiene al echar la vista atrás.

Las tres animan a otras a denunciar, pero advierten de que el camino a recorrer no es siempre fácil. La experiencia de Nadia está atravesada por los nervios, las dudas y los ataques de pánico en los pasillos de los tribunales. El acompañamiento, dice tajante, fue su salvavidas. Hoy asiente convencida que la denuncia es la senda a seguir, pero entiende que a veces se convierte en un muro infranqueable. Para dinamitarlo, la superviviente apela al entorno: la salida, dice, es más reconocible si al lado hay una mano amiga que sirva de guía. También Andrea anima a denunciar y lo hace con la mirada puesta en todas las mujeres. "Cuando ellos son juzgados, eso puede frenarles para la siguiente vez", asevera, "también para darte cuenta de que has conseguido parar a alguien que tuvo parejas y seguramente les hizo lo mismo". 

Al segundo mes empezó a separarme de mis amigas, al tercer mes me agarró del cuello y me dio el primer golpe

Nadia

Primer obstáculo: las dudas

Nadia empezó la relación con su maltratador cuando tenía quince años. Han pasado tres desde aquel momento y aunque los primeros meses estuvieron marcados por el silencio y el aislamiento, hoy habla desde el otro lado del teléfono resuelta, decidida a nombrar, a visibilizar y a servir de espejo para otras muchas. 

"Al segundo mes empezó a separarme de mis amigas, al tercer mes me agarró del cuello y me dio el primer golpe", recuerda. A pesar de la violencia que sacudió su vida, la relación siguió. Fue un familiar, la prima de la adolescente, quien escuchó por primera vez el relato de la víctima. "Le hablé del maltrato psicológico, del control y de que siempre me pedía hacer videollamadas para vigilarme. Le enseñé un moratón en mi espalda. Era la primera vez que lo decía", rememora Nadia. Aunque le rogó mantener su confesión en secreto, su prima no dudó un segundo en dar la voz de alerta. Cuando sus padres supieron de la violencia ejercida por el agresor, acompañaron a la joven a iniciar la vía de la denuncia formal.

"Aquella misma noche fuimos al hospital para que hicieran un parte médico y luego declaré ante los Mossos d’Esquadra", reseña Nadia. No iba convencida, no había conseguido resolver la amalgama de dudas que todavía la atravesaban, pero agarró la mano de sus padres y dio el paso. Se celebró un primer juicio rápido, pero cuando la causa llegó a la vía penal, una semana después, el maltratador asomó con nuevas promesas. "Me dijo que iba a cambiar, así que no declaré en ese juicio. Lo archivaron y volví con él".

Lo que me dio la fuerza para decir 'aquí pasa algo' fue una agresión con mi hijo en brazos. Lo estaba asfixiando contra mí y cuando me soltó no dudé en llamar al 112

Andrea

La violencia no tardó en hacer de nuevo acto de presencia, siguiendo el ciclo que tienden a experimentar las víctimas inmersas en una relación abusiva. Lo que Nadia recuerda como determinante no fueron los golpes, ni los insultos: fue verse reconocida en las palabras de otra. Se trataba de la expareja de su maltratador, con quien logró contactar para compartir experiencias que resultaron ser idénticas. "Abrí los ojos gracias a ella", asiente hoy. En aquel instante, la víctima retomó la denuncia, en un proceso que se prolonga hasta la actualidad, atravesado por quebrantamientos de órdenes de alejamiento y nuevas denuncias

Andrea sólo consiguió el impulso para denunciar cuando la vida de su bebé estuvo en peligro. "Lo que me dio la fuerza para decir 'aquí pasa algo' fue una agresión con mi hijo en brazos. Lo estaba asfixiando contra mí y cuando me soltó no dudé en llamar al 112", relata. Igual que Nadia, ella tampoco era "consciente" de que su vida "pendía de un hilo", fue la violencia vicaria la que le hizo abrir los ojos. "Se lo llevaba un día entero, siendo lactante, sin decirme dónde y así me castigaba", recuerda hoy. 

Revictimización y falta de acompañamiento

Su primer contacto con la policía deriva en una visita de urgencia al hospital. Lo recuerda como el peor día de su vida, por una razón de extrema gravedad: los policías le dicen que el bebé no le puede acompañar al centro sanitario y el agresor se queda con él. Fueron horas de angustia hasta reencontrarse con él. También hubo un juicio rápido al día siguiente que conllevó una orden de alejamiento, pero el camino fue duro. "Los funcionarios de justicia decían al principio que era una discusión de pareja" y finalmente accedieron a reducir la orden de alejamiento a 50 metros, en lugar de los 300 solicitados inicialmente, "porque la madre de él" compartía barrio con la víctima. En un primer momento, los agentes que declararon ni siquiera fueron los que le atendieron, sino dos agentes de guardia.

Sobre su agresor recae una sentencia condenatoria, pero "sólo se demostraron las lesiones" registradas en el hospital, omitiendo toda la violencia anterior. "En el ámbito privado, es una palabra contra la otra", lamenta la superviviente. Su agresor era guardia civil y, en un pueblo pequeño, las cosas no eran fáciles para la víctima. "El juez me llegó a recomendar que hiciera lo posible por salir del pueblo. Por cualquier sitio al que salía, aparecía su familia, andaba a mi lado, no me dejaron hacer vida normal. Vivía en tal situación de pánico y miedo que cambiaba la ruta que hacía cada día". Cuando la orden de alejamiento llegó a su fin, cuenta Andrea al otro lado del teléfono y todavía con un nudo en la garganta, su maltratador cogió el coche, la buscó y condujo en paralelo a a ella. "Me dio un ataque de ansiedad y acabé en el hospital".

A partir de presentar la denuncia explotó todo. Cuando él se enteró, me tuve que ir a una casa de acogida

Mari Luz

El miedo no era lo único que anidaba en las entrañas de la víctima. A pesar de la condena, a pesar de la orden de alejamiento, la culpa todavía hacía mella. "Iba a terapia, pero cuando volvía a casa todavía pensaba que igual volvía y me pedía perdón", reconoce. "Nueve años después empiezo a levantar cabeza, a creerme y a tener fuerza". Le ha costado casi una década porque las fallas con las que se topó en el camino no fueron pocas. "Me sentí juzgada permanentemente a nivel social", la médica forense del instituto de medicina legal le preguntó en una primera toma de contacto "cómo era posible que sufriera violencia de género siendo licenciada" y el primer juez de su caso, especializado en violencia de género, acababa de dictar una sentencia absolutoria en la que cuestionaba el trabajo de las entidades de mujeres porque hacen "valoraciones sesgadas" [aquí la noticia]. Ni siquiera estuvo a la altura el Instituto de la Mujer de su localidad, que hoy recuerda como "un ente frío al que no volver".

Tampoco fue fácil para Mari Luz. La denuncia que se decidió a registrar fue, recuerda ella, un detonante. "A partir de ahí explotó todo. Cuando él se enteró, me tuve que ir a una casa de acogida", afirma. Dice no haberse sentido comprendida ni por su entorno, ni por las instituciones. "Mi familia no lo entendía, él tenía amigos que trabajan en la policía y la mayoría me dio de lado". 

Mari Luz recuerda el primer golpe, recién casados, pero hoy es capaz de entender que la violencia había empezado mucho antes, aunque de forma más sutil. La pareja decidió ir a terapia y fue en ese momento cuando el psicólogo le dijo a la víctima que aquello no era un problema de la víctima, sino de su agresor. El siguiente paso fue atravesar las puertas de la casa de la mujer de su pueblo, donde sí encontró cobijo entre los brazos de una psicóloga y una abogada especializadas. Sólo entonces, decidió denunciar. "Yo no sabía que eso era violencia de género, pero llegó un día en que denuncié y decidí divorciarme".

La víctima fue ganando uno a uno todos los juicios que se celebraron –por los malos tratos, por la manutención de los niños…–, pero no siempre fue sencillo. "Nunca me pusieron psicólogos ni nadie que me acompañara, acabé con una abogada de pago, especializada, porque la de oficio no avanzaba. Los juicios duran muchísimo y cuando vas a denunciar algunos te atienden bien, pero otros te hacen sentir responsable. He sentido muchas veces que yo tenía la culpa".

No existían denuncias previas por violencia de género contra el presunto agresor": es la frase que más veces ha resonado en el seno de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género

49 asesinatos y un comité de crisis

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En lo que va de año, son ya 49 las mujeres asesinadas a manos de hombres que eran sus parejas o exparejas. La cifra carga con un peso simbólico importante: es el mismo número de víctimas mortales registrado en todo el año pasado y el anterior. La estadística, con toda probabilidad, revertirá la tendencia de los últimos ejercicios y marcará, en unos meses, un nuevo récord. El Ministerio de Igualdad ha vuelto a convocar una reunión del llamado comité de crisis, la entidad que agrupa a comunidades autónomas y agentes implicados en la lucha contra la violencia machista para analizar qué ha podido fallar en los casos notificados. Los feminicidios en estas mismas fechas eran 33 el año pasado, 38 el año anterior y 40 en 2020.

"No existían denuncias previas por violencia de género contra el presunto agresor", es la frase que más veces ha resonado en el seno de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. Del total de víctimas mortales, 22 no habían presentado denuncia y en 17 de los casos no consta su existencia. El 79,6%. Por contra, sólo diez dieron la voz de alarma a las autoridades. 

La Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer, publicada en el año 2019, detalla que las mujeres víctimas de violencia física o sexual por parte de sus parejas que no han denunciado, esgrimen mayoritariamente que ellas solas resolvieron el problema (47,2%) y que lo sucedido tenía muy poca importancia (37,3%). El 11,4% apela a haber sentido vergüenza y el 10,6% cita miedo al agresor. En el caso de las mujeres que sufrieron violencia por parte de sus exparejas, también la mayoría dice haberlo resuelto en soledad (48,5%). El 32,1% utilizó la separación como solución a la violencia sufrida y el 23,7% le restó importancia. La vergüenza es invocada por el 16,6% de las encuestadas y el miedo por el 15,6%.

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