IGUALDAD

Decir #Seacabó cuesta a las víctimas de violencia sexual una media de diez años

Concentración en Motril en apoyo a Jenni Hermoso.

Quizás Jenni Hermoso no lo hiciera de forma consciente ni premeditada, pero su respuesta ante el episodio de violencia vivido –y televisado– hace ya tres semanas terminaría por convertirse en una red capaz de sostener a muchas otras víctimas. El movimiento #SeAcabó ha servido para dar voz a las víctimas y canalizar miles de experiencias, muchas enterradas bajo un manto de silencio. Hablar, reconocerse como víctima, es un paso clave para las mujeres que sufren violencia machista. Un proceso que puede durar hasta diez largos años y que ahora encuentra un refugio gracias a la mano tendida de miles de mujeres.

Diez años y once meses es el tiempo que tardan las víctimas de violencia sexual de media en pedir ayuda. El cálculo proviene de un estudio confeccionado en 2019 por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género y citado por la Fiscalía General del Estado en su última memoria. El análisis, tejido a partir de entrevistas, resalta que son precisamente las víctimas de violencia sexual las que más tiempo tardan en dar la voz de alarma. Las mujeres que sufren violencia psicológica tardan una media de ocho años y siete meses en solicitar ayuda; la violencia física tarda ocho años y cuatro meses en ser expresada por quienes la sufren y la violencia económica ocho años y doce meses.

"Romper con el silencio es difícil para las víctimas porque todas las inseguridades derivadas del trauma te limitan", expone Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia contra las mujeres. "El hecho de que otras mujeres lo hagan, actúa como reflejo", sostiene, un mecanismo que se asemeja al resultado de las terapias grupales en casos de violencia de género, pone como ejemplo la psicóloga. A gran escala, ocurrió también con el #MeToo o con el testimonio de Rocío Carrasco en prime time, una exposición que elevó las llamadas al 016 a niveles históricos. 

María del Mar Daza, jurista y autora del libro Escuchar a las Víctimas, coincide en lo complejo de expresar la violencia, especialmente cuando "no tienes palabras para hacerlo, porque no le encuentras explicación o sencillamente porque la víctima no tiene parámetros para analizar la violencia en su contexto". Ocurre con mayor intensidad en el caso de las víctimas de abusos sexuales a menores. Ante esa realidad, el empuje de otras mujeres actúa como motor de cambio.

Movimientos como el #SeAcabó "lo que hacen es cuestionar directamente los elementos objetivos que la propia cultura machista establece alrededor de las víctimas" y que hacen que se sientan solas, culpables y puestas en tela de juicio.Toma la palabra Miguel Lorente, médico forense y exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género. Ante esa coyuntura, la fuerza colectiva de las mujeres ofrece apoyo e impugna los mandatos patriarcales que rodean a las víctimas. En lugar de soledad, aporta acompañamiento; en lugar de desconfianza, brinda credibilidad. 

Una red de amigas

La Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer elaborada por el Ministerio de Igualdad señala que el 50,7% de las mujeres que han sufrido violencia física o sexual en el ámbito de la pareja contó lo sucedido a una amiga. Así lo hizo el 39,9% de quien sufrió violencia sexual fuera de la pareja. Cuando se trata de una violación –en el momento en que se elaboró la Macroencuesta existía una distinción entre abuso y violación– fuera de la pareja, el 44,3% de las víctimas acude a una amiga para narrar lo sucedido. Son las amigas quienes, con diferencia, constituyen el principal apoyo de las víctimas. Y son redes como el #SeAcabó las que construyen de manera análoga un espacio de confianza para ellas.

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"El silencio implica que la violencia se produce en absoluta impunidad. Independientemente de las consecuencias penales, hablarlo y reconocerse como víctima equivale a decir 'hasta aquí", reflexiona Daza. Narrar la violencia sirve para "disipar la culpa y la vergüenza", completa Zorrilla, para confrontar con el relato hegemónico y señalar que las víctimas "no son responsables" y por tanto "no hay nada en ellas que haya propiciado que el agresor haya cometido el delito". Constituye, en opinión de la especialista, no tanto un acto de reparación, pero "sí un primer paso hacia la sanación" en tanto que implica el "reconocimiento del daño". Se trata de una "especie de catarsis" que sirve para "empezar desde otra base distinta", abunda Daza. "Son cosas dañinas, duelen dentro y es difícil saber qué hacer con ellas. Contarlo es como limpiar la herida".

Zorrilla advierte, no obstante, del reverso de la moneda: "La redes sociales no son exactamente espacios seguros". Y muchas veces la revictimización se multiplica: existe el riesgo de "añadir sufrimiento al trauma por lo padecido", porque a menudo se produce un "juicio social", la víctima puede tener que encarar una reacción machista desmesurada en el plano virtual o incluso, en caso de señalar al agresor con nombres y apellidos, puede verse obligada a asumir consecuencias legales. La psicóloga, en este contexto, cree fundamental poner a disposición de las víctimas todos los recursos necesarios: es importante que puedan acudir a "dispositivos de mujeres con profesionales que le ayuden a ordenar y trabajar el trauma". 

También Lorente llega a la misma conclusión. "En un momento de efusividad, compromiso y rebelión es muy fácil lanzar el grito, pero seguimos estando en una sociedad machista, por lo que todo se va a interpretar en clave machista", sostiene. Soltar lastre es importante y es comprensible, pero a veces también tiene consecuencias. Precisamente en ese contexto ocurre que las víctimas que se convirten el protagonistas involuntarias –como Jenni Hermoso, pero también la víctima de La Manada–, pueden sufrir las consecuencias de estar en el foco. Después del apogeo, señala el médico forense, "viene la soledad otra vez". Una vez pierde actualidad el caso, el proceso para la víctima continúa, pero ya sin el respaldo de la mayoría social. Una vez más, el abrazo del movimiento feminista y el acompañamiento de profesionales se tejerán como la única respuesta capaz de dar cobijo a las víctimas. Cualesquiera que sean sus circunstancias e independientemente de si deciden callar o hablar. 

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