Mujeres conversan sobre el 'sí es sí': "Hemos conseguido algo muy importante, pero la polémica lo ha empañado"

Una mujer participa en en una asamblea con motivo del 8M.

La agenda política vuelve a canalizar la conversación en las calles. Este 8M está indiscutiblemente marcado por el debate parlamentario, la confrontación entre partidos y la discusión técnica en torno a un asunto: la ley del solo sí es sí. Aquello del consentimiento en positivo, la reflexión alrededor de la violencia e intimidación, las heridas como expresión de violencia, la permanentemente cuestionada educación sexual, son algunas de las claves que se cuelan en los espacios cotidianos: en las charlas de bar, en las sobremesas y en las aulas de las universidades. 

Ada Santana tiene hoy 25 años y preside la Federación de Mujeres Jóvenes. Durante las movilizaciones contra La Manada, germen de la ley del solo sí es sí y las primeras expresiones populares que reclamaban una revisión de los delitos contra la libertad sexual, la joven canaria llevaba algunos años participando en asociaciones feministas. Desde allí contempló lo que denomina un “boom”: las manifestaciones en las que había participado pasaron de ser “minoritarias a multitudinarias”. El grito en las calles fue en realidad la consecuencia lógica de una premisa: “Las chicas jóvenes nos vimos reflejadas en aquel caso, se nos estaba juzgando a todas”. 

Algo parecido lo experimentó Carmen Blanco. La joven recuerda con nitidez las primeras veces que la violencia sexual entró en el debate y el impacto que supuso señalar a las agresiones dentro de la pareja. “Las generaciones jóvenes como la mía vivimos un momento clave en las manifestaciones contra la sentencia de La Manada que nos han ayudado a cambiar muchísimo el paradigma y la forma de entender la violencia sexual”, dice en conversación con este diario. Blanco, activista feminista de 25 años en la Comisión 8M, destaca que aquellas movilizaciones se organizaron de manera “rápida e informal”, como una respuesta espontánea pero fuerte tejida por las mujeres. “Se desbordaron las calles de manera increíble y en parte eso explica el éxito de las huelgas del 8M”, reflexiona.

Allá por 2018, quienes no participaban activamente en espacios feministas “seguían con la mentalidad de la buena víctima: aquella a la que miras y ves sus traumas, la que se queda en casa, la que no es capaz de responder ni empoderarse”. Pero las chicas más jóvenes llegaron para impugnar el relato, lo que “supuso un shock”. A partir de entonces, sitúa Blanco, “se terminó con el mito de que la violencia sexual la ejerce un desconocido en un callejón” y se empezó a señalar al “entorno, a los conocidos y a las propias parejas”, algo que “la gente ni se planteaba”. Fue un reto, completa la activista, porque “la gente estaba muy lejos de entenderlo”.

Aunque Rocío Lleó tenía sobrada experiencia como militante feminista, aquello “fue un antes y un después”. “Se improvisaron un montón de manifestaciones, salimos a las calles y fue muy impresionante la respuesta”, comenta al otro lado del teléfono. A sus 54 años, cataloga la reacción a la sentencia de La Manada como un elemento “catalizador, igual que en su momento lo fue el caso de Ana Orantes para la violencia de género”. 

La respuesta del movimiento feminista fue determinante, pero lo realmente transgresor fue la resignificación de la violencia sexual y su introducción en el debate público. “Pusimos el debate en el centro, planteamos qué supone la violencia sexual, el consentimiento, el terror sexual, la libertad, el control y la sexualidad”. La conversación no quedó encorsetada dentro de los espacios genuinamente feministas, sino que se introdujo en todas las esferas. Lleó recuerda conversaciones con su madre y sus tías sobre la violencia sexual en el marco de la pareja y lo que una vez se dio en llamar “delito marital”. También de aquello que empezaba a asomar como cultura de la violación. “Pues sí, mamá, ¿no te acuerdas de todas las películas en las que se viola a la protagonista y se normaliza? ¿O de los anuncios, los libros?”, recrea Lleó, quien también resalta cómo las feministas fueron moldeando la consigna del “no es no” hasta aterrizar en el “solo sí es sí”.

Decepción, preocupación, dolor

Aquel momento lo vivieron las mujeres como una oportunidad transformadora. Y parecía que sus demandas se concretarían, por fin, en una reforma del Código Penal. Un paso que enseguida se volvería más ambicioso: ya no era una reforma, sino una nueva ley. Integral, completa, con medidas pensadas para las víctimas

Pero las rebajas de las penas, la pugna política y el ruido en torno a aquel gran proyecto feminista, terminaron por apuntalar las expectativas. “Para mí la palabra es decepción”, admite Santana, quien lamenta que la ley, tan “esperada por el movimiento feminista”, pudo ser “un hito”. Pero la parte penal de la norma ha “tapado” los avances que también contiene, opina la joven.

Lleó dice vivirlo con “mucha preocupación”, aunque consciente de que el debate “está muy manipulado”. Bajo su punto de vista, la ley sí es el “reflejo del movimiento feminista y sus reivindicaciones en la calle”. La activista no renuncia a esa impronta y la distingue de la polémica que se ha gestado en los últimos meses. Esto último, opina, da rienda suelta a “posicionamientos ultraconservadores” que buscan “quitar el foco de lo importante: el consentimiento”. La feminista reconoce que el debate mediático y político le “remueve mucho” y recuerda que el activismo ha “conseguido algo que era muy importante, aunque no sea perfecto”.

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Blanco no renuncia a confrontar el debate en las calles: “Se habla de violadores sueltos pero no se tiene en cuenta que la mayoría de mujeres no se sienten seguras para denunciar, ¿quién habla de todos esos violadores que ya están sueltos porque nadie les ha denunciado?”, plantea. La activista coincide en que la “reparación y el sufrimiento de las mujeres no se está poniendo en el centro” y que el debate se ha desviado hacia una cuestión puramente partidista. “Yo no me siento más segura aumentando las penas, me sentiría más segura si no hubiera impunidad”, zanja. 

Rosa Arauzo acaba de cumplir 78 años y su mirada hacia la ley estaba cargada de expectativas que ahora se han tornado “en mucho dolor”. La histórica feminista cree que ha habido “una falta de concreción en el planteamiento que alguien debería haber advertido” y ahora, opina, se está “utilizando para hacer propaganda” contra la norma. “Estoy de verdad muy dolida, muy apesadumbrada”. Y por eso, apuesta por huir del ruido a través de una fórmula: pararse a pensar, recapacitar y alcanzar una solución de consenso.

Pero si algo le preocupa es la ruptura en las entrañas del feminismo. “Eso me retrotrae a finales de los setenta, cuando nos reunimos las mujeres en el primer congreso del movimiento feminista en Granada. Entonces hubo una escisión de la que tomé parte: constituimos un movimiento feminista independiente porque nos parecía que el movimiento que emanaba de los partidos estaba muy condicionado”. Con aquel episodio en la memoria, la feminista solo puede pedir un deseo para este 8M: “Por favor, no nos rompamos. Tenemos que seguir hablando, acercándonos y llegando a puntos de encuentro. La ruptura no sirve para nada”.

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