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Por qué sigue siendo más fácil contar a una amiga que te han violado que presentarse en comisaría

Un grupo de personas participa en una manifestación por el 8M, Día Internacional de la Mujer, desde la plaza de Atocha hasta la de Colón, a 8 de marzo de 2022, en Madrid

Más de tres millones de mujeres han sufrido violencia sexual. Muy pocas han encontrado en las instituciones un espacio seguro para dar la voz de alarma, pero una parte importante sí ha hallado en su entorno una mano amiga a quien relatar lo sucedido. La violencia sexual continúa relegada a los márgenes, a lo que no se cuenta, a lo que no se ve. Al menos, en el ámbito formal. Pero sí encuentra cobijo en los brazos de las personas de confianza.

La Macroencuestra de violencia contra la mujer, un análisis a cargo del Ministerio de Igualdad confeccionado en 2019, determina que el 11,1% de las mujeres que han sufrido violencia sexual fuera de la pareja –la encuesta no aporta datos de denuncia respecto a la violencia dentro de la pareja– ha denunciado en la policía o en el juzgado. El porcentaje cae al 8% cuando se trata de denuncias registradas por las propias víctimas. A las Fuerzas de Seguridad del Estado solo llegan el 9,3% de las denuncias. 

El cambio es sustancial cuando se trata del entorno. Según la misma encuesta, el 39,9% de las mujeres encuestadas ha contado lo sucedido a una amiga, el 28,3% a su madre, el 15,5% a un amigo, el 15,2% a su padre y el 14% a su hermana. En el caso de las mujeres que han sufrido una violación fuera de la pareja –el estudio se elaboró cuando todavía existía una distinción entre los delitos de abuso y agresión–, el porcentaje de quienes deciden contárselo a una amiga asciende hasta el 44,3%.

"A las mujeres que han contado a alguien del entorno la violencia sexual sufrida, se les preguntaba por la reacción de la persona a la que se lo contaron. En todos los casos el apoyo a la mujer agredida es mayoritario, oscilando entre el 70% y el 93,4%", añade el análisis. Y ahí está, esencialmente, la clave: las mujeres encuentran en su entorno lo que no hallan en las instituciones. El 30,5% de las víctimas que no denunciaron señalan que no concedieron importancia a lo sucedido, el 25,9% habla de vergüenza y el 20,8% confiesa temor a no ser creída. La vergüenza y el miedo al descrédito escalan al 40,3% y al 36,5% en el caso de las víctimas de violación.

Buscar refugio

"La violencia sexual es un ataque a la intimidad" y como tal constituye un hecho "potencialmente traumático", introduce la psicóloga especializada en violencia de género Bárbara Zorrilla. Por ese motivo, añade, en las víctimas afloran diversos "mecanismos de defensa" que se expresan a través de fenómenos como "recuerdos fragmentados". Se trata, fundamentalmente, de "narrar lo inenarrable, poner en palabras lo que ha sucedido y encajarlo en un relato coherente, algo extremadamente difícil". Primero, completa la psicóloga, la víctima tiene que "contárselo a sí misma y luego en un espacio en el que sienta incondicionalidad", porque ella misma previamente "ya se ha puesto en tela de juicio" y lo que necesita es "sentir que no lo harán otros".

Bárbara Tardón, experta en violencias sexuales y asesora del Ministerio de Igualdad, subraya que "los hechos traumáticos" como la violencia sexual "están alimentados por un gran estigma, generan en las víctimas vergüenza, miedo y una profunda confusión acerca de cómo actuar". Tardón cree que es fundamental no desligar la reacción de las víctimas con  el contexto histórico en torno a la violencia sexual: "Se ha mantenido histórica y socialmente en silencio, mientras que institucionalmente no ha existido una respuesta adecuada ni una puesta en marcha de una ruta de atención".

Esta realidad hace entendible que las mujeres "donde precisamente se sientan más seguras es con su entorno más cercano", porque también existe el "miedo ante la posibilidad de que su relato no sea creído". ¿Y cuáles son las raíces de ese temor compartido por el grueso de las víctimas? Responde María del Mar Daza, doctora en Derecho y autora del libro Escuchar a las Víctimas. Victimología, Derecho Victimal y Atención a las Víctimas (Tirant lo Blanch, 2015): "La justicia no ha sido un lugar amistoso hasta ahora para las víctimas", por lo que "es lógico" que verbalicen el trauma "en un entorno seguro". 

Soltar el dolor

Asistir al núcleo más cercano en lugar de a una comisaría tiene también otra razón de ser: la víctima, en primera instancia, no busca justicia, sino simplemente soltar lastre. Transformar el recuerdo de la agresión en palabras supone "soltar un dolor que tienes guardado dentro: sale con rabia, la víctima necesita soltarlo pero cuando sale, duele", expresa Daza. "Siente vergüenza, siente asco y otros muchos sentimientos difíciles de gestionar", por lo que contarlo a un extraño "sigue siendo difícil, especialmente en entornos hostiles".

Compartir el trauma, analiza la psicóloga, implica "exponerse, externalizar y revivir". En una situación de crisis como puede ser la posterior a una agresión sexual, la víctima permanece en un "estado de shock en el que es difícil ordenar el relato y especificar detalles", por lo que emprender un proceso de denuncia requiere tener en frente "alguien que lo comprenda y acompañe". Y no siempre sucede así. Si no se garantiza protección a la víctima y una sanción al agresor, "la desconfianza y el miedo crece", abunda Zorrilla.

En añadido, las víctimas no solo suelen desconocer "el procedimiento" a seguir a instancias policiales y judiciales, sino que además "las consecuencias de dicho procedimiento implican para ellas revictimización, confusión y un miedo permanente porque en violencia sexual siempre existe una duda sobre su credibilidad", continúa Tardón. En ese sentido, añade, es importante "tener en cuenta que no todas las víctimas desean denunciar y respetarlo".

Según la Macroencuesta, el 10,2% de las mujeres que han sufrido violencia sexual buscaron ayuda psicológica para afrontar lo sucedido (21,8% en el caso de las mujeres que han sufrido una violación) y el 6,5% ayuda médica (14,4% en el caso de las mujeres que han sufrido una violación). El 84,1% de las víctimas de violencia sexual y el 67,2% de las mujeres que han sufrido una violación no han buscado ayuda formal tras lo ocurrido.

Hablar, visibilizar y tender la mano

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Fue probablemente la reacción social ante la agresión sexual cometida por cinco hombres –autodenominados La Manada– durante los Sanfermines de 2016 lo que introdujo la violencia sexual en la agenda pública como un revulsivo. Se trataba no solo de nombrarla, sino también de resignificarla: preguntarse qué es violencia sexual y cómo de presente está en la vida de las mujeres. El impulso feminista, opinan las expertas, insufla aire a las víctimas. El 22,1% de las víctimas de violencia sexual que no acudió a las autoridades señala como razón, según la Macroencuesta, que la agresión sucedió en otros tiempos en los que no se hablaba de ello. Y hoy, sí se habla.

"Hablar de ello está ayudando y las denuncias van aumentando", observa Bárbara Zorrilla, quien defiende colocar esta forma de violencia en el centro, pero haciéndolo bien: sin titulares sensacionalista, sin cuestionar a la víctima ni blindar a los agresores. La psicóloga pone como ejemplo el caso de Dani Alves. "El testimonio de la víctima está en todos los medios y cualquiera sin tener conocimiento, sensibilidad o empatía, puede cuestionarlo. Eso no ayuda", lanza. Situar la violencia sexual en el foco es importante, pero afinar la mirada con "formación, sensibilización y perspectiva de género" resulta igualmente clave.

María del Mar Daza dice estar convencida de que asistiremos, en los próximos años, a un aumento progresivo en la tasa de denuncia. Y no porque vaya a aumentar la violencia sexual, que existe "desde tiempos inmemoriales", sino porque "disminuye la cifra negra": la de la violencia oculta. Ponerle nombre a la violencia sexual, hacer de las instituciones entornos seguros y darles voz a las propias víctimas hará, asegura la experta, que las mujeres "dejen de sentirse cuestionadas, enjuiciadas y dañadas por el sistema".

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