Cuando habían pasado 8 horas y 45 minutos, Hakeem Jeffries paró de hablar. El líder demócrata en la Cámara de Representantes y congresista por Nueva York había comenzado a hacerlo a las 5 de la mañana del jueves. Su discurso iba a exponer las críticas de su partido a la ley fiscal de Donald Trump (la bautizada por el propio presidente de los Estados Unidos como la “Big Beautiful Bill”), una legislación clave para el programa económico del magnate y que incluye medidas tan polémicas como el recorte masivo de las ayudas sanitarias a las personas más desfavorecidas, un mayor gasto en el control de las fronteras y en la deportación de inmigrantes y la mayor producción de combustibles fósiles.
Ya pasaba la una de la tarde cuando Jeffries terminó un discurso que sirvió de poco. Al rato de acabar su intervención, la ley fiscal era aprobada por la mínima en la Cámara, tal y como se había hecho ya en el Senado, donde fue necesario el voto del vicepresidente, J. D. Vance para desempatar la votación. El golpe era duro para los demócratas, pero también lo era para alguien que ese día no se encontraba en ninguno de los centros de poder político tradicionales de Washington. Alguien que tan solo un año antes había sacrificado tiempo, dinero y exposición pública para ponerse al frente de una de las campañas más efectivas y caras de la historia reciente de Estados Unidos. Alguien que hace poco más de cinco meses tocó el cielo, ahora daba otro paso en su caída a los infiernos. Ese alguien no era otro que Elon Musk.
Al hombre más rico del mundo se le podría definir como un moderno Ícaro, el personaje de la mitología griega cuya ambición por volar hasta el Sol terminó derritiendo sus alas y haciéndole caer al mar. Su deseo de acercarse más y más al poder terminó de la peor manera posible cuando, tras meses de colaboración, Musk criticó duramente la ley fiscal de Trump, señalando que su aprobación aumentaría el déficit, uno de los principales caballos de batalla de Musk. Una esperpéntica pelea en X y la salida del hombre más rico del mundo de la Administración dejaron la relación rota, con el multimillonario tratando de recular y acercarse al presidente de nuevo, pero sin que este sellara la paz.
Pero esta pasada semana, con la aprobación de la ley fiscal, Musk ha vuelto a la carga con nuevas amenazas contra el presidente. ¿Las principales? Apoyar con su dinero a políticos republicanos contrarios a la ley fiscal en las primarias para las elecciones de mitad de mandato (“nadie que haya apoyado esta legislación volverá a ganar las elecciones”, aseguró Musk). Y, quizás la más excéntrica, fundar un tercer partido en EEUU que, según él, “dé voz al pueblo” y sea la alternativa a las dos grandes formaciones. Esta vez, Musk ha cumplido: habrá un tercer partido en EEUU, y se llamará, tal y como prometió el dueño de Tesla, Partido de los EEUU.
¿Un nuevo Ross Perot?
Cada formación política tiene una historia de creación de lo más variopinta. Algunas surgieron en la clandestinidad, otras en un bar, otras, entre un grupo de amigos intelectuales. Pero hay muy pocas que se hayan creado tras una encuesta de X. El día 4 de julio, coincidiendo con las celebraciones del Día de la Independencia, el hombre más rico del mundo lanzó una en donde preguntaba a sus más de 221 millones de seguidores si debía crear una organización para “romper el bipartidismo en el país”. La respuesta fue clara: el 65% de las más de un millón de personas que votaron apostaron por el sí. Y dicho y hecho: solo un día después Musk anunciaba que el Partido de EEUU ya era una realidad.
La formación, eso sí, ya nace con un problema de base: su líder no puede en ningún momento presentarse a unas elecciones presidenciales. En EEUU es una condición indispensable para los candidatos que sean nacidos en el país, algo que no cumple Musk, pues nació en Sudáfrica. Eso sí, el hombre más rico del mundo sí tiene un precedente al que agarrarse para su proyecto de tercer partido. En 1992, Ross Perot, otro multimillonario vinculado con las tecnológicas, como él, puso en jaque el sistema bipartidista presentándose a las elecciones de ese año como independiente. Logró 20 millones de papeletas y el 19% de los votos, el mejor resultado de la historia moderna de un candidato que no fuera ni demócrata ni republicano. No tuvo opciones de ganar la presidencia, pero sí dividió el voto conservador y terminó condenando a George Bush padre a no conseguir la reelección frente a Bill Clinton, que venció en esos comicios con solo el 43% de los votos, uno de los porcentajes más bajos de la historia para un ganador de las elecciones.
El programa de Perot estaba basado en un discurso antiestablishment, populista y de equilibrio presupuestario que recuerda al de Musk, pero ambos tienen dos problemas de base: la oferta política existente ya representa bien a la población estadounidense y el sistema electoral estadounidense es un muro casi imposible de franquear. “Tanto el Partido Demócrata como el Republicano ya se reparten bien las sensibilidades de EEUU, que por su diversidad es más un continente que un país”, comenta Francisco Rodríguez Jiménez, profesor de la Universidad de Extremadura, y codirector del think tank Global Studies de la Universidad de Salamanca.
El experto cree que, por ese motivo, el partido de Musk no tiene demasiado futuro sustituyendo a los republicanos y, con un sistema electoral tan mayoritario como el estadounidense, las cosas se le ponen aún más difíciles. En el país rige la fórmula del winner takes it all, es decir, que el que gana un Estado, gana todos sus votos electorales, aunque solo sea por una diferencia mínima. Esto hace que formaciones más allá de las dos grandes tengan muy difícil competir, ya que tan solo con una mayoría de los votos pueden obtener alguna opción. Teniendo en cuenta que deben conseguir más de un 50% de los compromisarios para ganar las elecciones, todo se hace casi imposible. De hecho, Perot en 1992, pese a lograr casi el 20% de los votos, no consiguió ningún compromisario, ya que no ganó ninguno de los Estados.
Y por si eso fuera poco, con Trump todavía en el poder, la aventura de Musk suena aún más irreal, ya que las bases del movimiento MAGA (Make America Great Again, por sus siglas en inglés) no le van a abandonar. Quizás, se pregunta Jaime Caro, investigador sobre la alt-rigth en la Universidad Autónoma de Madrid, el único momento en el que a Musk se le podría abrir una ventana de oportunidad es cuando el inquilino de la Casa Blanca se retire de la política. “Si esto sucede, tendremos un Partido Republicano trumpista sin Trump, totalmente desorientado. Ahí quedan dos opciones: o bien intenta con ese tercer partido presionar a que los republicanos se muevan a determinadas posiciones (con el objetivo final de suplantarlo) –cosa que es extremadamente difícil y cara–; o la alternativa fácil, que Musk se alíe con otros republicanos dentro de la formación articulando una alianza interna que puje por su liderazgo cuando Trump se haya ido”.
Ahora, la respuesta de Musk al trumpismo, no es, ni mucho menos, un giro ideológico de 180º, sino más bien todo lo contrario. El Partido de EEUU será, con total probabilidad, una nueva vuelta de tuerca a los principios que rigen el movimiento MAGA, pero siendo incluso con más peligro. “Su ideología sería muy similar a la del Partido Republicano trumpista, solo que menos pragmático y más idealista. Por eso, si llegan al poder, entenderían los presupuestos como una suma 0 y recortarían masivamente en sanidad y partidas sociales mientras aumentan el gasto militar, siempre con la meta de no tener déficit. No es tanto un partido más radicalizado –puesto que las ideas siguen siendo las mismas– sino uno más inocente que puede hacer más daño a la gente de a pie”, describe Caro.
Una venganza poco creíble
Musk sigue conservando una fortuna inmensa, una gran capacidad de influencia social gracias a su dominio de X y a algunas de las empresas más poderosas del mundo, pero su situación es bastante peor que la que era hace unos pocos meses. Sus beneficios, especialmente en Europa, han caído en picado por su relación con Trump y la ruptura con este también le ha dejado muy comprometido y expuesto empresarialmente. “Otros procesos anteriores de enfrentamientos entre oligarcas y políticos nos han enseñado que el que suele salir perdiendo es el oligarca, ya que al final no puede comprar el poder político. Un caso paradigmático es el de Putin en Rusia, que acabó dominando a todos los oligarcas que le apoyaron”, afirma Miriam Juan-Torres, experta en relaciones internacionales e investigadora en la Universidad de Berkeley.
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Además, en particular, Musk siempre ha partido de una posición de relativa inferioridad con respecto al presidente, no solo por su falta de poder político sino por su dependencia del dinero estatal. “Musk y sus empresas, si existen hoy es porque siempre han vivido de subvenciones estatales y federales. Y esta ley fiscal revierte ayudas a empresas verdes, por lo que, posiblemente, Musk vaya a verse afectado en gran medida por esta reducción de subvenciones”, afirma Caro. Esos intereses económicos del multimillonario son lo que, en última instancia, parecen haber roto los puentes con el presidente. El problema es que Musk está relativamente solo en esta lucha. Ninguno de los oligarcas que apoyaron el ascenso de Trump le han seguido en su enfrentamiento y eso le hace aún más vulnerable.
Con todo, Musk sí que tiene dinero de sobra para impulsar a ese tipo de candidatos díscolos con el objeto de hacer daño a Trump, ya sea con su partido, o dentro de los republicanos. El dinero de Peter Thiel, otro oligarca cercano al trumpismo y creador de PayPal, sirvió para financiar el inicio de la carrera política de Vance, que pasó en poco tiempo de ser un escritor bestseller a tener un asiento en el Senado. Sin embargo, es difícil que Musk pueda con su dinero cambiar el rumbo del Partido Republicano: “Se ha demostrado que Trump mantiene de manera muy férrea el control del partido mediante el miedo. Hay muchos republicanos que han votado a favor del paquete que va en contra de sus comunidades pobres por miedo a que Trump los señale públicamente y finalice así su carrera política”.
Además, Rodríguez Jiménez recuerda que Musk no ha tenido demasiado éxito a la hora de financiar a candidatos más allá de Trump. En las elecciones a la Corte Suprema de Wisconsin, celebradas en abril, el magnate se llevó un duro revés después de que Brad Schimel, un juez en cuya campaña invirtió más de 20 millones de euros, fuera derrotado por la candidata progresista Susan Crawford por casi diez puntos. Musk, como hizo con Trump, se implicó directamente en la campaña e incluso llegó a sortear y a regalar dinero a aquellos votantes que firmaran una petición “contra jueces activistas” o hicieran fotos a personas que fueran a votar con fotos de Schimel. Finalmente, el efecto Musk tuvo el resultado contrario y acabó movilizando al electorado progresista, sufriendo una dura derrota que se podría replicar en el caso del nuevo partido del multimillonario. Quizás a lo único a lo que pueda aspirar Musk no es tanto a sentar a sus candidatos en el Congreso o en el Senado sino a dividir el voto conservador, tal y como hizo Perot, en última instancia, beneficiando a los demócratas.
Cuando habían pasado 8 horas y 45 minutos, Hakeem Jeffries paró de hablar. El líder demócrata en la Cámara de Representantes y congresista por Nueva York había comenzado a hacerlo a las 5 de la mañana del jueves. Su discurso iba a exponer las críticas de su partido a la ley fiscal de Donald Trump (la bautizada por el propio presidente de los Estados Unidos como la “Big Beautiful Bill”), una legislación clave para el programa económico del magnate y que incluye medidas tan polémicas como el recorte masivo de las ayudas sanitarias a las personas más desfavorecidas, un mayor gasto en el control de las fronteras y en la deportación de inmigrantes y la mayor producción de combustibles fósiles.