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Los crímenes de Israel y la desesperanza aumentan la simpatía de los jóvenes palestinos por Hamás

Las fuerzas israelíes continúan atacando Gaza

Céline Martelet y Alexandre Rito (Mediapart)

Yenin (Cisjordania ocupada) —

Barro, trozos de asfalto arrancados, cables eléctricos colgando... En el norte de la Cisjordania ocupada, los alrededores del campo de refugiados de Yenín parecen un campo de batalla.  

Hay impactos de bala por todas partes, imposible de saber de cuándo son. Durante más de veinte años, las paredes han sido testigos de violentos combates. Desde el atentado de Hamás del 7 de octubre, se han multiplicado las mortíferas incursiones israelíes en este campo de refugiados donde se hacinan 18.000 personas.  

La última, a mediados de diciembre, duró tres días. Murieron doce palestinos murieron y fueron detenidos varias decenas. En un comunicado de prensa, el ejército israelí declaró que la incursión se había saldado con la incautación de armas y explosivos. Una vez más, los bulldozers israelíes destruyeron varias calles. En cada incursión, esas gigantescas máquinas aplastan los coches que encuentran a su paso y destruyen también las tuberías de distribución de agua y el sistema de evacuación de aguas residuales. "¡Es casi como si también hicieran la guerra a las alcantarillas!”, ironiza un residente.  

En este laberinto de callejuelas, un joven combatiente avanza a toda prisa. Con su gorra negra puesta, no habla mucho. "Faluya" es el sobrenombre que los lugareños dan a este barrio, bastión de grupos armados, en referencia a la ciudad iraquí que ha sido escenario de enfrentamientos especialmente violentos en los últimos años.

 

Aquí viven combatientes de Hamás, de la Yihad Islámica Palestina y de otras brigadas locales. Para entrar, es obligatorio ir acompañado. Ahora más que nunca, los extranjeros son vistos como una amenaza potencial. El ejército israelí realiza incursiones mortales en este laberinto casi a diario.  

Con los años y las guerras, la zona se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la ocupación. En algunos callejones se han tendido enormes lonas entre las casas. Un cielo de lonas negras que permite a los grupos armados moverse sin la vigilancia de los drones israelíes.  

"No debemos quedarnos más, uno de los nuestros se esconde aquí", nos dice el combatiente que nos sirve de guía. En cuestión de segundos, todo el mundo estaba de vuelta en el coche. Sentado en la parte trasera, el joven suelta por fin algunas palabras. Detenido por el ejército israelí a los 17 años, fue liberado el verano pasado tras dos años de cárcel.  

Desempleado y privado de educación, deambula por este campo insalubre del que no se le permite salir. Yenín se ha convertido en su nueva celda, donde ha optado por las armas.  

En su móvil, nos muestra imágenes suyas disparando al aire un fusil M4. Por su pantalla rota pasan vídeos de propaganda de grupos armados palestinos. "Todo el mundo aquí los ve", dice encantado el combatiente. En las paredes de "Faluya", los retratos de los "mártires" están por todas partes. Todos murieron en enfrentamientos con soldados israelíes. Todos son jóvenes, a veces muy jóvenes, y todos se han convertido en héroes para el barrio.  

En un recodo de la calle se ven los escombros de varias casas. A finales de noviembre, fueron parcialmente destruidas en una incursión aérea israelí que duró más de dieciséis horas. Hoy no queda prácticamente nada. Sólo dos sofás, cubiertos de polvo, cuyos colores aún podemos distinguir. Uno es verde, el otro marrón.

 

"Aquí es donde mataron a Mohamed Zubeidi", dice nuestro joven guía. En una pared que apenas se sostiene se ha colgado una gran foto del hombre que ahora es "mártir". A su lado está Hussam Hanoun, miembro de Hamás, también asesinado aquel día. Mohamed Zubeidi tenía 27 años y era combatiente de la Yihad Islámica Palestina.  

Todos los días, familiares y vecinos acuden a la casa de la familia Zubeidi para ofrecer sus condolencias. Sobre una mesa hay un retrato del fallecido. 

"Este es Mohamed. Lo mataron el 29 de noviembre. El logotipo de al lado es el de la compañía eléctrica donde trabajaba", explica orgulloso el padre, Jamal. Sentado en un taburete de plástico, el anciano empalma uno tras otro cigarrillos y cafés.  

En la sala donde nos recibe hay colgados otra docena de retratos de hombres de la familia asesinados por el ejército israelí. Sólo una mujer. "Fue abatida al cruzar un puesto de control durante la primera Intifada", dice.  

Nueve "mártires" de la misma familia en tres décadas. Para Palestina, nada es demasiado", repite Jamal. “Es por nuestra libertad. Haremos todo lo que podamos para liberar nuestra tierra. Nos gustaría vivir como el resto del mundo. Pero nos vemos obligados a tomar las armas. No nos han dado otra opción.” Más de dos semanas después de la muerte de Mohamed, el ejército israelí aún no ha devuelto su cuerpo a su padre, Jamal. 

Entra un niño en la habitación, jugando a un juego de carreras de coches en su teléfono. Tiene 12 años. “Él también será un combatiente y morirá como un mártir", dice su abuelo, Jamal. “Le pusimos el nombre de uno de sus tíos que murió en combate". Otro niño de 5 años se acerca. Lleva un chándal Nike azul y su abuelo le augura un futuro de violencia y armas. 

Una escena de alegría

A finales de noviembre, en la Cisjordania ocupada, en el marco del acuerdo alcanzado entre Israel y Hamás, fueron liberados 240 presos palestinos, en su mayoría mujeres y hombres menores de 19 años, a cambio de rehenes secuestrados el 7 de octubre. Las liberaciones fueron acompañadas de enormes escenas de júbilo en Ramala, Nablús, Beitunia, etc.  

La multitud gritaba y lloraba y había banderas de los movimientos palestinos por todas partes. Verde por Hamás, negra por la Yihad Islámica. El 25 de noviembre de 2023, a hombros de un amigo, Wael Bilal Mashy ondea la bandera de Hamás. Ese día, en Al-Bireh, cerca de Ramala, cientos de personas habían acudido a vitorear a este ex preso, convertido también en héroe. El joven gritaba "Decimos sí a la resistencia: ¡que Dios la proteja! ¡Así queremos que sean los hombres! ¡Viva la Resistencia, vivan los que la han apoyado! ¡Larga vida a las brigadas Ezzedine Al-Qassam! Fueron esas brigadas, el ala militar de Hamás, las que dirigieron el ataque contra Israel el 7 de octubre.  

Según un sondeo de opinión publicado el 13 de diciembre, ha aumentado considerablemente el apoyo a Hamás en la Cisjordania ocupada. El 72% de los palestinos encuestados por el Palestinian Center for Policy and Survey Research, principal instituto de sondeos palestino, cree que fue apropiada la decisión del movimiento islamista de lanzar un ataque terrestre contra el sur de Israel.

 

El 85% de los encuestados apoya las acciones de Hamás desde el inicio de la guerra contra Israel. Sólo el 10% apoya a la Autoridad Palestina, y sólo el 7% está detrás de Mahmud Abbas, que lleva dieciocho años en el poder.  

Así pues, el actual presidente de Cisjordania ocupada, de 87 años, parece haber perdido la poca legitimidad que le quedaba. El 19 de octubre, tomaron las calles de Ramala cientos de palestinos en apoyo a la Franja de Gaza, pero también para exigir su dimisión.  

Ese día, algunos jóvenes ya llevaban cintas en la cabeza con los colores de Hamás. Entre ellos estaba Yazan, de 19 años. Durante varias horas, desafió a los soldados israelíes permaneciendo frente al puesto de control de Qalandia. "No tenemos miedo de nadie. Tenemos a Dios y a Hamás. Les doy las gracias por apoyarnos", se jacta el joven palestino antes de girar ágilmente su tirachinas sobre la cabeza.  

"La magnitud de los crímenes de Israel y la retórica de sus responsables llevan a estos jóvenes a ver en la lucha armada la única salida", explica Johann Soufi, abogado especializado en derecho internacional. "El sentimiento de abandono por parte de la ‘comunidad internacional’, que no tiene la voluntad o la capacidad de imponer un alto el fuego, refuerza su determinación. Es aterrador, porque en los próximos años veremos surgir una nueva generación, probablemente mucho más violenta y radicalizada que la anterior. Hamás no será derrotado por la fuerza de las armas", advierte el abogado. “Por cada combatiente muerto en Gaza, dos o tres se unirán a sus filas en Cisjordania, Gaza y los campos de refugiados de los países vecinos. Es un círculo vicioso.”  

Violencia sin fin

Desde el 7 de octubre han muerto 310 palestinos en la Cisjordania ocupada, según el Ministerio de Sanidad palestino. Más que nunca, Ramala, Nablús, Yenín y Hebrón viven bajo la presión del ejército israelí, que intensifica el número de detenciones. Cerca de 4.000, según la Autoridad Palestina y varias ONG, que denuncian también "registros y acosos masivos, palizas [...] además de sabotajes generalizados, destrucción de viviendas y confiscación de vehículos". También hay presiones de los colonos más radicales, que atacan a los agricultores en sus olivares y a los beduinos a las puertas del desierto.  

En el salón de su casa cerca de Belén, Ahmed nombre ficticio ofrece té a sus invitados. "He añadido salvia. Viene de mi jardín. Tómenlo, está delicioso". A Ahmed le gusta hablar de Palestina. La tierra a la que está tan unido. Su nieta no se separa de él, cubriéndose el pelo con un kufiya blanco y negro, símbolo de la resistencia palestina.  

En la cocina, la televisión está a todo volumen. Abu Obeida, el portavoz militar de Hamás, dará un discurso ese día. “Hace mucho tiempo que no habla", dice Ahmed. “Esta resistencia armada es el resultado de lo que han creado. Si llego, tomo su casa y pego a su mujer, ¿cómo va usted a reaccionar? Tenemos derecho a vivir como ustedes. Le aseguro que hemos perdido la esperanza. Nunca hay justicia para nosotros. ¡Mire lo que está pasando en Gaza! Incluso el presidente Macron está cediendo a la presión de Israel y Estados Unidos".  

Issa, el hijo de Ahmed, entra en la habitación. Un bebé que apenas puede andar se agarra a uno de sus dedos para no caerse. "Espero que mi nieto tenga un futuro mejor, sin la ocupación", dice el abuelo. Todavía hoy se alzan algunas voces palestinas que abogan por la paz. Son pocas y apenas audibles, pero existen. Ibrahim Enbawi, de 55 años, es uno de esos pacifistas. Hace varios años, su hermano y su tío fueron asesinados por el ejército israelí. Hoy vive en el campo de refugiados de Shuafat, cerca de Jerusalén.

 

Allí es donde nos cita. Le llevaría demasiado tiempo atravesar los puestos de control para llegar a la Jerusalén Oriental ocupada. "En 1985 salí de la cárcel, un año después de mi detención por las autoridades israelíes. En ese momento me di cuenta de que la violencia no era la forma de resolver todo esto. Lo más importante para mí no es convencer a la gente, sino hacerla pensar. Yo pongo las cosas sobre la mesa, y luego les toca a ellos elegir.” 

Antes del ataque del 7 de octubre, este palestino daba una conferencia tras otra a israelíes, pacifistas como él, todos miembros de la misma asociación que aboga por el diálogo. Tras el ataque de Hamás, se cancelaron los actos previstos en universidades y escuelas.  

"Aún nos queda mucho camino por recorrer. Compartimos el agua, el oxígeno, la luz, el viento y la tierra. No es fácil, pero sin paz habrá más guerras y más muertes. El problema es que aquí la cultura de la paz no le interesa a nadie. Mire, tiene que haber mucho derramamiento de sangre como el del 7 de octubre para que los medios de comunicación del mundo se interesen por lo que están pasando los palestinos de Cisjordania". Avanzada nuestra entrevista, Ibrahim Enbawi reconocía: "Mientras continúe la ocupación israelí, esta espiral de violencia nunca se detendrá.” 

Fue esa misma ocupación la que impidió a la familia Al-Maghrabi celebrar la liberación de Hamza, su hijo de 17 años. La policía israelí tenía instrucciones estrictas: nada de escenas de júbilo ni música en el sector de Jerusalén Este.

 

Ocultos a la vista, tras las contraventanas cerradas, familiares y vecinos van pasando por su casa de las colinas de Sur Baher. Han venido a saludar al joven, liberado en virtud del acuerdo alcanzado entre Israel y Hamás.  

Llevaba en prisión desde febrero, acusado de lanzar un cóctel molotov contra una comisaría israelí. Condenado a 32 meses de prisión, no debería ser liberado hasta 2026.  

Rawad, su padre, estrecha la mano de cada invitado, uno tras otro. Carismático e imponente, sus ojos contrastan con su sonrisa franca. “Como padre de familia, intento protegerlo al máximo", confiesa. “No le dejo salir para que no se encuentre cara a cara con policías israelíes, o para que sea controlado por el ejército en un puesto, porque si miran su carné de identidad, sabrán que ha sido liberado a cambio de rehenes y podrían humillarle o incluso volver a detenerle"

Desde su liberación, Hamza sigue en casa. No ha podido volver al instituto, donde le han negado el acceso. Una prisión física y mental más. "Gracias a Dios me he reunido con mi familia. Estoy contento, por supuesto. Pero me gustaría poder continuar estudiando", dice el adolescente de rostro delgado.  

Dice haber perdido casi diez kilos durante su detención. "Espero que reconsideren su decisión. Quiero ser ingeniero civil para que mi familia se sienta orgullosa. Eso es muy importante para mí. Me entristece quedarme en casa. Me han alejado de mis amigos y de mis estudios". 

En un rincón de la sala, Oum Hamza, la madre del adolescente, se sincera: "La verdad es que estamos en una situación de guerra, así que ellos aplican sus reglas. Aunque consiga un abogado para defender la causa de mi hijo, no sirve de nada, la decisión no viene del instituto, sino de más arriba. No quieren que los presos liberados vuelvan a estudiar".  

Hamza reanuda tranquilamente su relato. Sin este acuerdo entre Hamás e Israel, seguiría detenido, al igual que otros 240 palestinos. A regañadientes, da las gracias al movimiento islamista y luego, un poco alejado de su familia, acaba por expresar en pocas palabras la rabia que intenta reprimir. “Estoy enfadado por todo lo que nos están haciendo aquí y en la Franja de Gaza".  

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De vuelta en el salón, Rawad, el padre, habla también de su estancia en prisión y de las humillaciones que ha sufrido a manos de militares y policías israelíes. "Ahora están privando a mi hijo de un futuro", se lamenta. En el sofá, su madre monta en cólera: "Quieren colonizarnos. Tienen la cabeza dura, pero nosotros también. Nos quedaremos en nuestra tierra".

 

Traducción de Miguel López

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