El 10 de julio de 1985, el Rainbow Warrior, un barco de la ONG Greenpeace, explotó en el puerto de Auckland, al norte de Nueva Zelanda, la víspera de zarpar para una campaña contra los ensayos nucleares franceses en el Pacífico. Fernando Pereira, fotógrafo y activista que se encontraba a bordo, murió ahogado.
Los responsables fueron los servicios secretos franceses, siguiendo órdenes de las altas esferas del Estado. La revelación de los autores intelectuales y los detalles del atentado, por parte de los periodistas Edwy Plenel y Bertrand Le Gendre en las páginas del diario Le Monde, provocó un escándalo mundial.
Cuarenta años después, “esta tragedia sigue siendo un fuerte símbolo de la represión sufrida por los movimientos ecologistas”, escribe Greenpeace, que anuncia que el Rainbow Warrior III, que sustituyó al barco hundido en 1985, atracará en julio de 2025 en el puerto de Auckland, “donde su predecesor fue hundido en el atentado que marcó para siempre la historia de Greenpeace”.
Entre 1966 y 1996, Francia llevó a cabo 193 ensayos nucleares en la Polinesia Francesa, primero en el aire y luego subterráneos, con el fin de probar su armamento atómico. Para la escritora polinesia Chantal T. Spitz, “una gran parte de la sociedad sigue incapaz de desprenderse de las mentiras y del manto de miedo que acompañó a ese periodo”.
En 1991 publicó una novela de gran fuerza literaria y política sobre la tragedia de una familia maohi atrapada en las redes de la colonización francesa, L’Île des rêves écrasés (La isla de los sueños aplastados), reeditada en 2013 por la editorial Au vent des îles. Poeta y autora comprometida con la deconstrucción de los estereotipos sobre la vahiné (muchacha de Tahiti, ndt) y contra la reducción de la Polinesia a una “postal”, Chantal T. Spitz concede pocas entrevistas a los medios de comunicación, pero ha respondido a las preguntas de Mediapart.
Mediapart: El 10 de julio se cumple el 40º aniversario del atentado de los servicios secretos franceses contra el Rainbow Warrior de Greenpeace. ¿Qué simboliza este acontecimiento en la historia de la Polinesia?
Chantal T. Spitz: El atentado en sí no simboliza gran cosa para nosotros porque ocurrió en Nueva Zelanda. El sabotaje del Rainbow Warrior no forma parte de nuestra historia. Sin embargo, para nosotros, que nos oponíamos a los ensayos nucleares en aquella época, su significado era realmente que el Estado francés estaba dispuesto a cometer cualquier ignominia para seguir perpetrando esos ensayos.
En los años 70, muchos activistas extranjeros, especialmente de Nueva Zelanda, llegaron a las aguas de Mururoa, a veces en veleros. Entre ellos, el Vega, pero también el Spirit of Peace y fragatas de la flota neozelandesa. A menudo fueron abordados violentamente y todos los opositores extranjeros fueron expulsados.
Incluso las personalidades francesas que acudieron a apoyar el movimiento en aquellos años, como Jean-Jacques Servan-Schreiber, el general de Bollardière, Brice Lalonde o el obispo Gaillot, fueron vigiladas. El sabotaje del Rainbow Warrior marcó el último capítulo de una larga serie de actos represivos del Estado francés contra los opositores a los ensayos, tanto autóctonos como extranjeros.
¿Cuáles eran las formas de acción de los activistas de Polinesia contra los ensayos nucleares franceses?
Desde el principio, en los años 60 y 70, hubo acciones a nivel internacional: una petición presentada por mujeres ante la ONU, redes creadas con las islas Fiyi, que fue el centro de la protesta oceánica con el Free Nuclear and Independent Pacific (Fnip), que agrupaba las protestas de diferentes países. La Iglesia protestante se implicó en Europa y en todo el mundo. Yo me limité a llevar a cabo acciones a nivel local, que consistían principalmente en manifestaciones de protesta y peticiones. Hoy en día se tiende a decir que no teníamos información. Es falso. Si queríamos información, podíamos conseguirla.
¿Qué información le parecía impactante?
La peligrosidad y las consecuencias radiactivas. Porque no hay que olvidar que ya se habían realizado ensayos americanos en las islas Marshall en la década de 1950 y ensayos británicos en Australia. Es el Pacífico, es Oceanía, somos nosotros. Sabíamos que era peligroso.
También sabíamos que Estados Unidos e Inglaterra habían firmado el tratado contra los ensayos atmosféricos. Pero el Estado francés decidió realizar esos ensayos en nuestro territorio. Hay que decir también, en descargo de mucha gente, que desde el principio hubo una terrible propaganda de desinformación y amenazas.
¿Qué amenazas?
Las personas que se oponían a los ensayos nucleares eran seguidas por los servicios de inteligencia. Todos los medios de comunicación formaban parte de la mentira del Estado. Intentaban decirnos que Francia había inventado la bomba limpia, que no había ningún peligro y, sobre todo, que íbamos a beneficiarnos de ella. De inmediato, nos inundaron con dinero. Taparon muchas bocas.
Al cabo de unos diez años, cuando la protesta empezó a hacerse un poco más audible, las personas más destacadas eran registradas en la calle a la vista de todos. Los que tenían pretensiones políticas, si trabajaban en la administración, eran trasladados o despedidos. Si no eran ellos, sus hijos tenían dificultades para encontrar trabajo. Los oponentes eran condenados al ostracismo y tratados como escoria. Los antinucleares eran considerados independentistas y chusma.
El 2 de julio marcó otro aniversario: el de Aldébaran, el primer “ensayo” nuclear francés en Polinesia, en 1966. ¿Siguen sintiéndose hoy los efectos de ese acontecimiento?
Aldébaran por sí solo, no. Pero Aldébaran y los 192 ensayos que le siguieron están más que presentes hoy en día. La fecha del 2 de julio es sintomática de la dificultad que tenemos para abordar el periodo nuclear de forma histórica y serena. Desde hace décadas, es objeto de ceremonias más o menos seguidas y más o menos criticadas por los propios polinesios.
Durante el periodo de ensayos, miles de trabajadores lo abandonaron todo para ir a trabajar a las instalaciones, porque pagaban bien
Una gran parte de la sociedad sigue siendo incapaz de desprenderse de las mentiras y del manto de miedo que acompañó a ese periodo. Aldébaran es solo el comienzo de un largo trauma del que aún hoy nos cuesta salir. Es normal, después de varias décadas de mentiras, secretos y desprecio por parte del Estado francés.
¿De dónde viene ese trauma: de la violencia de las explosiones? ¿De la contaminación de la tierra y el agua? ¿De la presencia del ejército?
Eso es. Pero hay otros temas de los que no se habla. El traslado de miles de trabajadores que se contratan en los atolones más remotos para construir las infraestructuras. Hay que imaginarse que se trata de una empresa gigantesca que se va a instalar en atolones que están lejos de todo. Así que hay obras para varios años.
Luego, durante el periodo de ensayos, miles de trabajadores lo abandonan todo para ir a trabajar a las instalaciones, porque pagan bien. Sus familias se trasladarán a Tahití para esperar a los hombres que se han ido a Mururoa. Familias que se encontrarán desarraigadas y desestructuradas y no volverán a sus casas: hoy en día, el 75 % de la población de la Polinesia Francesa vive en Tahití.
Se van a construir cosas enormes: viviendas para los militares allí destinados, oficinas, centros de análisis. El desarrollo de la capital y de los municipios vecinos va a ser completamente anárquico porque el CEP [Centro de Experimentación del Pacífico, el organismo que dirige los ensayos nucleares y su preparación, ndr] se instala en cualquier lugar donde hay espacio. Pero aquí todo es muy pequeño. No hay espacio. Hay montañas, una pequeña costa y el mar. Así, el CEP ocupará una superficie increíblemente grande de la isla.
Además de los daños causados por los propios ensayos, hay que añadir los daños medioambientales relacionados con la extracción de materiales para todas estas infraestructuras. Se va a extraer material de los ríos y las montañas, se van a construir enormes terraplenes en tierra y mar. Todo va a quedar trastocado. Hoy, una parte del atolón de Mururoa se ha desprendido y podría hundirse en el mar y provocar un tsunami.
¿Han tenido estas transformaciones físicas y materiales consecuencias sociales?
La modernización demasiado rápida, con un flujo incontrolado de dinero vertido por el Estado, ha provocado un consumo desenfrenado y cambios radicales en los modos de vida: abandono de las lenguas autóctonas, del sector primario, de la alimentación y de la organización familiar tradicional.
Pero también hay un sentimiento de culpa. Por ejemplo, entre muchos ex trabajadores que se marcharon para ofrecer una vida que creían mejor a sus familias. De hecho, cuando regresaron, transmitieron a sus hijos enfermedades relacionadas con la radiactividad (ver último apartado). Se temen las posibilidades de mutaciones genéticas. Se estima que, durante el último ensayo atmosférico en 1974, pudieron quedar contaminadas unas 110.000 personas.
Hay un sentimiento de impotencia porque, digamos lo que digamos, hagamos lo que hagamos, nada tiene efecto sobre los acontecimientos. Esto provoca depresión, pasividad, ira y rencor. Es complicado pues tener una visión clara del periodo nuclear en nuestras mentes. Por ejemplo, la gran mayoría de los polinesios están convencidos de que todos los cánceres actuales están relacionados con la energía nuclear. Eso no es necesariamente cierto. Pero nos han mentido tanto que ahora somos incapaces de escuchar nada de lo que se nos dice.
¿Pedir perdón para ser absuelto y luego lavarse las manos de las consecuencias de sus abusos? En mi opinión, es una fórmula que no compromete a nada
El Estado y los militares siempre tienen un discurso muy tranquilizador: “No hay ningún riesgo, todo va bien, todo está bajo control”. Pero ya no les creemos. Todo eso es lo que corroe nuestra sociedad. Y son esos traumas los que se acumulan y nos amargan la vida. Nadie se libra.
Una comisión parlamentaria acaba de presentar un informe sobre los efectos de los ensayos nucleares franceses en Polinesia. Recomienda, en particular, que una ley contemple la petición de perdón de la nación francesa a Polinesia. ¿Le parece una buena idea?
La palabra “perdón” me plantea un problema. ¿Qué es el perdón? La remisión de una ofensa o la absolución de un pecado. ¿Por qué ofensa o por qué pecado pediría perdón el Estado francés al pueblo polinesio? ¿Se ha identificado o nombrado esa ofensa? ¿Ha reconocido el Estado alguna ofensa? ¿Pedir perdón para ser absuelto y luego lavarse las manos de las consecuencias de sus abusos? En mi opinión, es una fórmula que no compromete a nada. ¿Bastaría con pedirnos perdón para que pudiéramos superar todos los traumas que siguen enconando nuestras vidas?
¿Qué dicen los discursos de los dos presidentes de la República Francesa que han venido aquí? Hollande, en 2016, habla de “la contribución que ustedes mismos han aportado”. ¿Qué es una contribución? Es la acción de contribuir a algo, la parte aportada a una obra común. Sus sinónimos son ayuda, colaboración, concurso, participación.
Eso es falso. Desde el principio nos hemos opuesto a los ensayos nucleares. Si participamos fue para ganarnos la vida. No participamos de buen grado.
Macron, en 2021, ¿qué dice? Que la nación tiene “una deuda” con la Polinesia. La deuda de haber acogido los ensayos nucleares de Francia. Pero también dice que nunca nos mintieron. Que no había riesgos, ni peligro. También dice que si el Estado y los militares asumieron riesgos, estos fueron perfectamente calculados. Incluso dice que todos, militares y autóctonos, fueron tratados de la misma manera.
Sabemos muy bien que eso es falso. Las pruebas de las mentiras están ahí. Así que no vale la pena seguir intentando engañarnos. ¿Qué significa la deuda por haber acogido los ensayos nucleares? ¿Cómo se hace? ¿Se cuantifica? ¿Cómo se calcula? ¿Qué precio se le da a los muertos? ¿Qué precio se le da a los enfermos? ¿Qué precio se le da a los traumas? Las palabras hablan. Y dicen mucho más de lo que parecen decir.
El Estado francés siempre ha tenido dificultades para reconocer sus abusos en su propio territorio: la Segunda Guerra Mundial, el 17 de octubre de 1961, cuando se ahogó a los argelinos en el Sena. Y en sus colonias, antiguas o actuales, es aún peor. Por lo tanto, imaginar que el Estado francés es capaz de reconocer lo que ha hecho en nuestro país me parece una falta total de lucidez.
Volviendo a la comisión parlamentaria sobre los efectos de los ensayos nucleares, hay algunas cosas que lamento. Por ejemplo, hay una recomendación que pide la construcción de un centro para la “conmemoración” de la memoria del CEP. Volvamos a la importancia de las palabras: conmemoración significa ceremonia destinada a conmemorar. Se trata, en general, de una fiesta o un aniversario. Y «conmemorar» significa celebrar y festejar. Por ejemplo, se conmemora una victoria. Así que si se ha creado una comisión parlamentaria de investigación para llegar a conmemorar la memoria del CEP... sin comentarios.
¿Cuáles son los efectos de los “ensayos” nucleares sobre la salud?
Según un informe parlamentario, se ha identificado a 13.000 personas enfermas o fallecidas por una enfermedad que podría estar relacionada con los ensayos. Sin embargo, han sido reconocidas oficialmente como víctimas y han recibido una indemnización 1.200 personas. Según un análisis de predicción de riesgos, los ensayos nucleares podrían ser responsables del 2,3 % de los casos de cáncer de tiroides en la Polinesia Francesa.
La relación entre estas patologías y los ensayos nucleares es difícil de demostrar, según el Inserm en 2021. Un estudio realizado con veteranos que estuvieron presentes en los lugares de los ensayos nucleares en Polinesia entre 1966 y 1996 pone de manifiesto un aumento del riesgo de mortalidad por hemopatías malignas (un tipo de cáncer de la sangre).
Pueden existir efectos intergeneracionales y transgeneracionales. En 2018, Christian Sueur, psiquiatra y práctico facultativo, publicó un informe sobre las “consecuencias genéticas” de los ensayos, en el que describía un elevado número de casos de trastornos invasivos del desarrollo (TID) asociados a anomalías morfológicas y retrasos mentales en los nietos de ex trabajadores civiles o militares del Centro de Experimentación del Pacífico y de habitantes de las islas Tuamotu-Gambier.
Pero el Inserm rebate sus conclusiones, considerando que adolecen de sesgos metodológicos y de interpretación, y añade que “la literatura científica internacional no menciona ninguna prueba de efectos transgeneracionales para dosis inferiores a un milisievert”, lo que “reduce drásticamente la probabilidad de transmisión” de este tipo en el caso de las consecuencias de los ensayos nucleares en la Polinesia Francesa.
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Traducción de Miguel López
El 10 de julio de 1985, el Rainbow Warrior, un barco de la ONG Greenpeace, explotó en el puerto de Auckland, al norte de Nueva Zelanda, la víspera de zarpar para una campaña contra los ensayos nucleares franceses en el Pacífico. Fernando Pereira, fotógrafo y activista que se encontraba a bordo, murió ahogado.