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La dura vida de las activistas feministas en China

Una mujer cruza un cordón policial en Causeway Bay durante una manifestación contra la ley de seguridad nacional en Hong Kong.

Margot Clément (Mediapart)

“No sé si existe un mínimo espacio para la militancia independiente actualmente en China. Es extremadamente difícil”, resume Bao (nombre ficticio), al calor de un café en Hong Kong unos días después de la promulgación de la ley sobre seguridad nacional redactada por Pekín para esa región administrativa especial.

Como otras feministas chinas reducidas al silencio en el país, esta joven se vino a la antigua colonia británica a finales de 2019, desde donde continúa organizando manifestaciones, debates y formación con sus homólogas que se han quedado en China.

Dos años después del inicio del movimiento #MeToo en el país, “las feministas en China están siempre presionando a favor de cambios, pero la realidad es que el Gobierno chino ha seguido reforzando el control sobre la sociedad civil, lo que hace cada vez más difícil la militancia de base, incluido el activismo en favor de los derechos de las mujeres”, explica Yaqiu Wang, investigadora de Human Rights Watch.

Un sitio chino que enumera acusaciones de violación o acoso contra personalidades | Captura de pantalla

Bao se unió en 2011 a un grupo de activistas que organizaban espectáculos artísticos en el continente para llamar la atención, por ejemplo, sobre la falta de aseos públicos para mujeres o sobre la violencia conyugal. Aunque la igualdad de sexos se promueve en China desde hace décadas y el derecho de voto de las mujeres se comenzó a reivindicar a finales del siglo XIX, la sociedad tradicionalmente patriarcal ha hecho oídos sordos durante mucho tiempo a esos mensajes.

En 2015, cinco militantes empezaron a repartir en los autobuses pegatinas contra el acoso sexual el 8 de marzo, día internacional de la mujer. Fueron encarceladas durante treinta y siete días por “provocación de peleas” y por “desórdenes públicos”. “Eso probó que nuestros mensajes tenían un impacto”, destaca Bao, y eso ha enardecido a las mujeres, sobre todo en las universidades, donde hay talleres para estructurar la militancia o divulgar llamamientos contra la discriminación en la contratación laboral.

Pero el partido único chino, presionado por el envejecimiento de la población, la baja natalidad (a pesar del final de la política de hijo único en 2015) y un descenso en la mano de obra, está a favor de que las mujeres chinas se dediquen a tener hijos y las quiere acantonar más que nunca a un papel económico como esposa y madre.

Justo en ese año, 2015, la modernización de la ley sobre la seguridad nacional confería a las autoridades poderes más amplios, sobre todo para controlar Internet, y unos meses más tarde una ley dirigida a las ONG extranjeras terminó por “asfixiar la sociedad civil”, según Amnistía Internacional.

Cuando el movimiento #MeToo apareció en China, como consecuencia de una encuesta que hizo a finales de 2017 Sophia Huang Xuaqin sobre los acosos sufridos por las mujeres periodistas, las autoridades cerraron webs feministas y censuraron el hashtag #MeToo, sin conseguir no obstante silenciar el movimiento. Todavía en 2019 se organizaban exposiciones sobre ese tema y el Partido Comunista chino está “paranoico sobre todo lo que no puede controlar”, destaca Yaqiu Wang, para quien “las militantes feministas chinas han demostrado un habilidad extraordinaria para organizarse y movilizar a la opinión pública”.

Un artículo dedicado al movimiento #MeToo en el sitio chino Douban en 2018. | Captura de pantalla

Para saltarse la censura, los internautas hacen juegos con los ideogramas, publican fotos retocadas o colgadas al revés y utilizan códigos. Según Bao, “el movimiento #MeToo ha sido uno de los más influyentes y ha sido seguido por ciudadanos normales. No es el tema en sí mismo lo que temen las autoridades, sino la organización de internautas y activistas y sus conexiones con el extranjero, que se han convertido en un asunto sensible”.

El movimiento ha permitido “numerosos debates y el comienzo de una toma de conciencia entre el gran público y entre las mujeres, más formadas, con más titulaciones y más insatisfechas con la sociedad china”, estima Bao, que menciona como ejemplo los programas de televisión, donde la emancipación de la mujer es, según ella, más visible.

Las actuales polémicas en redes sociales parecen darle la razón, como las críticas contra el tribunal de justicia de Hunan, una provincia del centro, que niega el divorcio a una mujer que acusaba a su marido de violencia; como el enfado de los internautas contra la universidad de Zheijang, que no expulsó a un estudiante que se reconoció culpable de una violación, o también la desaprobación en Weibo (red social china) de Ke Jie, un famoso jugador de Go (juego asiático de estrategia) que provocó la ira de feministas e internautas por sus mensajes misóginos.

Sin embargo, las feministas están lejos de haber ganado la batalla. Todavía el año pasado, Liu Jingyao, estudiante en la universidad de Minnessota, fue linchada virtualmente en redes sociales porque denunció ante la justicia americana, por violación, al multimillonario Richard Liu, fundador de JD.com, una de las más grandes empresas chinas.

En el plano político, “bajo presión, el Gobierno chino ha hecho algunas mejoras pero limitadas”, estima Yaqiu Wang. En diciembre de 2018, el tribunal supremo añadió el acoso sexual a la lista de “causas de acción”, lo que ha permitido a las víctimas solicitar una reparación más fácilmente. Sin embargo, China todavía no cuenta con leyes sólidas contra el acoso sexual.

Las feministas actúan ahora “en la clandestinidad y no pueden verdaderamente hacer nada porque no tienen los medios humanos ni financieros para organizar grupos institucionalizados a nivel de todo el país”, destaca Bao, que se pregunta cómo puede sostenerse el movimiento. Al estar bajo vigilancia, las activistas prefieren las reuniones físicas antes que las virtuales, utilizan aplicaciones de mensajería encriptadas y optan por métodos “más sutiles”.

“El día a día es muy difícil, porque nunca se sabe dónde están las líneas rojas. Las activistas tienen que navegar por las zonas grises de la ley y las incertidumbres en que está basada la sociedad china. Todo es complicado”, explica Bao, mencionando las presiones e intimidaciones a las que están sometidas a diario las activistas y sus allegados.

“Una de las dificultades también es evaluar los riesgos: ¿cómo sensibilizar al gran público y diseminar nuestro mensaje abiertamente sin poner en peligro nuestra seguridad? Nunca se sabe, cuando hablamos con gente nueva, si nos van a denunciar o no a la policía”, explica la activista, para quien la vigilancia aumenta conforme se acercan fechas importantes para el régimen, como el 4 de junio (masacre de Tiananmen, 1989), el 1º de octubre (fiesta nacional) o el mes de marzo (reunión anual del Parlamento).

Todas esas presiones son a las que, según ella, tendrán que acostumbrarse los hongkoneses. Con la llamada ley de seguridad nacional, redactada en Pekín para aplacar la contestación política en la región administrativa especial, “los contestatarios van a experimentar el activismo en un régimen autoritario: van a modificar radicalmente su estrategia, su organización, su financiación y van a hacer un poco como nosotras”, predice Bao.

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La ley aprobada el 30 de junio criminaliza en términos vagos la secesión, el terrorismo, la subversión y la conspiración con agentes extranjeros. “Los hongkoneses respetan la ley y no están acostumbrados a tener dirigentes que se mueven en las zonas grises de una ley poco clara. Va a ser un choque cultural”. 

Traducción: Miguel López.

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