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Los corresponsales extranjeros ya no son bienvenidos en China

La periodista australiana Cheng Lei, detenida por China hace más de dos semanas.

François Bougon (Mediapart)

Por primera vez desde 1972, no hay corresponsales australianos en suelo chino. El lunes 7 de septiembre, Bill Birtles, establecido en Pekín como corresponsal de la televisión ABC, y Mike Smith, que trabajaba desde Shangái para el Australian Financial Review, se subieron a un avión de regreso a su país por temor a ser arrestados por las autoridades chinas.

Éstas trataban de interrogarlos en relación con una investigación sobre la detención en agosto de Cheng Lei, periodista australiana de origen chino presentadora de la cadena inglesa de la televisión pública china CGTN desde 2012 y conocida integrante de la comunidad australiana en la capital china.

Ambos periodistas habían investigado el caso, que tiene como telón de fondo las crecientes tensiones entre Australia, un aliado de Estados Unidos, y China a raíz de la pandemia del covid-19. A finales de agosto, Birtles reveló que Cheng estaba siendo interrogada en el marco de una detención que permite a los investigadores interrogarla durante seis meses sin la asistencia de un abogado o el contacto con el mundo exterior.

Por temor a desaparecer en las profundidades del aparato de seguridad de China, los dos periodistas australianos se refugiaron en dependencias diplomáticas australianas y pudieron salir del país después del acuerdo alcanzado entre Pekín y Canberra que preveía un interrogatorio policial antes de salir del país.

El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, Zhao Lijian, dijo el martes que se trataba de “mera aplicación de la ley”, ya que “las autoridades chinas competentes [habían] investigado a dos periodistas australianos”. También reveló que China ha tomado “medidas necesarias” contra Cheng Lei, ya que es sospechosa de “actividades delictivas que ponen en peligro la seguridad nacional de China”.

Birtles, que se reunió con la policía en un hotel de Pekín antes de salir, dijo que conocía a Cheng Lei “pero poco más”, y aseguró que Smith se había entrevistado con ella una sola vez en Shanghái. “Suena muy, muy político. Parece mucho más una pugna diplomática en el contexto más amplio de las relaciones entre Australia y China que algo específico de este caso”, añadió.

En Twitter, el Club de Corresponsales Extranjeros de China (FCCC) ha denunciado “la utilización de periodistas extranjeros como peones en conflictos diplomáticos más amplios”. De hecho, como señala el FCCC, en los primeros seis meses del año, China expulsó a 17 corresponsales extranjeros. Los medios de comunicación estadounidenses han sido los más afectados, tomados como rehenes en el conflicto entre Washington y Pekín.

China afirma haber actuado en represalia a las sanciones de Donald Trump contra los periodistas chinos en Estados Unidos, denunciando una “mentalidad de guerra fría”.

Las condiciones de trabajo de los periodistas extranjeros se han deteriorado considerablemente desde que Xi Jinping llegó al poder a finales de 2012. Aunque siempre ha sido complicado realizar reportajes e investigaciones en la República Popular China, se ha vuelto casi imposible entrevistar a personas sobre temas políticamente delicados.

En su informe anual publicado en marzo sobre las condiciones de trabajo en China, el FCCC informó de un “grave deterioro”. La asociación, que el Gobierno chino siempre se ha negado a reconocer, subrayó que Pekín estaba utilizando “los visados como armas” contra los periodistas extranjeros en una escala sin precedentes.

En un texto del Comité Central, publicado en 2013 –denominado el “documento número 9” por ser el noveno de ese tipo publicado desde principios de año–, el régimen chino había colocado el “periodismo de estilo occidental” entre las siete “tendencias, posiciones y actividades falsas” en el campo ideológico.

Incluía el siguiente párrafo, que reproducimos por su interés: “Se expresa principalmente de esta manera: definir los medios de comunicación como ‘el instrumento público de la sociedad’ y como el ‘cuarto poder’; atacar la visión marxista de los asuntos de actualidad y promover la ‘libre circulación de la información en internet’; calumniar los esfuerzos de nuestro país por mejorar la gestión de internet calificándolos de represión de internet; afirmar que los medios de comunicación no se rigen por el estado de derecho, sino por la voluntad arbitraria de sus dirigentes; y pedir a China que promulgue una ley sobre los medios de comunicación basada en principios occidentales. [Algunas personas] también afirman que China restringe la libertad de prensa e insisten en la abolición de los departamentos de propaganda [del Partido Comunista de China]. El objetivo final de la defensa de la visión occidental de los medios de comunicación es vender el principio de la libertad de prensa abstracta y absoluta, oponerse a la dirección del Partido en los medios de comunicación y crear una apertura para infiltrarse en nuestra ideología”.

En un largo blog, Bill Birtles cree que su salida es parte del deseo de Pekín de imponer “un relato que se hace exclusivamente en los términos del Partido Comunista. Se trata de una voluntad que dejará a los australianos, a los chinos y al resto del mundo menos informados y con menos comprensión los unos de los otros”. Una salida que también mostrará a los que quedan que su destino está en manos de la buena voluntad del Partido-Estado.

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Traducción: Mariola Moreno

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