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Los espacios públicos son un infierno para las mujeres en Marruecos

Callejuela en Chauen, Marruecos.

Agosto de 2017. Un vídeo difundido en las redes sociales causaba conmoción en Marruecos y recordaba la plaga que supone el acoso sexual en el país. Las imágenes muestran la parte trasera de un autobús que circula por Casablanca, a bordo del cual cuatro adolescentes agreden a una joven, a plena luz del día y ante la pasividad general, sin que ni los pasajeros ni el conductor hagan nada por impedirlo. El bus continúa su trayecto mientras los agresores someten a la víctima a toqueteos, manoseos, llegando a dejarla con el torso desnudo para mofarse e insultarla después. La escena, que comenzó a circular por internet de inmediato, devolvía a la actualidad el acoso que las mujeres padecen en Marruecos.

Días antes, otro vídeo de apenas unos segundos de duración sacudía a Marruecos. En él se ve a una horda de jóvenes amenazar y rodear a una joven que camina sola por una avenida de Tánger. No es nada nuevo, el espacio público en Marruecos es un infierno para mujeres y niñas. Dos tercios de los casos de agresiones sexuales ocurren en la esfera pública marroquí, según los datos oficiales. Y, en el 90% de los casos, se trata de violaciones o de intentos de violación, mientras que las víctimas son, sobre todo, mujeres menores de 30 años.

En cada una de estas agresiones, hay quien apunta a las víctimas como culpables de lo sucedido, tal y como le ocurrió a la joven agredida en Tánger, de quien se dijo que su vestimenta era provocativa, pese a llevar unos vaqueros y una camiseta.

Hace años que los medios de comunicación, asociaciones y ONG alertan de la violencia que sufren las mujeres en Marruecos. Sin embargo, en los poderes públicos y en la sociedad marroquí todavía no se ha producido electroshock alguno. Pese a las manifestaciones registradas en los últimos meses en varias ciudades del país para denunciar “la cultura de la violación”. Pese a las fuentes teñidas de rojo por las activistas feministas del movimiento MALI, con el fin de despertar las conciencias. Pese al impacto del caso Weinstein, que no ha pasado desapercibido en el Magreb.

En Marruecos, la violencia que sufren las mujeres está anclada en las mentalidades y es legitimada y aceptada socialmente. En la esfera pública y también en la esfera privada. Todavía permanece en la memoria la presentadora de un programa de 2M, la segunda cadena pública marroquí que, en noviembre de 2016, con motivo del día internacional contra la violencia de género, enseñaba a mujeres maltratadas cómo maquillarse para disimular los hematomas. En un informe, presentado el pasado 15 de diciembre en presencia de la ministra de Familia Bassima Hakkaoui, se recordaba que las mujeres son víctimas, sobre todo, de la violencia física y que el cónyuge es el responsable de más del 50% de los actos violentos que padecen.

Hasta hace poco, en Marruecos, los violadores podían evitar la cárcel casándose con su víctima si ésta era menor. No fue hasta enero de 2014 cuando se derogó el artículo 475 del Código Penal que lo permitía. Un avance simbólico, dada la enorme brecha entre las leyes y las costumbres ancestrales. Desde la última revisión en 2004 de la Moudawana, el código de la familia, una ley condena el acoso cometido contra las mujeres cuando se produce el trabajo, pero no en los espacios públicos. Mientras, el proyecto de ley para acabar con la violencia, la física, la sexual, la psicológica y la económica se está redactando desde... 2011. No obstante, aun cuando se reforzase el arsenal represivo, sería necesario superar la barrera de las comisarías y, antes, el de la célula familiar.

Para luchar contra la violencia que padecen las mujeres, “hay que empezar en la infancia, ofreciendo una educación no sexista y con modos de socialización igualitarios entre ambos sexos, sobre todo en lo que se refiere a los espacios públicos”, responde a Mediapart (socio editorial de infoLibre) Safaa Monquid. Profesora en la Universidad de París III-Sorbona nueva, Monquid estudia la condición femenina en el mundo árabe y, en concreto, el espacio reservado a las mujeres en la esfera pública en la capital marroquí (Femmes dans la ville. Rabat: de la tradition à la modernité urbaine).

PREGUNTA: Casi dos de cada tres mujeres marroquíes son víctimas de la violencia, según datos oficiales. Y los lugares públicos son los espacios en los que la violencia física es más patente. ¿Cómo se lo explica?

RESPUESTA: Los diferentes tipos de violencia, comentarios, gestos fuera de lugar, agresiones verbales o corporales, traducen la resistencia masculina a que las mujeres se apropien de los espacios públicos. No llama la atención si se tiene en cuenta que las mujeres tradicionalmente no están presentes en los espacios públicos, donde se da una predominancia masculina, aunque su presencia ya no sea marginal. Los hombres, en general, tienen comportamientos sexualizados: en la esfera pública se comportan como si tuviesen todos los derechos y consideran a las mujeres, que no pertenecen a dicha esfera, una propiedad pública.

De modo que algunos se arrojan el derecho de agredirlas. Para ellos, ellas se encuentran allí porque “buscan hombres” y se otorgan el derecho de ejercer sobre ellas diferentes formas de intimidación y de violencia que encuentran rápidamente una justificación social. Todo esto dificulta la relación de las mujeres con la esfera pública y está en el origen de la incomodidad percibida en la calle. Es una de las razones que lleva a las mujeres a evitar salir sola a las calle, porque se sienten vulnerables.

La calle, territorio masculino

De modo que las mujeres sólo acceden al espacio público si los hombres les autorizan y con ciertos límites. Los hombres siguen estructurando su identidad en la diferenciación sexual, de ahí sus reticencias a la ampliación de la apropiación por parte de las mujeres de los espacios públicos y de ahí también esta separación estereotipada de los sexos. Todo ello pone de manifiesto el peso de los valores tradicionales y la mentalidad patriarcal. La calle se presenta como un territorio masculino. Si las mujeres se aventuran a recorrerlas, es por su cuenta y riesgo.

Se ha convertido en una norma que las propias mujeres han interiorizado, como queda patente en los consejos que pasan de generación en generación, de madres a hijas (por ejemplo, se recomienda que una mujer no vaya sola por zonas en las que no hay nadie, que no permanezcan en la calle hasta tarde, que no reaccionen a las agresiones verbales y que permanezcan calladas, como única arma de la que disponen las mujeres para protegerse y evitar las represalias). El acoso callejero está integrado en la socialización de las jóvenes. Se les enseña desde muy jóvenes a hacerle frente y a gestionarlo.

P: Usted ha trabajado en el espacio público de la ciudad de Rabat. ¿Cómo está construido para excluir y violentar a las mujeres?R:

El espacio de la ciudad es un espacio sexuado. Existen varios territorios en la ciudad, territorios masculinos, femeninos, territorios permitidos, tolerados, otros vetados a las mujeres. En términos de ordenación urbana, por ejemplo, la estructura de la ciudad tradicional, la medina, traducía claramente la diferencia de los papeles asignados a cada uno, a hombres y a mujeres. Este espacio estaba dividido en dos mundos sociales fuertemente diferenciados: un mundo exterior, público, masculino, y un mundo interior, privado, femenino. La exclusión de las mujeres de la vida pública es el aspecto más visible en la relación desigual existente entre sexos en la sociedad tradicional.

Las mujeres vivían en el anonimato. Estaban identificadas en el hogar, dâr, sagrado e inviolable, dominio de lo íntimo. Las callejuelas, driba, eran la prolongación del espacio privado, ellas protegían los lugares más sagrados: las viviendas en que vivían las mujeres. Ellas no sólo estaban protegidas en el espacio de la medina de callejuelas estrechas y oscuras, sino también en la vivienda, que se organizaba en torno al principio de cierre. Lo mismo en el espacio de la ciudad. Sólo pueden acceder en compañía de un hombre, por respecto a las normas y por razones de seguridad.

Éstas no pueden disfrutar del ocio nocturno a título individual, salvo en el entorno familiar. Su fragilidad “natural” está muy arraigada en la mente de numerosas mujeres y es un pretexto al apego a lo privado. Cuando se le pregunta a las mujeres por la frecuencia con que acceden al espacio público, por la noche, se repiten expresiones como “límites”, “obligaciones”, “miedo”, “no en su lugar”, “no es normal”, “es ilícito”, “transgresión de las normas sociales”. Por la noche, las mujeres siempre son consideradas “culpables”. Además, también están sujetas a controles policiales para prevenir cualquier transgresión.

P: El espacio público urbano ¿fabrica más violencia sexual que el espacio público rural?

R: Sí, las agresiones sexuales callejeras se ven alentadas por el anonimato que ofrece el espacio público en las grandes ciudades, donde las mujeres ajenas al círculo familiar son consideradas como accesibles, al contrario de lo que sucede en el mundo rural, donde todo el mundo se conoce. El acceso de las mujeres ajenas y el aumento de los espacios femeninos en las grandes ciudades han llevado a una crisis identitaria entre los hombres – aunque el grupo de los hombres no sea homogéneo–, que no están lo suficientemente preparados para esta diversidad de sexos, de ahí las agresiones que sufren las mujeres, una forma para ellos de ejercer su dominación.

P: ¿Ha aumentado la violencia sexual contra las mujeres o se las escucha más porque se habla más y se ha roto el tabú del silencio y de la hchouma, la vergüenza, que paraliza a tantas víctimas?hchouma

R: La violencia sexual siempre ha existido, pero el desarrollo considerable de los medios de comunicación social, de  plataformas como los blogs –que recogen testimonios variados de mujeres, sobre todo de forma anónima–, el pseudónimo como forma liberar la palabra, la difusión de los vídeos testimoniales… han contribuido a dar a conocer y a denunciar la violencia que sufren las mujeres, que siempre han tenido problemas para ejercer su libertad de expresión.

P: ¿Cómo se puede luchar contra estas formas de violencia y cómo se puede hacer que el espacio público no sea propiedad exclusiva de los hombres?

R: Ese proceso comienza en la infancia, con una educación no sexista y con la socialización igualitaria entre sexos, sobre todo en lo que se refiere al acceso al espacio público. También es importante asociar a las mujeres con la gestión urbana; su presencia en la gestión municipal es esencial porque ellas por sí solas transmitirán una concepción femenina de la ciudad. Sólo así serán actrices de pleno derecho en la ciudad y encontrarán todo su lugar. El Estado marroquí debe seguir promoviendo la igualdad entre hombres y mujeres mediante políticas públicas. Debe luchar contra las discriminaciones vinculadas al género en materia de acceso al empleo, de vivienda, de movilidad, de servicios, de espacios de ocio para las mujeres…

Hay que castigar el acoso sexual callejero para disuadir a los autores. Deberían llevarse a cabo acciones de sensibilización tal que marchas nocturnas de mujeres en la ciudad –como sucede en países como Canadá, donde la red Women Friendly organiza paseos feministas para ofrecer una lectura de la ciudad en términos de seguridad y cuelga carteles informativos en los escaparates de las tiendas para recordarle a cualquier mujer que se encuentre en apuros que allí puede encontrar ayuda–.

P: El hecho de que el Código Penal prohíba las relaciones sexuales fuera del matrimonio y la falta de educación sexual a menudo se presentan como la causa de tanta violencia. ¿Qué opina al respecto?

R: Es parcialmente cierto. Sin embargo, los marroquíes siempre han echado mano de estrategias para eludir las normas, para conseguir sus fines. Así, pese a la prohibición religiosa, moral y jurídica que pesa sobre las relaciones sexuales fuera del matrimonio, éstas siempre han existido y se practican en la clandestinidad, de forma consentida o impuesta.

A mi parecer, uno de los catalizadores más importante, y que implicaría esta violencia, es el tradicional reparto del espacio, que todavía tiene mucho peso. La identidad sexuada y el lugar diferente que ocupan hombres y mujeres se perciben como legítimas. El espacio público se considera territorio masculino y no se reconoce la presencia en él de las mujeres.

P: Violencia sexual, discriminación social, desigualdad ante las herencias… A excepción de avances muy tímidos, la situación de las mujeres en Marruecos deja mucho que desear. ¿Cómo se puede promover la igualdad entre sexos en sociedades marcadas por mentalidades patriarcales, refractarias al cambio?

R: Marruecos ha hecho algunos avances. La sociedad marroquí ha conocido un proceso de modernización que ha repercutido en la condición femenina. La urbanización rápida, la cultura, el sueldo femenino, la mutación de la estructura familiar tradicional, la adhesión de Marruecos a los tratados internacionales –como la firma de la convención sobre la no discriminación por razón de sexo–, la planificación de los nacimientos y el cambio de la situación personal son factores que han llevado a la evolución de la condición femenina.

El proceso de democratización, que se acelera desde comienzo de los años 90, ha favorecido la aparición en la esfera pública de la cuestión femenina. Desde hace poco, las mujeres están presentes en ámbitos reservados a los hombres, como la política. Siguen sufriendo injusticias importantes. Son víctimas del subempleo y la precariedad. Deben hacer frente al aumento del populismo musulmán, que les devuelve a su papel tradicional y que restringe, en algunos casos, sus libertades.

Muchas mujeres prosiguen su lucha para denunciar estas injusticias. Las redes nacionales y regionales tiene mucho peso. Permiten la construcción de sinergias, conciertos, dar muestra de solidaridad y organizar acciones comunes a diferentes escalas, como sucede con red Le Printemps de la démocratie et de l’égalité [La primavera de la democracia y de la igualdad], nacida en 2011 a raíz de la reforma constitucional y que reagrupa una veintena de asociaciones. ___________

Traducción: Mariola Moreno

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Leer el texto en francés:

   

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