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El amor, los seres queridos y el impacto de la guerra de Ucrania en la intimidad

Una mujer con un bebé, en un centro comercial habilitado para los refugiados, en Mylny, a 27 de febrero de 2022, en Jaroslaw, Subcarpacia, (Polonia).

Carine Fouteau (Mediapart)

Irpin, Kiev, (Ucrania) —

Irpin, Kiev (Ucrania) - Raissa y Victor Tsaryov, de setenta y tantos años, acaban de casarse rodeados de dorados, iconos y ramos de flores en una de las iglesias ortodoxas más antiguas de Kiev, a orillas del Dniéper. A la luz de las velas, con una corona y cogidos de la mano, escucharon las oraciones y palabras de aliento del sacerdote. Su amor, sin embargo, no es nuevo, sino que, para afrontar los tormentos de la guerra, han hecho realidad un viejo sueño. 

Se conocieron hace 50 años en un campamento de verano de las Juventudes Comunistas en la región de Donetsk, al sureste de Ucrania, ahora ocupada por el ejército ruso. Raissa tenía entonces 19 años, Victor 23. Ella estaba terminando sus estudios universitarios, él acababa de terminar el servicio militar. "Cuando la vi bailar, me enamoré", dice él, rozándole cariñosamente la mejilla.

Ucrania formaba parte de la Unión Soviética y esos campamentos de verano "pioneros" eran toda una institución. Raissa y Victor habían sido reclutados como animadores y pasaban el día organizando actividades para los niños enviados allí por el partido para perfeccionar su educación ideológica y patriótica. Recuerdan los momentos que compartieron juntos, nadando en el río y paseando por el pinar. "Era maravilloso", dice ella. Y añade, como para evitar cualquier malentendido: "¡Porque éramos jóvenes y sin preocupaciones!

 

Esta guerra de Rusia contra Ucrania no la entienden. Sólo les ha traído desgracias y tristeza. Hace diez meses, decidieron con el corazón encogido abandonar el Donbás, donde han crecido, criado a sus hijos, comprado su casa y trabajado, él como ingeniero de minas, ella como profesora. "Nos fuimos de la noche a la mañana, dejando atrás nuestras vidas", dice Raissa con amargura. Elton, su gato, ha aguantado el viaje, un agotador trayecto de nueve horas.

Para estar más cerca de una de sus hijas, encontraron refugio en Irpin, a 25 kilómetros al noroeste de Kiev, justo después de la liberación de esta ciudad mártir, atravesada por la línea del frente al comienzo de las hostilidades, ocupada durante un mes y asolada por los bombardeos.

Raissa y Victor Tsaryov viven en un bloque de pisos, junto a un pinar que adoran, pero no acaban de acostumbranse. Detrás de la aparente calma, la ciudad aún lleva las marcas de los combates. El puente que conduce a la capital, destruido por el ejército ucraniano para bloquear la invasión rusa, permanece intransitable. Un cementerio de coches calcinados se extiende a lo largo de la carretera y en las fachadas son visibles los impactos de los obuses. No se sienten a gusto en ese piso de alquiler que les parece demasiado estrecho. Han perdido sus referencias y a sus amigos.

Fue entonces cuando sus hijos, al verlos hundidos, les sugirieron la idea del matrimonio, como un nuevo comienzo, al acercarse sus bodas de oro.

"Nosotros ya estábamos casados por lo civil. Yo siempre había querido hacerlo por la iglesia, pero nunca tuvimos la oportunidad", dice. "En estos tiempos oscuros, necesitábamos un poco de luz. Fue como un regalo del cielo. Volvimos a centrarnos en lo que más apreciamos, nuestro afecto mutuo, y nos casamos rodeados de nuestros hijos y nietos", dice. "Ha sido sencillo y bonito, lo necesitábamos", dice Víctor, cogiendo discretamente el bastón de su mujer para que no resbale.

Relaciones sociales profundamente modificadas

Bombardeados sin cesar desde hace un año, los ucranianos, que se enfrentan diariamente a la muerte, están viviendo la experiencia más trágica de sus vidas. La guerra es frontal y brutal, con cientos de miles de muertos y heridos entre civiles y soldados, cuyo número exacto silencian las autoridades ucranianas.

Durante generaciones, el país, que vivió el hundimiento de la URSS y tres revoluciones sucesivas a partir de los años 90, nunca se había enfrentado a un choque tan violento.

Las relaciones sociales, hasta en los comportamientos más íntimos, se han visto profundamente alteradas. Es como si la población ucraniana se hubiera sumergido en una temporalidad diferente, donde la muerte ya no es una hipótesis abstracta, donde el tiempo presente se alarga sin pasado ni futuro, cada momento lleno de una nueva vibración.

En un año de guerra, la vida de Anastasia Levkova, a quién Mediapart conoció en Leópolis nada más estallar la guerra, se ha acelerado. Embarazada de nueve meses, se casó en Kiev el 31 de enero de 2023 con su prometido, Petro Yatsenko, con quien vive desde la primavera pasada. Sin vestido blanco, sin invitados, sólo estrellas en los ojos y alianzas intercambiadas durante una sobria ceremonia en las oficinas de actos civiles de la capital ucraniana.

"No estábamos de humor para celebraciones", admite. Pero un sentimiento de urgencia hizo que decidieran unirse sin más dilación. El hijo a punto de nacer, por supuesto, pero también la guerra y su halo de incertidumbres. "Como no sabemos lo que nos deparará el mañana, vamos a lo esencial", resume Anastasia. Y añade: "No hay más tiempo que perder. Los que se quieren viven su amor, los que ya no se llevan bien se separan".

Anastasia Levkova y Petro Yatsenko, ambos escritores y periodistas, vivieron el estallido de la guerra como una prueba de fuego. Llevaban ya varios meses conociéndose. Pero él estaba casado con otra mujer y no era cuestión de ir más allá.

Entonces, el 24 de febrero de 2022, sus vidas dieron un vuelco: conmocionados por el ataque, ya no podían ocultar más sus sentimientos. La esposa, por su parte, al ver que su marido la dejaba, decidió abandonar el país y buscar refugio en Polonia. "Enseguida comprendí que iban a separarse", recuerda Anastasia. La petición de divorcio no se hizo esperar.

 

El conflicto, cree la recién casada ahora con la distancia, sacó a la luz su historia y precipitó su decisión de vivir juntos. "Incluso antes de nuestro primer beso, hablamos en un banco de un parque de Leópolis. Nos dijimos que Petro sería seguramente llamado a filas -así fue- y que teníamos que tener un hijo cuanto antes", recuerda. “Era nuestra manera de consolidar y simbolizar nuestro amor, de pensar en el futuro a pesar de la guerra, de prepararnos para el futuro sean cuales sean las circunstancias".

La idea del matrimonio va ganando terreno. También por una razón más prosaica. La ley marcial aprobada en el momento de la invasión facilita las uniones (pueden registrarse a distancia o en presencia de uno de los cónyuges) para permitir el pago de una pensión y la transmisión de una herencia en caso de fallecimiento.

Más matrimonios, menos divorcios

De esta forma, entre el amor y la necesidad de protección, los matrimonios florecen en plena guerra. Según datos del Ministerio de Justicia, entre el 1 de febrero de 2022 y el 31 de enero de 2023 se celebraron 224.500 uniones, 11.000 más que un año antes.

"El mismo fenómeno se observó al estallar la guerra en Donbás en 2014: en tiempos de operaciones militares y movilización, las parejas que hasta ahora simplemente vivían juntas buscan formalizar sus lazos", explica la demógrafa Lyudmyla Slyusar, del Instituto Ptoukha de Kiev.

Los divorcios, por su parte, han descendido drásticamente de 29.300 a 17.150: "En tiempos de guerra, muchas esposas no tienen ni tiempo ni energía para más conflictos y tienden a posponer su decisión", explica la demógrafa.

También en este caso, la situación es comparable a la de 2014: los divorcios se habían disparado en los años siguientes, un "efecto retraso" atribuido también a la lentitud y complejidad del proceso de separación. Esta vez, con casi todos los hombres en el frente y las mujeres en el exilio, puede ocurrir que el reencuentro, tras meses de vivir separados, sea menos feliz de lo esperado. 

Además de las parejas, también cobran protagonismo los lazos familiares. "El trauma de la guerra agudiza la conciencia de la fragilidad y la temporalidad de la vida, lo que exacerba el deseo de vivir y compartir cosas con nuestros allegados. Las familias desplazadas se van no sólo con abuelos, tíos, tías, sino también con sus mascotas, perros, gatos e incluso gallinas y conejos. Cuando Ucrania estaba viviendo un proceso de individualización y aplazamiento de la edad del matrimonio, la familia extensa vuelve a ser esencial para proteger la identidad y garantizar la supervivencia", observa Natalyia Tchermalyk, antropóloga ucraniana que enseña en la Universidad de Ginebra y que ella misma acoge a sus padres en Suiza.

Pero la guerra no sólo produce heroísmo, movilización y solidaridad. "También reaviva tensiones. La desestructuración de la sociedad es tal que puede desembocar en un conflicto", insiste. “Con la movilización general, los hombres se quedan encerrados en el país, mientras que las mujeres cuentan con una relativa movilidad, lo que se traduce en más responsabilidades. Se ven obligadas a asumir el papel de cabeza de familia. Esta distorsión puede generar frustración, disputas y brutalidad, en un momento en que las víctimas de violencia doméstica se quedan más solas, pues su atención ya no se considera prioritaria.”

 

Guerra, Covid, preocupaciones, siempre hay algo, pero hay que seguir viviendo

Nadia Horbachenko, una madre joven

En este momento caótico y mortífero, los nacimientos, con el telón de fondo de un declive demográfico desde los años noventa, adquieren un significado particular. Aunque están en franco declive, los nacimientos tienen una fuerte carga patriótica, reabriendo perspectivas en una sociedad movilizada por su supervivencia. Según el Ministerio de Justicia, entre el 1 de febrero de 2022 y el 31 de enero de 2023 nacieron 203.500 niños, frente a los 266.700 de un año antes.

En Ucrania, muchos niños nacen actualmente en condiciones extremas: la presión sobre el sistema sanitario es tal que no es raro que los nacimientos se produzcan sin ayuda de médicos, en refugios antiaéreos, con el sonido de fondo de sirenas o de bombardeos.

 

En la maternidad pública del distrito de Obolonsky, a las afueras de Kiev, la ginecóloga Vitalina Vorobei va de una sala de partos a otra para saludar a los nuevos padres. Cuenta cómo ella y su equipo atendieron 112 partos en el sótano del hospital durante 42 días seguidos al principio de la guerra, cuando la capital estaba sitiada.

“Debido a las situaciones de estrés a las que se enfrentan las madres, cada vez nacen más niños prematuros", afirma. “También hay más mujeres que deciden abortar porque no se sienten preparadas para afrontar lo que viene después".

Danylo y Dmytro tienen apenas unos días. Sus gemelos nacieron el 24 de enero de 2023 en este centro de la capital. Al segundo día de sus vidas pasaron al sótano debido a los constantes avisos de ataque aéreo. Nadia y Serhii Horbachenko llevaban tiempo pensando en tener hijos. "No pensábamos que, con la guerra, debíamos posponer nuestro proyecto", dice Nadia. "La guerra, el covid, las preocupaciones, siempre hay algo, pero hay que seguir viviendo", añade. En mayo estaban de vuelta en Kiev, tras huir hacia el oeste al comienzo de la invasión, cuando se enteraron de la feliz noticia. "Fue un momento difícil, pero nos hizo muy felices", recuerda Serhii.

 

Nadia muestra parte del equipaje. Todo está listo por si hay otra invasión rusa

Temiendo al frío y los cortes de electricidad durante el invierno, deciden dejar su piso en el centro de la capital y mudarse a una pequeña casa en las afueras. Allí encuentran un lugar más tranquilo, aunque no puedan escapar del frío y los cortes de luz. Un manto de nieve cubre el pequeño jardín. Entramos por la cocina. El escurridor del fregadero está dedicado a los biberones. Los dos gatos se han adueñado del salón, mientras los padres y la abuela se ocupan de los recién nacidos.

Una habitación entera es para ellos, con todo lo necesario para su comodidad. Nadia sueña con el día en que acabe la guerra. “Es agotador estar siempre alerta, así que con gemelos...", suspira. Lo más extraño es que te preocupas cuando ya no oyes las sirenas. Piensas: '¿Por qué no suenan? Algo malo va a pasar".

 

Nadia espera volver pronto a la empresa de informática en la que trabaja. Antes de la guerra, Serhii era periodista deportivo. "Solía cubrir el fútbol, pero ahora ese trabajo ha perdido todo su significado para mí", dice. "He aceptado un trabajo a tiempo parcial, así tengo más tiempo para cuidar los niños. Con la guerra, te concentras en lo importante. Y para mí, hoy, eso es mi mujer y mis hijos".

Nadia tiene las maletas preparadas en un rincón. Todo está listo para otra invasión rusa. Documentos, medicinas, productos sanitarios y algo de ropa. "Incluso tenemos bolsas para los gatos. Y como ahora tenemos coche, si tenemos que marcharnos inmediatamente, es posible". Su esperanza es que la vida vuelva a la normalidad. "Y la victoria, por supuesto, no se puede tener una sin la otra".

Mientras espera su parto, la escritora Anastasia Levkova se ha trasladado a Leópolis, en el oeste de Ucrania, también en busca de tranquilidad. “Cuando estalló la guerra, mi propia vida parecía menos importante que nuestra victoria, la victoria de la nación. Me comprometí desinteresadamente con el país. Ahora todo ha cambiado: las vidas de mi hijo y mi marido han pasado a ser lo más importante", admite. "Pero supongo que dar la vida es otra forma de apoyar el esfuerzo de guerra", añade.

Tras la agresión rusa del 24 de febrero de 2022, no pudo escribir ni una línea. Luego volvió, poco a poco, con el verano. La novela que empezó antes de la guerra ya está terminada. Trata sobre Crimea y la revolución del Maidán de 2013-14. Debería publicarse en primavera.

  

Caja negra

Para este reportaje, he trabajado con la fotoperiodista Olga Ivashchenko, que también ha hecho de intérprete.

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Traducción de Miguel López

Consulta aquí el texto original en francés:

Mariages, Naissances _ en U... by infoLibre

 

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