La portada de mañana
Ver
El PSOE se lanza a convencer a Sánchez para que continúe y prepara una gran movilización en Ferraz

Ataques terroristas en París

Las guerras perdidas de Hollande y Sarkozy

Thomas Cantaloube (Mediapart)

Desde 2012, hay un mapa que resurge a intervalos regulares en las redes sociales: el de los países que Gran Bretaña no ha invadido nunca. Son sólo 22 de un total de más de 200 naciones... Por tanto, nueve de cada diez países fueron, en un momento u otro de los últimos dos mil años, invadidos por los británicos. El primero fue la Galia, a finales del siglo II, lo que marcó el comienzo de una larga hostilidad salpicada de numerosas batallas. Desde la disolución del imperio, los ingleses tendieron más bien a recuperar sus fronteras interiores, prefiriendo servirse del poder de laCityen lugar del de las armas, excepto cuando acompañaron a los norteamericanos en Afganistán en 2001 y, posteriormente, en Irak en 2003. Y sufrieron un atentado, el 7 de julio de 2005, en el metro londinense que causó 52 víctimas.

Por supuesto, sería bastante absurdo trazar una línea directa entre las intervenciones militares en el extranjero y los atentados terroristas. Pero, si sumamos la lista de los ataques más mortíferos de los últimos 30 años, claro está que con pocas excepciones, la mayoría de los atentados puede vincularse con la injerencia extranjera y, en la inmensa mayoría de los casos, con los conflictos en el mundo musulmán, internos o externos. Independientemente de que se aprueben o desaprueben las intervenciones militares en el exterior y, en general, la política exterior de Francia, toda acción provoca una reacción. Como en la física.

Sobre todo cuando estas acciones están desconectadas de las líneas estratégicas a largo plazo, de los recursos económicos y van henchidas de una retórica guerrera donde no tienen cabida ni la pedagogía ni la contradicción. La época en que Francia podía invadir las potencias africanas o de Oriente Medio corriendo el riesgo, en el peor de los casos, de sufrir una reprimenda internacional (Suez, 1956), es agua pasada, desde hace mucho tiempo. La globalización (de la información, del transporte, de las ideologías), ha aproximado la reacción violenta a la acción violenta. 

Desde 2011, París ha lanzado cuatro operaciones exteriores (Opex en el lenguaje político-militar): Libia, Mali, República Centroafricana e Irak, extendida posteriormente a Siria. Al mismo tiempo, ponía punto y final a otra (Afganistán), de la que difícilmente se puede decir que fue un éxito, y transformaba la de Mali en operación regional de gran amplitud (operación Barkhane). Cada una de ellas tenías sus propias especificidades y sus propias justificaciones. Y se puede decir que algunas eran necesarias y otras, no. Pero el hecho es que Francia está en guerra desde hace cuatro años, de forma continua.

El problema es que son guerras que no dicen su nombre y que permanecen rodeadas de una bruma opaca. ¿Dónde están las comunicaciones diarias por parte de generales relativas al número de salidas de la aviación, el balance de los ataques? ¿Dónde está la mención regular del número de soldados muertos? (aparece en Wikipedia, para quien esté interesado, pero es imposible encontrar una recapitulación en la página web del Ministerio de Defensa). ¿Dónde están las reflexiones estratégicas de los think tanks militares relativas a las salidas del conflicto? ¿Y, quizás más importante, dónde están los debates parlamentarios que no son puramente formales, la información regular de los diputados, las comisiones de investigación sobre los bombardeos de civiles en Libia o las violaciones de niños en la República Centroafricana?

El mundo entero, los franceses en particular, se burlaron de George W. Bush en su portaaviones al declarar "misión cumplida" en el mes de mayo de 2003, a propósito de la intervención en Irak. Pero, ¿Nicolas Sarkozy no hizo lo mismo en Bengasi, en septiembre de 2011, y François Hollande en Mali el 2 de febrero de 2013, llegando este último a convertirlo en "la jornada más importante de (su) vida política"? Nótese que, después, Libia se ha involucrado en conflictos sectarios y políticos después de haber exportado su arsenal en toda África. Y que Mali es la operación más mortífera de la historia de la organización internacional.

En verdad, no hay una "misión cumplida" a pesar de la satisfacción de los gobernantes franceses. En cuanto a la República Centroafricana es actualmente un lodazal de la que París se desentiende, y de Siria...  mejor no hablar.

Estas cuatro Opex fueron concebidas como misiones militares a la antigua usanza (se lanzan, se ataca, retirada, veni, vidi,vici). Si no fuese por que los ejemplos de Somalia y de la exYugoslavia en los años 90, Irak y Afganistán, en el 2000, han demostrado que el mundo ya no funciona así. Todos los expertos lo dicen desde hace más de 20 años: las intervenciones armadas en estados frágiles, es decir, más de medio planeta actualmente, no hacen más que agravar su situación, a menos que vayan acompañadas de un sólido y caro aparataje de "nation building" (reconstrucción del Estado).

¿Alguien ha visto los miniplanes Marshall para Libia, Mali o la República Centroafricana? No. ¿Alguien ha visto un cambio radical en el Gobierno de Bamako? No, Hollande incluso eligió apoyar a un viejo presidente sospechoso de corrupción. ¿Alguien le ha explicado a los franceses que, después de intervenir en nombre de la seguridad nacional e internacional, había que ayudar al máximo a los libaneses, a los malienses o a los sirios, no sólo económicamente sino también humanitariamente acogiendo a los refugiados y a la gente que ha perdido tanto durante estas guerras? No, es la misma reacción casi inversa a la que ya asistimos, en nombre de las políticas de austeridad y de la crisis del paro...

La retórica sin estrategia ni recursos para sus ambiciones es suicida

Esta relativa debilidad de los medios otorgados y, en última instancia, la débil inversión moral y política de los sucesivos gobernantes franceses, contrasta de modo especial con el discurso y la retórica desplegados para emprender estas guerras. Los yihadistas son "terroristas criminales", hay que "destruirlos", "debemos actuar allí para protegernos aquí", "Bachar al-Assad no merece estar sobre la faz de la Tierra"... 

A raíz del ataque armado en el tren Thalys ocurrido a finales de agosto de 2015 (y de la crisis de los refugiados), el Elíseo anunció con gran estruendo que los aviones tricolores bombardearía Daesh en Siria y no sólo en Irak. ¿El resultado? Dos misiones, en dos meses y medio. TheNew York Times también apuntó el hecho de que a comienzos de noviembre, Estados Unidos era prácticamente el único país que bombardeaba Siria e irak, a pesar de la existencia de una teórica coalición de una decena de países. 

La retórica sin las bombas, es inútil. La retórica sin la estrategia ni los recursos para alcanzar las ambiciones es suicida.

Sobre todo hay que ser muy astuto para reconocerse actualmente en las alianzas geopolíticas de Francia. La confusión no facilita la adhesión de los franceses y sin ninguna duda siembra la confusión entre los yihadistas en ciernes. ¿Qué París combate en Siria? ¿Bachar al-Assad o el Estado Islámico? Los dos, responden Hollande y Laurent Fabius. Pero, entonces, ¿por qué bombardear el Estado islámico pero no Damasco? ¿Por qué Francia presiona a los grupos armados sirios fieles a Al-Qaida? La situación en Siria (e Irak) es extremadamente compleja, evoluciona constantemente y puede efectivamente conducir a las más extrañas alianzas sobre el terreno. Pero, entonces, ¿por qué adoptar un discurso marcial y unívoco, que repite, diez años después, el mensaje de los neoconservadores norteamericanos? ¿Por qué se ha apoyado sin reservas la política de ultraderechas israelí en la guerra de Gaza de 2014, cuando Francia podía presumir de mesura con relación al conflicto israelí-palestino?

Mientras estamos en ello, ¿por qué Hollande celebra la "revolución tunecina" y la participación del Partido del Renacimiento en el Gobierno de Túnez, al tiempo que hacía amistad con el mariscal egipcio al-Sisi, que aplasta no sólo las revoluciones de 2011 sino también a los Hermanos Musulmanes que habían ganado las elecciones en las urnas? ¿Por qué Bachar al-Assad había dejado de merecer haber nacido cuando llegó a ser invitado por el presidente Nicolas Sarkozy a la fiesta nacional del 14 de julio de 2008? ¿Por qué Gadafi pasó, en diez años, de paria del Elíseo a financiar una campaña presidencial francesa y de invitado de la nación, antes de situarse en el punto de mira de los aviones franceses en 2011?

La lista de interrogantes ya es bastante larga, pero estaría incompleta sin no nos preguntásemos por qué París vende armas de guerra y abre los brazos a los inversores (arriesgando su economía) a las monarquías del Golfo Pérsico, Arabia Saudí a la cabeza, mientras éstas siguen siendo financiadores históricos de las organizaciones terroristas suníes en el mundo y su principal motor ideológico (las convicciones religiosas de Daesh apenas difieren de las de Riad)?

Por supuesto que hay respuestas, más o menos fáciles, más o menos complejas, a todas estas cuestiones. Pero al final, éstas terminan por contradecirse todas ante la falta de algunos principios (geo)políticos básicos, o por un realismo fanático, que son los dos únicos ejes reales de cualquier diplomacia y política intervencionista. Un proverbio oriental dice que en Oriente Próximo nadie creerá tus explicaciones si no se basan en una teoría de la conspiración. Es probable que Francia sea hoy víctima de sus propias conspiraciones: nadie la cree, porque nada es coherente.

El hecho de vérselas con fanáticos dispuestos a inmolarse en París matando al mayor número de personas posible, en nombre de Alá o de una ideología política, o de ambas, no exime de las responsabilidades propias, o más bien de las incongruencias. Cuatro años de guerras a las que no se llama por su nombre; la sumisión de los políticos a la opacidad militar; una política de comunicación que ha sustituido la reflexión estratégica; la primacía del corto plazo sobre el largo plazo; un discurso marcial que no está a la altura de los logros; alianzas hipócritas con regímenes que aplastan a los pueblos... Se tiene la sensación de que la Francia de Hollande y de Sarkozy se parece a los Estados Unidos durante de las últimas décadas, pero sin los medios de la superpotencia norteamericana. 

Traducción: Miriam Puelles

Más sobre este tema
stats