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Macron ya domina una Francia en ruinas

Emmanuel Macron pronuncia un discurso tras ganar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

Ellen Salvi (Mediapart)

Emmanuel Macron llegó al Campo de Marte al ritmo del Himno a la Alegría de Beethoven, que ya había resonado en el patio del Louvre la noche de su victoria en 2017. Pero esta vez, el presidente de la República, recién reelegido frente a Marine Le Pen con el 58,54% de los votos emitidos, no hizo su entrada solo, sino junto a su esposa y rodeado de jóvenes. Una puesta en escena cuidadosamente orquestada para mantener su promesa de “un método refundado [...] al servicio de nuestro país y de nuestra juventud”.

El jefe de Estado comenzó agradeciendo “a todos los franceses y francesas que, en la primera y segunda vuelta, depositaron su confianza en él para que ponga en marcha” su proyecto. “Soy consciente de que muchos de nuestros compatriotas me han votado hoy no para apoyar mis ideas, sino para bloquear las de la extrema derecha”, añadió. “Y quiero darles las gracias y decirles que este voto me obliga de cara a los próximos años. Soy el depositario de su sentido del deber, de su apego a la República y del respeto a las diferencias que se han expresado en las últimas semanas”.

Una promesa idéntica a la que el mismo hombre hizo hace cinco años, antes de olvidarla nada más ser investido. “Esta noche, también quiero tener unas palabras para los franceses que me han votado sin compartir nuestras ideas”, declaraba el 7 de mayo de 2017. “Se han comprometido y sé que esto no es un cheque en blanco. Quiero tener unas palabras para los franceses que han votado simplemente para defender la República contra el extremismo. Soy consciente de nuestras discrepancias, las respetaré, pero seré fiel a este compromiso: protegeré la República”.

Este domingo por la noche, Emmanuel Macron también se dirigió a los abstencionistas –“su silencio ha significado una negativa a elegir a la que también debemos responder”– y a los votantes de Marine Le Pen. “Sé que para muchos de nuestros compatriotas que hoy han optado por la extrema derecha, la rabia y los desacuerdos que les llevaron a votar por este proyecto también deben encontrar una respuesta, será responsabilidad mía y de la de los que me rodean”, continuó, mientras afirmaba que quería “considerar todas las dificultades de las vidas vividas y responder eficazmente a la rabia expresada”.

El hombre que volverá a dirigir el país los próximos cinco años, alabó su proyecto, que describió como “humanista”, “republicano en sus valores”, “social y ecológico”, “basado en el trabajo y la creación”, “la liberación de nuestras fuerzas académicas, culturales y empresariales”, y aseguró que “será también el guardián de las divisiones que se han manifestado y de las diferencias”. “Prestando especial atención, cada día al respecto de cada uno de ellos. Y siguiendo prestando atención cada día a una sociedad más justa y a la igualdad entre mujeres y hombres”, precisó, al tiempo que hablaba de “ambición” y “benevolencia”.

La reelección, pero ¿a qué precio?

Esta modestia mostrada por Emmanuel Macron contrastaba con la puesta en escena preparada por sus equipos, pero también con algunas declaraciones de sus partidarios. Nada más conocerse los resultados, varios de ellos se felicitaron por un resultado calificado por Richard Ferrand como “inédito por su magnitud”. “Si exceptuamos a Chirac contra Le Pen en 2002, nunca un presidente había sido reelegido con semejante resultado”, se congratuló el presidente de la Asamblea Nacional, olvidando precisar que Emmanuel Macron fue elegido en ambas ocasiones contra la extrema derecha. El ministro de Economía Bruno Le Maire habló de un “mandato claro”. “El presidente ahora tiene la legitimidad para llevar a cabo la transformación del país”, insistió.

Pocos, desde las filas de La República en Marcha (LREM), tuvieron una palabra para los millones de votantes que acudieron a las urnas con el único objetivo de bloquear el camino a la extrema derecha. El jefe de Estado había abierto el camino a esta ceguera el día después de la primera vuelta. “Como ya no hay un frente republicano, no puedo hacer como si existiese”, había indicado, para adelantarse a la idea de un voto de apoyo y esperar así continuar con sus políticas como si nada de cara a los próximos cinco años.

Emmanuel Macron, primer presidente de la V República reelegido fuera del periodo de cohabitación -y siempre frente a la extrema derecha-, ha salido así airoso del reto que se propuso en 2017. ¿Pero a qué precio? Durante cinco años, el hombre que había asegurado, en la noche de su primera elección, hacer todo lo posible para que nadie tuviera “ninguna razón para votar a los extremos” ha contribuido en gran medida que se repita un nuevo cara a cara con Marine Le Pen. Con el objetivo de permanecer en el Palacio del Elíseo durante diez años.

La “normalización” de la extrema derecha

El jefe del Estado había advertido a sus tropas en septiembre de 2019: “Sólo hay un adversario sobre el terreno: el Frente Nacional. Debemos confirmar esta oposición, porque son los franceses quienes la han elegido”. Pero en lugar de luchar contra la extrema derecha corrigiendo las desigualdades sociales que la alimentan, él y sus partidarios han asumido sus temas favoritos. Con un arte magistral de la demagogia y una práctica más bien mediocre de la triangulación, participaron en la legitimación de sus figuras e ideas en el debate público.

El autoproclamado progresista, su gobierno y su mayoría han renegado así de sus promesas de “apertura”, “libertad”, “fraternidad” e “inclusión”, consagradas inicialmente en la Carta de Valores del partido. 

Como la derecha más tonta del mundo, han alimentado interminables debates sobre las “listas comunitarias”, la inmigración, el acompañamiento de las madres con velo, la seguridad, los “certificados de virginidad” o la “alergia al cloro”, el “islamo-gauchismo” y el “wokismo”.

Sin perder nunca la sonrisa, consideraron a Marine Le Pen “demasiado blanda” (Gérald Darmanin), explicaron que tenían más “miedo” de “los discursos interseccionales del momento” que de Éric Zemmour (Sarah El Haïry), crearon la polémica en torno a las ayudas para la vuelta al cole y las pantallas (Jean-Michel Blanquer), dijo que quería “salir de la pinza entre, por un lado, los identitarios de extrema derecha y, por otro, los indigenistas y Europa Ecológica-Los Verdes” (Marlène Schiappa), lamentado que “el islamismo se gangrene en la sociedad” (Frédérique Vidal).

Ahora, a Marine Le Pen se la ve como una opositora política más. Durante la campaña entre ambas vueltas, y en particular durante el debate televisado entre los dos candidatos, el presidente de la República se cuidó de atacar a su rival “proyecto a proyecto”, para lograr reunir en torno a él y no contra ella. Perfeccionó así la empresa de “normalización” emprendida desde hace varios años por el Reagrupamiento Nacional (RN).

Esta elección se ha impuesto en las urnas, pero sólo puede ser perdedora democráticamente. Porque nadie puede alegrarse de que la extrema derecha llegue a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales por segunda vez consecutiva. Al igual que nadie puede entusiasmarse con una victoria pírrica. “Lo que más me preocupa, más allá de los resultados del domingo, son los próximos cinco años”, confiaba un ministro hace unos días. “En caso de victoria, nos dirigimos a un lío sin nombre”, temía un miembro de la mayoría.

Entre los partidarios más lúcidos de Emmanuel Macron, todo el mundo es consciente que éste ha sido reelegido sin entusiasmo. Sobre un balance discutido y un programa que no gusta, sobre todo en lo que respecta a la reforma de las pensiones. “Creo que nos enfrentaremos a una tormenta, una tormenta económica, una tormenta sanitaria, una tormenta en todos los sentidos, quizás una tormenta social, quizás una tormenta política, pero creo que los tiempos que se avecinan son tiempos difíciles”, había vaticinado el ex primer ministro Édouard Philippe en septiembre de 2020, poco después de su salida de Matignon.

Aunque denunciaron en voz alta las observaciones del presidente del Senado Gérard Larcher sobre la “legitimidad” del presidente de la República en caso de reelección sin campaña ni confrontación de ideas, algunos explicaron que la cuestión merecía ser planteada. Durante cinco años, los mismos han observado con preocupación la forma en que el jefe del Estado ha dividido a la sociedad, distinguiendo entre buenos y malos ciudadanos. Los “irresponsables” a los que asumía que querían “cabrear” y al resto.

Crisis democrática

Emmanuel Macron lo había reconocido en noviembre de 2018, al inicio del movimiento de los chalecos amarillos: “No he conseguido reconciliar al pueblo francés con sus dirigentes”, manifestó. Para añadir que el poder no había aportado “probablemente” suficiente “consideración”. Un primer mea culpa al que siguieron muchos otros, sin que nada cambiara, ni en el fondo ni en la forma. Entre frasecitas, renuncias y el ejercicio vertical del poder, el jefe de Estado no ha hecho más que empeorar la situación.

En lugar de escuchar a las personas de su entorno que le instaron a cumplir su promesa de proporcionalidad para evitar “una crisis democrática”, Emmanuel Macron continuó como si no hubiera pasado nada. A pesar de su victoria, la crisis está ahí. El “frente republicano” no ha desaparecido, en contra de lo que él afirmaba, sino que se ha debilitado con sus golpes. El nivel de abstención y los pocos puntos que le separan de Marine Le Pen demuestran que “no está todo dicho” según una de sus expresiones favoritas. De cara a los próximos cinco años.

Emmanuel Macron tendrá que trabajar, en primer lugar, en formar un nuevo gobierno. El presidente de la República ya ha anunciado que Jean Castex permanecerá en Matignon al menos hasta el 1 de mayo. “Es importante que en este contexto de guerra y de tensiones muy fuertes sobre el poder adquisitivo, se pueda hacer una gestión muy reactiva de la actualidad, porque podría haber medidas de emergencia que habrá que tomar en los próximos días. Necesitamos continuidad”, dijo el viernes en BFMTV.

Una mayoría ya dividida

Recientemente, en el equipo actual, todos tenían previsto recoger sus cosas, aunque muchos contaban con quedarse. El ministro de Educación Nacional, Jean-Michel Blanquer, aseguró estar “dispuesto a continuar” en el cargo que ocupó durante cinco años. Otros enviaron comunicados durante la campaña. “Creo que al final sólo quedará un puñado”, susurraba recientemente un ministro, citando en particular el nombre de su colega de agricultura, Julien Denormandie, que muchos imaginan que ascenderá en el nuevo Ejecutivo.

Pero más allá de los equilibrios que hay que encontrar para constituir un nuevo gobierno, el jefe del Estado tendrá que lidiar sobre todo con las diferentes sensibilidades de su mayoría de cara a las elecciones legislativas. Este es el tema central de los últimos días, especialmente del presidente del MoDem François Bayrou y del ex primer ministro Édouard Philippe, jefe del partido Horizontes. Ambos hombres pasaron abordaron largo y tendido las palabras de Emmanuel Macron tras la votación de la primera vuelta.

“En este momento decisivo para el futuro de la Nación, nada debe ser como antes. Por eso quiero tender la mano a todos los que quieran trabajar por Francia. Estoy dispuesto a inventar algo nuevo para construir una acción común con ellos”, dijo el 10 de abril, esbozando los contornos de un futuro partido único, en el que le gustaría fusionar todos los componentes de la mayoría -incluidos LREM, MoDem y Horizontes-. Y que también podría acoger a los diputados/as de Les Républicains (LR) o socialistas en algunos acuerdos concretos.

Hace ya varios días que antiguos cargos electos de LR llaman a la puerta de la mayoría con la esperanza de unirse a ella. “sarkozystas especialmente”, según un ministro. El expresidente de la República [Sarkozy], que no ha dejado de maniobrar entre bastidores para la reelección de Emmanuel Macron, quiere influir en el futuro quinquenio. Su apoyo “me honra y me obliga”, dijo el jefe de Estado el 12 de abril. El domingo por la noche, algunos diputados de LR, como su portavoz, Damien Abad, no han ocultado su entusiasmo.

Al comprender la naturaleza del proyecto macronista, François Bayrou, que ya se había negado a participar en la creación de la UMP en 2002, lógicamente no ha tardado en saltar. “Pensamos que necesitamos biodiversidad política”, explica uno de sus colaboradores. “Podemos pensar eventualmente en convergencias, pero no en una fusión”. A Édouard Philippe no le gusta mucho más esta iniciativa. “François Bayrou solía decir: ‘Si todos pensamos lo mismo, es porque no pensamos nada'. Siempre es importante tener en cuenta a los grandes autores”, recordaba en las páginas de Le Figaro

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Poco antes de la llegada del jefe de Estado al Campo de Marte, el líder del MoDem, presente en el lugar, insistió ante las cámaras en que los próximos cinco años deben ser “cinco años de reconocimiento para los franceses, sea cual sea su situación y su opinión”. Una forma de subrayar que el segundo quinquenio no podía llevarse a cabo de la misma manera que el primero: de forma vertical, autoritaria y solitaria. En el desprecio a todos los que no piensan como Emmanuel Macron.

Traducción: Mariola Moreno

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