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La policía francesa arrestó a niños de 10 años por “ensalzar el terrorismo” tras el asesinato del profesor Paty

Escuela Louis-Pasteur, centro educativo al que acudían los estudiantes detenidos.

François Bonnet (Mediapart)

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Zulbye Yildirim, una mujer enérgica, nos recibe en el salón impoluto de su vivienda, en presencia de su marido e hijos. Habla un francés perfecto. Sin embargo, el pasado 5 de noviembre aprendió una palabra cuando un nutrido grupo de policías irrumpió en el apartamento de la urbanización de viviendas sociales Les Contamines, donde la familia reside desde hace 19 años, para arrestar a su hija Emira, de 10 años.

“No conocía la palabra apología. El policía me dijo: ‘Su hija está acusada de apología del terrorismo”. Grité: “Mi hija tiene 10 años ¿y es una terrorista? Está usted loco”, recuerda.

Eran poco más de las 7 de la mañana del jueves cuando se oyeron fuertes golpes en la puerta. Siete u ocho hombres irrumpieron en la vivienda. Dos de ellos vestían el uniforme de Policía; los otros iban de civil, con brazaletes, encapuchados. “Tenían rifles o ametralladoras en el pecho. No, no nos apuntaron a nosotros, pero toda esa gente en el pasillo y la tensión, daba mucho miedo”, explica el hijo mayor de 22 años, que en ese momento estaba a punto de dirigirse a su puesto de trabajo.

La Policía reunió a los padres y a los tres niños en la sala de estar. Registraron la habitación de Emira, levantaron el colchón, se incautaron de los dispositivos informáticos. Fotografiaron libros, así como algunos cuadros de las paredes de la vivienda, donde figura una bonita caligrafía árabe con versos del Corán.

“El agente nos dijo entonces: ‘Nos llevamos a su hija, ustedes tendrán que venir a la comisaría más tarde para ser interrogados’. La recogimos a las 18.30. Nos han hecho esto a nosotros, una familia respetable a la que todo el mundo conoce. Es una pesadilla”, cuenta Zulbye Yildirim. Servet, su marido, albañil de profesión, está convencido: “Es política. Desde arriba alguien lo decidió y esto ha caído sobre nuestros hijos”.

Al mismo tiempo, en otros rellanos de escalera de la ciudad de Albertville [Alpes franceses], la mitad de esta localidad será destruida en el marco de un proceso de renovación, reina el mismo estupor. “Mi marido se había ido a trabajar a las 5.30 de la mañana y yo estaba durmiendo. Mi hija de 13 años abrió la puerta, entraron todos y preguntaron por mi hijo Mohamed Emin, que todavía estaba durmiendo. No fueron violentos, educados, pero se lo llevaron a él solo, no pude acompañarlo. Él lloraba, yo tenía miedo, no entendía nada”, explica Aysegul Polat, también de nacionalidad franco-turca.

Tres niños y una niña de 10 años, todos alumnos de la misma clase y estudiantes del último año de Primaria en la pequeña escuela Louis-Pasteur, fueron detenidos en régimen de “detención legal”, que permite retener e interrogar durante 12 horas a menores. El fiscal de Chambery acababa de abrir una investigación por “apología del terrorismo y amenazas de muerte”.

Todo comenzó el lunes 2 de noviembre, cuando el director de la escuela Louis-Pasteur (donde asisten 123 estudiantes, ocho clases integradas en la red de educación prioritaria, destinada a alumnado desfavorecido, para evitar su exclusión) alerta a Éric Lavis, director académico de los servicios de educación nacional (Dasen). El director también imparte clase en dicho nivel (CM2), se trata de alumnos a los que conoce bien, ya que es el tercer año que les da clase.

En el debate posterior al homenaje que se rindió al profesor asesinado Samuel Paty, cuatro alumnos de esa clase hicieron supuestamente comentarios preocupantes. “Justificaban el horrible asesinato de Samuel Paty y por sus palabras se podía entender que su maestro, si tuviese el mismo tipo de comportamiento, podría ser asesinado de la misma manera”, declaraba Éric Lavis al periódico Le Dauphiné. El Dasen no esperó y esa misma noche denunciaba el caso al fiscal de Chambéry, Pierre-Yves Michaud.

El sistema educativo nacional francés cuenta con dos protocolos para abordar los incidentes considerados graves. El primero se denomina “información preocupante” y permite contactar a los servicios sociales y a una unidad especializada del consejo departamental que contacta con las familias en el marco de una investigación social. El segundo consiste en remitir el asunto directamente al fiscal, sin informar a las familias, para no correr el riesgo de obstruir una posible investigación judicial.

En la escuela Louis-Pasteur todo da un giro el martes por la mañana. El director encuentra una carta con en la que se puede leer: “Tas muerto”. Esta vez, Éric Lavis presenta inmediatamente una denuncia en nombre de la educación nacional. En Chambéry, el fiscal abrió una investigación judicial y decidió detener a los cuatro niños. La maquinaria se había puesto en marcha. La investigación determinará, según el fiscal, que los escolares y sus padres no son los autores de esta carta y que no se puede establecer ninguna vinculación con lo que dijeron los niños.

“¿Por qué no nos ha contactado la escuela?”

“El profesor está traumatizado y todo el equipo está conmocionado, profundamente perturbado, y tiene un sentimiento de fracaso”, insiste Eric Lavis. Contactado por Mediapart (socio editorial de infoLibre), el director de la escuela no quiere hacer declaraciones y asegura que se ha puesto en marcha una investigación judicial. Fuentes anónimas de la compleja jerarquía del sistema educativo nacional considera que “obviamente, la carta precipitó los acontecimientos” y que “si sólo se hubiesen producido los incidentes del primer día, la situación habría sido muy diferente, o incluso no estaríamos hablando de ello”.

El padre del pequeño Mohamed Emin, Omer Polat, electricista de 39 años, que vive en Albertville desde hace 35 años, también se muestra convencido: “La carta encendió la mecha y desencadenó la operación. Así que ahora necesitamos una investigación seria y averiguar quién es el autor, porque mientras tanto, se presenta a nuestros hijos como terroristas”.

A Omer Polat y a su esposa, Aysegul, no se les pasa el enfado. El hombre se pregunta: “Es la primera vez en mi vida que he estado en una comisaría. Me toman las huellas dactilares, el ADN, me preguntan por mi religión, si practico el islam, si voy a la mezquita, lo que leo. ¡Tengo derecho a ser musulmán! Y en nuestra mezquita, los extremistas están prohibidos, todo el mundo lo sabe, todos los años celebramos una jornada de puertas abiertas. Entonces, ¿ahora me han incluido en un registro terrorista?”.

La mujer se interroga: “¿Por qué no nos contactó la escuela? El maestro nos conoce. Es muy bueno y también lo es la escuela. Después del confinamiento, el director nos llamaba incluso los domingos para tener noticias del niño, para saber si hacía bien sus deberes. ¿Por qué no me dijo nada el martes? Todo esto nos duele mucho. Trabajamos duro, no hablamos de estas cosas en casa, el terrorismo, todo este caos... Nuestra religión es el respeto a todos, está escrito”. Por su parte, Zulbye Yildirim había tratado de resumir el Islam diciendo que “matar a un hombre es matar a la humanidad”.

Entonces, ¿qué se dijo en ese debate a puerta cerrada entre un profesor de primaria y sus estudiantes de 10 años? El fiscal enseguida lo hizo saber con sus propias palabras, siguiendo los pasos del director académico de la educación nacional. “Una joven ha sido exculpada, pese a su comportamiento ambiguo. Los otros tres estudiantes reconocieron las amenazas de muerte y dijeron que el terrorista tenía razón. Uno, dijo, repitió lo que había oído en la televisión, por efecto del grupo, y los otros lo siguieron. Se disculparon”, señaló Pierre-Yves Michaud el viernes.

Ante la incipiente controversia, el Ministerio del Interior fue más allá. Y se materializó en un vídeo difundido el viernes por la noche en Twitter: los niños “justificaron el asesinato” [...], “argumentan que está prohibido ofender al Profeta y añaden que matarían a su maestro si caricaturizaba al Profeta”.

Por su parte, el sábado por la tarde, los padres seguían sin ser informados de los avances o conclusiones del caso. Ni una sola llamada de la Justicia o la Policía. “No, no sabemos nada”, dice su madre, Zulbye Yildirim. “Un periodista de Le Dauphiné nos informó de que a nuestra hija Emira probablemente no le pasaría nada.

En el sofá del salón, el pequeño Mohamed Emin se retuerce los pantalones del chándal, juega con el cuello de su jersey, una mecha negra lisa en la frente y grandes ojos que se mueven. “Haz el esfuerzo de recordar, cuenta todo lo que se dijo”, insiste su madre. “Yo dije que si insultas al Profeta, puedes arder en el infierno en otro mundo. Pero no amenacé al maestro”, asegura.

No muy lejos, en otro salón, Emira sigue el relato de su madre. “Mi hija fue a la escuela dos veces durante las vacaciones escolares para recibir clases de apoyo y el maestro le habló del homenaje que se iba a hacer después de las vacaciones. Me preguntó lo que debía hacer, le respondí: ‘Dices que lo sentimos mucho, que es muy triste y te callas’”. En el debate, en la escuela, Emira asegura que añadió: “Si el maestro no hubiera mostrado los dibujos, no lo habrían matado”.

A poca distancia de esa escalera, en otra vivienda se encuentra Shoaib Harrid, también de 10 años, fue arrestado, conducido a la comisaría de Chambéry (a unos 50 minutos de Albertville) y retenido en dependencias policiales durante 11 horas. El chico interrumpe a sus padres para describir el equipo de la Policía, los detalles del coche, la oficina. “En el coche, el policía fue amable y luego nadie dijo nada el resto del camino”, puntualiza. Estaba tan estresado que no recuerda si le dieron de comer, sólo dice que en un momento le dejaron “dibujar”.

¿Qué le dijo entonces a su maestro? No sabe más detalles, salvo que había cinco estudiantes que hablaban mucho, a veces riéndose, que el profesor explicaba, que hacía preguntas, como: “Si os enseño caricaturas, ¿me vais a decapitar?”, y que él y otros respondieron que esos dibujos “no están bien” y que “sí, que lo iban a matar, pero no [ellos] porque les cae bien”. Y luego se dijeron, tal vez, otras palabras que no recuerda: “¿Por qué no fue arrestado el quinto [alumno] que habló en la clase?”.

Niños de 10 años de primaria, en confianza, con el maestro al que conocen desde hace tres años. La madre de Shoaib dice: “Lo que no entiendo es por qué a los niños se les hacen preguntas así, por qué se les hace hablar de los horrores, por qué no me llaman si dicen tonterías...”.

A su lado, su marido suspira. Realiza trabajos viales, también fue interrogado por la policía. La familia es de origen argelino, sí, musulmán, sí, practicante, sí, asentada desde 2006 en Albertville y antes en Normandía.

“El policía que me interrogó me dijo: ‘No sé qué hacéis aquí. La escuela sólo tenía que citaros, a padres e hijos”. Tiene razón. Si los niños hablaron mal, dijeron tonterías, deben avisarnos. De cosas de críos en las escuela se ha hecho un asunto terrorista; y sin embargo tienen un maestro serio, que hacía mucho seguimiento a los niños, no lo entiendo”, dice el padre.

A decir verdad, nadie entiende realmente cómo una operación antiterrorista cuasi militar de tal escala, que moviliza a decenas de personas y recursos importantes, se puso en marcha de esta manera contra cuatro escolares. ¿Se trata de un montaje político? “A mí me preguntaron qué pensaba de Macron y Erdogan”, dice Zulbye Yildirim. “Les dije que no me metería en ese charco, que no sé nada de política, que no vamos a mezclar la política con la escuela y los niños”.

El sábado, en declaraciones al diario Le Dauphiné, ya mucho menos categórico que la víspera, el fiscal de Chambéry Pierre-Yves Michaud explicó que “los tres niños admitieron haber realizado ciertos comentarios, sin reconocer explícitamente las amenazas de muerte” (la víspera, decía que admitieron haberlas hecho), que las familias no se habían radicalizado. “Ahora las cosas se han aclarado, la situación debe calmarse”. Pero insiste en que debería llevarse a cabo una investigación. ¿Porque el Ministerio del Interior demandaba tales investigaciones?

Y luego están los niños. Los tres entrevistados por Mediapart no quieren volver a la escuela. “Mis amigos me van a llamar terrorista”, dice uno. La chica está asustada y tiene problemas para dormir. Otro niño empezó a mojar la cama. Por prescripción médica no acudirán a clase durante dos semanas.

“Vamos a cambiar a nuestro hijo de escuela. Es un buen momento, si se me permite decirlo: estamos construyéndonos una casa cerca y tenemos que mudarnos antes del 31 de diciembre”, dice con cierto tono de amargura el padre de Mohamed Emin. Su madre asegura “no poder aceptar lo que pasó”. "No es normal, tengo mucho miedo, ¿pueden quitarnos al niño?”, se pregunta. El padre de Shoaib Ari añade: “Comprenda que no podemos dejar a los niños con el mismo maestro, será muy difícil para él y para ellos. ¿Qué vamos a hacer? Mi hijo tiene que ir a la escuela”.

“Les acogeremos con la mayor neutralidad”, ha explicado el director académico Eric Lavis. El fiscal Pierre-Yves Michaud no se ha pronunciado. No es su problema, puede decir.

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Traducción: Mariola Moreno

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