"¿Cuánto tiempo miraremos cómo aniquilan Gaza?": la crónica desde la Franja de una poeta palestina

Nour Elassy (Mediapart)

Gaza (Palestina) —

Desde hace más de quince meses, soy una desplazada en mi propio país. Soy periodista, trabajadora humanitaria y una joven que intenta terminar sus estudios universitarios. Sin embargo, al igual que la vida de tantas otras personas aquí en Gaza, la mía está paralizada por interminables ciclos de duelo, hambre y exilio forzoso.

Desde el 2 de marzo, Israel bloquea la entrada de ayuda humanitaria a Gaza. Nuestra débil esperanza de sobrevivir se ha ido desvaneciendo poco a poco. Gaza está hoy sitiada no solo por las bombas y las balas, sino también por el hambre.

El Programa Mundial de Alimentos ha confirmado que sus reservas de alimentos se han agotado en toda la Franja de Gaza. Las panaderías, que antes eran vitales para las familias desesperadas, han cerrado por falta de combustible. Los mercados están vacíos. La gente vive entre montones de basura y desechos, sin espacio para montar una tienda de campaña, si es que tienen la suerte de encontrar una.

Quienes viven en refugios improvisados suelen dormir entre la basura, sin agua potable, sin un sistema de alcantarillado adecuado y sin higiene básica. Las enfermedades se propagan rápidamente. Los niños, ya debilitados por el hambre, mueren ahora de diarrea, hepatitis A e infecciones cutáneas.

Desde que se rompió el último alto el fuego, trabajo más duro que nunca, dedicándome a mis reportajes, incluso durante mi último examen y mientras la situación se deteriora a mi alrededor. Suelo pasar horas de pie en la calle, bajo un sol abrasador o un viento frío, recogiendo testimonios de familias cuyo mundo se ha derrumbado.

“Ya no hay cura alguna”

Hace poco acudí al médico por fuertes dolores en las piernas. Me diagnosticaron una velocidad de sedimentación elevada, agravada por estar de pie, la malnutrición y la falta de tratamiento. Me dijeron, como a tantos otros: “Aquí ya no hay medicamentos, ni vitaminas, ni cura alguna”.

Tengo problemas digestivos por alimentarme de conservas, lo único que hay, y que además suelen estar caducadas. Solo soy una persona entre las miles que sufren actualmente.

La situación de los heridos es aún peor. Las personas con quemaduras graves, amputaciones o heridas abiertas necesitan urgentemente una dieta rica en proteínas y calorías para curarse. En Gaza, apenas reciben entre 500 y 800 calorías al día, menos de la mitad de las necesidades mínimas diarias para sobrevivir, por no hablar de su recuperación.

Un padre con el que hablé, Yahiya, me mostró su pierna, infectada y sin tratar. “Nos dicen que seamos pacientes”, dijo con amargura. “Pero cómo se le puede pedir a un hombre hambriento que sea paciente?”.

Otra madre, Umm Ahmad, sollozaba mientras me decía: “Mire, mire la piel de mi hijo, fotografíelo, que el mundo vea lo que nos ha hecho su indiferencia”. Señalaba con el dedo su rostro y sus brazos infectados por vivir entre la basura.

Mentiría si dijera que no sueño con irme

No se trata de una hambruna natural. Es una hambruna instrumentalizada. Israel utiliza el hambre para intentar quebrantar Gaza, para quebrantar nuestro espíritu, para quebrantar nuestra voluntad de vivir en esta tierra. Y lo está consiguiendo.

Cada día que sufrimos esta pesadilla, Israel hace que nos resulte más deseable la idea de marcharnos, para siempre. Los israelíes quieren que abandonemos Gaza. Intentan obligarnos a olvidar nuestras raíces, nuestros sueños, nuestros sacrificios. Cuando pensamos en Palestina hoy, muchos pensamos primero en nuestro interminable sufrimiento: el hambre, los funerales, la humillación.

Y no voy a mentir: yo soy parte de ello. Mentiría si dijera que no sueño con marcharme.

Muchos jóvenes que conozco, incluso personas mayores que han pasado toda su vida creyendo en esta tierra, dicen hoy cosas que nunca pensaron que dirían. Quieren huir.

Israel ejerce una presión insoportable sobre nosotros. El plan es claro: hacer Gaza inhabitable para que los palestinos se vayan y no vuelvan nunca.

La indiferencia

Esta guerra se acerca a su segundo año. Dos años de devastación inimaginable. Dos años de familias destruidas, casas arrasadas, futuros robados. Y, sin embargo, todavía no hay ningún movimiento real hacia una solución. No hay alto el fuego. No hay justicia. Solo más sufrimiento y más silencio.

Son los civiles, no los soldados, quienes pagan el precio. Son siempre los civiles quienes sangran. Son siempre los civiles quienes entierran a sus muertos. ¿Dónde está la comunidad internacional? ¿Dónde están las promesas de “nunca más”?

Lo que estamos viviendo actualmente en Gaza no es solo una catástrofe humanitaria, es una hambruna provocada por el hombre en el siglo XXI. Las masacres se producen a plena luz del día, ante los ojos del mundo entero, que no hace casi nada.

¿Cuánto tiempo más va a mirar el mundo cómo Gaza se muere de hambre?

¿Cuánto tiempo más tenemos que perder antes de que nuestras vidas sean tratadas como si importaran?

Escribo esto no solo como periodista, sino también como superviviente cuyo único delito es haber nacido en Gaza. Escribo porque las voces de mi pueblo están ahogadas por el estruendo de la injusticia. Y porque, incluso ante el hambre, el desplazamiento y la muerte, seguimos aferrándonos a nuestra humanidad.

Seguimos creyendo que nuestras historias merecen ser escuchadas.

Por favor, escúchennos ahora. 

Caja negra

Este texto ha sido traducido por Rachida El Azzouzi.

Nour Elassy es periodista, escritora y poeta. Tiene 22 años y ha estudiado literatura inglesa y francesa. Nació y creció en la Franja de Gaza, en el barrio de Al-Tofah, al noreste del territorio.

Durante más de quince meses, Nour Elassy fue desplazada con su familia a Deir el-Balah, en la parte central de la Franja de Gaza. Regresó en febrero de 2025 al norte de Gaza, pero a principios de abril ha sido desplazada de nuevo con su familia. Actualmente se encuentra en la ciudad de Gaza.

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Para ella, la escritura es su salvación. Poco después del 7 de octubre, comenzó a escribir poemas que publicó, sobre todo en Instagram.

 

Traducción de Miguel López

Desde hace más de quince meses, soy una desplazada en mi propio país. Soy periodista, trabajadora humanitaria y una joven que intenta terminar sus estudios universitarios. Sin embargo, al igual que la vida de tantas otras personas aquí en Gaza, la mía está paralizada por interminables ciclos de duelo, hambre y exilio forzoso.

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