¿Le quedan a la UE armas económicas contra Rusia? Sí, pero no hay consenso y todos temen la inflación

Barco metanero en la planta de exportación de gas Yamal LNG, al norte de Rusia, en 2019.

Doce meses después del comienzo de la invasión, Rusia ha perdido buena parte de los ingresos que generaba la venta de materias primas, pero con la guerra enquistada y sin atisbo de paz la Unión Europea debe decidir cómo afronta el futuro de las sanciones. Los economistas señalan que las exportaciones de gas y petróleo son todavía los dos grandes pilares que financian la invasión, pero intervenir aún más el mercado de la energía podría salir muy caro a Europa. 

La primavera pasada Rusia logró beneficios récord con la venta de materias primas porque sus precios alcanzaron cotas nunca vistas y el mundo corrió a hacer acopio ante la previsión de escasez, pero a medida que entraron en vigor los nueve paquetes europeos de sanciones los ingresos del Kremlin se redujeron drásticamente, hasta el punto de hoy ingresa la mitad, según calcula el Centre for Research on Energy and Clean Air (CREA). 

Este centro de estudios resalta que las medidas impulsadas por Bruselas y el G7 han dañado la economía rusa, pero aún hay margen para endurecer las sanciones. Estiman que en otoño de 2022 el gobierno ruso ingresaba cada día 826 millones de euros vendiendo combustibles fósiles −pese a que ya entonces Europa compraba mucho menos gas natural− y tras las sanciones parciales al crudo y sus derivados ha pasado a ingresar diariamente unos 553 millones a principios de febrero de 2023. 

Para ir más allá, los analistas de CREA proponen que a lo largo de este año se limite aún más el mercado de crudo y los combustibles, la joya de la corona de la economía rusa, y se bloqueen de una vez las compras de gas natural licuado (GNL) por parte de Europa, el gas que llega por barco y que por ahora no sufre ninguna sanción

Los cinco expertos consultados coinciden en que hay un pequeño margen para endurecer las sanciones energéticas, pero sería peligroso aventurarse en esa gesta porque el mercado global de materias primas podría romperse, encanecer la energía y desbocar los precios de la cesta de la compra. 

"El problema de Europa es que está entre la espada y la pared. No queremos financiar la guerra, pero tampoco podemos quedarnos sin gas ni petróleo. Eso supondría un golpe para la economía y no podemos permitirnos otro invierno con este nivel de inflación", opina Gonzalo Escribano, analista energético del Real Instituto Elcano. 

Hace dos años Europa importaba el 54% del gas natural que consumía de Rusia y en noviembre esa cifra se había reducido hasta el 13%, después de cerrar casi todas las tuberías −todavía entra algo a través de Ucrania y Turquía. Rusia también tiene vetada la venta de petróleo y gasolinas por barco a la Unión Europea y solo llega el que entra por tubería Druzhba, al este del continente. 

El informe de CREA propone, por una parte, endurecer aún más las sanciones sobre el petróleo. Cerrar el oleoducto que atraviesa Bielorrusia está descartado porque es la única fuente para que el crudo fluya al centro de Europa, donde no pueden llegar los buques. En su lugar, proponen reducir más aún el tope al crudo y a las gasolinas que estableció el G7 y la UE en diciembre y febrero. 

La alianza decretó que la banca y las navieras occidentales no pueden participar en la exportación de petróleo ruso si se vende por encima de los 60 dólares por barril, una sanción que de facto establece un tope al precio del crudo porque las empresas occidentales son dueñas de la mitad de los petroleros y los bancos controlan más del 70% de los seguros marítimos.

La medida ha funcionado en una porción del mercado, obligando a las petroleras rusas a recortar sus beneficios, pero los expertos aseguran que vender el crudo a 60 dólares sigue siendo beneficioso para el Kremlin. Por cada barril vendido por esa cantidad −vende 11 millones al día en todo el mundo− se estima que la hacienda rusa ingresa alrededor de 45 dólares y el resto se lo quedan las empresas. En ese sentido, CREA estima que reducir el tope de 60 dólares a los 30 por barril rebajaría los ingresos diarios de Rusia en 150 millones de euros, pero los riesgos serían muy elevados. 

John Webb, director de Energía Rusa de la consultora S&P Global, recuerda que el objetivo de poner ese tope es castigar al Kremlin, pero también que el petróleo siga fluyendo: "Siempre puede haber sanciones adicionales, pero un ajuste brusco a la baja del tope podría hacer que la producción y exportación de petróleo ruso resultara antieconómica y, por tanto, poner en peligro el flujo de petróleo ruso en el mercado mundial". 

Desde el instituto de análisis Bruegel, Ben McWilliams también comenta ese riesgo, pero cree que hay margen para rebajar el tope, ya que producir cada barril cuesta a Rusia entre 10 y 25 dólares. "Creo que Rusia tratará de hacer todo lo posible para mantener sus exportaciones. Si las recortase, los precios mundiales subirían temporalmente, pero al final el mercado se calmaría y reequilibraría, dejando a Rusia sin un trozo del pastel y perdiendo su estatus de segundo mayor exportador de petróleo del mundo", señala. 

El Kremlin ya movió ficha a comienzos de febrero y anunció una rebaja de su producción del 5% en respuesta a las sanciones, pero desde entonces el precio del crudo Brent no ha hecho más que bajar. En todo caso, el G7 volverá a reunirse en marzo para abordar una revisión del tope al crudo, aunque por ahora no hay señales de que se vaya a rebajar ese tope. 

El gas licuado, un agujero en las sanciones clave para España 

La otra pata de las sanciones energéticas a Rusia es el gas natural, un combustible más sensible a las restricciones de oferta y donde las empresas post soviéticas tienen un enorme dominio del mercado global. De hecho, el temor al desabastecimiento ha hecho que un año después no haya ninguna sanción al gas, solo un compromiso de deshacerse de él a largo plazo. 

A esto se suma que el cambio climático y la transición energética han puesto al gas natural en lo más alto de la pirámide para generar electricidad mediante centrales de ciclo combinado. Es decir, quedarse sin gas significa para muchos países paralizar la industria y dejar a los hogares sin calefacción. 

La voladura de la tubería Nordstream y los acuerdos con nuevos exportadores han sustituido la mayoría del gas que antes llegaba de Rusia, pero con el avance de la guerra se abren nuevas opciones que antes no estaban encima de la mesa, como sancionar el gas natural licuado, el que llega en forma líquida en barcos y se transforma de nuevo en gas en terminales llamadas regasificadoras situadas en algunos puertos europeos. 

También en este caso, CREA calcula que prohibir la llegada de GNL a Europa y cerrar los dos gasoductos operativos costarían a Rusia 62 millones de euros al día, aunque en este caso los analistas sí coinciden en que este veto sería un disparo en el pie para los Veintisiete. De hecho, solo Reino Unido y Lituania han cortado ya la compra de GNL a empresas rusas. 

Ben McWilliams apunta a que el mercado del gas licuado "está muy tenso" y cree que Bruselas tendría problemas para lograr consenso entre los gobiernos para dar el paso. Mientras que John Webb sí ve margen para introducir sanciones en este aspecto, pero cree que apenas dañaría los ingresos de Vladimir V. Putin porque se trata de un mercado relativamente pequeño y podría dar salida a ese GNL vendiéndolo a terceros países. 

Uno de los expertos de CREA, Petras Katinas, reconoce que el GNL se ha convertido en una "parte crucial” del abastecimiento gasista en Europa, aunque también ve posible sancionarlo porque solo lo consumen algunos países y las renovables están sustituyendo rápidamente al gas. "Estos factores sugieren que podrían imponerse sanciones al GNL. Lo único que hace falta añadir es la voluntad política", señala. 

En España, una sanción al GNL tendría un gran impacto debido a que Rusia es el cuarto mayor vendedor de gas natural y todo llega a través del mar. El Gobierno español ha mantenido durante el último año un perfil bajo en torno a este combustible, ya que no puede permitirse prescindir de él porque es necesario en la generación eléctrica.

El ministerio de Transición Ecológica argumentaba hasta ahora que no puede frenar las compras a Rusia porque se trata de acuerdos privados entre empresas –Naturgy, en este caso–, aunque este viernes la ministra Teresa Ribera dio un giro a su discurso y ha interpelado a la mayor gasista de España: "Desgraciadamente no contamos con ninguna herramienta que nos permita prohibir esa importación salvo que el Estado pague los metaneros procedentes de Rusia a los importadores", dijo la ministra, en referencia a que romper el contrato con el consorcio ruso Novatek tendría un coste milmillonario para Naturgy. "La pregunta debe ir dirigida a los importadores: ¿No pueden los importadores dejar de incrementar ese volumen de importación de Rusia y buscar otros proveedores?", añadió. 

Una tercera vía: sanciones a la industria rusa 

Más allá de la energía, la Unión Europea y el G7 han introducido decenas de sanciones para acorralar la economía rusa desde todos los frentes. Se ha prohibido la importación a Europa de metales, carbón y productos químicos procedentes de Rusia. Y las empresas occidentales no pueden vender tecnología, ofrecer determinados servicios de consultoría y transacciones financieras y se han sancionado a bancos y empresarios cercanos a Putin. También se han bloqueado en todo el mundo unos 300.000 millones de dólares del banco central ruso, el equivalente al 17% del PIB del país. 

El impacto de los nueve paquetes de sanciones aprobados por Bruselas, al que se sumará un décimo en los próximos días, es evidente. El PIB ruso cayó el año pasado cayó un 2,1% el año pasado, pero el golpe fue mucho menor de lo pronosticado. Los economistas llegaron a calcular que caería más de un 10%, pero Vladimir V. Putin y su círculo lograron encontrar nuevos compradores para sus materias primas y fabricantes asiáticos que les suministrasen piezas clave para mantener su industria en funcionamiento. 

"La UE y el G7 han hecho lo que han podido sin perturbar gravemente los mercados energéticos. Estimamos que las exportaciones rusas de petróleo caerán bruscamente este año, hasta los 169.000 millones de dólares, un 30% menos que el año pasado", anticipa Noah Brenner, analista de la firma Energy Intelligence.  

Tras la caída de las importaciones de Europa, Reino Unido y Japón, China e India han aprovechado para comprar ingentes cantidades de combustible a bajo precio. Turquía, Emiratos Árabes y Marruecos también han aumentado sus importaciones rusas y han aparecido nuevos compradores como Túnez, Brasil, Egipto o Argelia para el gasoil. Por otra parte, China y Hong Kong duplicaron las ventas de microchips a la industria rusa, un componente esencial para para producir coches, electrodomésticos, ordenadores y otra tecnología, según recoge Bloomberg

El reequilibrio global del comercio ruso evidencia cómo Rusia continúa recibiendo apoyo de buena parte de Asia. No solo económico, también político. Este jueves la Asamblea Nacional de la ONU votó una resolución para que cese la invasión de Ucrania, que recibió 32 abstenciones de países como China, India, Pakistán y Argelia, los grandes beneficiados del gas, el petróleo y la gasolina rusa. 

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Con todo y con eso, Gonzalo Escribano, de Elcano, opina que la los Veintisiete han hecho un muy buen trabajo este año en el tira y afloja de las sanciones: "Creo que la Unión Europea ha tenido éxito modulando las sanciones entre las diferencias en su seno y la necesidad de castigar a Rusia. Se han aprobado sanciones que hace un año eran impensables". 

Las diferencias entre gobiernos serán una de las claves de los próximos meses porque Europa ha utilizado ya sus principales armas económicas y a medida que busca nuevas surge el disenso. Estonia ya ha dejado caer que habría que poner un tope al GNL con poco éxito, y esta semana los diplomáticos europeos han fallado a la hora de cerrar el décimo paquete de sanciones, que debía estar listo este viernes en el aniversario de la invasión. 

En este sentido, Escribano añade que la Unión no debería aspirar a sanciones mucho más ambiciosas en los próximos meses, sino a mantener lo que ya ha prometido. "Las sanciones no tienen mucho margen para aumentar porque ya son muy dañinas. Si no se exigen sanciones extremas creo que se mantendrá la cohesión en Bruselas este año", sentencia.

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