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EEUU, Venezuela y la tiranía de la democracia

Juan José Torres Núñez

La palabra democracia ha cambiado su significado a lo largo de la historia de tal manera que se ha vuelto ambigua y tiene diferentes significados en distintos países. En el teatro de falsedades y vanidades en donde vivimos, la democracia en realidad se ha convertido  en un simulacro. Pero eso sí, todos los gobernantes hablan de democracia y de derechos humanos para demostrar la superioridad moral del mundo occidental. Sin embargo, Occidente ya no tiene el monopolio de nuestra civilización. La democracia hoy va degenerando en una tiranía —como ya apuntaron Platón y su discípulo Aristóteles. Por ejemplo, Estados Unidos exige unas elecciones en Venezuela, sabiendo que todos los observadores internacionales afirmaron que habían sido limpias. La Fundación Carter también declaró que habían sido más limpias que las de Estados Unidos. Si requiere esto y al mismo tiempo ayuda al gobierno más medieval y más opaco del mundo, Arabia Saudí, en su guerra criminal y en el genocidio de civiles, entonces podemos decir que la democracia estadounidense resulta incoherente y a la luz del mundo parece vacía. Ya dijo Platón en el capítulo ocho de La República que con la democracia la excesiva avaricia y pasión por la libertad producen un despotismo y una tiranía que lleva a la anarquía y a las guerras.

Si Occidente ya no tiene el monopolio de nuestra civilización, ¿cómo puede ahora John Bolton, el asesor de Seguridad de  la Casa Blanca, reclamar el dominio de EEUU en todo el hemisferio occidental y aplicar la Doctrina Monroe? En una entrevista en la CNN dijo: “Estamos tratando de obtener apoyo para la transferencia pacífica del poder de Nicolás Maduro al líder opositor venezolano Juan Guaidó, a quien reconocemos como presidente encargado”. Y añadió: “Desde Ronald Reagan, el objetivo de los presidentes estadounidenses [ha consistido] en democratizar totalmente el hemisferio occidental […], seguimos con atención a Cuba, Nicaragua y a Venezuela”. La Doctrina Monroe tiene un lema: “América para los americanos”. Esta doctrina, creada en 1823, defiende los intereses de EEUU en América Latina, utilizando las intervenciones militares si son necesarias. Cuando se le preguntó a Bolton por qué atacar a Venezuela y no a Arabia Saudí, que no conoce la democracia, él contestó: “Bueno, este es nuestro patio trasero, nuestro hemisferio, y la Doctrina Monroe la usaremos para poner orden en nuestro patio trasero”. Estas palabras insultan a todos los países de América Latina, reduciéndolos a meros vasallos sin dignidad y sin soberanía, como manifestó el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov: “Aplicar la Doctrina Monroe a Venezuela es un insulto a toda América Latina”. El prestigioso filósofo, científico, economista y estadista estadounidense, Lyndon LaRouche —que ha muerto recientemente— escribió  repetidamente que en vez de la Doctrina Monroe, lo que EEUU tenía que haber hecho es “utilizar su poderío para fomentar una comunidad soberana de naciones-estados con un interés común en las Américas” (Executive Intelligence Review). Pero EEUU hace oídos sordos a estos consejos. Al contrario, el presidente Donald Trump y su cuarteto de la muerte, Elliot Abrams, Mike Pompeo, Mike Pence y John Bolton, repiten continuamente que “todas las opciones siguen sobre la mesa”, incluyendo una intervención militar, claro. El diálogo no entra en sus planes.

La “sagrada palabra democracia”, como le llama Bernard Crick en su libro Democracy, “ha causado bastantes problemas porque puede significar diferentes cosas para la gente al traducirla a diferentes culturas”. Los dictadores utilizan la palabra democracia “para decorar sus regímenes”. Crick cita a S.E. Finer, que pone el ejemplo del dictador Franco que implantó en España una “democracia orgánica”, al dictador Stroessner en Paraguay con su “democracia selectiva” y al dictador Trujillo en la República Dominicana con su “neo-democracia”. Según vemos en los documentos desclasificados hasta el momento de los archivos de Venezuela, en poder de la CIA, EEUU interfirió en sus asuntos internos para implantar una “democracia constitucional” (véase The CIA’s View of Venezuela: What We Learn From the Archives, de T.J. Coles). La CIA cuenta en los informes que los venezolanos “eran prósperos”, pero también dice que “la mitad de la población vivía en la pobreza”. Los archivos revelan que desde el final de la década de los años 1940 hasta la de los años 1980, “el interés de EEUU por Venezuela no es solo el petróleo, sino [su] papel en la región como símbolo del éxito de la ‘democracia constitucional’, es decir, del poder de EEUU”.

En las elecciones que ganó Rómulo Betancourt (1959-64) —controladas por la CIA— “Venezuela [tenía] muy buenas relaciones con EEUU, basadas en el interés mutuo por el desarrollo de su industria petrolera”. En 1963 la CIA describió con orgullo a Venezuela como “ejemplo de rápido desarrollo económico por su democracia constitucional”. Pero la CIA también anotó que Betancourt “utilizó una amplia interpretación de sus poderes ejecutivos”. La CIA habla de huelgas, propaganda, sabotaje, derrocamiento del gobierno, etc. En fin, de cuestiones que nos resultan muy familiares con lo que está pasando hoy. Pero los informes de 1964 señalan que “la llamada ‘democracia constitucional’ de Venezuela era una apariencia”, ya que “El Ejército sigue siendo el último árbitro del poder político”. No sorprende, pues, que hoy EEUU esté llamando a la insurrección del Ejército venezolano constantemente. Los problemas de Venezuela empezaron en 1999 cuando Hugo Chávez quiso transformar la economía para servir a los venezolanos, pero contando también con los pobres. Pero este tipo de economía, como ya advirtió el presidente Nixon, no se puede permitir en América Latina.

El problema, como comenta Paul Street en su artículo Time is Running Out: Who Will Protect Our Wrecked Democracy from the American Oligarchy, es que en EEUU hay una clase política permanente (el Estado profundo, los neoconservadores) que está llevando al país “a la hegemonía de una aristocracia de riqueza heredada”. La “wrecked democracy” [democracia fracasada] está causando “altos niveles de pobreza” por las grandes desigualdades políticas y económicas. Street cita el libro de B. Page y M. Gilens, Democracy in America? y las palabras de  Louis Brandis, del Tribunal Superior de Justicia de los EEUU: “Podemos tener democracia, o podemos tener riqueza concentrada en unas pocas manos, pero no podemos tener ambas”. Por increíble que parezca, “gracias a la oligarquía, EEUU se encuentra cerca del final de la lista de las naciones ricas cuando hablamos de cuestiones principales como: seguridad social, desigualdad económica, desigualdad racial, segregación racial, mortalidad infantil, pobreza, violencia, encarcelamiento, depresión, analfabetismo, polución ambiental y fragilidad”. Lo que ocurre, según Page y Gilens, es que existe un círculo vicioso: “Cuando unas cuantas personas tienen enormes cantidades de riqueza, la democracia sufre”.

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La democracia fracasada estadounidense es inmoral y corrupta. Por sacar a la luz los crímenes cometidos por EEUU contra civiles en los muchos frentes que tiene en todo el mundo y decir la verdad —como es el caso de Julian Assange o el de Chelsea Manning— uno va a la cárcel. El crimen de Manning fue mostrar un vídeo sobre la masacre de civiles en Granai (Afganistán), el 4 de mayo de 2009, y decir: “Tenemos que terminar con los crímenes de guerra en Afganistán, Irak, [Libia, Siria] y otros [países] en donde EE UU aterroriza y mata a civiles”. Estados Unidos invadió todos estos países, como ahora quiere hacer con Venezuela, para llevarles supuestamente la democracia y civilizarlos, aunque sabemos que esto no es verdad, pues a EEUU le importan un bledo los venezolanos, los iraquíes, los sirios y todos. Nos viene a la mente El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, cuando el protagonista Kurtz va al Congo a civilizar a los nativos. Al final lo que queda de su grandiosa visión son muchas cabezas humanas clavadas en palos de madera rodeando la estación de Yanga. Las últimas palabras de Kurtz antes de morir expresan el infierno de su vida y la ceguera de sus acciones: “¡El horror! ¡El horror!”

Este horror que vemos lleno de cabezas humanas al final del libro, también se ve en el tuit que el senador estadounidense Marco Rubio (R-FL) envió sobre Venezuela el 23 de febrero con dos fotos del líder Muamar al Gadafi, una sonriente antes de que la OTAN invadiera Libia en 2011 y la otra con su cuerpo ensangrentado antes de que fuera brutalmente asesinado. El mensaje de Rubio fue claro: hay que invadir Venezuela y matar a Maduro. Con estas acciones el senador Marco Rubio justifica la tiranía de la democracia fracasada de EE UU. ___________________

Juan José Torres Núñez es socio de infoLibre

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