Librepensadores

Para ti, Batman

Javier González Sabín

¿Quién no ha pensado, desde que nos confinamos en casa, que había llegado la hora de hacer grandes cosas? Que por fin habría tiempo para esos proyectos increíbles, que nos solían rondar la cabeza, pero que no llegaban a hacerse un hueco en la rutina implacable de nuestra antigua normalidad. Nos quedábamos en casa y, aunque algunos lo hacían con más comodidades que otros, también nos quedábamos sin una excusa que justificase el no ser eficientes. O eso nos decían...

Pronto, la televisión y las redes sociales dieron pie al talento cautivador de gente anónima que hacían del confinamiento un taller de la creatividad: músicos, deportistas, genios del humor...¡Parecía que, si no tenías más obligación que la de ser un buen ciudadano teletrabajando desde el sofá, la cuarentena te exigía hacer algo increíble! Y así, quien no estuviera, como mínimo, leyendo media biblioteca online de la UNESCO o aprendiendo cinco idiomas, desaprovechaba el tiempo y la oportunidad. Hacer o no hacer... Esa era la cuestión.

Porque, al final, si los médicos eran héroes, nosotros no podíamos ser menos: nos tocaba ser una especie de superhéroes de andar por casa. No, no podíamos dejar de ser productivos, ni aún con toda la cadena de producción mundial paralizada. La productividad no entiende de virus. Al final, entre grandes ideas y largas jornadas laborales delante de una pantalla (me pregunto si el teletrabajo entiende de dignidad laboral), nos sorprendió una ansiedad de la que poco se habla cuando se analiza el impacto de esta crisis. ¡Suerte que los aplausos desde el balcón y los ápices de solidaridad entre ciudadanos nos sirvieron de bálsamo a diario! No estábamos solos en nuestra vorágine, simplemente separados.

Tal vez usted, lector/a, no haya leído finalmente el Fausto de Goethe, ni sepa tocar a Chopin en el piano, ni haya seguido los ejercicios diarios de esa App de Android tan maravillosa. Pero es que, llegados a este punto, debo decirles que no, que en esta crisis no hay héroes, solamente supervivientes: vivimos una emergencia sanitaria, no el final de una película de Marvel. Ni el personal sanitario, ni los transportistas, ni los voluntarios son héroes. Sencillamente porque, de serlo, se volverían inmunes a la precariedad y a la falta de apoyo que padecen. No lo son, son supervivientes, aunque a diario hagan algo heroico: cuidar la supervivencia de otros antes que la suya propia. Y, permítanme el inciso, no creo que podamos entender el progreso de nuestras sociedades de una manera distinta.

Por ahora, nuestro dilema, y el de muchos otros lugares en el mundo, es el de consolidar una sociedad del bienestar o acabar de transformarnos en una suerte de película de Hollywood, con los típicos superhéroes que vienen y nos salvan. Porque piensen que no es lo mismo aplaudir la vocación de servicio de quienes nos cuidan (que implica, a su vez, nuestro deber de cuidarlos), que los superpoderes de un héroe que, al estilo Batman, nos acaba eximiendo de cualquier responsabilidad ciudadana. Si tenemos héroes, ¿para qué necesitamos ser solidarios y cívicos si, pase lo que pase, siempre estarán ahí para salvarnos?

Hay quien se pregunta si, después del Co-Vid19, seremos capaces de reconstruir esas sociedades de la nueva normalidad. Si bien creo que hay muchas –demasiadas- familias destruidas, no hay un sistema descosido que nos toque rehacer: más bien, el virus nos ha dejado al descubierto el deterioro de sus costuras. Ha mostrado las consecuencias, entre otras, de las gestiones que priorizan la sanidad privada (como es nuestro caso) o, como en el caso de Estados Unidos o Brasil, de esos gobiernos tan machistas y masculinos que viven de negar la realidad y favorecer los intereses de ciertos mercados.

Puede que incluso vayamos más allá y decidamos la sociedad del futuro que queramos ser. Y digo decidamos porque ustedes y yo la decidiremos, queramos o no, con cada acción individual y con cada paso de nuestra vida social y laboral.

Decidiremos si seguimos siendo una sociedad de individuos movidos por el deseo de triunfar sobre el resto, inspirados por la filosofía del yoísmo (como decía un anuncio de Hornimans) y en la que ser feliz es una recompensa al mérito de emprender. O si, por el contrario, nos moverán la solidaridad, los cuidados y la conciencia de que avanzar no es solo desarrollar los mejores equipamientos médicos o la mejor educación, sino lograr que todo esté al alcance de todos.

Desconozco, como todo el mundo, hacia donde iremos. Nunca he creído en el optimismo ni en el pesimismo, porque, al final, son tan solo intentos de colorear una realidad que, de por sí, carece de colores y temperaturas. En lo que sí que creo es en el activismo: en que nuestras acciones pueden transformar la dirección de los hechos. Negarlo, relegando esa capacidad transformadora a quienes toman las decisiones, es negarse a asumir responsabilidades. Y créanme, nos esperan tiempos en los que nos va a tocar asumir responsabilidades y comprometernos. Aunque sobre ello, y sobre lo que podemos hacer, ya reflexionaremos en otro artículo.

Por el momento, cuando todo esto haya pasado y alguien les pregunte por las cosas increíbles que han hecho durante la cuarentena, no olvide que esos gurús, que tanto venden el éxito, a duras penas lidiarían con sus hijos, con las cargas familiares o con el peso de la soledad como usted ha lidiado. Recuerde que en estos días tan largos hemos hecho algo más grande que cualquier proeza salvadora de Batman: ser una sociedad que sobrevive cuidando y dejándose cuidar. Tal vez, sea esa la nueva normalidad, o, tal vez, solo sea una excepción más; otra de tantas. Aunque nos cueste reconocerlo, de nosotros depende.

Javier González Sabín es socio de infoLibre

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