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‘Capitán Kóblic’: Los vuelos de la muerte llegan al cine

Ricardo Darín en 'Capitán Kóblic'.

Cuarteles de invierno, Sur, Ilusión de movimiento, Kamchatka, El Clan... El cine argentino se ha esforzado en dar cuerpos y voces a la dictadura cívico-militar de Jorge Videla y sus víctimas desde su final en 1983. Pero, de entre los horrores que quedan por contar, hay uno particularmente significativo que no había sido abordado todavía. Capitán Kóblic, un largometraje dirigido por Sebastián Borensztein que se estrena este viernes después de pasar por el Festival de Málaga, evoca los vuelos de la muerte, esa terrible forma de exterminio del régimen, aunque lo haga de forma tangencial. 

Tomás Kóblic, capitán de la Armada, llega a un pueblo de La Pampa (la ficticia Colonia Elena) huyendo de su pasado, huyendo de sí mismo. No puede soportar su participación en los llamados vuelos de la muerte, aquellas expediciones en las que se cargaba a los "subversivos" que habían sido torturados por los militares y, sedados y semidesnudos, se les arrojaba al mar desde los aviones. Aunque todavía existen pocos datos, excolaboradores del régimen como el militar Adolfo Scilingo —condenado por la justicia española por delitos de lesa humanidad— apuntaron a que la cifra de asesinados por este método supera los 4.000. El vuelo, libro de investigación conducido por el escritor Horacio Verbitsky en 1995, había explorado el tema en profundidad. El cine aún no se había atrevido. 

"Ahí radica uno de los desafíos y valentías de su guionista y director", explica Darín a la agencia Europa Press, "meterse con un tema con el que nadie se atrevió a meterse antes, porque el 95% de los ocupantes de ese vuelo están desaparecidos y el otro 5%, que son los tripulantes, son difíciles de encontrar y probablemente se negarían a participar en una confesión". En esta película de intriga que va derivando paulatinamente en western de La Pampa, el propio Kóblic pone difícil dar con su paradero. Se esconde, ante todo, de sus antiguos compañeros, que le consideran un desertor. Pero también de una idea de sí mismo que detesta: el "cobarde" que no tuvo la fuerza de sus pares para enfrentarse a la realidad, según los militares; el "cobarde" que tampoco se atreve a denunciarlo, según él mismo. 

La actriz Inma Cuesta da vida a Nancy, una joven habitante de Colonia Elena que se convertirá en la tabla de salvación de Kóblic. Su personaje, aislado en el campo argentino, juega un papel discreto en la trama política del filme, pero tiene cierto peso en la construcción del ambiente asfixiante del pueblo: "Es un animalillo enjaulado que intenta escapar. Como Kóblic". Aunque la mayor preocupación de la actriz fue lograr un acento creíble —"Lo aprendí como una partitura musical", explica— sí se ocupó de formarse sobre el contexto histórico del país en aquella fecha. "Los vuelos de la muerte son el pistoletazo, pero es verdad que tiñen toda la película de un ambiente opresivo. Yo desconocía y necesitaba saber, casi por curiosidad", explica.

La actriz considera que el espectador español se sentirá naturalmente cercano a la atmósfera que se retrata. Al menos, así fue para ella: "Resulta fácil empatizar con aquello, porque aquí hemos tenido situaciones muy parecidas". De hecho, hay una curiosa relación entre los vuelos de la muerte y la dictadura franquista. Lo explicaba Scilingo en una entrevista realizada por el periodista Martín Castellano: "Los vuelos fueron comunicados oficialmente por [el vicealmirante] Mendía pocos días después del golpe militar de marzo de 1976. (...) Explicó que en la Armada no se fusilarían subversivos ya que no se quería tener los problemas sufridos por Franco y por Pinochet. Tampoco se podía ir contra el papa. Ante las dudas de algunos marinos, se aclaró que 'se tiraría a los subversivos en pleno vuelo".

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"Vamos, caminen", dice un grupo de militares a sus prisioneros, aún en tierra. Kóblic tiene sueños recurrentes con el que parece ser su último vuelo. En ellos, Borensztein (Un cuento chino) esboza la crueldad de los "traslados", en la jerga militar. Kóblic pilota el avión, al que hacen subir a un pequeño grupo de jóvenes que parecen haber recibido una paliza, y seguramente alguna droga como el pentotal. Una vez en vuelo, se les desnuda y se preparan para arrojarlos al mar. Es lo que aventuraba el escritor Rodolfo Walsh ya en 1977, con la poca información de la que se disponía, en su "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar", antes de ser secuestrado y asesinado solo un día después de su publicación por orden de esa misma Junta: "Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza". 

Pero Kóblic se niega a abrir la puerta de la nave. No es una resistencia fuerte. No hay discursos ni heroismo. Simplemente, no lo hace. Y tampoco evita los ajusticiamientos. "Yo no tendría que haber volado", se confiesa a un amigo. "Sos un buen tipo, polaco, no te pongas en duda", le contesta. Si Kóblic tiene alguna posibilidad de redención, desde luego no la alcanza a través de su director: "El hecho de que él se niegue es simbólico, no le quita responsabilidad, es como decir 'No quiero apretar ese botón', pero llevabas ese montón de gente, ¿a qué? Rumbo a la muerte. No es un buen tipo, no es que se escapa para ir a denunciar lo que vió a La Haya sino que huye como una rata", dijo Borensztein al diario argentino Télam.

¿Es culpable Kóblic? ¿O podría excusarse tras aquella "obediencia debida", el argumento por el cual los militares no son responsables de las órdenes que reciben? Gracias a una ley vigente en Argentina entre 1987 y 2004, numerosos militares se salvaron de la prisión. "Si usted cree que una banda de diez tipos puede llegar a movilizar aviones de Prefectura y de la Armada está un poco equivocado. Era una fuerza armada que se estaba movilizando. (...) ¿Por qué no se dice la verdad si se actuó como Armada Argentina, si estábamos cumpliendo órdenes perfectamente dadas a través de la cadena de comando? Toda la Armada sabía lo que se estaba haciendo", explicaba Scilingo a Verbitsky en El vuelo. De haber existido, Kóblic habría sido uno de ellos, ya que su rango (capitán), está por debajo del de coronel, nivel en el que se situó la responsabilidad penal de los asesinatos. 

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