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La aventura que pudo haber cantado Martín Codax

El escritor Francisco Narla.

¿Y si de Martín Codax, uno de los más célebres trovadores gallegos, nos hubiera llegado más que un puñado de cantigas de amigo? ¿Y si el juglar, cuya biografía nos es totalmente desconocida, hubiera sido un canalla, capaz de arriesgar su propia vida por una buena historia? Esto es lo que imagina el escritor Francisco Narla (Lugo, 1978) en Laín. El bastardo, ganador de la primera edición del Premio Edhasa Narrativas Históricas. Desde San Paio (actual Friol, Lugo) hasta el Imperio mongol, el Martín Codax ficticio narra las gestas de Laín, el bastardo del título, movido por el deseo de vengar a su padre, don Rodrigo Seijas, partido a las Cruzadas, y acaso de recuperar su posición en la casa, de la que ha sido expulsado por su hermanastro.  

La novela se construye a partir de dos asuntos que llamaron poderosamente la atención del escritor (que en su otra vida, como comandante de línea aérea, firma como Francisco Javier Fernández Vázquez). Por un lado, la lírica galaicoportuguesa y el vacío en torno a la figura de Codax. Por otro, la presencia marginal pero existente de combatientes españoles en las Cruzadas. "Estudiaba a los trovadores gallegos en parte por ocio y en parte por ese trabajo que es buscar nuevas ideas", cuenta por teléfono desde su casa, no muy lejos del San Paio medieval. "La vida de Codax es una página en blanco; aunque de otros sí hemos podido saber cosas, de él apenas conocemos lo que nos indican sus cantigas. Pensé: caramba, qué buena novela". Y luego cambió el foco: los trovadores, se dijo, eran los cronistas de la época, a caballo entre el poeta y el periodista: "Su sueño sería encontrar esa gran composición, sus propios Infantes de Lara o su propio Cid". Martín Codax no sería erl protagonista, sino el narrador. 

 

Faltaba la gesta a la que se agarraría el misterioso escritor. Él mismo se sorprendió al leer sobre la Cruzada organizada por Teobaldo I de Navarra, que volvió "de puro milagro después de perder la casi totalidad de sus fuerzas y bienes". "Al final, eran relaciones diplomáticas", explica el autor. Si Teobaldo acude a Tierra Santa es en parte porque se trata también de Teobaldo de Champaña, y su padre había sido también un cruzado. Ya fuera para ganarse el favor de la Iglesia o de algún aliado militar o comercial, fueron varios los señores españoles que marcharon a Oriente, "tanto en las grandes cruzadas como en otras expediciones más pequeñas". "Al final, eran relaciones geoestratégicas que hacían que el mundo estuviera más conectado de lo que creemos", precisa el autor. El viaje de don Rodrigo Seijas remedará aquellos acuerdos. El de Laín, bajo la protección y la guía del infanzón Guy de Tarba, será algo más excepcional. 

Primero llegó la investigación en torno al bardo. De Martín Codax, explica, solo se puede intuir su procedencia y una cierta experiencia en amoríos. El autor imagina, además, un Codax deambulante, entregado a la bebida y conocedor de tabernas y caminos. "Si lo describía como un trovador de éxito, cuyas capacidades se han reconocido, no tenía sentido que estuviera dispuesto a correr peligros por encontrar la gran historia de su vida. Eso solo lo hace alguien desesperado. ¿Y qué tipo de persona va a tener un gran talento pero no un gran éxito? Pues posiblemente un desastre", explica Narla. Y luego estaba la evasiva realidad del siglo XIII. Cuestiones como, por ejemplo, qué instrumento debía portar el narrador. ¿Un organistrum? Imposible, porque pese a su popularidad estaba operado por dos personas. Ganó la cítola, cuyo hallazgo y conocimiento del manejo agradece a Luciano Pérez Díaz, director de la Colección de Instrumentos Musicales y Objetos Sonoros de la Diputación de Lugo, a quien el escritor confiesa haber atosigado a preguntas. Solo en la parte musical del personaje, asegura haber empleado unas 120 horas. 

Luego estaba Laín, el protagonista del cantar novelado que propone el gallego. La elección de hacer hijo bastardo de un gran señor no es baladí. Esta figura, cuenta, resulta especialmente atractiva: era muy habitual —Alfonso X el Sabio reconoció a media docena, cuenta, y tuvo muchos más—, sigue siendo actual —y recuerda la demanda de paternidad de Juan Carlos I— y, a la vez, pone en juego cuestiones como la identidad del protagonista y sus relaciones familiares. "Al final es un reflejo de problemas que hemos podido tener todos, porque no todos ni durante todo el tiempo hemos tenido una relación fácil con los padres. Sí, el tema de los bastardos es muy atrayente y no sabría decir por qué", zanja el autor.

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Otras muchas horas se fueron en la reconstrucción de la ruta del bastardo, que le lleva de Galicia a Italia, de allí a Palestina y a Irán, para acabar en Xanadú, una de las capitales del Imperio mongol. Cada una de esas etapas exigía su propia investigación, pero fueron dos los destinos que le dieron más quebraderos de cabeza. Uno, el territorio de los nizaríes, hashashin para sus enemigos. "Sabemos tan poco sobre ellos, y hay tantas leyendas exageradas sobre sus ritos, que era fácil perder el rigor histórico", señala, aunque admite que tampoco le importaba tener algo más de libertad para dejar volar su imaginación. El segundo, los terrenos del kan. "La historia del Imperio mongol, escrita en chino antiguo, es contradictoria. Pero sobre todo ocurría que su moral y sus motivaciones nos resultan tan ajenas que yo mismo me veía perdido al intentar entenderlas", cuenta. Sobre estas y otras dificultades puede aprender el lector en el "cuaderno de notas" que cierra el libro, en el que Narla esboza, sin entrar en academicismos, algunos detalles sobre los parajes, las obras en las que se basó o incluso sus disquisiciones toponímicas.

Mucho más cercana es la Galicia medieval, que el escritor conoce bien y de primera mano. Aparece la Fortaleza de San Paio, cuya torre se ha convertido en una rareza. "En Galicia no han pervivido muchas de esas torres, por las revoluciones irmandiñas, revueltas del campesinado contra los señores feudales", señala el autor, "¿Tú conocías esta historia? Mucha gente no, y por eso procuro siempre reflejar Galicia en mis historias. Es mi tierra y supone mucho de lo que conozco y de lo que soy". Lo hizo en Assur (2012), en la que un joven gallego se propone vengar los ataques de los vikingos, que llegaron a las costas del norte a finales del siglo IX. Allí, el azar lleva también al héroe en una larga travesía que llega hasta Groenlandia. En Ronin (2012), hacía viajar al soldado gallego Dámaso Hernández de Castro hasta el lejanísimo Japón. De San Paio, por cierto, viene el seudónimo del autor, que no vive lejos de aquel paraje: la fortaleza, hoy museo, lleva el apellido "de Narla" que el piloto Francisco Javier Fernández Vázquez adoptó para convertirse en un particular trovador gallego. 

 

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