música

Memorias andaluzas de rock progresivo y compás

Portada del segundo disco de Triana, 'Hijos del agobio'.

Aquellos jóvenes melenudos de los 70 querían ser como los Frank Zappa, Pink Floyd, King Crimson, Steve Winwood o Jimi Hendrix, pero sus genes estaban marcados a fuego por los Antonio Mairena, Juan Talega, Perrate, Manuel Torre, La Niña de los Peines y Fernanda y Bernarda de Utrera. Rock progresivo y compás por un tubo. Potente argamasa, bendita aleación. Porque, al contrario de lo que ocurre con los malos vicios, con la música sí que es conveniente mezclar y consumir sin moderación.

Este doble impulso, el de acercarse a lo que se escucha fuera y expresar lo que se lleva dentro, comenzó a alumbrar al sur de España hace ya medio siglo uno de los fenómenos más genuinos de la historia reciente de nuestra música, que escribe y describe con precisión de periodista y delicadeza de melómano Ignacio Díaz Pérez (Sevilla, 1972) en Historia del rock andaluz (Almuzara), el primer libro que se ocupa específicamente del asunto. Todo aquel berenjenal de referencias e inspiraciones, anota Díaz Pérez, "se entremezcló en una coctelera de la que surgió un tipo de música que en algún momento, por mor de una crítica demasiado dada a los clichés, comenzó a denominarse 'rock andaluz'".

Ahí van algunos nombres de aquellas bandas míticas, innovadoras y personalísimas: Triana, Alameda, Medina Azahara, Imán Califato Independiente, Cai, Guadalquivir... Un poquito apretaítos y ampliando el foco, caben en el saco el sonido "caño roto" de Las Grecas, las bluslerías de Raimundo Amador, el flamenco billy de Mártires del Compás, Manolo García por aquí y hasta Ketama por allá. Y por supuesto el Camarón de La leyenda del tiempo. Y Lole y Manuel, que a punto estuvieron –nos cuenta Ignacio Díaz Pérez– de formar banda con Triana antes de publicar sus respectivos primeros discos, Nuevo día y El Patio, en 1975. Lo que habría sido aquella suma de fuerzas y talentos...

Como escribe Díaz Pérez, su ánimo ha estado lejos de ser enciclopédico al escribir Historia del rock andaluz, donde "son todos los que están", pero "no están todos los que son". Ahora bien, ¡cómo son los que sí están! Porque el libro (editado en colaboración con el Centro de Estudios Andaluces) es, como subraya su autor, "no de música sino de músicos, de sus deseos, aciertos y fracasos", y por ello se detiene en anécdotas crujientes, personalidades curiosas y trayectorias fascinantes. Sobresale Gonzalo García Pelayo, factótum, personaje inclasificable y renacentista. Productor musical, locutor y director de cine (suya es Manuela, de 1976, con Charo López, Máximo Valverde y Fernando Rey), les sorprenderá saber que en los 90 ganó fama por sus millonarias ganancias en casinos de todo el mundo con el juego de la ruleta, tras diseñar un método infalible de aprovechamiento de las imperfecciones en la fabricación de las mesas, historia llevada al cine en la película The Pelayos (Eduard Cortés, 2012). El rock andaluz le debe a García Pelayo más de un centenar de discos desde la fundación en 1975 del sello Gong, dependiente de Movieplay. Por sus manos han pasado Triana y Granada, Gualberto y Lole Manuel, María Jiménez y José Mercé.

Inclasificable entre inclasificables

"García Pelayo es fundamental. Sin él también hubiera habido este movimiento, pero él fue su ideólogo y le dio forma. Dio salida a grupos que de otra forma no hubieran tenido salida al mercado. Su hermano Javier fue además mánager de muchos de ellos", señala Díaz Pérez. ¿De dónde sale García Pelayo? Nacido en el 47 en Madrid, hijo de militar andaluz, regresó al sur tras el temprano fallecimiento de su padre. El primer hito de su trayectoria fue el club Dom Gonzalo, que un jovencísimo García Pelayo montó en Sevilla, en Los Remedios, hoy el barrio más conservador de la ciudad, y donde coincidían las reuniones clandestinas de Felipe González Isidoro y Alfonso Guerra con los primeros conciertos del grupo Smash, padres de El garrotín y, hasta cierto punto, origen de todo. "Aún durante el franquismo García Pelayo fue crítico musical y periodista. Presentaba programas musicales de televisión que llegaban enlatados de Alemania. Poco a poco se fue metiendo en el mundillo de la selección de artistas. Iba y va siempre tres movimientos por delante", cuenta Díaz Pérez.

"Triana es la piedra angular de todo", le cuenta García Pelayo a Díaz Pérez. "Como los toreros dicen que la piedra angular del toreo moderno es El Cordobés. La gente que diga lo que quiera, pero los toreros empezaron a ganar dinero cuando surgió uno que decía que si no ganaba dinero toreando, dejaba de torear. Y ése fue El Cordobés. Y en la música, los que buscaron el dinero e hicieron que la música pudiera alimentar familias fueron Triana". Antes de Triana, es cierto, estuvieron los Smash de Gualberto, que había estado en Woodstock y eso le daba galones, Julio Matito, Antonio Samuel Rodríguez, el danés Henrik Liegbott y Manuel Molina. "La fórmula de la Coca-Cola de lo que luego fue el rock andaluz la patentó Triana, y en eso no parece haber disenso. Como tampoco en el hecho de atribuir a Smash algunos de los intentos por hallar la fórmula en el laboratorio de la creatividad, que no fueron del todo concluyentes", escribe Díaz Pérez. En los estantes del laboratorio había frascos con las etiquetas de Miles Davis, Jimi Hendrix y Joe Beck. A Smash se le debe, además de un historial de anécdotas de música y farra que aún adornan la memoria de los juerguistas puretas de la Sevilla de aquella época, el mítico Manifiesto de lo borde, que da idea del ambiente de entonces."No se trata de hacer flamenco pop, ni blues aflamencados, sino de corromperse por derecho".

De abajo a arriba

Pero es Triana la banda que lo tiene todo para hacerse con el cetro de madre del rock andaluz. Y todo es todo: un ramillete de temas míticos (Abre la puertaTodo es de colorTu frialdad...), pero también unos orígenes tiesos ("Pasamos muchas fatiguitas", explica Eduardo Rodríguez Rodway, que fue guitarrista de la banda) y un líder especial, Jesús de la Rosa, muerto en accidente de tráfico en 1983, que los llevó al éxito. Junto a las agudas apreciaciones de García Pelayo, la entrevista con Rodríguez Rodway es un ingrediente esencial de la crónica de Díaz Pérez. "Aquella era una España gris, sin colores. Triana fue un resplandor de la nueva España. Sufrió mucho como grupo, no podíamos comprar instrumentos, no teníamos furgoneta... Y el de la furgoneta ganaba más dinero que nosotros, ¡manda cojones!", cuenta en el libro. Además, nadaban a contracorriente: "En aquella época estaban los folclóricos y los yeyés. Pero los que hacíamos rock and roll o flamenco estábamos muy mal vistos. Sobre todo si teníamos los pelos largos". El impacto de Triana en la cultura musical andaluza es tal que el grupo Zaguán, máximo exponente actual del rock andaluz, con un buen repertorio de temas propios y un directo potente, tiene difícil librarse de la etiqueta de grupo tributo a Triana, banda de la que Zaguán es evidente deudora.

El rollo andaluz de los 70-80 tiene más que ver con la contracultura underground catalana que con la movida madrileña. "Hay muchas diferencias con la movida. El rock andaluz surge por el trabajo de los artesanos de la música. Las discográficas acaban entrando porque es muy popular, porque tiene éxito entre la gente. La movida es al revés. Se podría decir, con todo el respeto, que era algo fabricado. La democracia necesitaba una estética, y se crea. El rock andaluz viene de abajo", expone Díaz Pérez.

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Espíritus libres

Alameda, que triunfó en la estela de Triana, el piano de Chano Domínguez, Imán Califato Independiente, Guadalquivir, los oficios de Ricardo Pachón, las portadas de Máximo Moreno, Tabletom y el genio extravagante y alcoholizado de Silvio Fernández Melgarejo, "que coge el rock and roll y lo mete al ritmo de la Semana Santa"... Ignacio Díaz Pérez compone una historia del rock andaluz sin dogmatismos, escéptico el propio autor sobre su propia delimitación de los conceptos, periodista con la guardia alta. Cuenta a la vez la historia de una Andalucía fuera de tópicos en la que la modernidad musical entraba por los bares sospechosos y por las bases de Rota y se discutía después entre punteos cerca de los tablaos. Deja fuera, con dudas, el agropop de Los Chanclas, al que reconoce el brillo y la originalidad. Y entronca a Los Delinqüentes con el flamenco billy de los Mártires. "Hay que delimitar el campo. Si no, acabo hablando de Estopa. Sería imposible". La lógica empuja a terminar el libro con el Omega de Enrique Morente y las andanzas de Raimundo Amador y Kiko Veneno, que se prestaron el uno al otro las letras y el compás. "La simbiosis entre el rock y la música española [Díaz Pérez se resiste a utilizar a la ligera la palabra 'flamenco'] da para muchas otras líneas", apunta.

No fue ni es el rock andaluz música política, con posicionamiento ideológico, más allá de la fuerza transformadora que tienen el talento y la libertad. El autor de Historia del rock andaluz se pregunta si es un fenómeno del pasado. Como casi todas las grandes preguntas culturales, no tiene respuesta. Hay motivos para decir que no, desde luego. Para empezar, los músicos de hoy: Zaguán, Azahar, Vega, Malabriega... Y por supuesto Medina Azahara, que llevan dando guerra desde 1979. Su líder, el eterno melenudo pelirrojo Manuel Martínez El Mazorca, otro espíritu libre, se mantiene referente de primer orden al frente de la banda más dura del rock andaluz. El tiempo ha pasado. "Si Triana, Alameda, Cai y los otros fueron revolucionarios en su momento por hacer este tipo de momento, quienes siguen haciéndola hoy, como Medina Azahara, o quienes se han incorporado después, hace tiempo que dejaron de ser revolucionarios de la causa para convertirse en conservadores de las esencias", escribe Díaz Pérez.

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