Cultura

Galdós, un "enamorado de la realidad"

Retrato de Benito Pérez Galdós por Joaquín Sorolla datado en 1894.

Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) estaba "enamorado de la realidad por ella misma, porque es verdad". Lo decía Leopoldo Alas, Clarín, y lo cita Adolfo Sotero, catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona, en la jornada Benito Pérez Galdós, maestro de la narrativa española moderna, celebrada el martes en la Biblioteca Nacional con ocasión del aniversario de la muerte del escritor en este mes de enero. A las charlas, que abarcaban desde el contexto internacional de la vida de Galdós hasta la representación de sus obras en el audiovisual, las atravesaba una médula espinal casi involuntaria: el interés del autor canario por la verdad —signifique esto lo que signifique— y por la historia.

No sorprenderá en absoluto que se diga tal cosa sobre uno de los precursores del realismo español del XIX, un realismo que suponía la materialización, explicaba Sotero, del interés del novelista por la "verdad psicológica" y la "verdad fisiológica", "sin soslayar la verdad política y económica" de la época. "Mientras Zola se forma y forma el naturalismo", contaba, "Galdós vierte en la prensa los manifiestos fundacionales del realismo en España". Es fácil imaginar las ávidas lecturas de Dickens y Balzac que realizaría el creador de Fortunata y Jacinta, su interés por las teorías europeas que "solo se materializará en creación consciente a partir de La desheredada", no en vano generalmente considerada como una novela con inspiración directa en La taberna, de Émile Zola, y que coincide en el momento de su edición con Nana, del mismo autor.

No tardaba el catedrático en atacar aquel "don Benito el Garbancero" con el que tatúo Valle-Inclán la memoria del escritor, escritor en la "infamia" —el calificativo es de Antonio Muñoz Molina— incluida en Luces de Bohemia. Entonces, el personaje o el autor dramático querían insinuar que la escritura de Galdós era pedestre y servil, de bajo vuelo y entregada al plato de lentejas de cada día. Quien se haya quedado con esa imagen, explicaba el investigador, olvida algo: el realismo durante tanto tiempo despreciado era entonces "la modernidad". La visión de Beaudelaire del artista realista como "pintor de la vida moderna" era rompedora, como lo era la idea de que los novelistas como "narradores del presente" o la creencia que compartía Galdós con algunos de sus contemporáneos de que "los hechos son los más naturales de la vida —y estas son palabras suyas— verificándose siempre con la más estricta lógica, cualidad que, unida al interés, constituye el secreto de la buena novela". 

Pero no se trataba solo de la "viveza" de los personajes o del mejor dibujo de los "caracteres". La apuesta de Galdós por el realismo tiene también una clara dimensión política. El novelista se esfuerza, contaba Sotero, por "convertir la novela en el nuevo género que reflejase el dinamismo del vasto cuerpo social". Así, su proyecto, en títulos como La desheredada, La de Bringas o Lo prohibido, busca la "coherencia y verosimilitud del cuerpo narrativo", que compondría a su vez, y en sus propias palabras, "un cuerpo multiforme y vario pero completo, organizado y uno como la misma sociedad".

No es casual que Galdós fuera también un autor de profundo compromiso político, como demuestra su labor como diputado, primero con el Partido Liberal durante cuatro años hasta 1890 y luego con la Conjunción Republicano-Socialista hasta 1916. El catedrático asegura también que un reciente estudio prueba que Galdós firmaba todos los artículos anónimos sobre actualidad política de la Revista de España, que él dirigía, un "descubrimiento similar al que reveló que joven Miguel de Unamuno se escribía el semanario [socialista] La Lucha de clases él solo". 

La historia común

Otro punto de interés en la concepción galdosiana de la realidad es la composición de los Episodios nacionales, que se alargaron hasta las 46 novelas divididas en cinco series y le ocuparon durante cuatro décadas. "Galdós es perfectamente consciente del género que está utilizando", defiende Ermitas Penas, profesora de Literatura Española en la Universidad de Santiago de Compostela, un género que llamará "novelesco histórico" o "género novelesco de base histórica". Para él, el desarrollo de esta técnica supone, defiende la profesora, el uso de "la sociedad pasada como materia novelable", pero, al mismo tiempo, también el "sometimiento de la ficción novelesca a la realidad histórica".

Galdós y la mezquindad

Porque los Episodios tienen dos planos. Primero, la Historia con mayúsculas, tomada de los estudios disponibles, que no estaban construidos aún con el método científico de los presentes. como la batalla de Trafalgar en Trafalgar, la invasión francesa con Fernando VII en Los Cien Mil Hijos de San Luis o la caída y exilio de Isabel II en La de los tristes destinos. Del otro, la historia íntima, ficcionada, como el protagonista adolescente de Trafalgar, enrolado en el Santísima Trinidad, o la inventada Jenara Baraona que es, supuestamente, la autora del manuscrito del que parte Los Cien Mil Hijos de San Luis. No está claro exactamente cómo combinaba Galdós ambas partes del proceso creativo, pero, según explicaba Penas, se cree generalmente que conformaba primero el "tinglado histórico" y se ocupaba luego de la intriga. Con este "concepto moderno" de historia, el novelista establecía una distinción "entre historia externa e interna", y, sin embargo, pasaba a considerar ambos planos igual de relevantes, ya que, como explica la profesora, "ambas caminan de forma estrechamente entrelazada, porque no se produce ningún suceso íntimo fuera de la historia común".

Pero esta no era la única voluntad de Galdós con sus Episodios. Las novelas tenían también una vocación divulgadora, ya que, como explica tanto Penas como Germán Gullón, catedrático de Literatura Española y coordinador de las jornadas, el escritor, convencido de que quien no conoce el pasado está condenado a repetirlo, estaba horrorizado por la poca información que el español medio tenía de su propia historia. No solo se proponía solucionarlo, sino que, empapado de los principios del krausismo y muy cercano a Francisco Giner de los Ríos, el novelista pretendía, además, que el lector no se aburriese en el intento. A estas lecturas hay que añadir, apuntaba Ermitas Penas, otra capa interpretativa: en las sucesivas series de los Episodios puede observarse también la evolución ideológica del escritor, desde un gusto por la historia épica de un pueblo en armas hasta una visión crítica y desencantada del destino español. 

En otra sala dentro de la misma Biblioteca Nacional, dentro de la exposición Benito Pérez Galdós. La verdad humana —comisariada por el propio Gullón y por la escritora Marta Sanz, abierta en la sede madrileña hasta el 16 de febrero—, varios escritores dan testimonio de la actualidad de la relación entre verdad y literatura que esbozó el escritor. En una serie de vídeos realizados para la muestra, la escritora Almudena Grandes, que modela sus Episodios de una guerra interminable según el patrón galdosiano, señala la excepcionalidad de que "un formato narrativo inventado en el siglo XIX siga siendo válido en el siglo XXI". Tanto ella como Muñoz Molina critican el desprestigio sufrido por el realismo en el siglo XX, visto como una "forma arcaica de contar", y celebran que hoy la propuesta estética del autor de Fortunata y Jacinta sea "un modo de narrar absolutamente vigente". Hace ya más de 100 años de su muerte, y quién lo diría. 

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