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Luces Rojas

No esquivar el problema político. Respuesta a Luis Fernando Medina

José Álvarez Junco

Respondo a la crítica del profesor Luis Fernando Medina a mi artículo publicado en El País que versaba, en principio, sobre Stalin, aunque planteaba, como él dice, otros temas de política actual (y no solo española). Le agradezco los elogios que me dirige –eminente historiador, vastos conocimientos…–, aunque suenan a irónicos a juzgar por lo que opina en otros momentos –soy más un propagandista que un historiador; me gustaría, entre paréntesis, saber de qué o quién hago propaganda, para pensar dónde presentar mi factura–. Pero mi respuesta no irá en ese tono. Al revés, doy por supuesto que es persona inteligente y que no es un mercenario. Me concentraré, pues, en nuestras discrepancias, que es lo que debe interesar a los lectores.

Un primer reparo que me dirige es que Marx y los founding fathers americanos no son comparables porque estos escribieron una Constitución y aquel meros tratados de crítica social. Perdón, pero Marx no se limitó al análisis teórico. También trazó un programa político, sobre la toma del poder y el tránsito hacia la sociedad socialista. Decir que “ni la imaginación más febril” podía haber previsto qué ocurriría cuando el proletariado llegara al poder es muy indulgente. Marx vivió una época revolucionaria y se sumó, sin más, al plan jacobino de un asalto insurreccional del poder para establecer luego una dictadura “popular”. Fue el proyecto que Lenin llevó a la práctica sin escrúpulo moral alguno y sin tomar la menor precaución ante la posibilidad de que un psicópata le sucediera en el cargo. Es exactamente lo que ocurrió, y la responsabilidad que pueda incumbirles por ello era el tema de mi artículo.

Otra objeción que me opone es que la Constitución americana era “todo menos democrática” y no debe servirnos de modelo porque aquella sociedad se basaba en grandes desigualdades sociales, con la población negra del Sur en situación de esclavitud. Quién puede negar eso. Espero que no me crea partidario de la esclavitud. Pero hay que tener sentido histórico. La democracia se ha ido –y se sigue– construyendo con dificultades, paso a paso. Siguiendo su razonamiento, deberíamos eliminar de los libros de historia toda referencia a la democracia ateniense, porque en la Atenas de Pericles había esclavos, desde luego, y las mujeres carecían de derechos políticos. O sea, que no se diferenciaba en absoluto del despotismo persa. Si aplicamos su lógica, solo podemos llamar democracia a algo que lo sea plenamente, en el sentido más actual y exigente del término; y no debemos conceder el menor mérito a los primeros que pensaron en tomar precauciones contra los poderes arbitrarios. En esto discrepamos. Yo creo que esos pioneros sí merecen algún homenaje.

De su crítica parece deducirse que, para él, lo importante son las medidas sociales, la redistribución de riqueza, no la relación política entre gobernantes y gobernados. De ahí que valore la Revolución Rusa –cuyo objetivo era erradicar el poder de las clases propietarias “de una vez por todas”–, quizás no como una democracia estricta, en el sentido de la norteamericana, pero sí como algo más respetable. Pues no, de nuevo estoy en desacuerdo. No solo no fue una democracia, cualquiera que sea el sentido que se dé a este término, sino que creó un Estado opresor, incomparablemente más odioso que los Estados Unidos de McCarthy. Y la Cuba de los Castro, por mucho que haya tomado algunas medidas sociales de interés, es una dictadura.

Termino con la última de sus innecesarias pullas: según él, estoy aterrorizado ante la idea de que Cayo Lara o Llamazares vayan a confiscar la cosecha de Murcia. Bien, divertido, espero que se haya reído mucho al ocurrírsele. Pero debería tomar al adversario más en serio. Lo que creo es que, si estos personajes llegaran a tener poder, intentarían ampliar la intervención estatal en la economía para poder llevar a cabo políticas redistributivas. En lo que puedo muy bien estar de acuerdo. Lo que les critico es que no se planteen el problema previo de si la administración en cuyas manos van a poner la economía no será incompetente, corrupta, acostumbrada a maltratar a sus administrados y a considerar su prioridad, por ejemplo, hacer favores a sus familiares y amigos. Porque a lo mejor eso explica que la ciudadanía haya votado en las últimas décadas a la derecha: porque, antes que eso, prefiere a un feroz empresario capitalista carente de principios éticos pero que sabe que, si comete errores, se arruinará. De nuevo, estamos ante el problema de fondo de mi artículo: entregar la economía –o el poder– al “pueblo”, ponerlo al servicio de la “sociedad”, es una fórmula muy hermosa. Pero cualquier persona sensata debería plantearse que, en la práctica, eso significa entregárselo a unos individuos concretos, y que, por tanto, la clave del éxito o fracaso de la operación residirá en la selección de estos individuos y los controles que ejerzamos sobre ellos. Que es justamente el problema que la tradición marxista menospreció y que el profesor Medina sigue esquivando.

O sea, que nuestras discrepancias están claras. La idea central de mi artículo es que, al margen de la justicia social, de la redistribución de la riqueza que un Gobierno persiga, hay un problema político, que consiste en el control de los gobernantes, que nunca debe dejarse de lado. Y el profesor Medina parece creer lo contrario. Para él, el problema es la igualdad, no la libertad; es la distribución de la riqueza, no la opresión política. Yo creo que son dos problemas diferentes, y que hay que prestar atención a ambos. Y me resulta raro que un profesor, precisamente, de Ciencia Política, desprecie tanto la política.

Aunque este aspecto demuestra que, al menos, no es corporativo. Y en eso le alabo el gusto.

Ni Filadelfia ni Petrogrado. Respuesta a Álvarez Junco

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José Álvarez Junco es historiador. Autor, entre otros muchos títulos, de Mater Dolorosa La idea de España en el siglo XIX (2001), que fue Premio Nacional de Ensayo en 2002. Su último libro es Las historias de España: visiones del pasado y construcción de identidad (Crítica, 2013).

    

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