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En Transición

Cerrar bien el siglo XX para entrar con dignidad en el XXI

Las primeras decisiones del gobierno de Pedro Sánchez han generado alivio y esperanza en buena parte de la población. Tanto, que han sido varias las ocasiones en que se ha aludido a ellas afirmando que entramos, al fin, en el siglo XXI.

Con esta expresión se quiere describir la sensación de que, tras esperas, paréntesis y dilaciones, España parece asumir principios y políticas que nos sitúan en la vanguardia del mundo occidental: incorporación notable de mujeres en el Consejo de Ministras y Ministros y en puestos relevantes del Gobierno, recuperación de la sanidad universal, el fin de las concertinas en Ceuta y Melilla y la acogida del Aquarius, la subida del salario mínimo interprofesional, política de "tolerancia cero" contra la corrupción y una apuesta firme por la transición ecológica que comienza poniendo fin al impuesto al sol y dando un respaldo a las renovables. Esto, junto a los perfiles personales y profesionales del equipo de Sánchez, da un mensaje de modernidad, europeísmo, cosmopolitismo y una voluntad de devolver a España a un lugar relevante de la política internacional.

Vistas con perspectiva, algunas de estas medidas no son más que la recuperación de lo que tuvimos en su momento y perdimos víctimas de la crisis y su gestión por el lado neoliberal. Fuimos líderes en energías renovables y, sin que nadie fuera de España acabe de entender los motivos, perdimos posiciones y oportunidades mientras el mundo avanzaba en esa dirección. Tuvimos una sanidad universal y la echamos por tierra dejando de lado los más elementales valores democráticos y sin calcular las consecuencias en términos éticos, económicos y sociales.

Bienvenido sea, por tanto, ese siglo XXI si es sinónimo de solidaridad, equidad, feminismo y sostenibilidad. Pero para entrar por la puerta grande, conviene cerrar bien la anterior. En España el pasado nos persigue y se presenta cual fantasma en las peores pesadillas sin que seamos capaces de racionalizarlo, domarlo y que deje de doler. Por eso, frente a otros países con pasados igual o más duros que el nuestro, que han llevado a cabo procesos de memoria histórica, en España este tema sigue sangrando por la herida. El gobierno de Sánchez tiene ahora la oportunidad de cerrar esa puerta avanzando en recuperación de la memoria histórica, facilitando las exhumaciones, ayudando a esclarecer los casos de bebés robados, sacando a Franco del Valle de los Caídos o retirando el reconocimiento a Billy El Niño, entre otras cosas.

Que la momia del dictador siga presidiendo el Valle de los Caídos es digno de un país temeroso y cobarde que no tiene arrestos para enfrentarse al pasado. No se puede expresar mejor que como lo hacía Manuel Vicent hace unos días en El País: "Mientras los despojos del dictador permanezcan glorificados en el Valle de los Caídos y en cambio decenas de miles de fusilados durante la guerra duerman su tragedia en las cunetas, la conciencia nacional seguirá estando también podrida".

No olvidemos a los bebés robados

Algo similar ocurre con la medalla de plata al mérito policial otorgada por Martín Villa en 1977 al exinspector de la Brigada Político Social y reconocido torturador Billy El Niño, para premiar "servicios de carácter extraordinario". Como si de una broma de mal gusto se tratara, la condecoración no solamente es un reconocimiento sino que le supone un incremento del 15% de su paga con cargo al erario público. Víctimas del torturador y la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica llevan años trabajando para aclarar este asunto. El pasado 10 de mayo solicitaron al entonces presidente Mariano Rajoy la retirada de esta medalla y pidieron al Gobierno información sobre los méritos que justificarían tal distinción. La respuesta del director general de la policía el pasado 4 de junio volvió a ser otra broma pesada, aduciendo que entregar esa información "vulneraría el derecho a la intimidad" del torturador. El actual y recién ministro de Interior, el juez Grande-Marlaska, a los pocos días de tomar posesión solicitó todo el expediente para valorar las opciones de revocar la condecoración.

Dicen las noticias que Andrés Perello, secretario de Justicia del PSOE, propondrá a la Ejecutiva Federal socialista que el Gobierno convierta la propuesta de ley del PSOE en proyecto de ley, una nueva normativa en la que "las exhumaciones tendrán que ser políticas públicas, se planteará la nulidad de todos los juicios del franquismo, se dará solución a la situación del Valle de los Caídos y se prohibirá la apología del franquismo y del fascismo para equipararnos a los democracias europeas más consolidadas porque una nación demuestra su decencia cuando trata bien a sus muertos, y tenemos una deuda histórica con los muertos y con sus familias". Si finalmente esta legislación se aplica y no queda en el olvido como ocurrió con el informe de la Comisión de expertos encargado por Ramón Jaúregui en el 2011 y olvidado inmediatamente por Mariano Rajoy, en el que se recomendaba exhumar a Franco, estaremos dando unos pasos definitivos para entender, trascender, y superar el pasado.

Si repasan los primeros párrafos de este artículo y estos últimos, parece increíble que estemos hablando del mismo país: dos realidades opuestas y no sólo en el tiempo. Por eso, la imagen de modernidad, frescura, cosmopolitismo y solidez democrática que quiere transmitir el gobierno de Pedro Sánchez no puede convivir con estas cuentas pendientes. Es el momento. Presidente, cerremos bien el siglo XX para poder entrar con dignidad en el XXI.

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