Verso Libre

La justicia puesta en tela de juicio

La repercusión que el caso de La Manada ha tenido en la sociedad no tiene que ver sólo con la dureza de los hechos juzgados y con las tradicionales diferencias que pueden observarse entre los razonamientos jurídicos, las diversas interpretaciones de los propios jueces y el sentido de la justicia que se da de un modo natural entre la población. Creo que La Manada es todo un síntoma de la situación que viven nuestras democracias y de los retos que tienen por delante.

Pongámonos en un extremo: las instituciones se encierran en una lógica burocrática, separándose de la vida y de las realidades de la gente, al servicio de un poder tradicional definido por viejas costumbres y valores añejos. Pongámonos en el otro extremo: la gente no encuentra en las instituciones respuesta para su sentido de la justicia y convierte la calle y las tertulias de televisión en lugares cargados de indignación, asambleas en busca de líderes populares dispuestos a sustituir el papel de las instituciones y de los tribunales.

No hace falta un ejercicio de imaginación muy grande para ponerse en los extremos porque es el paisaje cotidiano que poco a poco se ha extendido en las democracias hasta desembocar en casos extremos como el de los Estados Unidos de Trump o la Italia de Salvini. ¿Hasta dónde se puede llegar?, ¿hasta dónde hemos llegado?, se pregunta uno al ver las políticas de Trump separando a los niños de sus padres para castigar la inmigración o al escuchar a un ministro que hace listas de gitanos y habla de las personas en términos de carne humana.

Estos personajes son la prueba de que el debate de la degradación democrática no puede situarse en las tensiones entre la razón y los sentimientos. La cultura democrática, para ser actualidad, para estar con los pies en la tierra y en la vida, necesita razones sentimentales y sentimientos razonables. El deterioro de la razón y de los sentimientos van de la mano. Trump y Salvini agreden tanto a la razón como a los sentimientos.

Las sentencias sobre La Manada también. El que se ajusten a la ley significa que algo nos está fallando y que algo hay que cambiar si queremos que las leyes y las instituciones respondan a nuestra realidad. En la sentencia original se producía un conflicto lógico entre el derecho y la justicia de la gente. Es alarmante que tras la descripción minuciosa de una agresión sexual múltiple y en manada, con penetraciones no consentidas y humillaciones grabadas en vídeo, los representantes de la ley sentenciaran que no hubo violación y hablasen sólo de abusos. En la resolución que acaba de dejar en libertad condicional a La Manada se produce un conflicto sentimental. Aunque se atenga a derecho, resulta difícil entender que se ofenda a los sentimientos de la sociedad de este modo. Tan cerca de los hechos y los conflictos, parecía mucho más lógico mantener la prisión provisional, como también permitía la ley.

Un conflicto entre el orgullo judicial y la indignación de la gente es un síntoma grave y profundo para la democracia. Tan precaria es una justicia egocéntrica, vieja, separada de la sociedad, como una sociedad dispuesta a pensar en una justicia al margen de la institución y de las normas constitucionales.

La Manada anda (otra vez) suelta

Lo que más he agradecido en todo este debate es la prudencia de muchas mujeres significativas en el mundo judicial que han intentado equilibrar en sus declaraciones la precaución y la herida, el respeto a las normas institucionales y su evidente conmoción ante la fría respuesta legal a la barbarie machista de La Manada. Y lo he agradecido porque creo que, entre la parálisis y el espectáculo mediático de la indignación populista, la única salida para una democracia está en la dignificación de las instituciones.

Dignificar las instituciones es la apuesta necesaria para los que creemos que al margen de ellas sólo triunfan la ley del más fuerte y los linchamientos. Ese estribillo molesto de "acato la sentencia, pero no la comparto" tiene un fondo de verdad democrática imprescindible. Pero a veces es también un reto: hay que cambiar las instituciones y las leyes cuando se quedan fuera de la vida y degradan a la vez las razones y los sentimientos.

Una ley justa y viva es el mejor argumento para defender un derecho con garantías y para evitar la lógica reaccionaria de la mano dura.

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